La conciencia y el Magisterio II
Por: P. Miguel Angel Fuentes, VE | Fuente: Catholic.net
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2. Magisterio y moral natural.
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?... Apacienta mis corderos” (Jn 21,15). “Simón... yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando vuelvas, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). El oficio de apacentar y confirmar, robustecer en la fe y guiar en el obrar, se enraíza directamente en la voluntad salvífica de Cristo, y es la razón de ser del Magisterio de Pedro y de los demás apóstoles unidos a Pedro.
El sentido último del ministerio de la Iglesia es el de transmitir la verdad de Cristo, y más aún, la verdad que es Cristo: “Por voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo”[38]. Y esto engloba la verdad moral: “... y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana”[39].
Podemos indicar algunos motivos por los cuales es necesario que el Magisterio se extienda al ámbito de la ética racional[40]:
a) Por la función sobrenatural sanante del Magisterio. Proponiendo verdades morales racionales el Magisterio desempeña su misión de salvación. La Iglesia tiene como misión la salvación del hombre, en toda su amplitud, incluida su racionalidad ya que la racionalidad del hombre es una racionalidad llagada, es decir, afectada por el “vulnus”, la herida, del error y la ignorancia[41]. El Magisterio devuelve, así, a la razón práctica su relación originaria con la verdad. La cura de la permanente tentación de medir la grandeza y el valor del hombre según falsos criterios. “La ley, centrada sobre el Decálogo, forma la conciencia del hombre, la humaniza, la dirige hacia su fin bienaventurado y la abre a la gracia...”[42].
b) Por la función pastoral del Magisterio y las consecuencias de la Encarnación. Existe una conexión intrínseca entre el fin sobrenatural (salvación) al que el Magisterio debe encaminarnos y el ámbito humano de la vida cristiana, es decir, los actos concretos que son los medios por los cuales nos ordenamos al fin. La Iglesia no sería fiel a su misión si enseñando “la fe que debe creerse y aplicarse en la práctica de la vida”[43] no enseñarse, al mismo tiempo, sus consecuencias coherentes en el plano humano. Y esto es consecuencia de la Encarnación: “El Verbo al encarnarse ha entrado plenamente en nuestra existencia cotidiana, que se articula en actos humanos concretos; muriendo por nuestros pecados, nos ha re-creado en la santidad original, que debe expresarse en nuestra cotidiana actividad intra-mundana”[44]. En la Encarnación el Verbo divino asume la naturaleza humana en su totalidad, exceptuado el pecado, para sanarla, rescatarla, redimirla; y nada puede sustraerse del alcance de la Encarnación sin que al mismo tiempo se parcialice la obra redentora de Cristo. Como dice San Ireneo: “lo que no es asumido, no es redimido”[45].
c) Por la profunda armonía existente entre la razón y la fe. A este antiguo problema de razón y fe pueden remontarse, en última instancia, las dificultades y críticas planteadas por numerosos teólogos respecto de la autoridad del Magisterio en el ámbito de la moral natural. Pero tales críticas están fundamentadas en un prejuicio: “la recíproca exclusión de la fe... y la razón, en base a lo cual la fe no es racional y la razón no es creyente, y por tanto, los ´precepta fidei´ no son racionales y los ´precepta rationis´ no pueden apoyarse en una autoridad de fe”[46]. De este modo, excluida la fe del ámbito de la razón (y reduciendo la competencia del Magisterio a la sola fe), la razón debería proceder autónomamente en la elaboración de sus normas. Así entendido el problema, un Magisterio es injustificable.
Sin embargo, esta presentación de la relación entre razón y fe es falsa y ya fue resuelta de modo definitivo por Santo Tomás en el medioevo, y por tanto, la estrecha relación armónica entre razón y fe da competencia al Magisterio en el campo de la razón[47].
d) Porque, si bien en la Revelación se encuentran normas morales concretas (algunas de las cuales la razón por sí sola no habría podido descubrir, como por ejemplo los preceptos tocantes al ejercicio de las virtudes teologales; otras, en cambio, están -al menos de suyo- al alcance de la razón), sin embargo, puede legítimamente presumirse que la Revelación no ha enseñado explícitamente todas las normas morales determinadas racionalmente cognoscibles. Y esto porque Dios no se sustituye a la causalidad de las personas creadas[48].
