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«Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna»
Reflexión del domingo XVIII del Tiempo Ordinario Ciclo B


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello» (Jn 6,26-27).

En este domingo XVIII del Tiempo Ordinario, primer domingo de agosto, día de descanso en este tiempo de vacaciones, vuelve el Señor con una Palabra de conversión y de Vida para ayudarnos a ver que Él no desea que le demos vacaciones, ya que hay otro que nunca se las toma, que es el maligno.

Es una palabra dura la que expresa Jesucristo al principio de este pasaje del Evangelio, que es el que transcurre inmediatamente después del pasaje del Evangelio de la semana pasada, el de la multiplicación de los panes y los peces, no así en España, donde celebramos al Apóstol Santiago, Patrón de España. El Señor les dice con toda rotundidad a quienes le siguen tras el milagro ya mencionado, y nos dice a nosotros también hoy: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). El Señor por medio de esta afirmación nos hace la pregunta que les hizo a los primeros que querían seguirle: «Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» (Jn 1,38).

Me hace pensar cómo me sentiría yo si mi familia, mis amigos, me quisiesen sólo por lo que les doy. Y el Señor me hace en este día de verano esta seria llamada a la conversión. Porque al Señor no se le puede instrumentalizar. Cuántas veces en la religiosidad natural que tenemos tendemos a rezar y a pedirle a Dios que haga nuestra voluntad como si fuese una secretaria o un servidor. Pues Dios hoy se manifiesta nuevamente como superior, como inalcanzable, como inmanejable, pero que se hace el encontradizo para que tengamos vida.

Porque, ciertamente, como dice el Señor en el libro del Deuteronomio, frase que le dirá posteriormente el Señor al maligno: «No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8,3), y resuenan en mi corazón las palabras del Señor que dice por medio de Jeremías: «Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen» (Jr 2,13). Porque el mismo Dios ha revelado en Jesucristo quién es la Vida (Jn 14,3), y lo especifica también en el evangelio de hoy: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed» (Jn 6,35).



Porque hay otro que también ofrece Vida, ofrece comida como se la ofreció a Adán y Eva (Gn 3), y cuando uno come de lo que ofrece el maligno, despreciando la voluntad de Dios, despreciando lo que quiere Dios, nos sucede lo que dice San Pablo: «El salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23). El maligno no cesa de presentarnos la tentación que le presentó al mismo Jesucristo: «Todavía le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: «Todo esto te daré si postrándote me adoras» (Mt 4,8-9), y el Señor hace una invitación seria hoy a amarle a Él, a buscarle a Él, a seguirle a Él: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed» (Jn 6,27. 35); a creer en Él: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado» (Jn 6,29); «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Porque no está la Vida en ser reconocido, en ser alabado, en el poder, en la fama, en el placer, en el dinero, en tantos ídolos que se nos presentan todos los días. Hoy el Señor hace una seria invitación, ya en la segunda lectura: «Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente» (Ef 4,17). El Señor nos invita a una purificación: «Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24; «Escucha, Israel; cuida de practicar lo que te hará feliz y por lo que te multiplicarás, como te ha dicho el Señor, el Dios de tus padres, en la tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy» (Dt 6,3-6).

Porque en el fondo el Señor se duele hoy de lo poco que se siente amado por nosotros, de nuestras traiciones e infidelidades, pero nos vuelve a invitar a amarle, a volver a Él, a tener intimidad con Él a través de la oración, de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, de la escucha de su Palabra, de la caridad. Porque es en la voluntad de Dios dónde está la Vida: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Tes 4,3). Así, resuena en mi corazón la invitación del Señor: «¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia? Hacedme caso y comed cosa buena, y disfrutaréis con algo sustancioso. Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma. Pues voy a firmar con vosotros una alianza eterna: las amorosas y fieles promesas hechas a David» (Is 55,1-3). Feliz domingo.







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