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6 de abril de 2019

Lo que se oye es pasajero; lo que se escucha permanece en el corazón
Santo Evangelio según San Juan 7, 40-53. Sábado IV de Cuaresma


Por: H. Adrián Olvera, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Señor, permíteme escuchar lo que hoy me quieres decir.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 7, 40-53

En aquel tiempo, algunos de los que habían escuchado a Jesús comenzaron a decir: “Éste es verdaderamente el profeta”. Otros afirmaban: “Éste es el Mesías”. Otros, en cambio, decían: “¿Acaso el Mesías va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá de la familia de David, y de Belén, el pueblo de David?”. Así surgió entre la gente una división por causa de Jesús. Algunos querían apoderarse de él, pero nadie le puso la mano encima.

Los guardias del templo, que habían sido enviados para apresar a Jesús, volvieron a donde estaban los sumos sacerdotes y los fariseos, y éstos les dijeron: “¿Por qué no lo han traído?”. Ellos respondieron: “Nadie ha hablado nunca como ese hombre”. Los fariseos les replicaron: “¿Acaso también ustedes se han dejado embaucar por él? ¿Acaso ha creído en él alguno de los jefes o de los fariseos? La chusma ésa, que no entiende la ley, está maldita”.

Nicodemo, aquel que había ido en otro tiempo a ver a Jesús, y que era fariseo, les dijo: “¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin oírlo primero y sin averiguar lo que ha hecho?”. Ellos le replicaron: “¿También tú eres galileo? Estudia las Escrituras y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta”. Y después de esto, cada uno de ellos se fue a su propia casa.

Palabra del Señor.


Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Oír y escuchar, dos verbos que parecen significar lo mismo, pero son realmente diversos.

En la teoría se podría pensar que esta diferencia carece de importancia, sin embargo, en la vida, dicha diferencia es crucial.

Oímos música, comentarios, el sonido de la naturaleza, mientras que escuchamos cuando realmente queremos entender el sentido de lo que se dice; lo que las palabras quieren expresar. Lo que se oye es pasajero, mientras lo que verdaderamente se escucha permanece en el corazón.

Nicodemo nos pone de relieve esta situación diciendo: «¿Acaso podemos juzgar a alguien sin escucharlo primero?» Esto, llevado a nuestra relación con Jesús, es de suma importancia pues, a veces podemos caer en la actitud de los fariseos que no se permitieron escuchar lo que Jesús decía, simplemente oían como se oye una canción, un programa de televisión..., como se oye una simple opinión.

Oír y escuchar. Dos verbos, dos actitudes muy diversas. La primera se muere como mosquito que molesta el oído; la segunda transforma, sorprende... nos hace expresar: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre».

La vida realmente cambia –como la de Nicodemo– cuando dejamos simplemente de oír y empezamos a escuchar lo que Jesús nos quiere decir. Depende de nosotros qué actitud tomar.

«¿Cómo era la contraseña? (R: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”) Esa es la contraseña. ¡Repítanla, pero úsenla, úsenla! –¿Qué haría Cristo en mi lugar? Y hay que usarla todos los días. Llegará el momento que se la van a saber de memoria y llegará el día en que, sin darse cuenta, y llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como el corazón de Jesús. No basta con escuchar alguna enseñanza religiosa o aprender una doctrina; lo que queremos es vivir como Jesús vivió: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?»
(Discurso de S.S. Francisco, 18 de enero de 2018).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Vivir mi día con actitud de escucha para descubrir qué es lo que haría Cristo en mi lugar.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio:





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