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Hoy le digo al Señor que sí, que quiero seguirle
Reflexión del domingo XXII del Tiempo Ordinario Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» (Mt 16,23).

Después de haber celebrado la Memoria del Martirio de San Juan Bautista el 29 de agosto, vuelve el Señor este domingo con una fuerte Palabra de conversión. El Señor nos hace una seria llamada de atención ante las tentaciones que nos ofrece el maligno y las caídas que sufrimos a veces por debilidad. Es una palabra que muestra lo lejos que muchas veces estamos del Señor, cómo nuestras actitudes y nuestra conducta muchas veces no se corresponden con lo que el Señor desea de nosotros, por lo que es de gran ayuda la palabra que el Señor nos regala en este día.

El Señor da cumplimiento hoy a lo que dice el Salmo 15: «Me enseñarás el camino de la vida» (Sal 15,11), que es el camino por el que el mismo Cristo nos conduce hacia Él, seduciéndonos una y otra vez, tal y como se proclama en la primera lectura de hoy: «Me has seducido, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. Yo era el hazmerreir todo el día: todos se burlaban de mí» (Jr 20,7).

Ya el Señor nos llama a mantener una relación de intimidad con Él a través de la oración, de la escucha de su Palabra, de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, etc, porque nos muestra el Señor, tal y como dice Isaías: «No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo del Señor -. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros» (Is 55,8-9).

Y nos llama el Señor a una profunda conversión porque a veces caemos en la tentación de vivir como nos muestra el mundo, con los pensamientos de los hombres y no los de Dios. Resuenan en mi interior las palabras de San Pablo: «Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra» (Flp 3,18-19). Esta actitud es la que nos delata el Señor con las palabras tan fuertes que le dirige a Pedro, que son dirigidas también a nosotros, al igual que las que dice Santiago: «¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4-5).



Ciertamente, somos adúlteros cuando no amamos a Cristo, cuando NO SOMOS UNO CON CRISTO: «El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,28-32). El Señor nos llama a SER UNO CON ÉL EN LA CRUZ, y nos pregunta hoy: ¿Con quién quieres ser UNO? ¿De quién eres esposa hoy?: «¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación entre el fiel y el infiel? ¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (2 Co 6,14-16).

Así, mientras escribo estas líneas resuenan con más fuerza las palabras que dice Cristo en el pasaje del Evangelio de hoy: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).

El Señor vuelve a presentarnos hoy los dos caminos a recorrer en nuestra vida y vuelve a invitarnos hoy a renovar nuestro seguimiento de Jesucristo, que no se escandaliza de nosotros, que no nos desprecia, que no nos condena, sino que nos trata con ternura y misericordia, a pesar de corregirnos con dureza: «El Señor nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. ¡Oh, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia! ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. Grande es la misericordia del Señor» (Primer Ángelus del Papa Francisco, domingo 17-03-2013).

Así, «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran» (Mt 7,13-14), y unas palabras de San Juan que nos ayudan también a reflexionar, a meditar, a rezar, y a ponernos de cara a Dios junto con el resto de la Palabra: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17).

Así que hoy le digo al Señor, como la Virgen María, que sí, que quiero seguirle, que quiero amarle (Lc 1,38), y que me ayude en mi debilidad (2 Co 12,10). Feliz domingo.









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