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Breve recorrido por la formacion humana.
¿Qué es lo que nos hace mujeres maduras? ¿Cómo podemos ir logrando esa personalidad madura? ¿Cómo crezco en la madurez?


Por: Escuela de la Fe | Fuente: Escuela de la Fe



"Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 52)

Para una mujer consagrada el desarrollo pleno y armónico de su dimensión humana es el primer elemento indispensable de la formación integral de su personalidad. Constituye, además, la base necesaria para su santificación y eficacia misionera.


a. Naturaleza

Para desarrollar todo nuestro potencial humano tenemos necesidad de un modelo preciso y completo de ser humano: "Solo Cristo revela al hombre lo que es el hombre" (Juan Pablo II, Redemptoris hominis, nº 8). Jesucristo trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, amó con corazón de hombre. Él ha llevado a su plenitud más alta todas las facultades de nuestra naturaleza inteligencia, corazón y voluntad- y esa libertad de la que tanto nos honramos y esa dimensión sublime que es el amor.

Él nos dice lo que realmente somos, lo que realmente estamos llamados a ser. Cristo llena las aspiraciones más profundas del corazón humano: es el verdadero Hombre y María es la mujer nueva surgida del poder redentor de Cristo. Ella es, como dice el venerable Papa Pablo VI, "el modelo de mujer nueva y cristiana perfecta, tipo eminente de la condición femenina y modelo singularísimo de vida evangélica" (Exhortación apostólica "Marialis cultus", nº 36). Ella es, en definitiva, el modelo más acabado de discípula y de colaboradora de Cristo, que acoge el anuncio del reino con corazón bueno y generoso (cf. Lc 8, 15), y se hace portadora diligente del mismo a los hombres (cf. Lc 1, 39 y ss.)

María, es la mujer nueva, porque es primero mujer, mujer. La novedad de la mujer nueva no consiste en algún componente nuevo que tiene de más respecto a la mujer anterior, sino que consiste en la santidad, y se apoya en una humanidad dispuesta a recibir la santidad.

De esta concepción se deduce una acción formadora que valora la dignidad sagrada de la persona, su carácter responsable, su dimensión moral y que se debe orientar a darle pautas para el desarrollo íntegro, armónico y jerarquizado de las todas las facultades con las que contamos.


b. Objetivos

¿Qué buscamos con la formación humana? Sobre todo que en cada una de nosotras se logre la madurez humana auténtica, la coherencia entre lo que se es y lo que se profesa, hacer crecer interior y exteriormente a "la mujer" integral que sirva de base sólida sobre la que el Espíritu Santo edifique a la Evangelizadora de Jesucris-to. La falta de esta base humana sólida es lo que a veces nos impide avanzar en nuestra santificación y puede frustrar todos nuestros buenos deseos e intenciones.

Muchas veces, por no decir siempre, los grandes proyectos y programas espirituales mueren porque falla la mujer, no la gracia de Dios, es decir, porque la gracia de Dios no encuentra en la consagrada esa actitud de sinceridad, fidelidad y responsabilidad; capacidad de tomar decisiones prudentes y opciones definitivas; estabilidad de espíritu; integración serena de las tendencias emotivas y pasionales bajo el dominio de la razón, de la voluntad, de la fe, del amor, en una constante apertura y donación a Dios y a los demás. No fallan en la mujer consagrada, ni el ideal, ni la ilusión, ni las ganas, ni el interés; falla simplemente la mujer, y la gracia sin la mujer no tiene sentido, porque precisamente es a la mujer a la que tiene que elevar y santificar.

