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Abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra
Solemnidad de la Epifanía


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2,11).

Celebramos hoy la Solemnidad de la Epifanía del Señor, solemnidad que nos regala la Iglesia en la que nos hace una llamada a la conversión, a renunciar a la idolatría que nos presenta el maligno todos los días con las cosas del mundo y a adorar sola y exclusivamente a Dios. El versículo que da título a la reflexión me hace presente al salmo invitatorio de las laudes que rezamos todos los días, el salmo 94, en los versículos que dicen: «Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; vayamos ante él con acciones de gracias, aclamándolo con salmos. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses. Entrad, postrémonos por tierra adorando al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía» (Sal 94,1-3.6-7).

Nos invita el Señor a adorarle, a arrodillarnos ante su grandeza manifestada en la pequeñez, pero a arrodillar no sólo nuestro cuerpo, sino sobre todo el corazón, para que no nos diga el Señor lo que dice por medio del profeta Isaías: «Por cuanto ese pueblo se me ha acercado con su boca, y me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí» (Is 29,13); «El verdadero judío lo es en el interior, y la verdadera circuncisión, la del corazón, según el espíritu y no según la letra. Ese es quien recibe de Dios la gloria y no de los hombres» (Rm 2,29).

Me llama la atención cómo son estos hombres paganos los que se ponen en camino buscando al Señor y cuando le encuentran, se postran y le adoran dándole lo mejor de lo que tenían: «Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2,11).

Cuando leía y rezaba con este versículo del evangelio de hoy, me hacía la pregunta que se hace en el pasaje a continuación, en el que el Señor me da la respuesta con absoluta claridad: « ¿Con qué me presentaré yo ante el Señor, me inclinaré ante el Dios de lo alto? ¿Me presentaré con holocaustos, con becerros añales?» «Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios» (Miq 6,6.8). Así, el Señor nos muestra el culto que realmente quiere que le demos: «Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Os 6,6).



Los Reyes Magos le dan un culto verdadero al Señor cumpliendo lo que dice San Pablo a los Tesalonicenses en la primera de las epístolas que les escribe sobre la conversión: «Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero» (1 Tes 1,9), y dando cumplimiento a lo que dice Isaías: «Reuníos y venid, acercaos todos, supervivientes de las naciones. No saben nada los que llevan sus ídolos de madera, los que suplican a un dios que no puede salvar. Exponed, aducid vuestras pruebas, deliberad todos juntos: «¿Quién hizo oír esto desde antiguo y lo anunció hace tiempo? ¿No he sido yo el Señor? No hay otro dios, fuera de mí. Dios justo y salvador, no hay otro fuera de mí. Volveos a mí y seréis salvados confines todos de la tierra, porque yo soy Dios, no existe ningún otro. Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: ¡Sólo en el Señor hay victoria y fuerza! A él se volverán abochornados todos los que se inflamaban contra él» (Is 45,20-24).

Así, hoy, desde el establo de Belén y viendo la imagen de adoración de los tres reyes paganos convertidos, siento la llamada del Señor a mi corazón: «Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,4); «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4,10-11).

Por tanto, en esta Solemnidad de la Epifanía del Señor, nos invita el Señor a circuncidar el corazón y a darle culto a Él, tal y como dice San Pablo: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto» (Rm 12,1-2). Feliz día de la Epifanía del Señor.







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