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Acabar con ataques de odio. Sí, está bien
Odio, odio constante manifestado en agresiones de todo tipo


Por: Salvador I. Reding Vidaña | Fuente: Catholic.net



La exigencia de acabar con los ataques y delitos de odio, con los discursos de odio, de intolerancia y otras expresiones semejantes, son permanentes entre quienes defienden las ideologías de “género”, el aborto y la eutanasia. Pero hacen un uso más que torcido de esas exigencias. ¿Qué sucede?
 
Para todo se habla de odio. Pero cuando la comunidad gay y sus defensores hablan de ello, normalmente se refieren a expresiones y actitudes que no aceptan sus ideologías. Cualquier disenso lo llaman odio. Ni siquiera quieren solamente que se toleren sus opiniones, exigen de una forma u otra que se acepten abiertamente como válidas, y gritan ¡odio!
 
Pero los defensores de la familia y matrimonio naturales, de la auténtica identidad de sexo, y del derecho a la vida no actúan por odio, sino por convicción de defender principios y derechos válidos por la historia de la humanidad, y que ahora grupos realmente pequeños y altamente vociferantes y violentos rechazan intentando imponer una ideología contraria.
 
Ante cualquier expresión de defensa de los valores tradicionales y de denuncia de lo que ven torcido en las ideologías de sexo (que llaman “género”) que va en contra de la propia naturaleza, gritan ¡odio!
 
Pero veamos en dónde hay verdadero odio, en palabras y acciones. Eso, constantemente viene de los enemigos de la familia, del matrimonio entre hombre y mujer, y de la vida.
 
Para comenzar, cuando hablan de delitos de odio, olvidan, intencionalmente, que los ataques y homicidios de odio se dan más entre hombres homosexuales, por ejemplo. Hombres asesinados cruelmente por celos homosexuales, más que por actos de heterosexuales. Aparecen en los medios de comunicación, pero eso no les cuenta, hacen como que no existe.
 
Los ataques físicos, desde gritos y empujones, hasta gran violencia física en contra de los defensores de la moral tradicional, que llega al homicidio, viene de los defensores de las ideologías de “género”. Es una constante en el mundo. A eso se suman los ataques a bienes materiales, destrozos y destrucción de templos, de domicilios y otros bienes de personas y organizaciones, desde las pintas insultantes hasta llegar al daño grave y el robo. Eso, eso sí… es odio.
 
Pero cuando se habla de evitar el ataque “de odio” en cualquiera de sus formas, nunca, pero nunca se refieren a las agresiones de todo tipo que los defensores de las ideologías de sexo (“género”, pues), hacen contra quienes se manifiestan pacíficamente y dentro de la ley y la buena educación, ya sea en defensa de la moral natural o en descalificación razonada de dichas ideologías.
 
Las discusiones legislativas a favor de la vida, la familia y el matrimonio, enfrentan la insolencia y hasta la agresión física de quienes se les oponen. También es una constante. Especialmente cuando, con argumentos irrefutables, se oponen a las ideologías de sexo, y eso porque no tiene argumentos, así que recurren a la violencia.
 
El odio en su constante ejercicio de parte de quienes desean imponer sus ideologías de sexo a la sociedad y dentro de las leyes. Odio, odio constante manifestado en agresiones de todo tipo.
 
Ahora bien, que hay también personas que odian a los homosexuales, a las lesbianas y sus costumbres, y que los insultan y agreden… sí los hay, pero son muy pocos, y nunca apoyados en sus malas acciones (de odio), por quienes defienden la moral natural civilizadamente. Al contrario, se intenta hacerlos entrar en razón, en no al odio.
 
Una de las formas de actuar con odio, es recurrir a la mentira, difamando personas inventándoles delitos que nunca han cometido, para verlos en la cárcel y librarse de ellos. La difamación hecha falsas denuncias y perjurios cuando se requieren, va tanto en contra de clérigos como de seglares, de cristianos, judíos, musulmanes o ateos declarados, convencidos de los grandes valores sociales, la familia, el matrimonio y la vida.
 
Y no hay manera de esconder los actos de odio que comenten los enemigos de la moral que tiene la misma historia de la humanidad. Es más, raramente se esconden para atacar con violencia, salvo algunos destrozos y robos hechos a escondidas. No les importa hacer el ridículo cuando se presentan grotescamente desvestidos y pintarrajeados y con carteles insultantes en plena calle, pero esas actuaciones directamente dirigidas en contra de la sociedad que no les acepta, no les parecen actos de odio. Y bien saben que es odio flagrante.
 
En tanto, los atacados recurren a la presentación de sus argumentos a favor de la vida, la familia y el matrimonio naturales, buscan el diálogo, que no les es aceptado a menos que sea intercambio de argumentos contra insultos de su contraparte, pues argumentos… esos… no los tienen, o los que presentan son fácilmente echados abajo por inválidos. Y ante eso, se van al odio activo, no resisten visceralmente perder una discusión o intento de diálogo.
 
¿A qué más recurren los defensores de la moral natural? A la educación, a una sana vida familiar, social y política, al respeto humano y mucho, mucho, a la oración. Y hasta cuando oran en público son objeto de violencia… de odio.
 
Sí, claro… hay que acabar con el odio en todas sus manifestaciones, en especial las más violentas, esas que llegan hasta el homicidio. Acabar con esos hechos de odio de los que desesperadamente tratan de imponer, a toda costa, las ideologías de sexo en una sociedad con valores morales. Acabar con la intolerancia de odio de partidarios de ideologías de sexo y que exigen una tolerancia que no practican.
 
Sí, sí, que se acabe el odio… que los defensores de las ideologías de “género” dejen de manifestarse y atacar con odio e intenten hacerlo civilizadamente. Y que esta situación la vean y la reconozcan sus defensores institucionales, legisladores, académicos y más que intentan imponer a la sociedad el aborto, la eutanasia y las ideologías de sexo (o “género”, como ellos dicen). No al odio.

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