El Matrimonio
Obligaciones y frutos del Matrimonio
Por: Cristina Cendoya de Danel | Fuente: Catholic.net
Obligaciones
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El amor es la razón principal por la que un hombre y una mujer deciden casarse y de él nace una fuerza que los mantiene unidos. La celebración del vínculo matrimonial fue un acto de amor y la promesa de amarse incondicionalmente para toda la vida. Tiene que convertirse en una forma verdadera de caridad cristiana, teniendo como fin la perfección y salvación del propio cónyuge. No se debe dejar llevar por los problemas que surgen por los diferentes temperamentos, ni por la situación económica, ni por los sentimientos, ni por egoísmos. Se debe fomentar el amor entre ambos, sobre todo en momentos difíciles. Practicar las virtudes sobrenaturales y humanas. Crear un ambiente familiar de amor a Dios y al prójimo.
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Cada uno de los esposos tiene la obligación de conceder el débito conyugal al otro, siempre y cuando lo pida de manera seria y razonable. Este acceder a las relaciones conyugales es necesario porque puede dañar la relación y provocar el adulterio. Pero, no hay obligación si hay algún impedimento por salud, por estado de ebriedad, etc. “El marido otorgue lo que es debido a la mujer e igualmente la mujer al marido”. (1Cor. 7, 3)
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Los cónyuges están obligados a ser fieles el uno al otro, tal como lo prometieron el día de su matrimonio.
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No cerrarse - por egoísmos - a la transmisión de la vida.
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Dijimos que otro fin del matrimonio es la procreación de los hijos, pero no basta con darles vida, hay que educarlos. La educación de los hijos es un deber y un derecho de los padres.
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Por otro lado, como el matrimonio y la familia constituyen la primera célula de la sociedad- como tal - tienen el deber de participar en la vida de la misma sociedad.
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Por último, la familia tiene la misión de participar – de manera activa – en la propia vida de la Iglesia, por medio de su testimonio, con la oración, con el apostolado y en la vida sacramental.
Frutos
El matrimonio es camino de salvación para los cónyuges porque es vocación divina. Por medio de él, se hace mucho más fácil el camino de santificación y de apostolado. Cuando se pone a Dios como centro de la familia, pues es Él quien nos da las bases sólidas para cimentar la relación, para poder crecer como personas, y lograr una verdadera relación de amor. En el momento que surjan las dificultades obtendremos las gracias necesarias para superarlas.