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Autenticidad
Ofrece al mundo el tipo de Mujer Nueva


Por: Guadalupe Magaña | Fuente: Escuela de la Fe



 

 

Con el testimonio de vida santa y con el ejemplo de un Evangelio vivido todos los días y en todas partes, las mujeres consagradas ofrecen al mundo un tipo de mujer nueva, cristiana, evangélica, humana, un tipo de mujer que sea la síntesis mejor del humanismo cristiano y evangélico.

La vida de toda religiosa se desarrolla en medio de un mundo difícil. En cualesquier etapa de formación en que se encuentre, es muy conveniente reflexionar sobre la autenticidad. Que este rasgo caracterice la vida, de toda persona consagrada a Cristo.

La autenticidad es un valor que universalmente cautiva, sobre todo, en un mundo donde abunda tanto la falsificación y donde se han refinado sobremanera las técnicas de la manipulación de la sociedad y de los individuos.

La educación en la autenticidad va tan ligada a la propia realización, que de ella dependen en parte los resultados de una vida integrada o identificada con el propio fin y con la propia vocación. Por otra parte, es un compromiso muy serio e insoslayable, que no se resuelve con cualquier receta, y por eso, las soluciones equivocadas, los engaños y las falsificaciones abundan.

Ante este panorama brota del interior la pregunta tan antigua y siempre actual: ¿Quién es el hombre auténtico? Es aquel en el que la expresión de sus sentimientos, tendencias, voliciones y pensamientos procede directamente y en conformidad con su identidad íntima y esencial. La pregunta de quién es la persona auténtica se transforma de inmediato en esta otra: ¿qué es el hombre?

No faltan las respuestas: la mayoría quedan muy cortas; no hacen honor al hombre, lo degradan a la condición de animal. Otras, lo deprimen en una atmósfera de nihilismo existencialista. Esto sugiere que todo intento del hombre de autodefinirse a sí mismo y con las fuerzas de la sola razón y su ciencia no produce resultado. Hay en el hombre un misterio que se siente, pero que la razón no alcanza a dar razón. Se hace necesaria la iluminación de arriba: la luz de la revelación y de la fe; sólo bajo su luz se descubriría la identidad plena del hombre. Hay personas no creyentes que ostentan un elevado grado de moralidad y de coherencia, pero debido a la ausencia de fe, ulteriores dimensiones ínsitas de su dinamismo espiritual se han quedado frustradas o falseadas.

Teniendo en cuenta este punto de vista hay dos modos opuestos de pensar la autenticidad. Dos jóvenes que se preguntan por la autenticidad de lo que sienten dentro, ellos que son un volcán de sensaciones; dos pedagogos que intercambian puntos de vista sobre la autenticidad del comportamiento humano; dos psicólogos que escriben los resultados de sus investigaciones… dejan la impresión de que no todos están de acuerdo sobre en qué consista la autenticidad. Sobre el tema se ha escrito mucho y en diversas maneras.

Un primer modo de entender la autenticidad es en sentido vitalista, la expresión absolutamente espontánea del mundo interior, la liberación de cualquier represión. Hay hoy escuelas psicológicas y educativas que sostienen tal idea de autenticidad: el dar curso libre a todos los impulsos instintivos para liberar a la persona y que sea ella misma. Lo contrario, es sinónimo de falseamiento y frustración según estas escuelas.

El otro modo de entender la autenticidad es siempre con referencia a la esencia espiritual del hombre. Sus días no son una yuxtaposición de instantes sino una historia y una trama que busca un sentido; sus tendencias y aspiraciones están destinadas a someterse al escrutinio de la conciencia que aprueba o rechaza. En este sentido, la autenticidad no puede ser expresar un contenido interior sin represiones, sino un ideal a conquistar de acuerdo con la imagen del hombre integral que la razón y la fe dibujan en la conciencia.

Entendida en este último sentido, la autenticidad no puede menos de comprender las tres dimensiones fundamentales de la expresión humana: voluntad, pensamiento y sentimiento. Autenticidad de la voluntad mediante la identificación con el propio fin; del pensamiento, mediante la convicción y del sentimiento mediante los conceptos de jerarquía, compatibilidad y resonancia interior.

