Novena a san Josemaría Escrivá de Balaguer
Por: Mons. Juan Larrea Holguín | Fuente: OpusDei.org
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh Dios, que por mediación de la Santísima Virgen otorgaste a San Josemaría, sacerdote, gracias innumerables, escogiéndole como instrumento fidelísimo para fundar el Opus Dei, camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano: haz que yo sepa también convertir todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte, y de servir con alegría y con sencillez a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del amor.
Concédeme por la intercesión de San Josemaría el favor que te pido... (pídase). Así sea.
Rezar un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
DÍA PRIMERO
San Josemaría enseñó constantemente, con el ejemplo de su vida entera y con su palabra, que el gran camino de santificación para los hombres y mujeres, consiste en realizar su trabajo imitando a Jesucristo.
El espíritu del Opus Dei se apoya, como en un gozne o eje fundamental, en la santificación del trabajo. Solía enseñar el Santo que se debe “santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar con el trabajo”.
Deseaba ardientemente que todos los cristianos imitaran a Jesucristo, que llevó una vida de trabajo: primero en los años de Nazareth, en el taller artesano de José, y luego, en la infatigable labor de anunciar el Evangelio, en su vida pública, y hasta en lo alto de la Cruz, donde entregó su espíritu, después de haber cumplido plenamente lo que el Padre le encargó realizar.
San Josemaría apreciaba y hacía apreciar el trabajo como una gran bendición de Dios, como el mandamiento que, recibido por el hombre ya en el Paraíso, habría de llevarle a su perfección, a su felicidad temporal y eterna.
El trabajo, santificado plenamente por Jesús, sigue siendo, para todos, un gran instrumento de santificación: en él realizamos nuestra propia vocación, cumplimos la voluntad de Dios, y tenemos la oportunidad de practicar todas las virtudes, de desarrollar los diversos talentos, y de servir a los hermanos.
DE SUS ESCRITOS
“Lo que he enseñado siempre –desde hace cuarenta años– es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (con amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristiana- mente las realidades temporales –a manifestar su condición divina– y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios...”.
(Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, n. 10).
ORACIÓN
Concédenos, Señor, por la intercesión de San Josemaría, realizar nuestro trabajo según el espíritu de Jesucristo, santificarnos con él y servir de instrumento para que otros se santifiquen, cumpliendo en todo tu santa voluntad con la mayor perfección y con la ayuda de tu gracia. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
JACULATORIA
Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús, ¡danos la paz!
DÍA SEGUNDO
El apostolado y las enseñanzas de San Josemaría, se dirigieron constantemente a mejorar la situación de las familias para que estuvieran vivificadas por el espíritu de Jesucristo y fueran así, como solía decir, “hogares luminosos y alegres”.
Del mismo modo que consideró la santificación del trabajo como un deber primario, igualmente apreció el cumplimiento de los deberes familiares como un medio de máxima importancia para la unión con Dios.
Como, en buena parte, la voluntad de Dios se manifiesta a través de las obligaciones profesionales y familiares, al cumplir los deberes del trabajo y de la familia, estamos cumpliendo nuestra vocación de hombres o mujeres que viven en medio del mundo.
Por lo menos desde 1928, San Josemaría predicaba que el matrimonio constituye una vocación específica para muchos. Y que para ellos, es un camino real de santidad. Estas enseñanzas, que pertenecen al patrimonio doctrinal perenne de la Iglesia, y que fueron recordadas, muchos años después, por el Concilio Ecuménico Vaticano II, sin embargo dieron origen a incomprensiones, acusaciones, e incluso a una dolorosa persecución; pero el Santo sacer- dote afirmó siempre, con absoluta convicción, que no es preciso salir del propio sitio para alcanzar la santidad, sino, al contrario, que se debe perseverar en el cumplimiento de los propios deberes, comenzando por los familiares.
Sufría mucho al constatar los ataques a la familia, a la santidad, a la unidad e indisolubilidad del matrimonio, y por las campañas contra la vida y la dignidad del amor humano, e instaba a sus hijos y a muchas otras personas, a desagraviar por esos pecados y a contrarrestar aquellos males, procurando “ahogar el mal en abundancia de bien”.
DE SUS ESCRITOS
“Me conmueve que el Apóstol califique al matrimonio cristiano de «sacramentum magnum» –sacramento grande. También de aquí deduzco que la labor de los padres de familia es importantísima.
Participáis del poder creador de Dios y, por eso, el amor humano es santo, noble y bueno: una alegría del corazón, a la que el Señor –en su providencia amorosa– quiere que otros libremente renunciemos.
