Comentario a la Liturgia
Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net
La liturgia de este domingo nos presenta una clave para aprender a vivir en el mundo siempre intentando ver y juzgar la realidad desde los ojos de Dios. Nos habla de un don que la Iglesia siempre ha considerado como venido del Espíritu Santo: el don de la sabiduría.
En la primera lectura se muestra a un rey que en la tradición del pueblo fue el rey sabio: Salomón. Se presenta ante el Señor pidiéndole un don. No pide ni larga vida, ni riquezas, ni muerte para sus enemigos; pide la sabiduría. Lo primero que reconoce el joven monarca es que es un muchacho y no sabe como actuar. Nosotros, en la medida en que nos reconocemos incapaces, poco conocedores y pequeños, podemos recibir la sabiduría de Dios. Es un don que se sirve de nuestra inteligencia pero nos conduce a un conocimiento más profundo de la realidad de Dios y del mundo. Un don que supera nuestra capacidad. Lo segundo que hace el rey es reconocerse servidor de Dios. La sabiduría se les concede a los hombres que se saben siervos de un Dios superior y sabio que les puede mostrar el camino del bien.
Estas dos actitudes: la humildad de corazón y el servicio permiten al hombre recibir el don de la sabiduría. Y la descripción de este don nos ayuda a entenderlo mejor. En primer lugar el autor sagrado habla de una sabiduría de corazón. Es Dios que infunde en el corazón del hombre su Espíritu y le da este tipo de sabiduría. Le permite ver con el corazón; comprender con el corazón. Es Dios quien le da la posibilidad de ver como Él ve el mundo y Él lo ve con su corazón de compasión y misericordia. Penetra la realidad y va mucho más allá de lo que se ve externamente y mira el corazón del hombre comprendiéndolo y por lo tanto teniendo compasión de Él.
Así también nosotros, al recibir su Espíritu de Sabiduría vemos a los que nos rodean en lo profundo. Descubrimos, como dice la parábola del Evangelio, el tesoro escondido en el corazón de los hombres. Quizá en un inicio no estamos de acuerdo con su modo de pensar o de actuar. Pero la sabiduría nos invita a descubrir el tesoro que hay en cada una de las personas. Un tesoro que a veces está escondido. Pero que, cuando nos damos cuenta de la belleza que hay en cada uno, vendemos nuestros prejuicios y dejándolos a un lado nos acercamos con confianza a esa persona para seguir descubriendo en su campo más tesoros.
Lo segundo que se nos dice del don de la sabiduría es la capacidad de discernir el bien y el mal. Cada uno de nosotros ha recibido una educación, nos han enseñado que está bien y que está mal. También vivimos en una sociedad que marca patrones sociales y juzga la bondad y la maldad de los actos. Pero ¿cómo es el juicio de Dios? ¿Qué es bueno y qué es malo a los ojos de Dios? Para esto necesitamos el don de la sabiduría. Que el Señor nos ayude a superar toda idea preconcebida y que nos muestre el bien y el mal de la realidad que nos rodea.
La parábola del Reino concebido como una red de peces en donde el pescador se sienta para escoger los pescados nos puede iluminar. Hay que suplicar a Dios que nos permita ver la realidad del mundo con ojos positivos, esa gran red que está delante de nosotros llena de peces. Y que nos ayude a recoger sólo lo bueno de todo y de todos y lo malo simplemente desecharlo. Que nuestros canastos, es decir, nuestra mente y nuestro corazón se llenen de todo aquello bueno que vemos en el mundo. Aprendamos, con la sabiduría de Dios a ver, como San Pablo, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios. Que todo lo que vivamos, bueno o malo, nos lleve a Él, nos conduzca a Él y nos hable de Él.
Pidamos pues a Dios el don de la sabiduría, descrita en la parábola con el ejemplo del padre de familia que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas. La sabiduría que nos da Dios no nos permite estancarnos y pensar las cosas como siempre se han pensado sino que nos renueva constantemente. Nos hace reconocer el valor de aquello que se ha mostrado siempre como esencial pero también nos hace ver el valor que tienen los nuevos modos de pensar. Así, con la sabiduría del Espíritu, nos mantendremos con una mirada sólida y a la vez renovada de Dios, de la religión, del mundo y de los que nos rodean.
Terminemos con una oración: «Dios nuestro, concédenos, como le concediste al rey Salomón lo que te pedimos: un corazón sabio y prudente. Danos tu sabiduría y permítenos ver el mundo con una mirada renovada por tu Espíritu. Amén».