Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
Nuestra Señora de Guadalupe
Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net

Al celebrar hoy la fiesta de la Virgen de Guadalupe todos los mexicanos nos alegramos y sentimos un fervor especial que nos contagia y nos impulsa a volver nuestros ojos hacia el Tepeyac. Haciéndonos eco del saludo de Isabel a María, también nosotros expresamos nuestra admiración diciendo: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Y a nosotros, al igual que a Isabel, nos trae la alegría de un Salvador que viene a iluminar nuestras oscuridades, que viene a rescatarnos de nuestros pecados e injusticias. Transformada en santuario ha caminado hasta encontrar a Isabel, símbolo de un testamento que termina y de una alianza que va quedando atrás. Igualmente se acerca al indio Juan Diego para hacer presente a Jesús y pide una ermita donde mostrará su misericordia: “Quiero mucho y deseo vivamente que en este lugar me levanten una ermita. En ella mostraré y daré a las gentes todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi defensa. Porque yo soy la Madre misericordiosa”. Es admirable la Basílica de Guadalupe que el pueblo mexicano ha construido, pero ahí no termina el compromiso. La Virgen ha pedido un lugar desde cual mostrará toda su bondad y éste sólo se construye con piedras vivas y con corazones misericordiosos. La construcción del templo que pide la Madre del Cielo, nosotros la entendemos como la construcción de una nueva casa que pueda albergar a todos los hombres con vida digna y justa para todos y todas. Cuando el Papa Francisco visitó el Tepeyac, nos insistió en construir una casita de justicia, de verdad, de paz y amor. Como la casita donde los mexicanos encontramos a nuestra Madre. Y a esta “casita” le falta mucho por construir y requiere la conciencia y el trabajo de todos. Igual que a Juan Diego, a nosotros se nos confía ser mensajeros de esta Buena Nueva. Sí, Buena Nueva porque en el corazón de esta “casita” se pondrá a Jesús con su amor, con su palabra y con su entrega total, como base para la construcción de un mundo nuevo.
Esta mujer vestida de canto, flor y luz, nos trae en su vientre y en su palabra al Mesías que nos ofrece y nos da la verdadera liberación. Sólo si lo aceptamos a Él estaremos dándole el homenaje que pretendemos e iniciaremos el proceso de construir el nuevo templo que nos ha pedido. San Pablo en su carta a los Gálatas nos recuerda que el regalo que nos envía Papá Dios es a su Hijo nacido de una mujer, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos. La aclamación que suscita en nosotros el Espíritu, “¡Abbá!”, es decir, “¡Padre!”, para que sea verdadera implica el reconocimiento de los hermanos como participantes de la misma filiación. De ahí brota la misericordia que otorga y pide María de Guadalupe. No es un simple sentir lástima, sino es poner nuestro corazón junto al dolor y sufrimiento de los débiles y pequeños. Es sentir como propio, el dolor, la pasión y el sufrimiento de la gente cuyos derechos han sido violados. Es hacernos solidarios con ellos, como un solo templo, como un solo cuerpo, buscar sanar unidos, la herida que han recibido. Por eso María propone esa nueva ermita donde “oír sus lamentos y remediar y curar todas sus miserias, penas y dolores”.
También a nosotros, igual que a Juan Diego, nos envía a esa misión que parecería de locos, pero que tiene un respaldo no en la fuerza del poder, sin en la fuerza del amor. Juan Diego, que es tan pequeño, colilla, el último, es el escogido para emprender esta tarea. También a nosotros que nos sentimos impotentes e inútiles se nos encomienda esta misión. No tengamos miedo. María nos ha visitado y nos ha traído la fuerza de su Hijo y lo pone a nuestro lado en este sueño de construir un nuevo templo donde todos podemos vivir dignamente como hermanos. Nos unimos pues en este esfuerzo común, bajo el amparo de María de Guadalupe y le pedimos a nuestro Padre Dios que nos conceda profundizar en nuestra fe y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz. Todo lo podremos realizar sólo con Cristo.
