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Los protagonistas de la formación 3
La identidad de la vida consagrada, hunde por tanto sus raíces en el seguimiento de Cristo a través de los consejos evangélicos.


Por: Germán Sánchez | Fuente: USMI



3. El carisma como protagonista de la formación

Contamos ya con los protagonistas de la formación para la vida consagrada: Dios, la formanda y la formadora. Tres personajes que de alguna manera irán dando forma al ideal de mujer consagrada. Pero este ideal de mujer consagrada debe contar con unas bases firmes, debe tener unos criterios bien definidos. Es cierto que la definición que sobre la vida consagrada nos da el derecho canónico, deja muy en claro los elementos constitutivos de dicha consagración. Elementos jurídicos y elementos teológicos.

Son los cauces naturales, permítaseme esta comparación, por donde debe correr el manantial de la vida consagrada. Sin embargo, para formar una religiosa, una mujer consagrada, no basta tomar esta definición y ponerse a trabajar sobre ella. El seguimiento de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo tiene muchas posibilidades. Hay quien sigue más de cerca de Cristo en su vertiente apostólica. Hay quien lo sigue en su vertiente contemplativa. La misma profesión de los consejos evangélicos acepta diversos estilos de vida. "La identidad y autenticidad de la vida religiosa se caracteriza por el seguimiento de Cristo y la consagración a Él mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.

Con ellos se expresa la total dedicación al Señor y la identificación con Él en su entrega al Padre y a los hermanos. El seguimiento de Cristo mediante la vida consagrada supone una particular docilidad a la acción del Espíritu Santo, sin la cual la fidelidad a la propia vocación quedaría vacía de contenido".1

La identidad de la vida consagrada, hunde por tanto sus raíces en el seguimiento de Cristo a través de los consejos evangélicos. Pero con sólo este norte, la formadora puede perderse. Pensar en formar una religiosa que siga a Cristo sólo a través de los consejos evangélicos sería una empresa ardua y dura, más de lo que ya implica en su practicidad.

El hombre busca modelos que seguir. Y Cristo ha dejado a su Iglesia diversos modelos que seguir. Por la consagración bautismal se puede seguir a Cristo de muy diversas formas, pero Él ha querido asociar a sí, hombres y mujeres que lo sigan en la vivencia de los consejos evangélicos, consagrándole así, toda la vida. "Por obra del Espíritu, el carisma de la vida consagrada se encarna y se vive en la polifonía y en la policromía de los carismas de los diversos Institutos. Gracias a la variedad de tales carismas, cada uno de los misterios del Verbo Encarnado adquieren una peculiar relevancia y las diversas facetas del Cristo consagrado, misionero y orante, encuentran una visibilidad específica."2

Han existido a lo largo de la historia de la Iglesia, hombres y mujeres, que bajo una iluminación especial del Espíritu Santo, han contemplado el rostro de Cristo en uno de sus aspectos particulares. Así, hay quien ha fijado su mirada en el Cristo orante y se ha dedicado a seguir a Cristo más de cerca en la oración. Hay quien se ha sentido impelida por el Espíritu y ha visto a Cristo en su acción de médico de cuerpos, curando y procurando el bien físico de sus semejantes. Hay quien, enamorada por el Cristo que ama a los hombres con un amor único y total, ha querido imitarlo en la misión. Así, estos hombres y mujeres, han dado origen a diversas familias religiosas que tienen como ideal el seguir a Cristo en una forma muy peculiar.

Es así como nacieron, nacen y seguirán naciendo los diversos carismas de la vida consagrada, "¿Cómo no recordar con gratitud al Espíritu la multitud de formas históricas de vida consagrada, suscitadas por Él y todavía presentes en el ámbito eclesial? Estas aparecen como una planta llena de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia. ¡Qué extraordinaria riqueza! (...) Precisamente este servicio evidencia con claridad cómo la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo."3

Los carismas representan por tanto, la forma en la que se vive en forma peculiar la consagración dentro de la institución de la vida consagrada en la Iglesia. Concebidos, si es que podemos utilizar esta palabra, por un hombre o una mujer, dejan para la historia el ejemplo y las normas de vida de un peculiar estilo de consagración, es decir, del seguimiento de Cristo.

