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Lección 46 y 47 El Optimismo y la Sencillez
Vivir sencillamente para que los otros puedan sencillamente vivir.


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 46 y 47 El Optimismo y la Sencillez


EL Optimismo


La virtud del optimismo es la que “confía, razonablemente, en sus propias posibilidades y en la ayuda que le pueden prestar los demás y confía en las posibilidades de los demás, de tal modo que en cualquier situación distingue, en primer lugar, lo que es positivo en si, y las posibilidades de mejora que existen y, a continuación, las dificultades que se oponen a esa mejora, y los obstáculos, aprovechando lo que se puede y afrontando lo demás con deportividad y alegría.” (1)

Dicho de otra manera, el optimismo es la propensión que nos lleva a ver y a juzgar las cosas bajo el aspecto más favorable.
La persona optimista es realista y parte de un supuesto básico de una situación real, no de una utopía, de ahí que sea virtud. No piensa que el médico siempre la va a curar, ni que terminará su carrera sin estudiar, ni que la vida matrimonial no tiene dificultades.

A veces cuesta entender los matices de los contratiempos que enfrentamos, pero ser optimista no es no haber fracasado nunca ni que todo nos salga como lo queremos. Ser optimista no es negar lo que puede haber de dificultoso en una situación, ni levantar castillos sobre la arena ni soñar con imposibles. Es analizar la situación difícil que tenemos adelante pero tener confianza en que podremos arremeter contra ella, sabiendo en el fondo que no estamos solos, porque nuestro Padre, que está en los cielos, no nos desamparará. Y aún nuestros seres queridos que ya se han ido intercederán por nosotros ante Dios para ayudarnos. Esta actitud, que pertenece a la virtud de la esperanza, es el sustento del optimismo.

“En primer lugar vamos a considerar lo que es el optimismo entendido como virtud, porque en el uso normal se entiende de diversos modos. Por ejemplo, en un día de lluvia, con el cielo totalmente encapotado, una persona opina: “Dentro de poco podremos dar ese paseo que tenemos previsto, porque seguro que saldrá el sol”. Y otro dice: “Vamos a encender el fuego y jugar a algo que me han enseñado. Así seguro que lo pasaremos bien”.

¿Cuál de estas dos personas es optimista, en un sentido positivo? La primera está falsificando la realidad, y la segunda sabe aprovechar las circunstancias reales. La primera intenta cambiar lo real en favor de la meta concreta establecida - dar el paseo -. La segunda se centra en un fin mas elevado, pasarlo bien juntos, y reconoce que el paseo o el juego son medios.

Por eso se puede considerar el optimismo como una condición personal que permite a cada uno optimizar la situación con realismo. El desarrollo de la virtud del optimismo supone ser realista y conscientemente buscar lo positivo antes de centrarse en las dificultades. O ver lo que pueden ofrecer las dificultades en sí.”

“La intensidad con la que se vive esta virtud dependerá de la capacidad de la persona de distinguir lo que es positivo, en situaciones que presentan más o menos dificultades.”(2)

La persona optimista es la que, en cualquier situación, destaca lo que es positivo en sí y las posibilidades de mejora que existen, y recién después analiza lo negativo, aprovechando lo bueno y aceptando lo demás con buen ánimo. Es el famoso caso de dos personas que estaban en una mesa ante una botella que tenía vino hasta la mitad. El optimista veía la mitad llena, mientras que el pesimista veía solo la mitad vacía.

Que seamos optimistas tampoco quiere decir necesariamente que estemos siempre alegres y contentos. El optimismo no exige necesariamente que estemos todo el día hecho unas pascuas, porque a veces la vida presenta momentos muy difíciles.

El optimismo, para que sea virtud, necesita confianza en Dios, en los demás y en nosotros mismos, para salir de una determinada situación. Si confiamos solamente en nuestras propias fuerzas, seguramente llegará un día en que la situación nos superará, probablemente porque Dios permitirá que así sea, para demostrarnos que solos no podemos. No es bueno para la persona pensar que puede salir solo de todas las situaciones y Dios, tarde o temprano, nos lo hará saber. Lo ideal es actuar como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que no depende sólo de nosotros.

