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Algunas claves de la encíclica Lumen fidei (I)
¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?


Por: Mariano Ruiz Espejo | Fuente: Catholic.Net



Esta encíclica Lumen fidei del Papa Francisco (2013) completa las encíclicas del Papa emérito Benedicto XVI sobre las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. A continuación resumimos algunas de las claves de la encíclica en una primera parte de dos de ellas.

La luz de la fe: la tradición de la Iglesia ha indicado con esta expresión el gran don traído por Jesucristo, que en el Evangelio de san Juan se presenta con estas palabras: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas” (Jn 12,46). También san Pablo se expresa en los mismos términos: “Pues el Dios que dijo: ‘Brille la luz del seno de las tinieblas’, ha brillado en nuestros corazones” (2 Co 4,6)… A Marta, que llora la muerte de su hermano Lázaro, le dice Jesús: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” (Jn 11,40). Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso (cf. LF, 1).

… la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido. De este modo, el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino (cf. LF, 3).

La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo. Por una parte procede del pasado; es la luz de una memoria fundante, la memoria de la vida de Jesús, donde su amor se ha manifestado totalmente fiable, capaz de vencer la muerte. Pero, al mismo tiempo, como Jesús ha resucitado y nos atrae más allá de la muerte, la fe es luz que viene del futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro “yo” aislado, hacia la más amplia comunión (cf. LF, 4).

El Señor, antes de su pasión, dijo a Pedro: “He pedido por ti, para que tu fe no se apague” (Lc 22,32). Y luego le pidió que confirmase a sus hermanos en esa misma fe… La convicción de una fe que hace grande y plena la vida, centrada en Cristo y en la fuerza de su gracia, animaba la misión de los primeros cristianos (cf. LF, 5).



Porque la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino… De este modo, se ha visto cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones (cf. LF, 6).

¿Cuál es la ruta que la fe nos descubre? ¿De dónde procede su luz poderosa que permite iluminar el camino de una vida lograda y fecunda, llena de fruto? (cf. LF, 7).

La fe [de Abrahán] está vinculada a la escucha. Abrahán no ve a Dios, pero oye su voz. De este modo la fe adquiere un carácter personal… La fe es la respuesta a una Palabra que interpela personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre (cf. LF, 8).

Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada y una promesa. En primer lugar es una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a una vida nueva… Esta Palabra encierra además una promesa: tu descendencia será numerosa, serás padre de un gran pueblo (cf. Gn 13,16; 15,5; 22,17), (cf. LF, 9).

La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella con sólido fundamento… El hombre fiel recibe su fuerza confiándose en las manos de Dios… San Agustín lo explica así: “El hombre es fiel creyendo a Dios, que promete; Dios es fiel dando lo que promete al hombre” (cf. LF, 10).



Dios asocia su promesa a aquel “lugar” en el que la existencia del hombre se manifiesta desde siempre prometedora: la paternidad, la generación de una nueva vida: “Sara te va a dar un hijo; lo llamarás Isaac” (Gn 17,19), (cf. LF, 11).

La fe nace de nuevo de un don originario: Israel se abre a la intervención de Dios, que quiere librarlo de su miseria. La fe es la llamada a un largo camino para adorar al Señor en el Sinaí y heredar la tierra prometida… Para Israel, la luz de Dios brilla a través de la memoria de las obras realizadas por el Señor, conmemoradas y confesadas en el culto, transmitidas de padres a hijos. Aprendemos así que la luz de la fe está vinculada al relato concreto de la vida, al recuerdo agradecido de los beneficios de Dios y al cumplimiento progresivo de sus promesas (cf. LF, 12).

… lo contrario de la fe se manifiesta como idolatría… Vemos entonces que el ídolo es un pretexto para ponerse a sí mismo en el centro de la realidad, adorando la obra de las propias manos… Por eso, la idolatría es siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro… La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una y otra vez por la llamada de Dios. He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos (cf. LF, 13).

“Abrahán […] saltaba de gozo pensando en ver mi día [de Jesús]; lo vio, y se llenó de alegría” (Jn 8,56)… La fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos (cf. Rm 10,9). Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Cristo; él es el “sí” definitivo a todas las promesas, el fundamento de nuestro “amén” último a Dios (cf. 2 Co 1,20)… la vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por nosotros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no es una más entre otras, sino su Palabra eterna (cf. Hb 1,1-2)… La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamentos sobre el que se asienta la realidad y su destino último (cf. LF, 15).