Elementos comunes al carisma del fundador son: "el haber concebido (bajo la inspiración del Espíritu Santo) la idea del Instituto con sus finalidades; el haber dado vida al Instituto; la experiencia divina o llamada a una vocación particular; particular sensibilidad hacia una necesidad, espiritual o material del propio tiempo; paternidad/maternidad; el haber dado al grupo las normas de vida y de gobierno; sufrimiento del fundado o fundadora; la eclesialidad de la fundación; el carácter misionario de la fundación; la nueva forma del seguimiento de Cristo."4

Siguiendo con nuestra explicación del capitulo anterior, podemos afirmar que el carisma engloba los elementos esenciales de la consagración. No es algo accidental o accesorio de la consagración. No se reduce a un elemento folclorista o externo en donde el cambio o la diferencia se dan a través de elementos intrascendentes o periféricos, como pudieran ser el hábito, las oraciones, las obras de apostolados que cada Congregación o Instituto desarrolla. Podemos afirmar que no se puede ser consagrada de acuerdo al concepto de consagración expresado y explicado por el Derecho Canónico, si no se da dentro del carisma de una congregación. Podrán darse formas diversas de consagración dentro de la iglesia como la orden de las vírgenes o de los eremitas. Pero en cuanto al concepto de la consagración con sus elementos distintivos, sólo podemos referirnos a ella hablando siempre desde un carisma.

En este sentido, la formadora, como nuestra imagen originaria del carpintero, tiene en su mente una idea bastante clara, diáfana y nítida del tipo de mujer consagrada que quiere formar. Los adjetivos usados no son gratuitos, sino que de alguna manera quieren enfatizar la guía privilegiada que tiene la formadora, cuando ahonda en el carisma de su consagración.

La formadora, al final de la etapa en la que la Iglesia, a través de su congregación, le ha confiado la formación de una mujer consagrada, deberá entrega un tipo de mujer muy definido: postulante, novicia, juniora, religiosa de votos temporales o perpetuos, religiosa que trabaja en el apostolado o religiosa en casa de reposo. Y esta religiosa "tipo" no será otra que la querida por su Fundador/a.

El carisma será para la formadora el mapa seguro por donde podrá guiarse para formar las mujeres a ella encomendada. Por lo que podemos afirmar que cada carisma contiene la síntesis de lo que debe ser una mujer consagrada: "Precisamente en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores y fundadoras, don del Espíritu Santo, se descubren más fácilmente y se reviven con más fervor los elementos esenciales de la vida consagrada. En efecto, cada carisma tiene, en su origen, una triple orientación: hacia el Padre, sobre todo en el deseo de buscar filialmente su voluntad mediante un proceso de conversión continua, en el que la obediencia es fuente de verdadera libertad, la castidad manifiesta la tensión de un corazón insatisfecho de cualquier amor finito, la pobreza alimenta el hambre y la sed de justicia que Dios prometió saciar (cf. Mt 5, 6).

En esta perspectiva el carisma de cada Instituto animará a la persona consagrada a ser toda de Dios, a hablar con Dios o de Dios, como se dice de santo Domingo, para gustar qué bueno es el Señor (cf. Sal 3334, 9) en todas las situaciones. Los carismas de vida consagrada implican también una orientación hacia el Hijo, llevando a cultivar con El una comunión de vida íntima y gozosa, en la escuela de su servicio generoso de Dios y de los hermanos. De este modo, " la mirada progresivamente cristificada, aprende a alejarse de lo exterior, del torbellino de los sentidos, es decir, de cuanto impide al hombre la levedad que le permitiría dejarse conquistar por el Espíritu ",y posibilita así ir a la misión con Cristo, trabajando y sufriendo con Él en la difusión de su Reino.

Por último, cada carisma comporta una orientación hacia el Espíritu Santo, ya que dispone la persona a dejarse conducir y sostener por Él, tanto en el propio camino espiritual como en la vida de comunión y en la acción apostólica, para vivir en aquella actitud de servicio que debe inspirar toda decisión del cristiano auténtico. En efecto, esta triple relación emerge siempre, a pesar de las características específicas de los diversos modelos de vida, en cada carisma de fundación, por el hecho mismo de que en ellos domina " una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio", aspecto específico llamado a encarnarse y desarrollarse en la tradición más genuina de cada Instituto, según las Reglas, Constituciones o Estatutos."5

En el carisma la formadora encuentra el modelo y las herramientas necesarias para formar la mujer consagrada querida por Dios a través del Fundador/a.