Como lo definió en su momento el Cardenal Ratzinger (hoy S.S. Benedicto XVI) en su libro “Mirar a Cristo”: “El temperamento optimista es algo muy hermoso y útil ante las zozobras de la vida, cuando una persona irradia alegría y confianza, ¿Quién no se alegra con ella? ¿Quién no desea ese optimismo para sí?. Como todas las disposiciones naturales, el optimismo es una cualidad moralmente neutra, que cada persona desarrolla y cultiva por su cuenta, del mismo modo que el resto de sus disposiciones personales para formar de modo positivo su propia fisonomía moral. Ahora bien, el optimismo puede ir engrandeciéndose mediante la esperanza cristiana, hasta convertirse en algo más puro y profundo; o puede quedarse en una fachada, si esa persona lleva una existencia vacía y falsa”.

El optimismo es pariente cercano de la fortaleza, de la esperanza, de la alegría y de la generosidad, ya que las actitudes optimistas hacen mucho bien al prójimo y generan muy buen clima alrededor. Ayuda a bien vivir el estar rodeado de personas optimistas, así como resulta muy pesado estar con personas pesimistas que ven sólo el lado negativo de las cosas y a quienes hay que llevar a cuestas, (a ellas y a sus lamentos), toda la vida.

El ambiente de familia puede colaborar a aprender a ver los problemas con una actitud favorable, en donde todos colaboran para buscar la parte positiva. Si bien hay tendencias naturales en las personas, hay ambientes optimistas para crecer, (en donde existen críticas pero constructivas), y donde el optimismo ante las situaciones se fomenta. Donde se festejan los acontecimientos alegres como bautismos, casamientos, cumpleaños, aniversarios, entregas de diplomas etc, que generan un ambiente agradable de sana convivencia.

También hay ambientes pesimistas, tristes, en donde las críticas son destructivas porque nada construyen en su lugar, en donde las personas se convierten en máquinas de impedir los pequeños o grandes proyectos de cada uno. Donde se ponen siempre palos en la rueda para llevarlos adelante y en donde el momento en que se hacen, aunque pudieran ser oportunas y justificadas por reales y necesarias, nunca es el apropiado.

Está de más decir que lo bueno es crecer en un ambiente optimista en donde se aprenda a confiar en la ayuda de Dios, en nuestros seres queridos quienes interceden por nosotros ante Él en el cielo, (porque nos han precedido), en los demás y en sí mismo y a encarar los problemas de la vida con firmeza y visión sobrenatural. Lo que la Iglesia enseña como la comunión de los santos.

Se aprende a ser optimista y se ejercita en la confianza, buscando ayuda y consejo en las personas fuertes y sabias, festejando los buenos momentos, generando un clima de bienestar y armonía alrededor. Las personas necesitamos saber que hay quien confía en nosotros y sobre todo en nuestro hogar, donde necesitamos tener la certeza que se nos querrá de manera incondicional. Es una actitud que se puede aprender sobreponiéndose a nuestras inclinaciones naturales, que muchas veces pueden ser contrarias. Hay tendencias naturales contrarias.

Una persona optimista estará dispuesta a volver a empezar otra carrera, a buscar un nuevo trabajo aunque tenga sus años, a iniciar una nueva vida en una ciudad extraña porque ha tenido que mudarse a un ambiente nuevo, a una ciudad ajena, contando con sus posibilidades y esfuerzo para salir adelante.

Mientras que su contraria, la pesimista, verá sólo la parte negativa y no verá una salida a ninguna situación porque no contará con la ayuda de Dios. El fundamento del optimismo es precisamente la confianza en Dios, que es Padre, bueno y providente. La vida nos presenta diariamente situaciones en las que deberemos volver a recomenzar y necesitaremos de esa cuota de optimismo necesaria y de confianza en Dios.


Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs”. Edición EUNSA. Pág 93.
(2) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaacs. Edición Eunsa. Pág. 93.