Además si damos una rápida ojeada al mundo actual, se percata uno del rango de primacía que han conquistado en él las virtudes sociales: el don de ser mujeres cordiales, comunicativas, capacitadas para entablar relaciones con todas las personas, educadas, femeninas, sinceras, leales y agradecidas. Si queremos penetrar en él y llevarlo a Cristo no podemos olvidar estos aspectos externos: debemos poner al servicio de la misión todas las riquezas con que nos ha dotado el Creador.


c. Metodología

¿Qué es lo que nos hace mujeres maduras? ¿Cómo podemos ir logrando esa personalidad madura? ¿Cómo crezco en la madurez? Siendo coherente y fiel en cumplir los compromisos que comportan el encarnar esta fisonomía que Dios quiso al elegirme a la vida consagrada. Seremos mujeres maduras en la medida que encarnemos esta fisonomía y haya una coherencia, una identidad entre lo que somos y lo que profesamos. Y esta coherencia tiene su expresión más convincente en la fidelidad y responsabilidad en el cumplimiento de los deberes contraídos con Dios, con la Iglesia, con la propia Congregación y con los demás. Se logra a través de la adquisición de hábitos, corona de virtudes, que, aunque son humanos, forman sin embargo el sustrato y clima necesario e imprescindible de toda verdadera santidad.

Los hábitos consisten en esa facilidad para practicar el bien, constante, amoroso y abnegadamente durante un periodo de tiempo que comienza en el noviciado y termina el día de nuestra muerte. Los hábitos se forman y se mantienen a través de actos concretos. Nuestra fisonomía consagrada no es más que la vivencia consciente de pequeños actos de fidelidad.

Es, precisamente, en este mosaico de pequeños actos de fidelidad donde se demuestra "la mujer nueva” y es imposible serlo sin una voluntad tenaz que sepa llevar a cabo los dictámenes de una conciencia recta. Por eso podemos decir que la conciencia y la voluntad constitu-yen los pilares de la formación de la mujer nueva. Mientras la conciencia percibe la voluntad de Dios o el bien en un determinado momento, la voluntad actúa: lo quiere, lo hace propio y lo realiza. Podríamos identificar la fuerza que la conciencia ejerce, con las convic-ciones interiorizadas que se han hecho operantes y que de un modo efectivo gobiernan el comporta-miento.

La conciencia es la primera base que hemos de poner para construir un comportamiento maduro y para fundar el estilo de vida de la mujer nueva. El principio "primero mujer, después santa" tiene aquí su primer arranque; primero, una conciencia recta, luego vendrán las virtudes cristianas.

¿Qué es la conciencia? La conciencia es el sagrario interior donde Dios nos habla (cf. Gaudium et spes, nº16) y el ámbito natural donde la mujer responde a la llamada que Dios le hace por medio de su libertad. Constituye el centro de la persona y la guía de su obrar natural. La base de cualquier trabajo en la formación humana se encuentra en la conciencia. Por eso nos urge continuar formándola si queremos progresar en la sinceridad de nuestras relaciones con Dios y con la Iglesia.

Nos urge formar nuestra conciencia porque nos urge el plan de Dios, quien sólo se manifiesta como brisa apacible a una conciencia fina y atenta a sus inspiraciones. Por otro lado, la mujer consagrada, como luz del mundo y antorcha que ha de iluminar a los demás, debe vivir en la cla-ridad de la voluntad de Dios. ¡Ay de nosotros si tuviéramos que oir la reprensión de Cristo: "Sois guías cie-gos que cuelan el mosquito y se tragan el ca-me-llo. ¡Ay de ustedes escribas y fariseos, hipócritas; porque limpian por fuera el vaso y el plato, mientras por dentro esta llenos de rapiña y de intemperancia!" (Mt 23, 24-25). Es en la conciencia, antes que en el tráfago de la vida exterior, donde se libran las grandes batallas por la santidad. Ahí tenemos el lugar de en-cuentro con nuestro Dios y Creador. Muchas veces le buscamos fuera, pero Él está dentro; más dentro de nosotros que nosotros mismos. En nuestro santuario interior se realizan, primero, los más grandes actos de virtud, o se cometen las peores infidelidades.