Para formar una mujer consagrada, es necesario partir de una triple identidad. Una identidad humana, una identidad cristiana y una identidad consagrada. Esta triple identidad permitirá a la mujer consagrada seguir más de cerca las huellas de Cristo, de acuerdo al carisma de su consagración. Hablamos de esta triple identidad, porque en ella se engloba a toda la persona humana. El seguimiento de Cristo implica toda la persona humana, no sólo una parte. Todo le pertenece a Cristo: su persona física, su psicología, su espíritu. "L´intera loro vita, infatti, è stata ceduta al servizio di Dio, e ciò costituisce una speciale consacrazione che ha le sue profonde radici nella consacrazione battesimale e che l´esprime con maggior pienezza"6

Podemos decir que la asimilación de la identidad humana se logra a través de la madurez. Madurez que se expresa en una cierta firmeza de ánimo, en saber tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar personas y eventos. No podemos pensar, sería ilusión, en una mujer consagrada que no tuviera las bases humanas necesarias. "Primero el hombre y después el Santo". La gracia de Dios actúa sobre la naturaleza humana. La gracia, decía el Aquinate, supone la naturaleza, no la elimina. Sin una base humana, ¿a dónde van a parar las gracias de Dios?.

Por ello es necesario que la formadora este muy atenta a ver la parte humana de la formanda. "El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre la educación cristiana, enunció los objetivos y los medios de toda verdadera educación al servicio de la familia humana. Es importante tenerlos presentes en la acogida y la formación de los candidatos a la vida religiosa, siendo la primera exigencia de esta formación la de poder encontrar en la persona una base humana y cristiana. Muchos fracasos en la vida religiosa pueden atribuirse en efecto a fallos no percibidos o no superados en este campo. La existencia de esta base humana y cristiana no solo debe ser verificada a la entrada en la vida religiosa, sino que hay que asegurar las evaluaciones a lo largo de todo el ciclo formativo, en función de la evolución de las personas y de los acontecimientos".7

El carisma de la congregación le ofrece a la formadora los instrumentos necesarios para lograr este ideal de madurez humano. El Fundador/a ha dejado consignada una forma especial del seguimiento de Cristo. Esta forma implica una manera de ser muy peculiar. Quien se fija en un aspecto determinado de la persona de Cristo, en alguno de sus misterios divinos y quiere asemejarse a Él, procurará imitarlo. Es en esta imitación, cuando comienzan a desarrollarse virtudes humanas. Muchas veces en forma inconsciente. Quien por su carisma debe atender a los enfermos en un hospital, desarrollará ciertas cualidades diversas a quien debe dedicarse a la enseñanza. Si bien, por la diversidad y amplitud de carismas, pueden desarrollarse diversos trabajos en la Congregación, éstos se desarrollan con un espíritu muy específico. Es éste espíritu el que dota al carácter, a la personalidad de la mujer, unas características específicas perfectamente bien definidos. Son estas características las que llevarán a formar una base humana sólida, sobre la cuál puede construirse la consagración a Dios.

De esta manera, el carisma en las manos de la formadora es un protagonista de la formación humana. La formadora que sabe transmitir el carisma estará atenta y verificará que la mujer en formación desarrolle las cualidades humanas que la hagan apta para consagrarse a Dios o para seguir respondiendo a Dios en la consagración. La madurez humana, expresada en una cierta firmeza de ánima, la toma de decisiones y el juicio prudente se van logrando en la medida en se asimilen y se lleven a la práctica las virtudes humanas y sociales más recomendadas por el Fundador/a. Quien vive la disponibilidad en el apostolado va forjando una personalidad humana capaz de abrirse a sus semejantes. Quien a su vez es capaz de trabajar con laboriosidad, irá formando la virtud de la responsabilidad. Son tan sólo algunos ejemplos para ilustrar la manera en que el carisma ayuda y deja huella en la formación humana de la mujer consagrada.

Un segundo aspecto de la consagración es la identidad cristiana. La mujer consagrada es aquella que hace una experiencia personal y experimental de Cristo. Hemos repetido en varias ocasiones a lo largo de este capítulo, que la vida consagrada es un seguimiento especial de Cristo. Pero bien sabemos que nadie sigue lo que no conoce, y nadie conoce lo que no ama. Antes de seguir a Cristo es necesario amarlo y antes de amarlo será necesario conocerlo. La formadora estará atenta para ayudar a que la formanda pueda ir haciendo esa experiencia personal de Cristo, que le ayudará a mantener siempre fresca y lozana su consagración a Cristo. Sobre la base de la experiencia que de Cristo hizo el Fundador/a, se puede acompañar a la formanda en este itinerario.

