Calidad del vino en el matrimonio
Por: María Teresa González Maciel | Fuente: Catholic.net
Muchos hombres y mujeres al decidir unir sus vidas, inician con la ilusión de ser un solo corazón, de vivir en armonía, de complementarse, respetarse, amarse, en pocas palabras de lograr la excelencia en el vino de su amor.
Algunos matrimonios al pasar el tiempo y al arribo de las tormentas, contrariedades, pruebas. Sienten y es verdad que no les alcanza el corazón para seguir amando a profundidad, para continuar alimentando y creciendo en su entrega. Y confiados en sus propias fuerzas permiten que su amor languidezca, se dañe de tal forma que el compromiso de amor inicial, quede nublado.
Otros matrimonios llegan a cumplir más de 20, 40, 60 años y continúan acrecentando ese amor, con miradas cálidas, entrelazando sus manos. Atentos en los detalles mutuos, con un paso cansado por el paso de los años, pero con un amor renovado, cuidándose y amándose. Logrando ese sabroso sabor de vino madurado, reposado, inmejorable, del que se puede percibir una fragancia espléndida.
¿Hay alguna fórmula para estas personas que logran ese vino genuino? ¿Qué elementos y en donde encontrarlos? Necesariamente han acudido al corazón Divino que es esencialmente AMOR. Ese corazón que conoce a la persona y nos dice como debe ser vista, respetada, amada. Él da las reglas y la gracia para poder ensanchar el corazón para amar a imitación suya.
Jesús nos propone en la primera carta a los Corintios 13 un estilo de amor:
• El amor es Paciente. Acepta las molestias que se presentan con serenidad, buscando un bien mayor. Reconoce sus propias limitaciones y las del otro, esta serenidad es como el sol que favorece que los azúcares del vino maduren pronto. Lo contrario sería la reacción ansiosa, nerviosa y furiosa.
• Bondadoso. Tiene que ver con el calor, la dulzura, sensibilidad, evitar reaccionar ante los momentos difíciles con enojo, indignidad, rencor. Disculpa las faltas de la persona amada.
• No es envidiosa. Busca y apoya el bien del amado, lo que lo engrandece y lo perfecciona, sabe que la envidia seria como echar el vino en barriles contaminados, esto afecta a la relación y puede hacer que el olor sea insoportable.
• No es jactanciosa. No expone el vino al aire para que no cambie el color ni el sabor. Asume las propias fortalezas y debilidades, las aprovecha para hacer el bien al ser amado y no se vanagloria por ello, ni busca reconocimientos.
• No es orgullosa. Se acepta con serenidad y goza de gran paz. No se ufana con sus logros ni se impacienta con las debilidades de la persona que ama.
• Es decorosa. Logra el vino de excelencia con poca luz y la temperatura adecuada. Respeta su cuerpo y el de la otra persona que ama no se presta a vivir con desorden sexual, en la infidelidad. No ve al esposo (a) como objeto que puede manejar, utilizar, o reemplazar.
• No busca su interés. Antes encuentra gozo buscando el bien de la persona que ama. Cuidando el clima que favorece el sabor, generoso en el perdón.
• No se irrita. Es cálido acepta la individualidad, temperamento y diferencias de la persona amada. Sabe llegar a acuerdos que benefician a los dos a través del diálogo cordial.
• No toma en cuenta el mal. Tiene un corazón misericordioso capaz de comprender la fragilidad de la naturaleza humana.
• Todo lo excusa, y todo lo espera. Se centra en lo positivo y apoya su crecimiento.
• No se alegra de la injusticia. Es noble, honesto, recto, respetuoso. Considera siempre la gran dignidad que tiene la persona que ama.
• Se alegra con la verdad. Es decir, con la práctica del bien, se presenta con sinceridad transparencia para el amado.
• Todo lo soporta. No se irrita ni responde con violencia Su actitud es sanadora, acepta, padece, se sostiene en el amor y la confianza en la persona que ama.
Al seguir estas reglas sabias la persona da orden a su relación, fortalece la unión en la donación, para vivir con plenitud, gozo, paz.
Vale la pena valorar como va el cultivo, el proceso del propio vino. Escuchando a María que señala: “Hagan lo que Él os dice”.