Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
Éxodo 32,7-14: “No castigues a tu pueblo por sus maldades”
Salmo 105: “Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo”
San Juan 5,31-47: “El que los acusa es Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza”
Porque se me hace un texto de mucha actualidad quisiera que ahora nuestra reflexión brotara de la primera lectura. ¿Qué decepción tendría Moisés al escuchar el reclamo de Dios porque su pueblo se había hecho un ídolo? El AT nos habla de Dios en figuras antropomórficas para ayudarnos a entender más de cerca nuestros sentimientos puestos ante sus ojos. Nos presenta a Dios como arrepentido y avergonzado de su pueblo y dispuesto a infligir el castigo que se ha ganado. Moisés, como intercesor, le hace recordar a Dios todo lo que ha hecho por su pueblo y cómo ahora el exterminio desdiría todas las proezas que hizo para liberarlo.
¿Moisés es más misericordioso que Dios? Son recursos literarios para hacernos entender la gravedad del pecado: el pueblo ha olvidado a su liberador y merece un castigo. Hoy nos hacemos modernos ídolos y nos postramos ante ellos, hoy oponemos a Dios otros intereses que nos parecen más importantes, hoy nos olvidamos de esa historia de amor que Dios quiere realizar con cada uno de nosotros y preferimos buscar nuestros caminos, lejos de su amor. ¿Cómo reacciona Dios ante nuestras idolatrías? Es curioso lo que nos enseña Jesús: Dios su Padre no necesita nuevos Moisés que le recuerden su misericordia, sino que como Padre amoroso abre sus brazos esperando el regreso del hijo ingrato, del que se ha olvidado de su nombre, del que ha saturado su corazón con nuevos ídolos. Dios siempre espera a sus hijos. Es muy fácil que a lo largo del camino actuemos como lo hicieron los israelitas en el desierto: si en determinados momentos no percibimos la presencia de Dios, buscamos cosas materiales, tangibles, que lo sustituyan y nos postramos ante ellas.
Es tiempo de recapacitar y volver a sentir la presencia de Dios con nosotros. Que esta Cuaresma nos atrevamos a reconocer nuestros ídolos, tengamos el valor de destruirlos y abandonarlos y volvamos a los brazos amorosos del Padre.