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Lección 32 y 33 La Paciencia y la Tolerancia
¿Queréis que vuestra casa se convierta en un paraíso de concordia? Daos a la práctica fiel de las


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 32 y 33 La Paciencia y la Tolerancia



LA PACIENCIA

La paciencia, hija de la fortaleza, es la virtud “que inclina a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento del corazón los padecimientos físicos y morales” (1)
“La paciencia es una virtud que nos dispone a soportar sin tristeza, sin abatimiento, sin alteración de espíritu los males que caen sobre el hombre. Es una virtud necesaria. La tierra es el valle de lágrimas para todos. Los jóvenes fácilmente se crean en su imaginación un mundo de color de rosa: todo placer, toda alegría. Los años van diciendo todo lo contrario. A las puertas de todos va llamando día tras día el ejército innumerable de sufrimientos físicos: enfermedades, incomodidades, privaciones, la vejez con sus dolencias, la muerte con sus dolores. Y con ellos los sufrimientos morales más numerosos, más persistentes: inquietudes, zozobras, contratiempos, injusticias, ingratitudes, desatenciones, pérdidas de personas queridas. Los sufrimientos de la conciencia: remordimientos que acompañan a nuestras faltas; perplejidades en los momentos difíciles de la vida ante el temor de acertar o equivocarnos en una elección transcendental. Inquietudes sobre el estado de nuestra alma.

Todos los hombres tenemos que sufrir; pero unos tienen la virtud de la paciencia y sufren con provecho; otros no la tienen y sufren con perjuicios para su alma.

La paciencia es una virtud que todos deberíamos tener, porque todos tenemos que sufrir; y, sin embargo, es una virtud que escasea mucho en la tierra. Es que presupone la existencia de otras virtudes muy importantes. Presupone la fe y fe viva, para ver en todo las disposiciones divinas.
Presupone la esperanza de que nuestros sufrimientos hayan de tener una recompensa eterna.
Presupone el amor a Dios, a quien se quiere servir y agradar en todo: en la prosperidad y en la adversidad.

Presupone la fortaleza pues la paciencia no es más que una manifestación de ella.
Cuanto más arraigadas estén en el alma estas virtudes, florecerá con más vigor la virtud de la paciencia.
Virtud divina. Todos los santos nos han dado ejemplos admirables de paciencia; pero el que nos da mayores ejemplos es el mismo Dios. ¡Qué paciente es Dios con el hombre! ¡Cuántos beneficios le hace y cuánto desagradecimiento recibe por ellos!... Para sufrir con paciencia tenemos que conocer los bienes que se nos siguen de ello.

El sufrimiento sobrellevado con paciencia tiene valor expiatorio. Si unimos nuestros sufrimientos a los de Cristo, les damos un valor expiatorio. Expiamos con ellos nuestras faltas. Tanto como tenemos que expiar. Aunque se nos perdone la culpa, tenemos que pagar la pena del pecado. La pagaremos ciertamente en el purgatorio. Podemos expiar también los pecados ajenos. Nos asociaríamos a la obra redentora de Jesucristo. Expiaríamos los pecados de nuestros parientes y del mundo entero. Nuestra expiación llegaría hasta el mismo purgatorio. Los sufrimientos llevados con paciencia son un gran apostolado. Cómo edifica a todos el ejemplo de una persona muy atribulada que lleva con paciencia heroica sus padecimientos!...

En la paciencia, como en todas las virtudes, cabe mayor o menor perfección. Es paciencia sufrir con resignación. Someterse a la mano de Dios que hiere, sin murmurar, sin quejarse, ni rebelarse interiormente. La pasión protesta, pero la voluntad la hace callar. Es paciencia más perfecta el abandono en la voluntad divina. Se ofrece el alma a recibir lo que Dios la envíe. Todavía hay una paciencia más perfecta: recibir con alegría los sufrimientos que envía Dios.” (2)

La paciencia que hemos tenido en leer este texto hasta terminarlo es lo que nos hará poder comprenderlo. Esta virtud, derivada de la fortaleza, nos ayudará a paliar la tristeza para no decaer ante los sufrimientos físicos y espirituales propios de la vida. Las contrariedades son un entrenamiento espiritual para mantenernos en estado de lucha, ya que un combate es la vida del hombre sobre la tierra y no otra cosa. Aunque la paciencia sea una virtud que se presenta sin brillo y silenciosa porque aparentemente no luce, es muchas veces, (por eso mismo), una virtud heroica.

