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¡Reconcíliate ya!
La hermandad verdadera es una constante reconciliación, es un esfuerzo para el entendimiento y el afecto mutuos.


Por: Maleni Grider | Fuente: www.somosrc.mx



La reconciliación tiene dos partes, el que perdona y el que cambia; el que otorga la gracia y el que usa la gracia para enmendar el daño. La reconciliación es idea de Dios. La separación es idea del diablo. La armonía entre el cielo y la tierra se rompió cuando los primeros habitantes del mundo pecaron.

Sin embargo, al Creador le plació proveer una forma poderosa de reconciliación. No nos abandonó, no se dio por vencido. Como cualquier buen padre se preocupó por sus hijos. Tanto, que estuvo dispuesto a sacrificarse a sí mismo por nosotros. Al morir clavado en la cruz, Jesús, el Salvador, reconcilió a Dios con los hombres.

A través de la fe podemos acceder a dicha reconciliación y gozar de todos los beneficios que como hijos de Dios, nos son otorgados por el Padre. A través de la devoción, la consagración y la piedad nos dejamos transformar. Dios es el que perdona, nosotros somos los que cambiamos. Dios es el que otorga la gracia mediante su Hijo unigénito, nosotros somos quienes respondemos a dicha gracia con santidad y obediencia.

En toda relación, la reconciliación implica perdón y gracia. El matrimonio, por ejemplo, es un intercambio de dádivas, cambios y ajustes. Sin todos estos elementos no puede haber reconciliación genuina. La amargura y el resentimiento se irán arraigando profundamente, y provocarán un distanciamiento insalvable que terminará en separación definitiva.

Pero el amor ágape (el amor de Dios) todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. No hay nada que el amor de Dios no pueda perdonar. La gracia abarca cualquier defecto o pecado. El amor cubre multitud de pecados. El compromiso en el matrimonio no es de ninguna manera no tener fallas, sino estar dispuestos a la reconciliación plena. Es decir, estar dispuestos a perdonar, otorgar gracia, amar de manera sacrificial (con amor ágape y no tan sólo pasional), y hacer los cambios que sean necesarios en favor de la otra persona y del matrimonio mismo.



Reconciliarse significa volver al origen, al lugar del acuerdo. La hermandad verdadera es una constante reconciliación, es un esfuerzo para el entendimiento y el afecto mutuos. En nuestra relación con el Creador, tenemos que reconciliarnos a diario, pues el pecado nos aparta de Él, pero el perdón nos acerca de nuevo. La reconciliación con nuestros padres es esencial, por ejemplo, para nosotros poder desempeñarnos como buenos padres. Reconciliarse es dejar ir lo que nos dividió, otorgar y recibir perdón.

Aun en nuestra relación con nosotros mismos tenemos que buscar la reconciliación con el pasado, con la vida, pues sólo así es posible vivir un buen presente y confiar en el futuro.

La reconciliación es siempre dulce porque nos devuelve la paz. La reconciliación es siempre gozosa porque nos quita la amargura. Vale la pena disponernos a la reconciliación en cada una de nuestras relaciones. Abramos nuestro corazón al perdón y al cambio. El fruto de esta acción será copioso.







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