«Fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19).
Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net
«Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19).
Celebramos hoy una de las grandes Solemnidades del año litúrgico, la Solemnidad de la Ascensión del Señor, en la que el Señor viene con una Palabra de Vida y de Salvación y en la que la misma Solemnidad da testimonio del Mensaje que el Señor no cesaba de repetir durante su vida pública: «El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Mt 23,11-12).
Así, el primer mensaje que revela el Señor hoy nos conduce a la Epístola a los Filipenses: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11). Así, hoy se manifiesta Jesucristo como el Señor: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18), de la misma forma en que recuerda Pedro: «Por medio de la Resurrección de Jesucristo, que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios, y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades» (1 Pe 3,21-22).
De ese modo, teniendo rectitud de intención y aliándonos con Cristo en el combate contra el maligno y sus secuaces, la victoria está asegurada: «Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.» (Sal 110,1). Así, tal y como se nos dice en la epístola a los Hebreos: «También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2).
Pero además de la idea que transmite el Señor hoy de que es Señor y que le ha sido dado todo poder, el Señor expresa también un mensaje de esperanza y alegría, tal y como nos dice San Pablo en la segunda lectura: «No ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él, cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1, 16-18).
Porque si Cristo está ya en el Cielo, como Cabeza de la Iglesia, nos invita a vivir, tal y como manifestaba en los domingos anteriores, UNIDO A ÉL, por medio de la oración, de los sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y la Eucaristía, a través de la escucha de su Palabra. «Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3,1-2).
Así, mientras rezo con esta Palabra resuenan en mi corazón las también palabras de San Pablo: «Por tanto, amados míos, huid de la idolatría» (1 Co 10,14). Hace la invitación el Señor a responder con honestidad y seriedad al Presidente de la Celebración Eucarística cuando diga: «Levantemos el corazón»; a poner nuestro corazón verdaderamente en el Señor y poder decir con nuestra vida: «Lo tenemos levantado hacia el Señor», porque dónde esté nuestro tesoro allí estará nuestro corazón (Mt 6,21).
Porque el Señor tiene una morada en el Cielo para cada uno de nosotros, y sería una pena despreciarla por un plato de lentejas (Gn 25,29-34). Así, el que el Señor tenga preparada una morada para cada uno de nosotros es un motivo para estar alegres y agradecidos en el día de hoy: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3).
Pero también en este día vienen a mi mente unas palabras de nuestro querido Papa Emérito S.S. Benedicto XVI, que decía lo siguiente: «La auténtica ascensión del ser humano tiene lugar precisamente cuando, entregándose humildemente a los demás, aprende a humillarse, a inclinarse a los pies, como hizo Jesús en el lavatorio. La humildad capaz de inclinarse es precisamente la que lleva al hombre hacia arriba». Amén. Feliz Domingo. Feliz Solemnidad de la Ascensión.