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Solemnidad de todos los santos
Una fiesta que nos llena de esperanza.


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



Celebramos el día 1 de noviembre la Solemnidad de Todos los Santos, solemnidad que nos muestra la belleza del Cielo, de la Vida, de la santidad, frente a las fiestas paganas del Halloween, que no son sino una expresión de la monstruosidad de la cultura de muerte en la que vivimos, que le ha dado la espalda con desprecio al Dios de la Vida.

Así, la Solemnidad de Todos los Santos es una fiesta que nos llena de esperanza, tal y como dice San Juan en la segunda lectura: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). El Señor vuelve a recordarnos hoy la llamada que nos ha hecho a mostrar la santidad y la belleza de Dios en nuestra vida concreta, sabiendo que ha sido Él el que nos ha elegido, junto al resto de la Iglesia, para Él y para esa misión: «Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra» (Dt 7,6). Así, no podemos sino darle gracias al Señor por semejante gracia que nos ha concedido y combatir para defenderla: «Pero al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rm 6,22-23).

El Señor nos promete la vida eterna, el estar insertos en comunión con Dios eternamente en el Cielo, y de hecho, comenzar a saborear aquí ya un poco la Vida Eterna, que como dice el mismo Jesucristo: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado» (Jn 17,3). Pero, como dirá San Pedro: «Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe» (1 Pe 5,8-9).

Día tras día el maligno nos presenta espejismos, falsas seguridades, placeres efímeros, deseando robarnos la semilla de la fe que nos ha plantado el Señor en el corazón, por lo que el Señor nos muestra la necesidad de combatir y defender la vocación a la que nos ha llamado, porque como dice San Pablo: «Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,19), y «sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos» (2 Co 5,1).

Por tanto, el Señor nos invita a SER UNO CON ÉL en la Cruz, sabiendo que «Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante» (Rm 6,4-5).



Así, frente a la invitación del maligno de vivir en nuestra voluntad, el Señor nos llama a combatir, a amarle en la Cruz, a mostrarle a los demás la Vida Nueva que nos ha concedido el Señor gratuitamente en su Hijo Jesucristo; a desear la Vida Eterna: «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran» (Mt 7,13-14), mas «¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley del Señor, su ley susurra día y noche!» (Sal 1,1-2). Porque, ciertamente, «quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25).

Por tanto, en esta solemnidad el Señor no sólo hace revivir en mí, como dirá Pablo, «la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos» (Ef 1,18), sino que me invita a dar testimonio del amor de Dios y de que existe el Cielo: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). Así, «si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra» (Col 3,1-2). Feliz día de Todos los Santos.







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