Cada hijo que os concede Dios es una gran bendición divina: ¡no tengáis miedo a los hijos! ” (Forja, n. 691).
ORACIÓN
Te damos gracias, Señor, porque has santificado la vida familiar, naciendo y viviendo en el seno de la Sagrada Familia; y porque nos has dado a los cristianos el sacramento del matrimonio, como camino real de santidad y fuente de gracias y felicidad. Concédenos que sepamos corresponder a dones tan altos y guardar con fidelidad el tesoro del amor humano. Así sea.
JACULATORIA
“Jesús, José y María, proteged a nuestras familias”.
TERCER DÍA
Nuestro Señor Jesucristo dijo que sus seguidores debían ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”, expresando con estas comparaciones la actitud dinámica, activa, propia de sus discípulos. A nosotros nos corresponde, en efecto, llevar la verdad del Evangelio a todas las gentes e informar con ella las realidades temporales.
Los primeros cristianos cumplieron admirablemente aquella misión encomendada por el Señor, y lograron vivificar con la fe un mundo pagano, iluminando la cultura, las estructuras sociales, políticas, económicas, artísticas, profesionales, etc.
Esta tarea de reordenar el mundo, desde dentro, siendo fermento de la masa, sal que da sabor a la cultura, luz que ilumina las más diversas situaciones de los hombres, nos corresponde ahora a nosotros; y San Josemaría empeñó toda su vida en inculcarnos este sentido de elevada responsabilidad. Los cristianos tenemos que continuar la obra salvadora de Jesucristo, transformando el mundo en que vivimos, a partir de la auténtica conversión de nuestros corazones.
Si cada hombre actúa como hijo de Dios, como imitador de Jesucristo, podrá influir eficazmente para cambiar los ambientes más paganizados en ambientes plenamente humanos y cristianos, en los que reinen la justicia, la caridad, la paz y, en definitiva, la felicidad que Dios quiere para sus hijos. Actuando cada uno con plena libertad y responsabilidad, guiados todos por los grandes ideales y principios cristianos, seremos los constructores del Reino de los cielos en este mundo, contando siempre con nuestro Padre Dios, que da la eficacia a las obras de los hombres. Comportándonos así, con plena responsabilidad y libertad personales, no comprometeremos a la Iglesia; y, en cambio, nos comprometeremos cada uno y nos santificaremos con la gracia de Dios, sin salirnos de nuestro sitio en el mundo, como sal y como luz.
DE SUS ESCRITOS
“Sueño –y el sueño se ha hecho realidad– con muchedumbres de hijos de Dios, santificándose en su vida de ciudadanos corrientes, compartiendo afanes, ilusiones y esfuerzos con las demás criaturas. Necesito gritarles esta verdad divina: si permanecéis en medio del mundo, no es porque Dios se haya olvidado de vosotros, no es porque el Señor no os haya llamado. Os ha invitado a que continuéis en las actividades y en las ansiedades de la tierra, porque os ha hecho saber que vuestra vocación humana, vuestra profesión, vuestras cualidades, no sólo no son ajenas a los designios divinos, sino que Él las ha santificado como ofrenda gratísima al Padre”.
(Es Cristo que pasa, n. 20).
ORACIÓN
Concédenos, Señor, ser tus testigos en el mundo; que, imitando tu vida santísima, nos esforcemos por llenar de tu luz y tu verdad todos los ambientes, asumiendo cada uno su propia responsabilidad, y actuando con la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Así sea.
JACULATORIA
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. (Cfr. Mt. 6,10)
DÍA CUARTO
La consideración de que somos hijos adoptivos de Dios, fue –para San Josemaría–, el fundamento de su vida interior y de cuanto enseñó a quienes se le acercaron.
Efectivamente, la Providencia le inculcó una convicción profunda de que Dios es nuestro Padre. Tuvo, más de una vez, la experiencia espiritual de esta verdad como la más real e influyente en su modo de sentir, de pensar y actuar. Por otra parte, correspondió a esas gracias excepcionales con el empeño constante, a lo largo de toda la vida, de cultivar este sentido de la filiación divina.
Supo valerse de pequeñas “industrias humanas” o recordatorios para volver una y otra vez a la contemplación de la sublime y fascinante verdad: ¡Soy hijo de Dios! Igualmente, insistía a aquéllos cuyas almas dirigía en que es preciso procurar permanecer en continuo diálogo con el Señor, con la confianza de un hijo que actúa constante- mente bajo la mirada amorosa de su Padre-Dios.
