El pecado del prójimo no justifica que uno peque
Por: Mariano Ruiz Espejo | Fuente: Catholic.net
Leyendo algunos ejemplos de pasajes del Antiguo Testamento, encontramos contradicciones claras en el texto:
[1] No matarás (Éxodo 20,13).
[2] No robarás (Éxodo 20,15).
[3] Moisés respondió al pueblo: “No temáis, pues Dios ha venido para poneros a prueba, para que tengáis presente su temor, y no pequéis” (Éxodo 20,20).
[4] Si un ladrón es sorprendido en el acto y es herido de muerte, no hay delito de sangre (Éxodo 22,1).
[5] No dejarás con vida a la hechicera (Éxodo 22,17).
Por ejemplo, los textos [1] y [5] son contradictorios, porque no se puede no matar y matar a la vez; también son contradictorios [1], [2] y [4] porque no se puede no matar y también herir de muerte al mismo tiempo si alguien ha cometido un pecado como robar. Si bien parecen acreditados los versículos de Éxodo 20,1-21 (Decálogo) pues Jesús mismo confirma la ley que enseñó Moisés (Lucas 16,31; 24,44; Juan 5,46-47), no lo parecen tanto algunos de los siguientes del capítulo 22 añadidos después del Decálogo.
Una razón que se ha dado para justificar esto es que la Biblia que hemos recibido en español, procede de la Biblia en latín traducida por San Jerónimo, ésta a su vez procede de la Biblia de los LXX en griego, ésta a su vez procede de la Biblia en arameo reelaborada en Babilonia por los sacerdotes o escribas judíos durante su destierro, de lo que recordaban del texto original en hebreo del Templo de Jerusalén, que fue destruido con todo lo que contenía dentro y entre ello la Biblia judía. Al intentar recordar lo que estaba escrito pudieron introducirse errores e incoherencias en su reelaboración.
El texto [3] nos indica que es muy importante “no pecar”, que esta es la voluntad de Dios. Esta voluntad no queda anulada porque otros pequen, es decir, el pecado personal no queda justificado porque otros pequen.
Marcos 7,20-23 expresa la palabra de Jesús en las que refiere que las intenciones malas, fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez, contaminan al hombre. Todas estas enseñanzas de Jesús recuerdan y amplían a una mayor perfección y plenitud las enseñanzas de la ley que enseñó Moisés.
“Pues no son justos ante Dios quienes oyen la ley, sino que serán justificados quienes la cumplen” (Romanos 2,13), como explica San Pablo.
La culpa ajena, por ejemplo un robo o un falso testimonio, no justificarían que uno mismo matara al ladrón o al que miente contra su prójimo. Tampoco justificaría que a un asesino o a un libertino se le robase o se mintiera de él, aunque se presuponga que estos dos últimos pecados fueran menos graves que los dos primeros.
Todo pecado tiene una responsabilidad, y si no hay arrepentimiento y propósito de no volver a pecar la confesión de los pecados personales tampoco se haría correctamente. Es posible que no hubiera perdón de los pecados por ello. Pero una confesión de los pecados hecha correctamente forma parte de la redención que Jesús nos trajo para nuestra salvación, por la que recibimos el perdón de la culpa de los pecados cometidos.
Jesús quiere la vida del ser humano y su vida eterna. Para ello es necesaria una vida de fe, gracia y buenas obras.