La diferencia entre la paciencia y la fortaleza es que la paciencia nos ayuda a sobrellevar males menores, inherentes a la vida diaria, que nos producen tristeza y agobio (porque a veces tardamos en ver los resultados) como los defectos del prójimo en la convivencia diaria. La paciencia nos hace fuertes, desarrolla nuestra fortaleza. En cambio, la fortaleza nos ayuda a soportar males mayores, incluso el martirio o la muerte. Toda la vida cotidiana es un aprendizaje de paciencia. Tiene que ver con el saber esperar, con la resignación sin quejas ni impaciencia ante las cruces y mortificaciones diarias, con la paz y la serenidad ante esas mismas penas. Tiene que ver con el saber escuchar y soportar a veces una conversación que nos resulta interminable, en esperar media hora en el auto a una persona que nos dijo que estaría lista enseguida, el colectivo que se demora, las dificultades en el trabajo, en las relaciones familiares. En lo desgastante que será muchas veces el enseñar a otro un oficio o una tarea. En el educar a los hijos contra toda corriente anticristiana. En la paciencia que nos requiere toda la vida que empieza (la crianza diaria de los hijos) y la vida que declina (con sus limitaciones físicas como el no ver bien, el no oír, el no poder caminar o vestirse solo y necesitar ayuda, et.)

Debemos ser pacientes para poder respetar nuestro turno en la fila como corresponde aunque se nos haga interminable, para escuchar varias veces el mismo cuento, (por amor, cariño y respeto) para no abrir la puerta del horno hasta que la torta se cocine, (o no comerla cruda por no poder aguantar). Para no pellizcar de la fuente todo el tiempo antes de la hora de la comida, (y no andar picoteando todo el día o comiendo por la calle). Para poder controlarse para verse con la amiga, el novio o la novia sin estarse mandando a cada hora mensajitos por teléfono que quitan todo el sabor a la expectativa del encuentro. Las personas que tienen paciencia saben esperar con calma a que las cosas sucedan, ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de uno, hay que darles el tiempo necesario, (como que adelante la fila de personas que estaban primero que nosotros, la torta en el horno para cocinarse, la hora de la comida dispuesta por la dueña de casa o la prevista para encontrarnos con alguien).

Lo que no se puede evitar, (como un familiar difícil, un marido con mal carácter, un hijo descarriado, un matrimonio equivocado de un hijo o un alumno que no aprende porque no le pone interés al estudio), hay que soportarlo con paciencia. Es un rasgo de una personalidad virtuosa y madura. Para que el hombre no se detenga y no se deje vencer por la depresión y la opresión que le produce la tristeza, le hará falta la paciencia que, según la gran Santa Teresa “todo lo alcanza”. Comprender el sentido del sufrimiento cristiano y su valor ante Dios, es lo que calmará nuestra inteligencia cuando se vea contrariada por tantas situaciones que alteran nuestros planes, que nos contradicen en el diario vivir. Siempre será digno de alabanzas el que el hombre soporte con paciencia las propias injurias y mortificaciones de la vida diaria y no reaccione como una fiera. Por el contrario, será de suma impiedad tolerar pacientemente las injurias y las ofensas hechas contra Dios, las películas blasfemas, las muestras de arte que lo burlan y las leyes que lo atacan.

Los dos vicios opuestos a la paciencia son: la impaciencia (por defecto), que se manifiesta al exterior con quejas, murmuraciones y expresiones de ira. Y la insensibilidad o dureza de corazón Esta última no es virtud sino falta de sentido humano y social, ya que permanecemos impasibles porque nadie nos preocupa ni nada nos inmuta.