3. Magisterio y conciencia.
Es constitutivo esencial de la conciencia recta su adecuación con la verdad objetiva, como ya hemos dicho. Pero no siempre está en poder de la razón alcanzar por sí sola dicha verdad con la cual adecuarse, aun teniendo en sí los principios de los cuales se derivan todas las verdades morales. Los principios universales están, pero en su condición universal. Descubrir la relación estrecha entre nuestros comportamientos concretos y tales principios puede resultar evidente como puede no serlo. Y esto por muchos motivos. Por un lado, la nuestra es una razón herida y debilitada por el pecado original. Por otra parte, algunas de las verdades que rigen el obrar concreto son el fruto de deducciones que no todos pueden realizar. Asimismo, tienen su cuota de injerencia las presiones de una sociedad y una cultura laicista, atea y hedonista, que crea un modo de pensar consecuente con sus máximas. Finalmente, el juicio práctico de la razón guarda una fuerte dependencia de nuestros hábitos morales; y cuando éstos son vicios arraigados, interfieren influyendo notablemente nuestro modo de juzgar. De aquí la necesidad del Magisterio.
La relación entre el Magisterio y la conciencia es análoga a la que media entre la luz y nuestros ojos. Nuestros ojos no ven si no media la luz: “Hablar de un conflicto entre la conciencia y el Magisterio es lo mismo que hablar de conflicto entre el ojo y la luz”[49].
Una nueva confirmación de la armonía entre Magisterio y conciencia puede ser aducida partiendo de la acción del Espíritu Santo sobre el Magisterio y sobre la conciencia de los fieles. La Ley Nueva, instituida por Cristo, es una ley fundamentalmente interior: la acción del Espíritu Santo operante por la gracia en los corazones. Pero supone, juntamente, elementos externos, también obra del Espíritu Santo, cuales son el texto escrito de la Revelación, los sacramentos y también el Magisterio de la Iglesia[50]. El Espíritu Santo actúa sobre los dos elementos, sobre la conciencia con la gracia, sobre el Magisterio con su asistencia: “El Espíritu de Dios que asiste al Magisterio en el proponer la doctrina, ilumina internamente los corazones de los fieles, invitándolos a prestar su asentimiento”[51]. No puede pensarse que la oposición de la conciencia al Magisterio (guiado por el Espíritu Santo) pueda ser fruto de la docilidad de la conciencia al mismo Espíritu Santo[52].
Por todo esto, se hace necesaria la intervención de un magisterio que por un lado custodie manteniendo incólumes los principios, y por otro ilumine el obrar cotidiano a la luz de los mismos. Por tal motivo, el Cardenal Ratzinger analizando aquella famosa expresión de Newman, “si yo tuviera que llevar la religión a un brindis después de una comida... desde luego brindaría por el Papa. Pero antes por la conciencia y después por el Papa”, la entiende en el sentido de que es la conciencia, o más bien, la necesidad de que la conciencia sea custodiada, iluminada y preservada del error, lo que explica el Papado. “Sólo en este contexto, escribe Ratzinger, se puede comprender correctamente la primacía del Papa y su correlación con la conciencia cristiana. El significado auténtico de la autoridad doctrinal del Papa consiste en el hecho de que él es el garante de la memoria[53]. El Papa no impone desde fuera, sino que desarrolla la memoria cristiana y la defiende. Por eso, el brindis por la conciencia ha de preceder al del Papa, porque sin conciencia no habría papado. Todo el poder que él tiene es poder de la conciencia: servicio al doble recuerdo, sobre el que se basa la fe que debe ser continuamente purificada, ampliada y defendida contra las formas de destrucción de la memoria, que está amenazada tanto por una subjetividad que ha olvidado el propio fundamento como por las presiones de un conformismo social y cultural”[54].
Algo semejante dice la Veritatis Splendor: “La autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad de conciencia de los cristianos; no sólo porque la libertad de conciencia no es nunca libertad «con respecto a» la verdad, sino siempre y sólo «en» la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (cf. Ef 4,14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella”[55].
Por eso decía el Papa, en el Discurso que dirigió a los participantes del II Congreso internacional de teología moral, que “el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo el Señor para iluminar la conciencia”, y que por eso “apelar a esta conciencia precisamente para constestar la verdad de cuanto enseña el Magisterio, comporta el rechazo de la concepción católica de Magisterio y de la conciencia moral”[56]. El Magisterio de la Iglesia ha sido dispuesto por el amor redentor de Cristo para que la conciencia sea preservada del error y alcance siempre más profunda y certeramente la verdad que la dignifica. Por eso equiparar las enseñanzas del Magisterio a cualquier otra fuente de conocimiento banaliza el Magisterio, y hace inútil el sacrificio redentor de Cristo.
Conclusión
Así, siendo constitutivo esencial de la conciencia la verdad, y la verdad en toda su amplitud (natural y sobrenatural), y siendo misión esencial del Magisterio transmitir la verdad, y no sólo la verdad dogmática sino también la verdad práctica, moral, la contraposición entre conciencia y Magisterio sólo puede provenir de un “a priori” reduccionista.
-Es una versión más del histórico problema de la relación entre razón y fe (entre verdad racional y verdad de la fe, entre heteronomía y autonomía), y cuando la relación entre ambas es mal resuelta (como contraposición o admitiendo la posible contraposición o exclusión), se convierte en una versión más de la teoría de la doble verdad de Siger de Brabante.
