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Carta a una amante
Tienes la dignidad de hija de Dios, llamada a ser valorada, amada, respetada.


Por: María Teresa González Maciel | Fuente: Catholic.net



No conozco tu nombre, tus sueños, tu historia, tus vacíos, necesidades, miedos…. Solo sé que eres una persona que viniste al mundo, porque Dios te pensó, te amo, te creo. Por tal motivo eres muy valiosa, vales la sangre del mismo Dios que murió por ti para salvarte, para darte vida y alegría eterna. Tienes la dignidad de hija de Dios, llamada a ser valorada, amada, respetada.

Y ahora te encuentras envuelta en una situación vulnerable. Te ofrecen “amor”, y no te respetan. Desean tu cuerpo, no ven tu alma. Estas hecha para vivir un amor a la luz del día, un amor exclusivo, no compartido.

El hombre que amas y afirma que te ama tiene su mujer, tal vez unos hijos.  Ese hombre prometió amor, fidelidad, cuidados a esa mujer. De alguna forma los ha roto. No ha demostrado ser un hombre capaz de amar, de ser fiel. El amor es voluntad decisión de amar a alguien a pesar de los cambios físicos, de carácter, el amor va más allá de la pasión, de la atracción, ya que esta se acaba, es frágil, insegura.

Hay otro punto que es importante considerar, el costo de ese “amor”. Qué hay detrás de esa pasión, ternura, “amor”, con el que buscas llenar tu vida. Tal vez puedas ver el dolor de una mujer que como tú creyó en una promesa permanente de amor, también es posible que puedas pensar en el dolor de unos hijos que van a quedar dañados en su psicología, que van a sentir quebrantada la seguridad que tenían en la unidad y amor de sus padres.

Y eso no es todo, lo más importante, eres tú. Ama y respeta tu cuerpo, vive con el señorío al que estás llamada, evita que te utilicen, conserva tu paz, recuerda que quien esta con Dios tiene verdadero gozo, plenitud, amor, bondad.



Mujer vales demasiado, asume tu valor y vive a lo grande. Estas hecha para grandes vuelos, para vivir como una hija de Dios Escucha en tu corazón esa voz que día y noche desea venir a tus labios:

“Bendito sea el Señor, su gracia hizo maravillas para mí: Mi corazón es como una Ciudad fuerte” Salmo 31, 22
 

 







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