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El Papa Francisco pide proteger la vida amenazada y sembrar esperanza
Compartan su esperanza allá donde se encuentren.


Fuente: Aci Prensa



El Papa Francisco señaló que “nuestro mundo estaá necesitado de transformaciones que protejan la vida amenazada y defiendan a los más débiles”.

Así lo indicó el Santo Padre este 7 de noviembre al recibir a los participantes del Congreso “Un camino de justicia y reconciliación” con ocasión de los 50 años de fundación del Secretariado para la justicia social y la ecología de la Compañía de Jesús.

“Ustedes trabajen por la verdadera esperanza cristiana, que busca el Reino escatológico, (y que) siempre genera historia. Compartan su esperanza allá donde se encuentren, para alentar, consolar, confortar y reanimar. Abran futuro, susciten posibilidades, generen alternativas, ayuden a pensar y actuar de un modo diverso. Cuiden su relación diaria con el Cristo resucitado y glorioso, y sean obreros de la caridad y sembradores de esperanza. Caminen cantando, que las luchas y preocupaciones por la vida de los últimos y por la creacioón amenazada, no les quiten el gozo de la esperanza”, pidió el Papa.

Además, el Pontífice denunció que “las situaciones de injusticia y de dolor humano que todos bien conocemos. Quizá se puede hablar de una tercera guerra combatida ‘por partes’, con crímenes, masacres, destrucciones” y añadió que “subsiste la trata de personas, abundan las expresiones de xenofobia y la búsqueda egoísta del intereés nacional, la desigualdad entre países y, en el interior de los mismos, crece sin que se encuentre remedio”.

Por ello, el Papa advirtió que “en las fronteras de la exclusioón corremos el riesgo de desesperar, si atendemos únicamente la lógica humana. Lo llamativo es que muchas veces las víctimas de este mundo no se dejan llevar por la tentación de claudicar, sino que confían y acunan la esperanza”.



“¿El apostolado social está para resolver problemas? Sí, pero sobre todo para promover procesos y alentar esperanzas. Procesos que ayuden a crecer a las personas y a las comunidades, que las lleven a ser conscientes de sus derechos, a desplegar sus capacidades y a crear su propio futuro”, afirmó.

En esta línea, el Santo Padre señaló que desde sus orígenes la Compañía de Jesús fue llamada “al servicio de los pobres” por lo que los jesuitas deben dedicarse “a la defensa y propagación de la fe y al provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana, así como a reconciliar a los desavenidos, socorrer misericordiosamente y servir a los que se encuentran en las cárceles o en los hospitales, y a ejercitar todas las demás obras de caridad”.

En esta línea, el Papa explicó que el P. Pedro Arrupe “siempre creyó que el servicio de la fe y la promoción de la justicia no podían separarse, pues estaban radicalmente unidas. Para él, todos los ministerios de la Compañía tenían que responder, a la vez, al desafío de anunciar la fe y de promover la justicia. Lo que hasta entonces había sido una encomienda para algunos jesuitas, debía convertirse en una preocupación de todos”.

“Algunos de ustedes y otros muchos jesuitas que los antecedieron pusieron en marcha obras de servicio a los más pobres, obras de educación, de atención a los refugiados, de defensa de derechos humanos o de servicios sociales en multitud de campos. Continúen con este empeño creativo, necesitado siempre de renovación en una sociedad de cambios acelerados. Ayuden a la Iglesia en el discernimiento que hoy también tenemos que hacer sobre nuestros apostolados. No dejen de colaborar en red entre ustedes y con otras organizaciones eclesiales y civiles para tener una palabra en defensa de los más desfavorecidos en este mundo cada vez más globalizado”, exhortó.

Por último, el Pontífice exhortó a los jesuitas a “no dejar la oración”, que fue el testamento del P. Arrupe. “Quisiera terminar con una imagen –los curas en las parroquias repartimos estampitas, para que la gente se lleve una imagen a la casa, una imagen nuestra de familia–. El testamento de Arrupe, allá en Tailandia, en el campo de refugiados, con los descartados, con todo lo que ese hombre tenía de simpatía, de padecer con esa gente, con esos jesuitas que estaban abriendo brecha en aquel momento en todo este apostolado, les pide una cosa: no dejen la oración. Fue su testamento. Dejó Tailandia ese día y en el avión tuvo su ictus. Que esta estampita, que esta imagen, los acompañe siempre”.









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