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Ser prudentes pero no cobardes
¿Realmente quiero ayudar?


Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.net



“No sé si comentarle lo que vi, no quiero meterme en problemas”, dijo una persona cuando pidió consejo respecto a una delicada situación que había descubierto por accidente.

Qué hacer frente a estos casos, cómo actuar, ¿qué es lo correcto? Por supuesto, nadie quisiera tener dificultades ni ser tachado de entrometido, sin embargo, a veces es necesario intervenir cuando las cosas se ponen demasiado tensas o pueden desatar una desgracia. 

Por ejemplo, ¿Qué haríamos si nos llegara información fidedigna sobre el hijo de algún conocido, y hacerlo saber a sus padres ayudara a evitar un suicidio?, seguramente y sin dudarlo, alertaríamos a su familia, sin pensar que ese no era nuestro asunto. Por eso es necesario aprender a identificar lo que se debe o no hacer.

¿Cómo guiarnos? Veamos la definición que da el diccionario sobre la palabra prudencia: “Capacidad de pensar, ante ciertos acontecimientos o actividades, sobre los riesgos posibles que estos conllevan, y adecuar o modificar la conducta para no recibir o producir perjuicios innecesarios.”  Suena bien, nos da una idea sobre cómo comportarnos, pero me gustaría recordar ante todo, que la prudencia es una virtud, y como tal, hay que cultivarla. Porque se va adquiriendo con la experiencia, por supuesto, pero también, si somos conscientes de lo que implica, será más fácil ponerla en práctica.  Por eso busco en el mismo diccionario, y a la letra, dice: “Virtud cardinal del catolicismo que consiste en discernir y distinguir lo que está bien de lo que está mal y actuar en consecuencia.”

Me llama la atención la última parte de la definición de la virtud cardinal de la prudencia: “actuar en consecuencia”. Porque recordemos que todos nuestros actos tienen consecuencias. Por eso es necesario discernir bien sobre lo que hacemos, decimos o dejamos de hacer.



Y para poner en práctica esta virtud, ante todo, hay que pensar cuál es nuestra intención al intervenir en cuestiones ajenas. ¿Realmente quiero ayudar?, ¿es necesario para la salud espiritual de ambas partes, dar a conocer lo que sabemos?, ahora, debemos sopesar las consecuencias. ¿Cómo reaccionará la parte afectada? ¿Provocará peores males o verdaderamente desembocará en una solución?

Además, la cuestión es entender que no podemos ser indiferentes ante la desgracia ajena. Ese es también un caso en el que no podemos detenernos a pensar si debemos actuar o no. 

Recuerdo que en una conferencia, una abogada contaba que en el edificio donde vivía escuchó gritos de una mujer, por lo que decidió tocar a la puerta y preguntar si todo estaba bien.  Al instante se hizo el silencio, y ante la insistencia de la vecina, abrió la puerta un hombre, para decir que estaba todo bajo control. 

A la mañana siguiente, la mujer volvió a tocar para preguntar nuevamente si todo estaba bien, esta vez salió la mujer que gritaba, intentando cubrir las marcas de los golpes asestados por su pareja. 

La abogada trabajaba en una dependencia de derechos humanos, así se presentó a la agredida, mencionando que la siguiente vez que escuchara gritos, llamaría a la policía.  Al parecer, surtió efecto la advertencia, porque siguió viendo a los vecinos, pero no escuchó más voces subidas de tono.



Claro que en estos tiempos que corren, no sabemos qué pueda ocurrir, puesto que las personas se sienten ofendidas si se le corrige, pudiendo incluso recibir insultos o hasta ser lastimados por intentar defender a los más vulnerables o maltratados, pero en conciencia, no debemos quedarnos como espectadores, pudiendo apoyar a quien lo requiera, sobre todo porque no sabemos en qué momento podríamos ser nosotros los que necesitemos ayuda.

Por eso, para no caer en la imprudencia y menos cometer pecados de omisión, pidamos luz al Espíritu Santo para hacer lo que es debido y justo, buscando las palabras adecuadas para hacer entrar en razón a quien así lo necesite pero también para tener la suficiente valentía para defender lo justo, ya sea personas o causas, como cuando se trata de temas de la defensa de la vida, el matrimonio y la familia, que son los pilares de una sociedad sana y próspera. 

Que el miedo no nos impida hacer el bien sino que nos anime a mantener una postura inflexible ante las injusticias y las faltas de caridad para con el prójimo más débil y necesitado.

 

 







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