La Sencillez


La sencillez es la virtud que “cuida de que el comportamiento habitual en el hablar, en el vestir, en el actuar, este en concordancia con sus intenciones íntimas, de tal modo que los demás, puedan conocerle claramente, tal como es”. (1)

Dicho en otras palabras, la sencillez es la virtud de la inteligencia, que nos hace rechazar todo lo que sea complejo y complicado innecesariamente. Es el arte de saber reducir lo complicado a lo escueto y sustancial. Aunque la vida es compleja, su conocimiento, el fin para el cual hemos sido creados y el camino a seguir es sencillo.

La persona sencilla carecerá de artificios y complicaciones desde su interior, sus pensamientos y sus razonamientos serán simples y profundos, no tendrá doblez, ni engaños. Sencillez es transparencia, limpieza interior, soltura, espontaneidad, ausencia de cálculo y de especulaciones en nuestros actos. La sencillez dará lugar a la naturalidad, que es esa vertiente aristocrática de la conducta, que se entreteje con la llaneza, la sinceridad, la franqueza, la falta de doblez y de artificios.

“La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor”. (2)

Es la virtud característica de los niños, que se presentan sin especulaciones y tal como son, diciendo lo que sienten con la naturalidad propia de la inocencia, de la buena fe y del candor, de quien no ha sido corrompido todavía.

En los niños no han aparecido los mecanismos complejos que se cierran a aceptar la Verdad. Sirva como ejemplo a lo que digo:

En una oportunidad una catequista les pidió a los niños que le escribieran una carta a Dios. Entre las cartas de esos pequeños filósofos había una que decía: “Dios, mañana me toca disfrazarme de diablo. ¿No te importa. No?...”

Atrás de esta aparente sencillez hay mucha teología... Los niños con su catecismo bien aprendido habían comprendido que Satanás es el enemigo de Dios y su preocupación era que al Señor pudiera dolerle o mortificarlo que uno fuese cómplice de el, o minimice el enfrentamiento y el gran daño que el diablo produce en las almas.

De ahí la importancia de enseñar el catecismo a los niños, porque sus corazones y mentes inocentes y sencillas les permiten mejor aceptar sin problemas las enseñanzas de Dios. Es por eso que no les costará nada a los niños aceptar por ejemplo el dogma de la Santísima Trinidad, cuando se les explica que son Tres Personas distintas en un solo Dios verdadero, de la misma manera que tres fósforos juntos pueden fundirse en una sola llama. Sirva para entender lo que digo este relato que me consta verídico. En una oportunidad, a una joven madre a días de enterrar a su bebe de cinco meses, (nacido vivo por medio de una cesárea), su hija de siete años le preguntó:

“Mamá, cuántos hijos tenés? Ella le contestó: “Tres”. Su hijita la corrigió y le dijo: “No mamá, tenés cuatro”.

“Bueno” - le contestó la madre - “uno muerto y tres vivos”. Su hijita de siete años volvió a corregirla por segunda vez y le dijo: “No mamá, tenés cuatro. Sólo que uno vive con Jesús y los otros tres vivimos con vos.”...

A esta sencillez de los niños, tan abierta y tan dócil a las grandes verdades es a la que se refirió Nuestro Señor cuando dijo que hasta que no nos hiciésemos como niños no entraríamos en el Reino de los cielos. Más tarde, esta virtud que es tan genuina y permeable en la niñez y que les permite aceptar las verdades reveladas sin resistencias, será la que nos permitirá afrontar mejor los avatares de la vida, asumir los sufrimientos y las dificultades como permitidas desde lo alto, y nos ayudará a sanar y curar mejor las heridas del corazón y de la mente.

La sencillez es también la virtud de los sabios, de los que conocen lo esencial de las cosas y se limitan a ello. De ahí que fueran los pastores, (hombre sencillos), y los Reyes Magos, (los sabios de Oriente), quienes encontraron al Niño Dios. La sencillez tiene sabiduría, y los sabios son sencillos porque conocen sus limitaciones de criaturas y la buscan de lo alto.