¿Cómo formarla? Sin embargo nos equivocaríamos si quisiéra-mos plantear la formación de la conciencia en términos negativos, como si todo radicara en evitar las faltas. Lo que buscamos formando nuestra conciencia es tener nuevos oídos interiores, más finos, para escuchar todas las palabras que Dios nos dice a cada momento a través de las Constituciones y de la Superiora. Hay que buscar afinar nuestra atención a la voz de Dios, lograr una vivencia delicada de nuestras relaciones con Él, principalmente en el cumplimiento fiel y delicado del deber.

La voluntad por otro lado es la facultad que nos permite transformar las ideas en hechos. La conciencia percibe la voz de Dios en nuestras almas; la voluntad cumple la voluntad de Dios.

¿Por qué tanto énfasis en la formación de la voluntad? La voluntad es pieza clave del edificio de la personalidad. Desde el punto de vista natural, el valor de una mujer depende, en gran parte, del grado en que logra forjar su voluntad. Sólo así podrá imprimir un rumbo determinado a su vida, guiando y dominando todo su ser. Dicho de otro modo, será libre en la medida en que sea mujer de sí misma, en la medida en que guíe, encauce y domine sus instintos, sentimientos y pasiones; y actúe, por encima de las circunstancias externas, de acuerdo con los criterios que le presenta la razón iluminada por la fe.

Como se ve, la meta es formar una mujer nueva, mujer de principios, mujer de carácter, en fin, una mujer de Dios. El fundamento sobre la cual se proyectan estas cualidades es una voluntad firme, recia, tenaz y constante.

¿Cómo se forma la voluntad? Nos ayudará distinguir entre el nivel de ideas y el nivel de hechos.

A nivel conceptual el objeto propio de la voluntad es el bien que le propone el entendimiento. El acto propio de la voluntad es el amor. La voluntad se forma polarizándola en el amor. Para nosotros Cristo es nuestro amor y todo nuestro esfuerzo debe orientarse, entonces, a la imitación de Cristo. La formación de la voluntad es a veces costosa, por eso es importante tener claro la meta que pretende-mos; adquirir la madurez en Cristo.

A nivel práctico nuestra vida diaria es un campo amplio para ejercitarnos en la formación de la voluntad. Podemos decir que este ejercicio de la voluntad tiene dos vertientes: una para someterla plena-mente a la voluntad de Dios y otra para robustecer su autoridad con relación a las pasiones, sentimientos y estados de ánimo.

En el primer caso, tenemos que esforzarnos por conformar nuestras vidas con la voluntad de Dios. Se logra siendo fiel, constante y tenaz en el cumplimiento de los deberes contraídos delante de Dios; la puntualidad, la responsabilidad, la fidelidad en la observancia de las normas de silencio y relaciones sociales. Hay mil modos de entrenar diariamente la propia voluntad. En realidad toda actividad humana representa una ocasión en la que la voluntad puede salir fortificada, o, al contrario, si se realiza con pereza y dejadez, debilitada. Esta lucha por ser fiel en las pequeñas cosas va formando cada día en nosotros una voluntad firme y constante, la base de una mujer de carácter.

Para interiorizar y comprender más la importancia del señorío que la voluntad debe ejercer sobre las pasiones y sobre los sentimientos, tenemos que robustecer la voluntad para que siga y esté sometida- perfectamente a la voluntad de Dios. Es así como la voluntad, sometida a la luz de la fe y a los criterios de la recta razón, logra ejercer un señorío sobre los instintos, sentimientos y pasiones. Se trata entonces de encauzar todas nuestras potencias al servicio de la misión.

Naturalmente todo esto cuesta. Sería mentira pretender decir que no cuesta, pero sabemos a dónde vamos y por qué luchamos: identificarnos con Cristo y construir el Reino de Cristo en la sociedad. Con las miras al Ideal tenemos que luchar con tenacidad.

 

 

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