De la consideración de su filiación adoptiva en Cristo, derivaba una serena alegría incluso en medio de sus pruebas y sufrimientos, una determinación firmísima para cumplir la voluntad de nuestro Padre Dios, un amor tierno y fuerte que le llevaba a imitar a Jesucristo sin medida, y un celo incomparable por la gloria del Padre.
DE SUS ESCRITOS
“Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos–, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando.
Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! -Quizá el mismo día volvimos a caer de nuevo... –Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos”. (Camino, n. 267).
ORACIÓN
Señor, que nos has enseñado a llamarte “Padre” y has querido que seamos tus hijos, concédenos, por la intercesión de San Josemaría, cultivar el sentido de nuestra filiación divina y comportarnos como hijos fieles. Amén.
JACULATORIA
“Señor, que yo sea bueno, y todos los demás mejores que yo”. (Cfr. Camino, n. 284).
DÍA QUINTO
La convicción perennemente actualizada de la filiación divina, nos ha de conducir a tener una unidad de vida sencilla y fuerte. Y como criaturas amadas por nuestro Padre Dios, hemos de comportarnos en todo momento con la fidelidad de los buenos hijos.
San Josemaría predicó continuamente, con obras y palabras, que el cristiano, siendo hijo de Dios, no puede actuar en ningún momento como si no lo fuera. Consideraba que el gran mal del mundo contemporáneo consiste en la ruptura entre la fe y la vida, e invitaba con optimismo a recomponer esa unidad verdaderamente salvadora. El ideal que proponía consistía en elevar, con la gracia de Dios, todas nuestras acciones al plano sobrenatural, convirtiéndolas así en instrumentos de santificación y de apostolado. La vida de familia, el cumplimiento de los deberes profesionales, cívicos, patrióticos, sociales, etc., para un cristiano, son el medio privilegiado de hacer la voluntad de Dios y, por tanto, de santificarse y de servir al Señor y al prójimo.
Así mismo, las ocupaciones más diversas, para San Josemaría, podían y debían convertirse en ocasiones de orar, de encontrarse con Dios, de adorarle, servirle y amarle. “Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración” (Camino, n. 335), solía decir, refiriéndose a la ocupación normal de un estudiante, que es estudiar. Y de igual modo, las labores domésticas, el trabajo de un campesino, de un intelectual o de cualquier otra persona, dirigidas con rectitud de intención al servicio de Dios, se convierten en medios magníficos de unión con Él.
Esta unidad de vida, enseñada asiduamente por San Josemaría, hace también que las personas sean profunda- mente sinceras: nada hay en ellas de mera apariencia sino que toda su conducta responde a convicciones profundas, actualizadas en cada momento.
DE SUS ESCRITOS
“Procuremos, por tanto, no perder jamás el punto de mira sobrenatural, viendo detrás de los acontecimientos a Dios: ante lo agradable y lo desagradable, ante el consuelo... y ante el desconsuelo por la muerte de un ser querido. Primero de todo, la charla con tu Padre Dios, buscando al Señor en el centro de nuestra alma. No es cosa que pueda considerarse como pequeñez, de poca monta: es manifestación clara de vida interior constante, de auténtico diálogo de amor. Una práctica que no nos producirá ninguna deformación psicológica, porque –para un cristiano– debe resultar tan natural como el latir del corazón”.
(Amigos de Dios, n. 247).
ORACIÓN
Señor, concédenos actuar como tu Madre bendita, conservando siempre en nuestro corazón, con amor y atención, tus palabras y los hechos de tu vida, para iluminar con ellos nuestra existencia de hijos que quieren ser fieles, por amor, en lo pequeño y en lo grande. Amén.
JACULATORIA
“Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro”.
DÍA SEXTO
Para ser consecuentes con nuestra condición de hijos de Dios, y vivir la unidad de vida que nos corresponde, tenemos que procurar practicar todas las virtudes, tanto las meramente naturales (como el orden, la disciplina, la lealtad, la laboriosidad, la veracidad), como las sobrenaturales; y entre ellas, la más encumbrada es la caridad. Ella perfecciona a las demás y constituye como el alma de la santidad. Nuestro Señor sintetizó en el amor a Dios y al prójimo, “toda la Ley y los Profetas”; y en la Última Cena, señaló la caridad como el distintivo de sus discípulos.
San Josemaría puso siempre énfasis en la caridad, considerando que de nada sirven la justicia, la castidad y cualquiera otra virtud, si no están impregnadas de caridad. Por eso lo primero y más importante que debemos pedir a Dios es saber amarle a Él sobre todas las cosas, y al prójimo –por amor a Él–, como a nosotros mismos.