Por experiencia de Cristo no entendemos una mística aparición o revelación, sino una amistad íntima y personal con Cristo. A la manera en que la vivió el Fundador/a. Esta experiencia, si bien en grado diferente, no es patrimonio exclusivo de los Fundadores. Dios permite que tenga esa experiencia para que sea compartida por muchísimas almas. Tal es el origen de las familias religiosas: personas que siguen a Cristo, a la manera en que lo siguió el Fundador/a. "Es el Espíritu quien nos hace reconocer en Jesús de Nazaret al Señor (cf. 1Co 12, 3), el que hace oír la llamada a su seguimiento y nos identifica con él: "el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo" (Rm 8, 9). (...)Es necesario, por tanto, adherirse cada vez más a Cristo, centro de la vida consagrada, y retomar un camino de conversión y de renovación que, como en la experiencia primera de los apóstoles, antes y después de su resurrección, sea un caminar desde Cristo"8

Si la formadora conoce y vive esta experiencia de Cristo, a la manera en la que la vivió el Fundador/a, asegurará este elemento de capital importancia para la vida consagrada: saber quién es Cristo, para que conociéndole le amen y amándole le sigan.

Nuevamente el carisma se nos presenta aquí como protagonista privilegiado en la formación, especialmente en la formación bajo el aspecto de su identidad cristiana. No se pide muchas veces cosas extraordinarias a la mujer consagrada. Simplemente que siga a Cristo con un amor apasionado y total. Sin embargo, cuando no se ponen las bases de ese amor en las primeras etapas de la formación, el caminar de los años puede marchitar este amor. Es necesario que la formadora, en los años de la formación inicial sepa transmitir no sólo el amor, sino el conocimiento de Cristo. Y para ello cuenta con un itinerario privilegiado: el mismo itinerario dejado por el Fundador/a. Hacer la experiencia de Cristo al estilo del Fundador/a, tal deberá ser la tarea de la formadora para que las fomandas asimilen la identidad cristiana.

Por último nos encontramos con la identidad consagrada, que bien podríamos definir como una donación total a Dios. Es vivir la total pertenencia a Él. Así lo expresa Juan Pablo II: "Así, la demanda de nuevas formas de espiritualidad que se produce hoy en la sociedad, ha de encontrar una respuesta en el reconocimiento de la supremacía absoluta de Dios, que los consagrados viven con su entrega total y con la conversión permanente de una existencia ofrecida como auténtico culto espiritual"9

Los Fundadores no han escatimado sacrifico alguno en compartir esta experiencia de Dios y hacerla accesible a la familia religiosa por ellos fundada. Esta misma experiencia de Dios es una característica esencial del carisma. Viviendo esta relación con Dios, expresada en la riqueza de las Constituciones y las tradiciones genuinas que cada Instituto conserva, la formadora encontrará elementos preciosos que le sirvan como medios en este aspecto de la formación, que será la identidad consagrada. Pertenecerle a Dios como el Fundador/a perteneció a Dios. En esta frase podríamos reducir la tarea de la formadora para lograr la asimilación de la vida consagrada por parte de la formanda.

Es así como el carisma se presenta como protagonista de la formación, siempre y cuando la formadora lo viva y lo haga vivir a las formandas.

NOTAS
1 Giovanni Paulo II, Lettera apostólica Los caminos del evangelio a los religiosos y religiosas de América Latina en ocasión del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo, 29.6.1990, n. 16.
2 Ángel Pardilla, Vida consagrada para el Nuevo Milenio, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano, 2003, p. 1396.
3 Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 5.
4 Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore, Áncora editrice, Milano, 1998, p. 81-85.
5 Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 36.
6 Pablo VI, Decreto Perfectae Caritatis, 28.20.1965, n. 5.
7 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, 2.2.1990, n.33.
8 Congregación para los institutos de vida consagra y las sociedades de vida apostólica., Caminar desde Cristo, 19.5.2002, n.20 y 21.
9 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Post-sinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n. 38.




 



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