Autenticidad del pensamiento: significa estar convencidos. No se trata aquí de correlación entre lo que se vive y se piensa, sino entre lo que se dice y se piensa. El pensamiento inauténtico es el que, por no estar convencido de lo que se piensa o juzga, su hablar se convierte en charlatanería. La autenticidad, por tanto, del pensamiento depende de la convicción vital acerca de lo que pensamos o juzgamos. De aquí se deduce la importancia de la misma para toda alma que responde al llamamiento de Cristo, cuya vida se apoya toda ella sobre ideales y principios tan característicos. Esta necesidad de estar convencidos para ser auténticos no es algo que se pueda suplir o paliar con otra cosa, pues no existe alternativa posible. No es fácil lograr una convicción profunda del pensamiento, ese reconocernos a nosotros mismos en lo que pensamos, pues muchas veces se vive de impresiones y a la ligera; otras veces se busca más la propia conveniencia del momento y siempre existe una tendencia a rehuir el cargar con la responsabilidad del compromiso. Así es posible vivir sin desposarnos con ninguna convicción vital, aunque de palabra sepamos elaborar hermosos discursos.

Autenticidad del sentimiento: Hay diversas clases de sentimientos: están los corporales (hambre, sed, cansancio), están los de índole psíquica, como la tristeza que oprime, la alegría que exalta, la gratitud que conmueve, el amor que enternece; y finalmente los sentimientos espirituales, aquéllos que corresponden a una simpatía afectiva o empatía con el bien y la virtud: suscitados en el alma pro la presencia o ausencia del bien moral: gratitud, amistad, sinceridad, caridad, pureza, piedad…

Es evidente que dentro de este cuadro de sentimientos debe existir una jerarquía y compatibilidad. Jerarquía para que la vida del espíritu y en general del hombre, no sea caótica. Cuando se deja curso anárquico a los sentimientos, la vida de la persona se hace caprichosa e imprevisible. Cuando los sentimientos corporales acaparan a la persona, el centro de su personalidad se traslada a la piel o al estómago y no hay lugar para otros sentimientos. Y lo mismo podemos decir de los sentimientos meramente psíquicos: en cuanto son puramente sensitivos carecen de razón y mesura: no buscan sino desahogarse; pero en este desahogo puede llevar a remolque toda la vida de la persona.

Ahora bien, hay que tener por auténticos aquellos sentimientos que sean compatibles con la propia vida. Debemos evitar siempre la simulación de los sentimientos, es decir, aparentar sentimientos que no se llevan dentro. Cuando la expresión externa de un sentimiento no está fundada en su resonancia interior, el sentimiento es inauténtico. Esta simulación está muy extendida, debido a los convencionalismos sociales.


Los Principales escollos de la autenticidad podrían ser los siguientes:


1. El respeto humano y la adaptación a lo que se espera de uno: vivimos en un mundo donde las relaciones interpersonales están regidas en gran parte por el convencionalismo. Así a veces, a un favor, se responde con un “gracias”, o a la confianza depositada en nosotros con un comportamiento que llene las expectativas de la otra persona. Ello no quiere decir que tales comportamientos no tengan una razón de ser. Es honesto el que entre las posibles razones que tenga, para hacer una cosa, sea el agradar o no defraudar a una persona a quien estimo o quiero.

El peligro está en absorber o incorporar comportamientos puramente desde afuera, como si tratara de ponernos una capa para representar un papel. Más grave todavía es el caso de aquellos que viven durante años una vocación, no por convicción interna, sino por miedo a no defraudar a personas queridas, o por miedo a la inseguridad que puede encontrar en el mundo, etc. Otra forma de inautenticidad es la de trabajar por rendir mucho en lo que se me confía, movido por el sólo estímulo de ganarme la estima de mis superiores. La inautenticidad de este comportamiento se revela cuando este súbdito, al recibir la corrección de un superior, se aleja resentido de él. Otro caso es la de quien trabaja sólo para no ser menos que el otro, motivado por un sentimiento de envidia o el caso de aquel que le domina la vanidad en ciertas cosas y las hace por el gusto de sentir que lo hace bien, sobre todo si hay alguien que le observe.

El respeto humano es una de las formas más comunes de inautenticidad: El valor y la convicción personal es tan deficiente que se quiebra ante la presencia de los demás. El comportamiento ya no sale de la convicción profunda, sino que es juguete del miedo al qué dirán o pensarán los demás.

Lo anterior nos lleva a ver que un método de formación basado en la autoconvicción, e interiorización de la conducta, ya sea en el trato social o en el cumplimiento del propio deber, es el recomendable.


2. La inautenticidad por conformismo: Es contrario a la autenticidad el tipo de individuo que es producto del medio ambiente. El conformismo se produce cuando, al margen de las exigencias de la propia vocación, el individuo se conforma con valores, actitudes y comportamientos del mundo y del medio ambiente.