El cuadro psicológico de la época es el del individualismo exacerbado (que a nadie ni a nada soporta) y la persona transita por la vida como un elefante en un bazar, destrozando afectos y personas a su paso, aún sin darse cuenta. Es por ello que al hombre actual le cuesta mucho que se le hable de paciencia frente a la contrariedad, porque el no la enfrenta sino que, a falta de virtud (como el respeto, la puntualidad, la generosidad o la responsabilidad) la genera para que otros la tengan con él.


Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 592.
(2) “Luz”. Juan Rey, S. J. Editorial Sal Terrae. Tomo II. Pág. 649




LA TOLERANCIA


La tolerancia es la virtud que nos lleva “a respetar y a considerar las opiniones y conductas de los demás aunque nos genere violencia”

La tolerancia debe ser con las personas, NO con el error. “Combatir el error y amar al que yerra”, decía San Agustín. No es tolerante quien lo permite todo sino quien, defendiendo una postura verdadera, respeta a otra que mantiene una opinión diferente o equivocada. La persona tolerante cree en la verdad objetiva y en los valores que ella sostiene. De ahí el mérito de soportar situaciones que le generan violencia en aras de evitar un mal mayor. Un error muy difundido en nuestro mundo moderno, (causado por la falta de fe y de formación), es afirmar que no existen verdades objetivas. El escéptico, quien no cree en nada, quien no se compromete con ningún valor o principio no es tolerante, porque al no creer en una verdad objetiva, no tiene nada que defender o soportar. Su falta de compromiso ante los valores y principios lo presenta como una persona tolerante pero en realidad no lo es.

El mantenerse al margen de las situaciones y el no involucrarse, muchas veces puede significar protegerse para tal vez actuar igual en circunstancias parecidas. Si mi amiga sale con el jefe casado de la oficina, padre de tres hijos y yo la escucho alegremente y le “tolero” todos sus comentarios al respecto haciéndome cómplice, no soy tolerante. Tal vez en el fondo lo que estoy haciendo es, previniéndome de no juzgarla, para no comprometerme en definirme en una posición moral, y dejar las puertas abiertas por si en un futuro... si se me presenta mí otro jefe... tal vez hacer yo lo mismo.

Los católicos sabemos que sí existe la Verdad, y todos los matices morales que Ella defina como verdaderos serán los que habrá que defender, (con sus respectivos usos y costumbres). Los que se opongan serán los que habrá que tolerar si la caridad lo exige, (si no tengo que hablar), por respeto al prójimo otras veces y sólo para evitar un mal mayor.

Sobran oportunidades diariamente para ejercitar la tolerancia ya que el campo donde nos mostramos tolerantes o intolerantes es en las relaciones humanas diarias. Por ejemplo: Si tenemos un familiar alcohólico deberemos tolerar sus excesos en las reuniones familiares por afecto hacia él y hacia nuestra hermana por más que nos genere violencia. Si tenemos otro cuyo afán de protagonismo lo lleva a monopolizar la conversación deberemos ser tolerantes si, en aras de continuar con las reuniones familiares que tanto unen y tanto bien generan y son escuela para los más chicos. Los jóvenes deberán en general bajar la música para respetar el sueño de los mayores y de los vecinos del edificio. Pero los mayores deberemos también ser tolerantes si, una vez al año, los jóvenes festejan alguna fecha importante como la entrega de un diploma o una despedida de solteros. Es justo exigir puntualidad en el cumplimiento de los horarios, pero debemos ser tolerantes si es un día de lluvia y hay mucho tráfico. Debemos ser tolerantes si alguno, (empleado, o aún alguien en un cargo de mando), está aprendiendo con firme voluntad un trabajo nuevo, (por ej: computación o el manejo de una radio para comunicarse), y comete errores. Una esposa tiene derecho a elegir un programa de televisión, pero deberá ser tolerante durante el mundial de fútbol porque lo único que los hombres de la familia querrán ver serán los partidos y no habrá ninguna consideración hacia ella.

