La Compasión
Por: P. Sergio G. Román | Fuente: Desde la fe
Un Nóbel a la compasión
Inés Bojaxhiu era una soñadora. Pertenecía al coro juvenil de su iglesia y a una asociación mariana. Gustaba de leer las revistas misionales y se extasiaba en los artículos que hablaban de la India. A los 18 años ingresó a la comunidad de religiosas de Loreto quienes le ayudaron a hacer realidad su sueño al mandarla a la India. Pero, ya en Calcuta, Inés seguía soñando. Como maestra de colegio comenzó a interesarse por “los más pobres de los pobres” y les enseñó a sus alumnas la compasión. En una ocasión, invitó a una de ellas a ser religiosa y la jovencita le respondió que aceptaría cuando ella se dedicara de tiempo completo a los pobres. Entonces Inés dio ese paso que le faltaba para realizar su sueño: con los permisos debidos, dejó las clases en el colegio y fundó una nueva comunidad con aquella jovencita que quería servir a los pobres de tiempo completo y con otros muchos hombres y mujeres que se dedicaron a recoger la “basura humana” tirada en las calles de Calcuta. Mereció el Nóbel de la paz, que por esa vez fue el Nóbel de la compasión. ¡Sí!, es Teresa de Calcuta.
¿Es buena la compasión?
“¡Me choca que me compadezcan!”, decimos cuando nuestro orgullo se siente ofendido por algún comentario inoportuno que ciertamente no es compasión, porque la compasión no se expresa con palabras, sino con acciones.
En sus raíces la palabra significa “padecer con”. Compadecer no es sólo sentir lástima por el dolor o la pena ajena, sino amar tanto al que padece que se padece con él.
La compasión es fruto del amor. Es buena la compasión, y en la práctica vemos los eficaces resultados de la compasión de tanta gente que ama a sus hermanos y que hace algo por ellos.
La Cruz Roja, Cáritas, Teletón, Un Kilo de Ayuda, Sólo por Ayudar, Casa Alianza, Aldeas Infantiles, Nuestros Pequeños Hermanos y miles y miles de asilos, orfanatos, escuelas, clínicas y dispensarios han nacido de la compasión. ¡Bendita compasión!
No es compasión
La compasión, ¿no va contra la dignidad de la persona?, ¿no es una humillación al pobre? Depende. Los regalos entre personas que se aman no humillan. Se dan y se reciben con naturalidad. Pero, ciertamente, si ese regalo persigue otro fin que no sea la amistad, entonces se está utilizando a aquel a quien le hacemos un regalo para fines muy personales.
Si en mi parroquia diéramos despensas a los pobres para conseguir de ellos que asistan a Misa, que se casen por la Iglesia, que se catequicen, entonces corrompemos la compasión y sólo estamos haciendo una vil propaganda religiosa. Estamos comprando prosélitos.
Cuando los políticos no buscan en primer lugar el bien común, sino el impacto propagandístico, todas sus obras de atención a los sectores más pobres son una inversión que les redituará adeptos.
No hay compasión cuando se publica a los cuatro vientos el bien que se hace.
Yo quiero ser compasivo, pero...
Todos los que tenemos corazón nos compadecemos del dolor humano. Quisiéramos pasar de esa compasión a una ayuda efectiva, pero... no tenemos los medios.
Pero la compasión no siempre se expresa en ayuda que implique un gasto. Conozco a una mujer que se ofrece a comprar el mandado de una ancianita encerrada en su casa por los achaques.
Una Ministra Extraordinaria de la Comunión acude a media noche a socorrer a una pareja de viejitos enfermos que no tienen quién vea por ellos. Un patrullero atiende amablemente a un menesteroso que ha sufrido un accidente y no se despega de él hasta que llega la ayuda médica. Unos esposos visitan cada semana un asilo de ancianos y los reúnen para rezar el Rosario con ellos.
Todos ellos son compasivos... ¡como Dios, que es compasivo y misericordioso!
“Ten, dale”
Una señora, evidentemente pobre, está comprando una medicina. Le han dicho el precio y ella pregunta si no hay un tamaño más pequeño y más barato. No, no lo hay. El rostro de la señora se llena de angustia, cuenta y recuenta lo que lleva y no le alcanza. A su lado, otra mujer se da cuenta, le da un billete a su niño y en voz baja le dice “ten, dale”. ¡Así se aprende la compasión!
Un niño aprende a ser compasivo:
Cuando ayuda a estudiar a un compañero.
Cuando brinda su amistad al que nadie quiere.
Cuando visita a un familiar enfermo.
Cuando escucha pacientemente a un anciano.
Cuando comparte sus juguetes favoritos, no los que ya no sirven.
Cuando trata con educación y respeto al pobre que necesita ayuda