Es también una versión más de la incomprensión del misterio de la Encarnación. Incomprensión de la unidad que se establece entre las dos naturalezas de Cristo en la unidad de persona: sin confusión, pero en perfecta armonía. De ahí la insuperable dificultad para compaginar fe y moral, dogma y vida.
-Es una versión más de error del monofisismo y del docetismo: la reducción del misterio de la Encarnación a una sola naturaleza, la divina, afirmando lo humano de Cristo como pura apariencia, tiene su versión moral en la reducción de la salvación a la profesión de un credo, a la adhesión meramente intelectual a un dogma abstracto, mientras que el obrar concreto recibe una redención aparente, una capa de barniz que no toca ni asume la naturaleza, no la redime, no la transforma, y, por tanto, no exige un modo de vida auténticamente cristiano y verdaderamente renovado.
-Es una versión más de la dicotomía pesimista establecida por Lutero: una fe sin moral, una fe sin caridad operante, una adhesión fiducial a Cristo que no compromete en sus raíces nuestra relación con el mundo.
En cambio, la auténtica concepción de la relación entre conciencia y Magisterio, ennoblece la conciencia, ya que aquello que la dignifica es la capacidad que tiene de alcanzar la verdad, siendo secundario el hecho de que la reciba de otro o la alcance por sí misma, mientras que una conciencia que prefiere aceptar la posibilidad del error antes que someterse a una luz que no provenga de ella, no es signo de nobleza sino de una conciencia plebeya.
El Magisterio es un don de Dios a los hombres porque es el don de la luz que penetra nuestro interior y que, acogida interiormente se transforma en guía luminosa, y hace de la conciencia, como dice Dante, compañera segura bajo el escudo de sentirse pura[57].
Chesterton dice sobre la inteligencia que ella “conquista una nueva provincia como una reina, pero sólo porque primero ha respondido a la campanilla como una criada”[58], es decir, por su humildad y por su docilidad. Otro tanto podemos decir de la conciencia: bajo su guía el hombre alcanza su más alta dignidad, cuando ella primero se deja invadir por la luz de la verdad. Y nunca olvidemos aquello de San Juan de la Cruz: “más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de conciencia, que cuantas obras puedes hacer”[59].
[38] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, 14.
[39] Ibid.
[40] Para lo que sigue cf. Carlo Caffarra, L´autorità del magistero in morale, en: AA.VV., Universalité et permanence des Lois morales, Ed. Universitaires Fribourg Suisse, Ed. du Cerf Paris, 1986, pp. 179-181; Dario Composta, La nuova morale..., op. cit., pp. 160-161.
[41] Cf. Suma Teológica, I-II, 85, 4.
[42] Juan Pablo II, Alocución a los obispos del Sudoeste de Francia, L´Osservatore Romano, 15 de marzo de 1987, p. 9, nº 4.
[43] Lumen Gentium, 25.
[44] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de teología moral, 12 de noviembre de 1988, en L´Osservatore Romano, 22 de enero de 1989, p. 9, nº 5.
[45] San Ireneo, citado por la Conferencia de Puebla, nº 400.
[46] Carlo Caffarra, L´autorità del Magistero in morale, op.cit., p. 181.
[47] Cf. Enc. Veritatis Splendor, 36 ss.
[48] Cf. Carlo Caffarra, La competenza..., op. cit., pp. 15-16.
[49] Carlo Caffarra, Conscience, Truth and Magisterium in conjugal Morality, Rev. “Anthropos” 1 (1986), p. 83.
[50] Cf. Suma Teológica, I-II, 116, 1 y ad 1.
[51] Pablo VI, Humanae vitae, 29.
[52] Cf. el desarrollo de este punto en R. García de Haro, Magisterio, norma y conciencia, op. cit., pp. 68-70.
[53] Ratzinger entiende aquí por memoria, anamnesis, lo que la tradición teológica llama sindéresis, el hábito de los primeros principios morales. Podrá, si se quiere, discutirse la equivalencia entre memoria y sindéresis, pero para lo que queremos expresar vale correctamente.
[54] Joseph Ratzinger, Elogio de la conciencia, Esquiú 23 de febrero de 1992, p. 30.
[55] Enc. Veritatis Splendor, 64.
[56] Discurso a los participantes en el II Congreso internacional de teología moral, 12 de noviembre de 1988, en L´Osservatore Romano, 22 de enero de 1989, p. 9, nº 4.
[57] ...coscienza m´assicura,
la buona compagnia che l´uom francheggia
sotto l´asbergo del sentirsi pura (Inf. XXVIII,115-117).
[58] G.K. Chesterton, Santo Tomás de Aquino, en “Obras Completas”, Plaza y Janés, Barcelona 1967, T. IV, p. 1128.
[59] Dichos 12.