La tolerancia es una virtud más difícil para la gente rica y con poder, acostumbrada a mandar y, en general, a no tolerar contradicciones. A veces es necesario soportar situaciones intolerables que chocan abiertamente con nuestros principios cristianos pero lo haremos buscando un mal menor. Dijimos que tolerar significa permitir algo sin aprobarlo y que, aunque no estemos de acuerdo, pensamos que al hacerlo moderamos el daño. La tolerancia en la convivencia familiar es por afecto, pero debemos seguir haciendo defensa de lo verdadero. Ejemplo: un hijo rebelde que se muestra transgresor e insoportable porque está pasando un mal momento y no encuentra su camino. Pero, como yo prefiero y quiero que esté en casa porque está menos expuesto a todos los peligros, es por eso que le tolero su áspera y difícil convivencia. Toleramos la falta de comprensión en tantas contestaciones de los hijos, la falta de respeto en sus miradas, la impuntualidad del prójimo, los gastos excesivos del cónyuge en rubros que no son de primera necesidad. Seremos tolerantes con los amigos de la familia que no son de nuestro agrado, (pero con los cuales tenemos que tratar y por lo tanto toleramos su presencia), en los familiares que nos imponen y nos llevan a situaciones totalmente irregulares, etc. Son todas situaciones que muchas veces debemos tolerar pensando que estaremos defendiendo un bien mayor (como podría ser en un determinado caso la unión de la familia, los afectos familiares de nuestros hijos que le dan estabilidad, la seguridad que les brinda vivir en el hogar paterno defendiéndolos de mayores riesgos, etc). Cada uno deberá consultar con un buen sacerdote hasta dónde deben permitirse la tolerancia en determinadas situaciones porque varían mucho.

Debemos prestar atención en que, por tratar de ser tolerantes, no rodemos por la pendiente del permisivismo, donde no se ofrece ninguna resistencia a ninguna situación ni a ninguna opinión por equivocada que sea. Porque no todo es tolerable. Sólo se justifica tolerar en aras de un bien mayor. No debo tolerar que si me he demorado una hora en ir a mi trabajo aparezca desenfadadamente la novia de mi hijo a desayunar junto a él porque durmieron juntos en mi casa y en el cuarto de al lado. No debo tolerar que mis hijos me impongan veranear con sus novios/as conviviendo todos juntos durante el veraneo familiar porque ahora se usa así. No debo tolerar que mi marido o mujer lleguen a cualquier hora de la madrugada sin darme explicaciones. Si estoy a cargo de alguna oficina pública o institución del estado no debo tolerar que los empleados lleguen habitualmente a cualquier horario a trabajar porque esos sueldos los pagan los ciudadanos y ver que se utilizan bien es mi responsabilidad.

En general llegamos a esta falta de límites porque no creemos realmente que existan verdades objetivas y absolutas en las cuales creer ni valores para defender. Se prefiere no tener problemas y llevarse bien con todo el mundo que definirse en algún ámbito. El “ser jóvenes”, el “estar actualizados” o “el ser abiertos ” el “no tener problemas”, el “llevarse bien con todo el mundo”, el “no granjearse enemigos” no son valores para defender sino más bien la señal de que, en gran parte, moralmente ya hemos claudicado. Es una tolerancia bastarda. Este subjetivismo moral generalmente nos lleva a un escepticismo en donde las normas de conducta son indefinidas y perdemos los puntos de referencia que nos definen y ayudan a vivir en el bien. Lo que produce este tipo de actitudes cuando se generalizan es una sociedad permisiva como la actual en donde, ya sea en el ámbito religioso, en el político o en el social, los hombres modernos nos escandalizamos por pocas cosas. Es más, me animaría a decir que es al revés, que ya no reaccionamos ante los mismos hechos que nos destruyen. Quienes escandalizan hoy en día son las personas que sostienen los valores cristianos como el matrimonio indisoluble, el respeto a los mayores, el respeto a la autoridad y a las jerarquías, la educación en las virtudes. Es por eso que, si bien la sociedad moderna recrimina todas las posturas rígidas “creyéndose” y “presentándose” como muy tolerante, lo que en realidad enfrentamos es una sociedad descristianizada, permisiva, decadente y arrasada en sus valores de 20 siglos en franco retroceso. Es irónico que esta sociedad que por nada ya se escandaliza se rasgue las vestiduras por ejemplo, ante una familia numerosa.