Nos enseñó que la caridad debe ser universal, sin excluir de ella a nadie, sin distinciones ni prejuicios. El cristiano tiene que amar a pobres y a ricos, a cercanos y lejanos, a creyentes y no creyentes. No cabe en un seguidor de Jesucristo ningún resentimiento, odio, deseo de venganza, o cualquier otra actitud contraria a la caridad. “No somos anti-nada”, decía San Josemaría; y daba gracias a Dios porque no necesitaba perdonar, ya que Dios le había enseñado a querer bien a todos.
Por otra parte, la caridad bien ordenada comienza por los más próximos, con quienes precisamente puede ser más difícil practicar los detalles de comprensión, de delicadeza, de tolerancia, de servicio, de presencia activa y consoladora en los momentos duros. Es allí donde debe demostrarse la caridad con obras, en los mil detalles de cada día.
DE SUS ESCRITOS
“Por mucho que ames, nunca querrás bastante. El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuan- do ama, se ensancha en un crescendo de cariño que supera todas las barreras.
Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón”. (Vía Crucis, octava estación, n. 5).
ORACIÓN
Por la intercesión de San Josemaría, te suplicamos, Señor, tener un corazón grande y generoso para amar “con obras y de verdad” al prójimo, desviviéndonos para que sea feliz, hasta conseguir con todos nuestros hermanos el gozo inmenso de contemplarte y amarte perfectísimamente en el cielo, en compañía de la Virgen Santísima y de todos los ángeles y santos. Amén.
JACULATORIA
“Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo”.
DÍA SÉPTIMO
Para conseguir que todos los hombres se salven –como lo quiere Dios y debemos desearlo nosotros–, es preciso hacer resplandecer la doctrina de Jesucristo, enseñándola con el ejemplo de la propia vida y con la palabra hablada o escrita.
Un cristiano es portador de Jesucristo. Y como el mismo divino Redentor ha venido a traer fuego a la tierra y quiere que arda, es preciso fomentar en nosotros el deseo fervoroso y eficaz de propagar la verdad revelada.
San Josemaría consideraba que la mayor parte de los males del mundo provienen de la ignorancia; sobre todo de la ignorancia religiosa. Efectivamente, muchos no cometen pecados por maldad, sino por extravío o por equivocación. En definitiva, por desconocimiento de la verdad que es Jesucristo.
La mayor obra de misericordia será, muchas veces, la de enseñar las verdades que salvan. San Josemaría decía que la Obra de Dios “es una gran catequesis”, y no se cansaba de insistir en la necesidad de emplear todos los medios lícitos para hacer llegar a los hombres las verdades del Evangelio: “de cien, nos interesan cien”, solía decir; y alentaba siempre a no contentarse con ningún fruto apostólico conseguido, sino a aspirar a más y más en este servicio a la verdad y a la salvación de las almas.
Al cumplir este deber de enseñar las verdades de nuestra santa Fe, estamos cumpliendo un mandato imperativo de Cristo. Por ser cristianos nos corresponde la misión hermosísima y necesaria de ser “luz del mundo”. Cada uno debe examinarse sobre cómo está cumpliendo este trascendental deber.
DE SUS ESCRITOS
“Piadosos, pues, como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico, de la fe; y todo esto es la teología. Piedad de niños, por tanto, y doctrina segura de teólogos.
El afán por adquirir esta ciencia teológica –la buena y firme doctrina cristiana– está movido, en primer término, por el deseo de conocer y amar a Dios. A la vez, es también consecuencia de la preocupación general del alma fiel por alcanzar la más profunda significación de este mundo, que es hechura del Creador. Con periódica monotonía, algunos tratan de resucitar una supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación divina. Esta incompatibilidad sólo puede aparecer, y aparentemente, cuando no se entienden los términos reales del problema”.
(Es Cristo que pasa, n. 10).
ORACIÓN
Te damos gracias, Señor, porque has traído al mundo la plenitud de la gracia y de la verdad, y quieres que seamos nosotros quienes llevemos las verdades de salvación a los hermanos. Ayúdanos a cumplir la feliz misión de ser luz del mundo. Amén.
JACULATORIA
¡Señor, que vea!” (Mc 10,51)
DÍA OCTAVO
Podemos vivir con fidelidad, en medio del mundo, nuestra vida de hijos de Dios, si ponemos los medios: una continua formación para mejorar el conocimiento y la práctica de la doctrina de Jesucristo; la piedad que alimente la vida espiritual; y la acción apostólica tendiente a mejorar la vida de los demás. Y todo ello, en perfecta unidad, a través del cumplimiento de los deberes del propio estado.