Es por eso que una persona sencilla aceptará más fácilmente el plan de Dios sin regateos, sin cerrarle la puerta de su corazón con tacañerías, y responderá ante las situaciones con la simpleza de la Santísima Virgen: “Hágase en mí Tu voluntad” o, como en las bodas de Caná: “No tienen vino”. Aceptará a sus padres y superiores como los son, con sus virtudes y defectos, y llamará al pan, pan, y al vino, vino.

El alma sencilla no es el incauto que es fácil de engañar, el ingenuo en el trato, que dice lo que siente sin filtro ni prudencia alguna. Esta será una persona indiscreta, ingenua e imprudente. Casualmente, uno de los motivos por los cuales es necesaria la sencillez es para “no hacer el ridículo”. Una persona que quiere aparentar lo que no es, siempre estará fuera de lugar y generará menosprecio en los demás. “ Dime de que presumes y te diré de qué careces”, dice el refrán.

La importancia de la sencillez en nuestras vidas está bien explicada en las “Cartas del diablo a su sobrino” cuando el diablo viejo Escrutopo adoctrina a su inexperto sobrino Orugario en el arte de perder a las almas y le dice: “Muchas son las conclusiones que saca de su estudio; y hay una en la que insiste con frecuencia: lo natural, lo sencillo estorba en sus planes infernales. Al demonio le ayuda todo lo que es rebuscado y artificial. En cambio, algo tan simple como un paseo por el campo puede inspirar en el hombre el deseo de pensar mas profundamente y sustraerlo así al influjo diabólico”. (3)

“Si su conciencia se resiste atúrdele!”. (4)
El alma sencilla simplemente será en su exterior como en su interior. Si escribe, su lenguaje será sencillo y comprensible de manera que su lectura será amena y nos permitirá comprender lo que nos quiere decir. Cuando hable su vocabulario en general será rico pero no artificioso, rebuscado y complejo. Nos permitirá entender su conversación y las ideas que nos quiera transmitir. Será lo contrario de lo que aconseja el diablo a su sobrino para perder a las almas: “Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte”. (5)

En toda su apariencia carecerá de adornos superfluos, excesivos y ostentosos que la hagan aparecer más rica, más joven, más moderna, mas divertida, más grande de lo que es. La sencillez no complica innecesariamente sino que, simplifica todos los aspectos de la vida cotidiana. Va a lo esencial.

Esto lo constatamos en la tranquila vida de los pueblos donde las personas viven todavía en esa felicidad serena que da una vida sana, y el trabajo produce lo que podríamos llamar las alegrías comunes y sencillas de una mesa bien puesta, de un mantel limpio, de una comida sabrosa, de compartir un mate o unas tortas fritas recién hechas en un día de lluvia, del placer indescriptible de ver ponerse serenamente el sol en el horizonte encendido como un fuego... De la crianza sana y despreocupada que provee estabilidad emocional de por vida en los niños que viven alrededor de sus madres en un mundo de cariño y ternura, difícil de comprender para esta sociedad moderna donde al primer problema se recurre al psicoanalista para que nos solucione los problemas que el hogar tan lastimado y convulsionado de nuestro tiempo ha gestado y no puede resolver.

Quienes hemos tenido la experiencia de conocer la vida sencilla de los pueblos y ciudades pequeñas del interior hemos constatado que los niños se criaban sanos y fuertes al aire y al sol en contacto diario con la naturaleza. Y si habían cometido alguna travesura no dejaban de recibir una buena llamada de atención o castigo en la zona justa para llamarlos a la realidad. Los juguetes eran en su mayoría caseros y su belleza consistía más en la imaginación que en la realidad. Una sola muñeca podía acompañar durante años inolvidables de la infancia. Un palo podía ser un caballo, un sable, una lanza para luchar contra los indios imaginarios. Varios palitos podían servir a su vez, para armar un barrilete.

La casa de la persona sencilla tenderá a ser sencilla, con todas las cosas necesarias para vivir, (por más que tenga objetos de calidad según su condición social y cultural), y lo mismo llevará, (dentro de lo posible y de su condición), una vida sencilla, sin ostentación, sin artificios, ni grandes complicaciones que sólo implican un lastre para vivir diariamente, y a nada llevan. Sabemos que no es lo mismo ser Embajador de un país que el portero de la embajada. Pero ambos, cada cual en su nivel y situación pueden ser sencillos y no vivir agobiados por lo innecesario. Cada uno tendrá que tener el orden de prioridades de lo superfluo y de lo que necesita según su función en la vida.