El subjetivismo moral siempre nos llevará tarde o temprano a la destrucción de los valores, porque habremos ido seleccionando con el tiempo los que más nos gustaban y habremos ido descartando los que nos incomodaban, convirtiéndonos en los legisladores morales de nuestras conciencias. Intencionalmente los modelos que se nos presentan y nos proponen hoy en día son personas sin convencimientos ni principios profundos, que puedan generar algún tipo de cuestionamiento. De allí que llegamos a pensar que todo está bien porque nada está mal. Esta es la postura relativista.

La Iglesia afirma la existencia de la Verdad y no concede ningún derecho al error, pero sí respeta, ama y espera la conversión del que yerra. La medida del amor a la Verdad será el rechazo que tengamos hacia el error. Es agradable transitar por la vida llevándose bien con todos y no teniendo enfrentamientos, pero si tenemos principios es casi imposible, porque siempre habrá en nuestras actitudes o en nuestras opiniones (si son buenas) cierto reproche al mal. Aún sin hablar, si nos mantenemos firmes en nuestros valores, lo que hagamos en silencio, si fuese bueno, generará aprobación en unos y reproches en algunas conciencias que nos atacarán.

Los hombres que definieron el mundo siempre dividieron las aguas, empezando por San Juan Bautista a quien no tolerar el error le costó la cabeza. Jesucristo subió a los Cielos sin entenderse con los escribas y fariseos por no tolerar sus mentiras. A partir de entonces, el aceptar la Verdad o rechazarla, siempre condicionará la vida del hombre. La tolerancia frente a ideas y posiciones contrarias siempre será con relación a esta Verdad y a la postura que frente a Ella hayamos adoptado.

La tolerancia difiere de la paciencia en que ésta última tiene un ingrediente sobrenatural que la lleva a soportar las contradicciones, esperando los bienes futuros del cielo, mientras que la tolerancia se limita al ámbito de lo terrenal. El vicio que se opone a la tolerancia es la intolerancia, que dificulta enormemente la convivencia.


Abrasada a la virtud de la tolerancia está la virtud de la flexibilidad. La flexibilidad es la virtud que “adapta su comportamiento con agilidad a las circunstancias de cada persona o situación, sin abandonar por ello los criterios de actuación personal” (1) La flexibilidad, que es un matiz de la tolerancia, es una virtud que está de moda y bien vista en la sociedad de hoy, pero especialmente porque se la entiende como un “dejarse llevar”, como una invitación a probarlo todo, a aceptarlo todo, a no generar conflictos con nada ni con nadie, porque ninguna causa vale realmente la pena. Así entendida, la flexibilidad no tiene sentido y tampoco es virtud. Para ser flexible hace falta tener criterios, valores, principios que nos orienten y saber reflexionar para relacionar en cada caso lo que debemos ceder y lo que ponemos en juego, ya sea en temas opinables o no, en el modo de escuchar al otro cuando no se ha expresado bien o difiere, en el modo de actuar cotidiano, con los compañeros de clase o en el ámbito laboral.

La flexibilidad, como todas las virtudes, está muy relacionada con otras virtudes, la del respeto y la tolerancia y tiene sentido cuando va dirigida intencionalmente a la búsqueda de la verdad y del bien de la persona. Ser flexible no significa dejarse llevar por las modas y opiniones del momento, sino aprender a decir que sí y decir que no en el momento oportuno pero sin ceder a lo esencial. San Agustín lo resumió bien en pocas palabras: “En lo esencial, unidad. En lo opinable, libertad. En el resto, caridad”.

