«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra»
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net
De todas las fiestas de la Virgen María que tienen lugar a lo largo del año litúrgico puedo decir con toda franqueza que la fiesta que celebramos hoy es la que más me llena, la que más me gusta. El Señor, que ha resucitado y ascendido al Cielo como Señor y Rey del Universo, le concede a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, estar con Él en el cielo en cuerpo y alma. Pero no sólo es una fiesta que manifiesta que nuestra Madre está en el Cielo intercediendo por cada uno de nosotros ante su Hijo Jesucristo como en Caná (Jn 2,4-5), sino que es una fiesta que nos llena de esperanza, que nos invita a ver que el Señor también tiene para cada uno de nosotros un lugar en el Cielo, como dirá el mismo Jesucristo: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn 14,2-3), lugar en el que ya vive María en cuerpo y alma.
La Virgen María recorrerá todo un proceso de obediencia absoluta a la voluntad del Padre, de amor y confianza plena en Dios durante toda su vida, como queda patente en el momento de la Anunciación (Lc 1,26-38), en el que la Virgen María acoge voluntariamente al Espíritu Santo, mostrando una fidelidad sin límites a la misión que Dios le concede en su vida: «Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra". Y el ángel dejándola se fue» (Lc 1,38).
Así, la Virgen María queda asociada a la Pasión de Cristo durante toda su existencia, haciendo vida las palabras que dirá el mismo Jesucristo: «Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 14,11), palabras a las que también dará cumplimiento nuestro Señor Jesucristo en su acontecimiento pascual.
El Señor no pudo decirle a María lo que le dijo a Pedro tras escandalizarse este de la Cruz de Cristo, ya que María sí pensaba como Dios y no como los hombres: «Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,22-23).
Por ello, es una fiesta en la que la Virgen María proclama su alegría ante el cumplimiento de las promesas del Señor. Ella misma experimenta que es cierto lo que ofrece el Señor con estas palabras: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).
Por tanto, hoy es un día en el que la Virgen María muestra, como dice Pablo, «cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1,18). Es una ayuda enorme y un gran aliento en nuestros combates para defender esta herencia que el Señor ha querido concedernos gratuitamente. Es una fiesta en la que el Señor nos muestra lo que dice San Pablo: «Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,19).
El Señor vuelve a seducirnos y a llamarnos a SER UNO CON ÉL en la Cruz, porque «si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante» (Rm 6,5). «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él» (Col 3,1-4).
Por ello, es una fiesta entrañable, esperanzadora, en la que el Señor llama a defender este tesoro que nos ha concedido a través de la comunión continua con Él por medio de la oración, de los sacramentos, de la escucha de su Palabra, del amor al prójimo, de vivir el combate de la fe (1 Tim 1,18), amando al Señor y renunciando a las idolatrías que constantemente nos presenta el maligno, no resistiéndonos a las purificaciones que el mismo Señor quiere hacer con nosotros y a colaborar con Él, con la ayuda del Espíritu Santo, en las mismas. Porque la Virgen María ya ha llegado a la meta, pero el Señor nos espera a nosotros, junto con toda la Iglesia, y con ella, al resto de la humanidad, para vivir en plenitud este misterio de ser UNO CON CRISTO por siempre: «Pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,30-32). Feliz día de la Asunción de nuestra Madre, la Virgen María, a los Cielos.