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A un recién bautizado
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Ya eres de la familia. La Iglesia es tu casa como es la mía.


Por: P.Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net



Ya han pasado varios días desde que el agua del bautismo inició algo totalmente nuevo en ti. Ese hecho maravilloso sigue vivo en tu corazón y en el mío.

Porque el día de tu bautismo fue único en tu vida: Cristo te tomó consigo, te sacó de las tinieblas, te hizo hijo del Padre en el Espíritu.

El rito fue sencillo y solemne. Tú estabas allí, con tus compañeros, y te dejabas llevar de un sitio a otro entre rito y rito.

La llamada, las renuncias, el óleo de los catecúmenos, la profesión de fe. Te acercaste a la pila bautismal. El agua cayó sobre tu cabeza.

Luego, la unción con el crisma, el cirio, las vestiduras blancas. Ya eres de la familia. La Iglesia es tu casa como es la mía.



No resulta fácil describir el hecho extraordinario que acababa de ocurrir. Los días que pasan, al menos, permiten volver con los ojos del alma a ese momento para meditarlo agradecidamente.

Porque Dios en persona te tomó en sus brazos, te acogió como hijo, te hizo miembro de su Cuerpo. Desde entonces eres una creatura nueva.

El Evangelio se hizo verdad en tu vida. No naciste de la carne, sino de Dios (cf. Jn 1). Te uniste plenamente a la Cruz de Cristo, a su Muerte, a su Resurrección.

Tu alegría es mi alegría, y es la alegría de toda la Iglesia. Como en los primeros momentos de nuestra historia, hay fiesta. Un hijo de Adán ha empezado a ser, plenamente, hijo de Dios.

Sé que ahora experimentas, quizá con más dureza que antes, la lucha que nos acompaña a todos los bautizados. El demonio buscará mil maneras para apartarte de Cristo.



Pero confía: el Señor ha vencido. Su victoria es tu victoria. Basta con abrir el corazón a su cercanía y acoger las inspiraciones del Espíritu Santo para conservar el tesoro de la fe católica.

Ahora, déjame participar de tu alegría y sentir esa inmensa dicha de saber que somos hermanos. Caminaremos juntos. Me ayudarás a recordar mi propio bautismo.

Yo te explicaré que ningún pecado puede derrotarnos si somos humildes, si pedimos perdón tras la caída, si acogemos la misericordia que ahora ha inundado tu alma, como inundó la mía, desde la acción de las aguas del bautismo.



Artículo patrocinado.

Gracias a nuestro bienhechor Silvestre Maciel Abrego de México por su donativo, que hizo posible la publicación de este artículo.

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