Lo primero que tendremos que diferenciar es la verdad objetiva de los temas opinables. Por ejemplo: será distinta la flexibilidad que debe tener un padre de familia (que está llamado a formar a sus hijos, y que habla y comparte opiniones diversas con ellos sobre temas importantes como religión, políticas o deportes) en una conversación, a la que habrá de tener la misma persona en una charla entre amigos hablando de fútbol. Un padre ante sus hijos, hablando sobre deportes, deberá ser flexible y dar libertad de opinión porque son temas opinables. Son temas secundarios los distintos gustos que cada uno pueda tener sobre tal o cual deportista y cómo juega. En temas de política deberá tener cierta flexibilidad sobre los candidatos, pero siempre manteniéndose firme en los principios básicos, en lo esencial como por ejemplo: que la Argentina nació católica y que esa es su identidad, de ahí que el primer deber de un gobernante sea defender su cultura fundacional. En temas de fe y de moral deberá mantenerse firme, porque la verdad es objetiva, no es ni discutible ni opinable. Si bien podrá tolerar comentarios dolorosos y ser flexible en escuchar sobre las circunstancias difíciles por las que atraviesa la Iglesia, (como por ejemplo, que muchos sacerdotes predican o confiesan mal, sin fidelidad a la buena doctrina, sin exigencias ni profundidad o que simplemente que no les gusta ni evangelizar ni confesar), no podrá ceder en lo que refiere a la doctrina. En el ámbito de las relaciones laborales o sociales hará falta mayor flexibilidad ya que la persona humana es libre de aceptar o no las verdades objetivas.

La persona que posea la virtud de la flexibilidad sabrá manejar las distintas situaciones, permaneciendo leal y fiel a los valores permanentes, defendiéndolos como debe. Es una virtud que uno practica con naturalidad en los viajes, en donde habrá que contemporizar y ser flexible con los distintos hábitos y costumbres de los diferentes países. En España por ejemplo, se almuerza y se cena muy tarde y si estamos invitados por españoles habrá que adaptarse, mientras que en Inglaterra se lo hace en otros horarios, mucho más temprano. Si el tema que se está tratando no es muy importante debemos ser flexibles, ya que no tiene sentido no hacerlo. No siempre hay que hablar de temas importantes y profundos y muchas veces habrá que saber adaptarse a los intereses del grupo o de la mayoría para contemporizar y entender que la generalidad de las personas prefiere hablar de temas más superficiales. Aún en esto debemos ser flexibles. La flexibilidad también nos llevará a veces a modificar nuestro comportamiento a través de los años, cuando hayamos analizado nuestra intransigencia y hayamos aprendido de nuestros errores en el trato hacia los demás. Es por eso que, en general, los jóvenes son más intransigentes y, por el contrario, los años hacen a las personas más flexibles, porque se comprende la infinidad de matices que mueven a los corazones y las personas a actuar de determinadas maneras.

La espontaneidad (esa expresión natural y fácil del pensamiento) con la que se confunde la flexibilidad, no es un fin. En todo caso es una condición conveniente para conseguir el desarrollo de otras virtudes, especialmente la sinceridad, la naturalidad, la franqueza. Los niños, no obstante, deben ser educados desde pequeños en su ámbito familiar cercano para consolidar los valores, usos y costumbres de cada familia. Poco a poco se tendrán que ir incorporando a vivir en sociedad. Cabe a los padres la responsabilidad de vigilar sus amistades para que no se vean comprometidos estos valores. Más adelante tendrán que entender que hay distintos matices en las vidas de las familias y ser flexibles, (algunas ven más televisión que otras, en otras hacen más deportes, algunas son más comunicativas y todo lo comentan, otras son más reservadas, en algunas se habla más de política, en otras no). Los dos extremos opuestos a la flexibilidad son primero: la rigidez en lo que es opinable o transitorio, (que no debe confundirse con la firmeza en los valores fundamentales). Por ejemplo: sabemos que el cigarrillo es malo para la salud. Pero es desordenado y desproporcionado que una sociedad sea tan intolerante e inflexible con quien fuma aún en espacios inmensos (como una estación) y sea tolerante y flexible votando libremente a quien legisla que matar niños inocentes está bien. O que sea flexible y tolerante con quien sostiene que es lo mismo ser varón o mujer que homosexual. Dicho en otras palabras, que sostenga que sea lo mismo el sexo ya definido por la naturaleza (varón o mujer) que el “construido culturalmente” por la “teoría del género” donde el sexo de cada uno es opcional, se “construye”…a “libre elección”.