Entre las posibles clases de conformismo podemos distinguir el conformismo de las costumbres y el de las ideas: un ejemplo del primero es el de las personas que siguen la moda, sin otra razón que la misma moda, o en el caso de una persona entregada a Dios, la adopción de una conducta inspirada en modelos mundanos: olor al mundo por el vocabulario, por su modo de ver las cosas y hasta por el género de actividades que desarrolla. El conformismo ideológico es más elegante, más sutil, más insidiosos que el anterior. Se da mucho entre jóvenes y aún en adultos inmaduros. El joven en el afán de autoafirmarse, quisiera inventar todo nuevo. Ahora bien, este anticonformismo suele estar en ellos programado por intereses y fuerzas ajenas a él mismo, convirtiéndose así en un conformista ideológico. Esto sucede, por ejemplo, cuando son ganados por causas subversivas y revolucionarias de signo totalitario que ostentan los slogans de justicia, libertad, democracia…

En la vida religiosa se pueden encontrar situaciones análogas. Las ideas nuevas, bizarras, diferentes, son especialmente sugestivas para temperamentos orgullosos, vanidosos, hambrientos de notoriedad. Además parece lógico que toda persona sueñe con llegar a ser alguien: un gran filósofo, literato, investigador… El conformismo radica aquí en que sintiéndose todavía vacíos y como inéditos, fácilmente se rinden ante todo lo novedoso y diferente, aunque vaya en contra de actitudes previamente y solemnemente abrazadas de acuerdo con su fe y estado de vida.

Hay un conformismo leve que es fruto de ciertas salpicaduras del mundo y del medio ambiente, y otro grave, consecuencia de la falta de identificación con la propia vocación. Ahora bien, es necesario hacer la observación de que por evitar el conformismo no hay que caer en la rigidez. ¿Cómo impedirlo? La mejor garantía es poseer en nuestro interior la substancia profunda y convencida de todo nuestro vivir y comportarnos, y eso nos dará aquella fuerza plástica para en todo momento influenciar nosotros el ambiente y no viceversa.


3. La inautenticidad por busca de notoriedad: Esta tendencia a la notoriedad puede expresarse de diversas maneras: generalmente, se caracteriza por la adopción de una postura ficticia en contradicción con el credo íntimo, en nuestro caso con los principios de una vida entregada que aspira a la imitación de Jesucristo y a la difusión de su Reino. La búsqueda de la notoriedad es siempre obra del yo que busca afirmarse y ser tenido en cuenta por los demás. Los caminos para llamar la atención son innumerables: tendencias sistemática a opinar diversamente de los demás; el arreglo personal, los gustos artísticos, los modos de hablar o gesticular, la ubicación dentro de un grupo de personas… un comportamiento social muy obsequioso, laudatorio, servicial o duro y severo…

4. Adoptar un papel falso: Hay personas que dentro de su vida consagrada no se identifican plenamente con lo que son y con lo que profesan. En este caso, la necesidad y ansia de vivir les conduce a adoptar papeles falsos en cierta medida compensatorios de esta carencia de identidad. Así podemos encontrar el tipo literato, el tipo musical, el tipo filósofo, el tipo práctico, el tipo social, el tipo incomprendido, el tipo piadoso, el tipo víctima. Quede claro, sin embargo, que así como se dan estos tipos falsos, también se pueden dar los mismos tipos, pero verdaderos, es decir, como característica de un tipo fundamentalmente bien identificado con su vocación.

La tendencia a adoptar un papel falso puede compensar inmediatamente, pero a la larga se paga caro en términos de realización personal: el sentimiento de fracaso, de vacío es su saldo.

Frente a este panorama, ser auténtico se entiende como un ideal de ser uno mismo y no otro, ser tú mismo y no una máscara. Y este compromiso es el mayor que nos puede corresponder: él resume todos los demás. Y puesto que no sólo poseemos una naturaleza humana, sino que también somos portadores de una naturaleza divina, de ahí que nuestro compromiso de ser auténtico se desdobla en dos: a saber, el de identificarnos plenamente con nuestra racionalidad y el de coincidir vitalmente con nuestra fe y vocación sobrenatural.

En torno a esta doble identificación, se desarrolla ulteriormente el trabajo por llenar de autenticidad nuestra voluntad, nuestro pensamiento y el mundo de nuestros sentimientos. Tarea ésta que no se puede llevar a cabo sin estar muy alertas a las tentaciones, maniobras y posibilidades de inautenticidad. Las actitudes de sinceridad vital, de congruencia lógica del comportamiento, de examen profundo, de continua conversión, de identificación plena con la vocación, son normales y necesarias para el cultivo de actitudes, posturas de vida auténtica: “La verdad os hará libres”.

Que estas ideas sirvan para ayudarnos a todos a ser auténticos. Es el único camino de felicidad duradera y plena.



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