Tú eres el Mesías
Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ | Fuente: Vatican News
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”
El contenido de esta profesión de fe constituye el tema central de la fe cristiana: reconocer que Jesús es el “Mesías”, término hebreo que corresponde al griego “Cristos” y significa ungido o consagrado, es decir, elegido para realizar la misión de hacer presente en la tierra el reino de Dios –o sea el poder misericordioso y salvador de Dios que es Amor–. Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado la promesa de un Salvador que sería ungido por Dios mismo como liberador del pueblo de Israel después de las experiencias dolorosas del destierro y de la opresión sufrida durante las distintas dominaciones extranjeras. Por eso existía en tiempo de Jesús la esperanza en un Mesías guerrero que recobraría el poder político derrotando al imperio romano. Y esta es precisamente la razón por la cual Jesús, después de ser reconocido por Pedro como el Cristo o Mesías, “les prohibió que se lo dijeran a otros”: para que no se confundiera su misión con la de un líder político. Este tipo de liderazgo era el que anhelaban muchos, por lo cual no les cabía en la cabeza a los discípulos de Jesús que Él les hablara de su pasión y muerte, aunque agregara la resurrección. Y por eso mismo Pedro se resiste a aceptar este anuncio.
Las palabras de Jesús ante la reacción de Pedro parecen a primera vista muy duras al llamarlo “Satanás”, palabra proveniente del hebreo que significa adversario y corresponde al griego diábolos, es decir, el que se opone a la voluntad de Dios. Pero lo que quiere decir este apelativo es que, al resistirse Pedro a aceptar la pasión y muerte de Aquel a quien acababa de reconocer como el Mesías, ya no estaba siendo inspirado por Dios –o por el buen espíritu–, sino movido espíritu del mal, a cuyas tentaciones había tenido que enfrentarse Jesús en el desierto inmediatamente antes del comienzo de su vida pública.
“Si alguien quiere venir conmigo, renuncie a sí mismo, cargue su cruz …”
Esta exhortación de Jesús es diametralmente contraria a la tentación de una vida sin esfuerzo y un éxito fácil. Por eso, si queremos ser de verdad seguidores de Cristo, tenemos que identificarnos con Él: salir cada cual de sí mismo renunciando a toda forma de egoísmo, para ponerse al servicio del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz, hasta las últimas consecuencias.
En la primera lectura, el libro que lleva el nombre de Isaías (50, 5-9) anuncia al Mesías no como un rey terreno que domina, sino como el servidor sufriente que se somete al dolor sin oponer resistencia. Los textos proféticos del libro de Isaías que, como este, son llamados “poemas del siervo de Yahvé” o del servidor de Dios, nos ofrecen un relato anticipado de la pasión redentora del Mesías prometido, la misma que Jesús les anuncia a sus discípulos inmediatamente después de la profesión de fe de Pedro.
Ahora bien, la pasión de Jesucristo y su muerte en la cruz no son presentadas por los Evangelios para que las contemplemos pasivamente, sino para que nos identifiquemos con Aquél que dio su vida por toda la humanidad, y nos dispongamos también a realizar el Reino de Dios mediante una actitud de servicio, a imagen y semejanza del mismo Jesús, quien diría más adelante también a sus discípulos después del segundo y del tercer anuncio de su pasión: “el Hijo del hombre –como solía llamase Él a sí mismo– no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Marcos 10, 45).
“¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?”
Expresar nuestra fe en Jesu-Cristo implica demostrarla con las obras. Esta relación indisoluble entre el reconocimiento de Jesús y la realización de sus enseñanzas es precisamente la que nos plantea la segunda lectura, tomada de la Carta de Santiago (2, 14-18). El ejemplo que ilustra este planteamiento es muy claro: ante la situación de quien carece de ropa y alimento, no basta con decir “que les vaya bien, vístanse y aliméntense”, sino que es preciso hacer algo para ayudar a resolver el problema.
¿Cómo es nuestra relación entre la fe por la que reconocemos a Jesús como el Cristo, y las obras con las que podemos mostrar que este reconocimiento es sincero? En definitiva, lo que cuenta son las obras. Por eso dice Santiago: “muéstrame tu fe sin las obras, que yo, con las obras, te probaré mi fe”. En la eternidad nos llevaremos sorpresas. Muchos que recitaban el Credo, pero sin llevar a la práctica lo que significa, no habrán logrado la felicidad. En cambio, quienes realizaron con sus obras más que con sus palabras lo que significa creer en Dios, que es creer en el Amor, alcanzarán la salvación prometida a quienes renunciaron al egoísmo para promover una sociedad más justa y más solidaria con los que sufren. Y por lo mismo, muchos ateos o agnósticos, si sus obras fueron acordes con la voluntad de Dios que es voluntad de Amor, lograrán le felicidad eterna. Porque quienes niegan a Dios o dudan de su existencia, lo que suelen rechazar es una falsa imagen de Él; pero si sus obras son rectas, cumplen de hecho la voluntad de Dios, aunque no profesen con palabras un credo religioso.