«¿También vosotros queréis marcharos?»
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net
«Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”» (Jn 6, 67-69).
Sigue el Señor regalándonos la proclamación continuada del capítulo 6 del evangelio de San Juan, concediéndonos hoy una Palabra capital y nuclear para nuestra vida cristiana. Así como en los versículos anteriores se nos narraba cómo una muchedumbre sigue a Cristo por los milagros y porque les daba de comer, y el abandono de gran parte de esa muchedumbre cuando Jesucristo comienza a expresar las exigencias para su seguimiento, en la Palabra que nos regala el Señor hoy a través de la liturgia de la Iglesia el Señor se dirige personalmente a cada uno de nosotros a hacernos la misma pregunta que le hizo a sus discípulos: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67).
Este pasaje del Evangelio de hoy me conduce directamente a los momentos previos a la Pasión de Cristo. Me resulta coherente que Jesucristo volviese a hacer esa pregunta a los discípulos en ese momento en que Jesucristo siente miedo, siente necesidad de sentirse acompañado, amado, sostenido. Y resuenan en mi corazón al rezar con esta Palabra las también palabras de Cristo: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). En la respuesta que da Pedro está el núcleo del mensaje que se nos ha ido manifestando en estos domingos y que se nos reitera de forma clara y concisa en la Palabra de hoy: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,67-69).
Porque en el fondo, se da cumplimiento en esta Palabra a lo que nos revela el mismo Dios en el libro del Deuteronomio: «Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas al Señor tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán. Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob» (Dt 30,15-20).
Así, en la primera lectura de la liturgia de hoy, se contempla la respuesta del pueblo de Israel ante semejante disyuntiva, que no es sino la respuesta que el mismo Cristo desea escuchar de nuestros labios y contemplar en nuestras acciones y actitudes: «Pero, si no os parece bien servir al Señor, elegid hoy a quién habéis de servir, o a los dioses a quienes servían vuestros padres más allá del Río, o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis ahora. Yo y mi familia serviremos al Señor.» El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses» (Jos 24,15-16).
En el fondo, se trata de ver que es solamente en Dios donde se encuentra la Vida Eterna, y que se nos invita a elegir entre Dios, la VIDA ETERNA, o la muerte, que es el resto: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,67-69); «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
El Señor hoy, nos hace, al menos a mí personalmente, una seria llamada a la conversión, a SER UNO CON ÉL, porque hay veces en las que no soy UNO CON ÉL, sino con los ídolos que presenta el maligno. Así resuenan en mi corazón las palabras de Santiago: «¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4). Porque el maligno nos presenta muerte disfrazada de Vida, y cuando cedemos y aceptamos lo que nos presenta el maligno, experimentamos la muerte, porque «el salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23). Por el contrario, el Señor nos presenta la VIDA, pero siempre bajo la paradoja de la Cruz: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,24-25).
Se trata de amar al Señor, de, tal y como hemos rezado en el salmo responsorial de estos domingos, y volvemos a rezar hoy, «gustar y ver qué bueno es el Señor» (Sal 34,9), de acoger el gran amor eterno que nos tiene Dios: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,10), y amarle a Él SIENDO UNO CON CRISTO: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,31-32).
Así, el Señor nos llama hoy a dejar de SER UNO CON el dinero, con el placer, con el prestigio, con toda idolatría: «Por tanto, amados míos, huid de la idolatría» (1 Co 10,14), y a SER UNO CON CRISTO: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,67-69). Porque se trata de elegir la VIDA o la muerte. El Señor nos ama y nos llama a corresponder libre y voluntariamente a ese amor, para que TENGAMOS VIDA, y unidos a Cristo, pasar por encima de la muerte, porque SIENDO UNO CON CRISTO, la muerte no nos destruye. Por ello, es importante y necesario defender esta filiación divina con la oración, la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos, sobre todo la Eucaristía.
Por tanto, el Señor nos pregunta hoy lo que al pueblo de Israel y lo que preguntó a los discípulos: ¿Con quién queremos SER UNO? ¿Con la vida o con la muerte? ¿Con Cristo o con lo que no es Cristo? «Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,23). «Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,8). Feliz domingo.