De ahí que para ordenarnos volvamos a San Agustín: “En lo esencial, unidad. En lo opinable, libertad. En el resto, caridad.” Otro extremo contrario a la flexibilidad es la fragilidad que es cuando la persona es tan influenciable que se deja llevar por la opinión de cualquiera o de todos. Esto implica debilidad psicológica, carencia de firmeza para defender los principios ya sea por confusión o ignorancia.


Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)

En relación a La Paciencia


1. ¿Qué es la virtud de la paciencia? ¿De qué virtudes se ayuda?
2. ¿Qué relación hay entre la virtud de la paciencia y el sufrimiento?
3. ¿Cuáles son los frutos de la vivencia de esta virtud?
4. ¿Cuál es la diferencia entre paciencia y fortaleza?
5. ¿Cuáles son los vicios contrarios a esta virtud?
6. ¿Cuáles son los momentos en que te es más difícil y más sencillo vivir esta virtud?
7. ¿Algún comentario o sugerencia?

En relación a La Tolerancia


1. ¿Qué significa tolerar?
2. ¿Cuál es la diferencia entre paciencia y tolerancia?
3. ¿Cuál sería el punto importante que determina si soy tolerante o permisivo?
4. ¿Cuáles son las formas de “tolerancia” que hoy en día se vive y nos quieren inculcar a través de los medios de comunicación?
5. ¿Qué es la virtud de la flexibilidad, cuándo tiene sentido ejercitarla y cuando no?
6. ¿Algún comentario o sugerencia?


Para reflexión personal
1. ¿Me atrevería a decir que no tengo defectos, absolutamente nada que pueda molestar al prójimo?
2. ¿Cuál puede ser la causa de los leves roces que tengo con los demás?
3. ¿Cómo vivo los sufrimientos y dolores? ¿Soy de los que me hundo con ellos?¿O por el contrario me ayudan a madurar y acrecer?
4. ¿Creo que el mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres? ¿Cómo vivo la paciencia con este sentido de redención?
5. ¿Para mi tolerar es respetar al otro, siempre y cuando, no esté la verdad objetiva y absoluta en juego? ¿Se reduce en mí en aguantar al otro o las ideas de los otros?
6. ¿Para mi tolerar es el “ser jóvenes”, el “estar actualizados” o “el ser abiertos ” el “no tener problemas”, el “llevarse bien con todo el mundo”, el “no granjearse enemigos”?
7. ¿Soy de los que no ofrecen ninguna resistencia a ninguna situación ni a ninguna opinión por equivocada que sea?
8. ¿En general llego a esta falta de límites porque no creo realmente que existan verdades objetivas y absolutas en las cuales creer ni valores para defender?
9. ¿Tengo criterios, valores, principios que me orientan y me llevan a reflexionar para relacionar en cada caso lo que debo ceder y lo que pongo en juego, ya sea en temas opinables o no, en el modo de escuchar al otro cuando no se ha expresado bien o difiere, en el modo de actuar cotidiano, con los compañeros de clase o en el ámbito laboral?
10. ¿Soy de personalidad frágil que me dejo influenciar por la opinión de cualquiera o de los que considero más “fuertes”? ¿Tengo claro mis principios y verdades que aunque los demás opinen y actúen de diversa manera, yo me mantengo constante y firme?



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