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16 de enero de 2019

Cristo está entre nosotros
Santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45. Jueves I del Tiempo Ordinario


Por: H. Erick Flores, LC | Fuente: www.somosrc.mx



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Hola, Jesús. Me olvido de todo, de todo lo que me preocupa. Quiero estar contigo, pero antes eres Tú quien quiere venir a mi vida porque sabes que esa es mi felicidad. Tú, Padre, que me conoces como hijo en Jesús, ves que me dispongo a contemplar las verdades que mi corazón busca y las cuales sólo tienen respuesta en tu Hijo. Espíritu Santo, guía mi mente y corazón para encontrar tu amor y tus fuerzas consoladoras.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Hace unas semanas celebrábamos el nacimiento de Jesús y ahora lo encontramos ya mayor. Dios, quien se encarna, se acerca al reconocernos como sus hijos que estamos necesitados de salud física y espiritual. Cristo se encarna para salir a nuestro encuentro personal y nos da la fuerza para seguir adelante con esperanza. Supliquemos de rodillas sabiendo que estamos enfermos, de otra manera podremos caer en el peligro de sentirnos fuertes, pasando Jesús por nuestra vida sin darnos cuenta.

En cuanto nuestra súplica, entre más sincera sea, con mayor fuerza entrará la luz del amor de Jesús en nuestro cuerpo y nuestra alma. Esa luz sana y rompe las cadenas de la esclavitud a nuestra preocupación y egoísmo, con tal fuerza, que no podemos no gritar al mundo los milagros de cada día. En la vida ordinaria está Dios, vemos que quiere vivir en la humildad, estar oculto para no fastidiar, pero acogiendo nuestros deseos de felicidad.

Entonces, que la oración sea una súplica que sale del corazón lastimado por el yugo que llevamos. Cristo está entre nosotros y nos ve a los ojos, infundiendo un valor que sana y nutre nuestros deseos de amor y eternidad.

«Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús ha pasado en la calle, entre la gente, para predicar el Evangelio, para sanar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad surcada de sufrimientos, cansancios y problemas: a tal pobre humanidad se dirige la acción poderosa, liberadora y renovadora de Jesús. Así, en medio de la multitud hasta tarde, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace después Jesús? Antes del alba del día siguiente, Él sale sin que le vean por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado a rezar. Jesús reza. De esta manera quita su persona y su misión de una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, de hecho, son “signos”, que invitan a la respuesta de la fe; signos que siempre están acompañados de palabras, que las iluminan; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Cristo».
(Homilía de S.S. Francisco, 4 de febrero de 2018).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Compartir unas palabras del Evangelio con una persona.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.



Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio:





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