La persona sencilla será sencilla aún en sus conversaciones, sin tratar de aparentar ser más inteligente, más culta que los demás, (nombrando distintos autores y hablando en difícil), o más divertida de lo que en realidad es. Simplificará aún su modo de actuar. No pretenderá mostrarse tremendamente ocupada en cosas muy importantes, no tratará de hacer creer que ha leído de todo, que sabe de todo, que está al tanto de todo, cuando nada de eso hace falta en realidad para vivir bien.

Será sencilla hasta en sus diversiones (no necesitará ni programas exóticos, ni rebuscados innecesariamente para distraerse, ni dar la vuelta al mundo para sentir que se tomó sus merecidas vacaciones). En sus actitudes, en su vestimenta, hasta en la elección de sus comidas, disfrutará de lo poco, de lo simple, de lo esencial, de lo que no genere un trabajo y un desgaste desproporcionado y estéril. Hay quien dijo sabiamente: “Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir”.

El vicio contrario a la sencillez es lo complicado. El alma que no es sencilla siempre estará complicándose, torciendo todas las situaciones y planteos, llenándose de angustias sin sentido, viendo problemas donde no los hay, pidiendo explicaciones de todo y por todo, vivirá llena de susceptibilidades que harán muy dificultoso tratarla. Se ofenderá continuamente por pequeñeces. Por eso aconseja el diablo viejo a su inexperto sobrino: : “Todo ha de ser retorcido para que nos sirva de algo a nosotros. Luchamos en cruel desventaja: nada está naturalmente de nuestra parte” (6) y más adelante agrega: “Acentúa la más sutil de las características humanas, el horror a lo obvio y su tendencia a descuidarlo”. (7)

A veces, lo obvio puede ser que mi amiga no pudo llegar al velorio de mi padre porque no había tiempo material de hacerlo, o porque contaba con los medios justos y probablemente en ese momento no tendría dinero para el pasaje, o no se lo autorizaron en el trabajo. Esto puede ser lo “obvio”. Lo obvio es lo que es claro ante nuestros ojos, que no tenemos dificultad en comprender. Antes de prejuzgar y ofenderse porque no vino, (aunque me llamó por teléfono varias veces desde larga distancia y me avisó que pidió una misa por el alma de mi padre), debo tratar de comprender sus razones.

Una persona que no es sencilla, que es complicada, también cruzará toda la ciudad para ir a buscar los tomates que le gustan, que venden únicamente en tal o cual verdulería especial que abre a una hora determinada. Llevará en auto veinte cuadras a la modista un pantalón para que le levante un ruedo, porque considerará que únicamente esa persona que vive en la otra punta de la ciudad y atiende sólo dos veces por semana, sabrá hacerlo. Vestirá a su hijita de dos años a la última moda, con camperas con siete bolsillos, con recortes, llenas de ojales, botones, cintas, recortes y pespuntes y todo lo que complique para lavar, planchar y eventualmente coser cuando se descosa. Habrá en sus actitudes y elecciones una continua desproporción entre el esfuerzo a realizar y el objetivo.

Para ir al colegio y aprender a leer y escribir hace falta una cartuchera con sus lápices, pero no ayuda a la sencillez el pararse en una librería frente a la posibilidad de elegir entre docenas de modelos distintos de cartucheras según nos quieren imponer con cada personaje de moda nuevo que aparece. Para hacer deporte nos hacen falta unas zapatillas. Si son buenas, mejor. Pero el poder elegir entre docenas y docenas de opciones genera mas inquietud que seguridad, porque nunca estaremos conformes con la opción elegida y siempre aparecerá otra que nos parecerá mejor y nos hará dudar si habremos comprado bien. Si tenemos sed, un vaso de agua fresca nos la saciará, pero el poder elegir entre docenas de góndolas de un supermercado una bebida no colabora a la sencillez de simplemente saciar la sed.

