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La epifanía como signo de esperanza para todos los pueblos
Una celebración solemne presidida por las sorpresas y los regalos.


Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net



S. Mateo es quien nos da testimonio de este acontecimiento en los siguientes términos: “Después de haber nacido Jesús en Belén de Judea  en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿dónde está el que ha nacido, el rey de los judíos, porque hemos visto una estrella y venimos a adorarlo? La estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos hasta que fue a posarse delante de donde estaba el niño… entraron en la casa y vieron al niño con María, su Madre y postrándose, lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra”. Así de expresivo y así de sugerente es el relato que nos ofrece Mateo. Solamente él recoge este episodio en su evangelio y debió ser porque cuando este evangelista escribe, el cristianismo comenzaba a ser una religión fundamentalmente de gentiles y con este relato, lo que está tratando de decirles a los hebreos, para quienes escribe, es que si los de fuera se adhieren al cristianismo mucho más deberían hacerlo los de dentro.

Estamos ante una de las celebraciones más antiguas del año litúrgico, de ella nos hablan los Santos Padres de los primeros años del cristianismo. Siendo la misma festividad para Oriente que para Occidente hemos de saber distinguir los distintos matices que tiene en una iglesia y en otra. En Oriente está presente desde el siglo III, se le conoce como la Epifanía, que vendría a significar la manifestación del hijo de Dios al mundo; su sentido es profundamente teológico, ligado estrechamente a una teofanía, a través de la cual Dios quiere hacerse presente a todos los habitantes de la tierra. La condición de estos personajes no es la de reyes, sino la de magos, pero no en el sentido peyorativo sino en el sentido etimológico, que equivale a algo así como sacerdotes, personas muy respetadas por su sabiduría y su virtud, a las que se les encargaban misiones muy importantes, de modo que sin ser reyes venían a ser su mano derecha, con mucho prestigio, mucha influencia y muchos recursos. Eran procedentes de las regiones de Oriente y por lo tanto se trataba de unos personajes que les resultaban cercanos y familiares a la Iglesia Oriental. En una mala interpretación del texto de Benedicto XVI, hacen decir al papa que procedían de Tartesos, cuando lo que en realidad quería decir el papa es que en la figura de los reyes magos hemos de ver personificados a todos los hombres de todos los continentes. Nunca quiso decir el papa que los magos fueran andaluces. Lo que quiso decir es que ellos eran buscadores y por tanto encarnaban a todos aquellos que en todos los tiempos y en todos los lugares apartados, como Tartesos, trataban de encontrarse con Dios. En cuanto al número de estos magos, Mateo no se pronuncia. Las distintas tradiciones han venido barajando cifras: cuatro, siete, la iglesia Siria creyó que eran 12, en la iglesia copta el número se eleva hasta sesenta y por lo que respecta a los nombres, tampoco hay unanimidad.

En la iglesia latina cambió la palabra “Epifanía” siendo sustituida por la “Adoración de los Magos” y su celebración fue algo más tardía, si bien siguió manteniendo ese carácter ecuménico, viéndose personificados en estos curiosos personajes a todos los hombres. A partir del reconocimiento en la Iglesia Latina de esta festividad se van homologando y concretizando ciertos detalles. Así, en el siglo V el papa León Magno decide oficialmente que son tres para toda la cristiandad; en este mismo siglo se dan incluso sus nombres que responden a Baltasar, Melchor y Gaspar. En el siglo VI volvemos a verlos grabados en la iglesia de San Apolinar (Rávena) Italia. Progresivamente la tradición fue añadiendo otros detalles tal y como podemos verlo en Beda el  Venerable. Baltasar representa a África y le ofrece mirra, en cuanto que Jesús es hombre que debía morir, la mirra se empleaba para embalsamar a los cadáveres. Melchor pertenece a Europa y aparece bajo la forma de un anciano de larga cabellera y poblada barba que le ofrece oro, en cuanto rey, y Gaspar procedente de Asia, joven, de aspecto imberbe, de tez blanca, le honra con incienso, en cuanto que es  Dios.

Como bien se ve son tenidos en cuenta los continentes entonces conocidos y también las edades diferentes: juventud, madurez y ancianidad, todo ello orientado a recalcar el carácter de universalidad de estos personajes que representan a todos los habitantes del mundo entonces conocido. Cumplida su misión regresarían a sus tierras y allí en el reino de Saba pasados muchos años, según la tradición, les encontraría Tomás quien les bautizaría para acabar sufriendo el martirio, siendo recogidos sus restos y traídos a la catedral de Colonia donde actualmente reposan. La iglesia les venera bajo la denominación de “Reyes Magos” o “Reyes Santos”.

A partir del siglo XIX se introdujo en España la costumbre de colocar regalos en los zapatos de los niños la noche precedente a la fiesta y comenzó a celebrarse también la Cabalgata de Reyes. Sin dejar de ser fiesta religiosa se fue convirtiendo en una fiesta propia para los niños. Favorecido por el consumismo ha ido imponiéndose el carácter lúdico sobre el elemento religioso hasta llegar al día de hoy en que la Noche de Reyes ha llegado a ser una noche mágica que los niños esperan con ilusión. Noche mágica, sí, en la que todo el mundo quisiera volver a ser niño.



En España fundamentalmente  la festividad de los “Reyes Magos” ha pasado a ser una celebración solemne presidida por las sorpresas y los regalos, donde la mayoría de los niños verán cumplidos sus deseos al ver sus zapatos, puestos cuidadosamente la noche anterior, repletos de sorpresas; pero también será la noche triste de algunos niños pobres de los que nadie se acuerda tal como lo dejara bellamente expresado Miguel Hernández: “Por el cinco de enero,/cada enero ponía/mi calzado cabrero/a la ventana fría./ Y encontraban los días,/que derriban las puertas,/mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas./ Nunca tuve zapatos,/ni trajes, ni palabras:/siempre tuve regatos,/siempre penas y cabras./Me vistió la pobreza,/me lamió el cuerpo el río,/y del pie a la cabeza/pasto fui del rocío…







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