De esta manera se actualiza la vocación a la santidad que recibimos en el Bautismo, cuando el Señor nos “trasladó de muerte a vida”, según enseña San Juan, y donde nos “revestimos de Nuestro Señor Jesucristo”, en expresión de San Pablo. San Josemaría no se cansó de inculcar estas verdades prácticas: con buena doctrina y con piedad, podemos ser apóstoles del Señor en medio del mundo, santificarnos y santificar a muchos, como levadura en la masa.
La vida de piedad no nos aleja de las realidades temporales, sino que, por el contrario, nos ha de llevar a “amar al mundo apasionadamente”, según decía San Josemaría; sin ser mundanos; estando en el mundo empeñados en mejorar las estructuras y las personas todas; dedicándonos con afán de servicio a los diversos deberes que tenemos como ciudadanos, como miembros de una familia, como trabajadores, como amigos...
La piedad se expresa y se alimenta mediante la oración, la mortificación y los sacramentos, que producen frutos de buenas obras, de caridad y de servicio a los demás. No se trata de acumular prácticas exteriores, sino de procurar llenar de espíritu de oración lo que realizamos; de cultivar la presencia de Dios con cariño; y de vivir con alegría la realidad luminosa de nuestra condición de hijos de Dios. Para esto conviene concretar un plan de vida de piedad y tener una dirección espiritual que nos estimule a cumplirlo y mejorarlo constantemente.
DE SUS ESCRITOS
“Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños. Y todo esto junto es preciso para llevar a la práctica lo que voy a describirte en estas líneas:
El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima.
– ¿Quieres amar a la Virgen? –Pues, ¡trátala! ¿Cómo?
–Rezando bien el Rosario de nuestra Señora”. (Santo Rosario, Prólogo).
ORACIÓN
Dios Espíritu Santo, te suplicamos que nos infundas el don de piedad, para que sepamos escuchar tu voz y corresponder a tus inspiraciones con nuestra oración y nuestras obras. Que la oración y la mortificación nos dispongan para alcanzar el mayor fruto de la recepción de lo santos sacramentos; y que toda nuestra vida esté penetrada del sentido de nuestra condición de hijos de Dios. Amén.
JACULATORIA
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”. (1 Sam 3,9)
DÍA NOVENO
Así resumía San Josemaría los grandes amores de su corazón y los grandes amores que deseaba ardientemente que todos tuvieran: Cristo, María y la Iglesia.
- con su humanidad santísima, es el Camino, la Verdad y la Vida, como Él mismo lo declaró. Para nosotros la consideración de la humanidad santísima de Cristo, nos conduce a adorar su divinidad; y unidos a Él, movidos por el Espíritu Santo, llegamos hasta el Padre. El cristiano, bautizado en el nombre de las tres divinas Personas, debe buscarlas a lo largo de la vida, tratarlas, como Único e indivisible Dios en la Trinidad de las Personas.
María Santísima, Madre de Cristo y Madre nuestra, nos hermana con Jesús, nos enseña siempre a hacer lo que Él nos diga. Ella es el modelo perfecto de discípulo del Salvador, ella nos precede en el peregrinaje de la fe. Por esto, San Josemaría escribió: “A Jesús siempre se va y se
«vuelve» por María”. (Camino, n. 495).
La auténtica devoción a la Virgen Santísima consiste sobre todo en tratar de conocerla; y para esto, contemplar cuanto de ella sabemos por los Santos Evangelios, la Tradición de la Iglesia y las enseñanzas del Magisterio. Si la conocemos, la amaremos como Madre perfectísima y trataremos de imitarla. También hemos de confiar plena- mente en su bondadosísima protección y amparo, recurriendo a ella en nuestras necesidades, y apoyándonos en su intercesión poderosa. Jesús hizo el primer milagro en Caná a petición de María, y seguirá escuchando las súplicas de la Santísima Virgen a favor de sus hijos.
El amor a la Iglesia nos ha de llevar “a servirla como quiere ser servida”, decía San Josemaría. Toda su vida fue una heroica entrega al servicio sacrificado y humilde de la Iglesia. Ese amor a la Iglesia se expresa principalmente en la devoción, la docilidad y cariño por el Santo Padre, Vicario de Cristo, único Pastor universal.
DE SUS ESCRITOS
“¡Madre! –Llámala fuerte, fuerte. –Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha”. (Camino, n. 516).
ORACIÓN
Te pedimos, Señor, que imitando a San Josemaría y con su intercesión, conozcamos cada vez más la santísima humanidad de Jesucristo; que amemos cada vez más a Santa María, a la Iglesia y al Papa; y que acogiéndonos siempre a la maternal protección de la Virgen, nos comportemos como hijos fieles de la Iglesia. Amén.
JACULATORIA
“Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”. (Camino, n. 573)