“El que lo vio da testimonio, su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis” (Jn 19,35)… precisamente en la contemplación de la muerte de Jesús, la fe se refuerza y recibe una luz resplandeciente, cuando se revela como fe en su amor indefectible por nosotros, que es capaz de llegar hasta la muerte para salvarnos (cf. LF, 16).

Ahora bien, la muerte de cristo manifiesta la total fiabilidad del amor de Dios a la luz de la resurrección. En cuanto resucitado, Cristo es testigo fiable, digno de fe (cf. Ap 1,5; Hb 2,17), apoyo sólido para nuestra fe. “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido”, dice san Pablo (1 Co 15,17)… Cuando san Pablo habla de su nueva vida en Cristo, se refiere a la “fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20)… Precisamente porque Jesús es el Hijo, porque está radicado de modo absoluto en el Padre, ha podido vencer a la muerte y hacer resplandecer plenamente la vida… Los cristianos […] confiesan el amor concreto y eficaz de Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final, amor que se deja encontrar, que se ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo (cf. LF, 17).

La plenitud a la que Jesús lleva a la fe tiene otro aspecto decisivo. Para la fe, Cristo no es solo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no solo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver… Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios (cf. Jn 1,18)… Junto a “creer que” es verdad lo que Jesús nos dice (cf. Jn 14,10; 20,31), san Juan usa también las locuciones “creer a” Jesús y “creer en” Jesús. “Creemos a” Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque él es veraz (cf. Jn 6,30). “Creemos en” Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino (cf. Jn 2,11; 6,47; 12,44).

La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra historia. La fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que nos permite captar su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios a este mundo y cómo lo orienta incesantemente hacia sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra (cf. LF, 18).

El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo… (cf. Rm 8,15)… Lo que san Pablo rechaza es la actitud de quien pretende justificarse a sí mismo ante Dios mediante sus propias obras. Éste, aunque obedezca a los mandamientos, aunque haga obras buenas, se pone a sí mismo en el centro, y no reconoce que el origen de la bondad es Dios… Cuando el hombre piensa que, alejándose de Dios, se encontrará a sí mismo, su existencia fracasa (cf. Lc 15,11-24)… Solo abriéndonos a este origen y reconociéndolo, es posible ser transformados, dejando que la salvación obre en nosotros y haga fecunda la vida, llena de buenos frutos. La salvación mediante la fe consiste en reconocer el primado del don de Dios, como bien resume san Pablo. “En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios” (Ef 2,8s), (cf. LF, 19).

Cristo ha bajado a la tierra y ha resucitado entre los muertos; con su encarnación y resurrección, el Hijo de Dios ha abrazado todo el camino del hombre y habita en nuestros corazones mediante el Espíritu santo (cf. LF, 20).

“Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3,17)… El cristiano puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús. Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Co 12,3), (cf. LF, 21).

Los cristianos son “uno” (cf. Ga 3,28), sin perder su individualidad, y en el servicio a los demás cada uno alcanza hasta el fondo de su propio ser… La fe tiene una configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de los creyentes… La fe no es algo privado, una concepción individualista, una opinión subjetiva, sino que nace de la escucha y está destinada a pronunciarse y a convertirse en anuncio… Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos (cf. LF, 22).

Si no creéis, no comprenderéis… la cuestión del conocimiento de la verdad se colocaba en el centro de la fe. Pero en el texto hebreo leemos de modo diferente. Aquí, el profeta dice al rey: “Si no creéis, no subsistiréis” (cf. LF, 23).

La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos (cf. LF, 24).

Puede ayudarnos una expresión de san Pablo, cuando afirma: “Con el corazón se cree” (Rm 10,10)… La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor… La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad (cf. LF, 26).

Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en luz nueva hacia una vida grande y plena…

Si el amor necesita de la verdad, también la verdad tiene necesidad del amor. Amor y verdad no se pueden separar (cf. LF, 27).

 

Referencia

Francisco (29 Junio 2013). Carta encíclica Lumen fidei. Libreria Editrice Vaticana. Roma.

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei.html







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