La sociedad moderna, con su consumismo exacerbado por la multiplicidad de propuestas en todos los órdenes, arrasa también con esta virtud de la sencillez.

Notas:
(1) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pág. 379.
(2) “La educación de las virtudes humanas”. David Isaac. Editorial Eunsa. Pag. 384.
(3) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 7.
(4) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 137.
(5) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 30.
(6) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 109
(7) “Cartas del diablo a su sobrino” C.Lewis. Editorial Andrés Bello. Pág. 33.

Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)


En relación Al Optimismo

¿Qué es la virtud del optimismo? ¿Cuál es el elemento esencial de esta virtud?
¿Qué significa ser optimista y que no es ser optimista?
¿Qué otras virtudes sostienen está virtud? ¿Qué vicio es contrario a ella?
¿Te consideras un apersona optimista según la definición de esta virtud?

En relación A La Sencillez
¿Qué es la virtud de la sencillez y cuáles son las características de las personas que la viven?
¿Por qué se dice que es la virtud de los sabios?
¿Cuáles son los vicios contrarios a esta virtud?
¿Eres una persona sencilla?



Para reflexión personal


1. ¿A simple vista, puedo decir que soy sencillo o complicado? ¿es por temperamento o pretendo esconder bajo la confusión de mi modo de ser una actitud fundamental de falta de entrega a las exigencias de mi vocación?
2. ¿Qué es para mí la sencillez? ¿la característica de los ingenuos, de los apocados? ¿o una de las virtudes más hermosas del Evangelio, de las mas propias del legionario?
3. ¿Veo que sin la sencillez pierdo el fruto de mi vida en medio de vanas aparatosidades? ¿rechazo en la práctica de la vida la verdad de que para el legionario, como para todo cristiano, la santidad es una y la misma la asimilación de Jesucristo?
4. ¿Acostumbro inventarme necesidades especiales? ¿o hace ya tiempo que he comprendido que mi primer paso en la santidad ha de ser prescindir de mi persona? ¿me repugna el solo pensamiento de prescindir de mi mismo? ¿aun para poder asemejarme a Jesucristo?
5. Me gusta hacer lo que debo de una manera distinta a la de los demás? ¿tengo el prurito de la originalidad?
6. ¿Me sucede muchas veces pensar sobre cosas ordinarias distintamente a como piensan los demás? ¿Por qué ansias de afirmar mi propia personalidad?
7. ¿Me siento amargado, aplanado, cuando el superior me pide cuenta de mis actos? ¿como un poco perseguido?
8. ¿Evito mientras puedo las discusiones? ¿soy suave, natural en ellas? ¿con sencillez sé decir que no sé? ¿y digo sin pretensiones lo que sé? ¿me gusta teatralizar, darme importancia cuando se me pregunta algo?
9. ¿He llegado ya a tal naturalidad y sencilla bondad, que veo con sencillez que hay hermanos a los que les gusta estar conmigo?
10. ¿Veo que la sencillez, al mismo tiempo que hacerme santo, alegra la vida a los demás? ¿y que así me evito continuos y casi indecibles sufrimientos por egoísmo personalista?
11. ¿Los superiores tienen que guardar conmigo muchos miramientos? ¿suelo cavilar mucho sobre su actitud para conmigo? ¿en mi concepto, todo son brusquedades y desatenciones conmigo?
12. ¿Soy suspicaz por naturaleza? ¿veo en todo lo que se me dice un doble sentido? ¿trabajo por corregirme de esto?
13. ¿Cuál es mi actitud en los exámenes de conciencia? ¿no me esfuerzo en conocerme? ¿por falta de abnegación para recogerme y reflexionar sobre las causas intimas de mis actos? ¿por falta de humildad? ¿para no desanimarme ante mis propios fracasos?
14. ¿Qué intenciones dominan comúnmente mi obrar? ¿el Reino? ¿las almas? ¿el desarrollo de mi propia personalidad, también? ¿el aparecer? ¿el agradar a los demás? ¿el pasarlo bien? ¿el no ponerme en peligro y complicaciones de ningún genero?




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