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Realismo antropológico, pedagógico y sociológico .
Es conveniente partir de una adecuada visión del ser humano como tal...


Por: Escuela de la Fe | Fuente: Escuela de la Fe



Es sumamente elevada y exigente la meta del proceso formativo del que nos ocupamos. Fácilmente podríamos caer en el desánimo al constatar las dificultades o la escasez de buenos resultados. Por ello, es conveniente partir de una adecuada visión del ser humano como tal, de la persona concreta en cuanto sujeta a un proceso de formación y en cuanto inmersa en una situación histórica y social concreta que influye notablemente sobre ella.


a. Realismo antropológico.

Al plantearse el tema de la formación humana e integral de la mujer consagrada, es necesario partir de una cierta concepción de la persona. Es importante apenas nos asomamos un poco a la reflexión sobre nosotros mismos y los demás, notar que estamos ante un ser complejo, compuesto de elementos que no sólo son diferentes, sino hasta aparentemente contrarios. Nuestra composición de materia y espíritu hacen del ser humano un auténtico enigma.

Por nuestra componente espiritual poseemos características que nos hacen radicalmente diversos del resto de los seres de este mundo. Somos racionales, estamos abiertos a lo real, abiertos a nosotros mismos en el acto del conocimiento, abiertos a lo infinito. Poseemos la capacidad de querer con libertad y somos dueños y responsables de nuestros actos. Nuestra apertura es también hacia los demás; somos, por lo tanto, un ser dialogal y social. Encontramos la realización del yo en la apertura al otro, en cuanto tú. Y finalmente, en la apertura al Tú infinito.

Pero el componente corporal es también parte integrante, a pleno título, de nuestra humanidad, y permea toda nuestra existencia. Los sentidos internos y externos ofrecen datos a la inteligencia. La afectividad prepara el camino para el acto de la voluntad. La apertura al exterior y el diálogo con los demás se ven necesariamente mediados por nuestra corporeidad.

Esta composición de elementos contrapuestos nos hacen ser un ser de frontera, ciudadano de dos mundos. Abiertos a lo absoluto, pero nos sentimos limitados y percibimos el peso de nuestra corporeidad. Nos asomamos audazmente más allá del tiempo y espacio, pero somos profundamente históricos. Anhelamos vivamente la eternidad inmortal, pero nos hallamos sometidos al arco biológico típico animal.

En nuestra psicología reconocemos tres niveles: el fisiológico, el psico-social, y el espiritual. Estos tres niveles se entrecruzan en la unidad del yo. Pero en la actuación humana no nos basamos exclusivamente en actitudes visibles y definibles. Estas actitudes en realidad son provocadas y sostenidas por la fuerza de la necesidad (agresividad, autonomías, sexualidad...) y de los valores (propiedades positivas que el sujeto descubre en la realidad y hace propias). Y estas actitudes se mezclan. También influyen, para hacerlo todavía más complicado, las tendencias inconscientes, que si son de índole afectiva pueden provocar reacciones emotivas que son determinadas.

La filosofía y la psicología nos han ayudado a penetrar un poco en el complejo enigma del hombre. Pero, en el fondo, todo intento de comprenderlo con las fuerzas de la sola razón y de la ciencia, produce resultados incompletos. Se percibe en el hombre un misterio del cual la razón no alcanza a dar razón. Se hace necesaria una iluminación desde arriba. Sólo bajo la luz de la Revelación, releyendo el mensaje de la historia sagrada, se descubrirá la identidad plena del hombre: una imagen de Dios que ha sido desfigurada por el pecado y restaurada por Cristo.

Imago Dei: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra.... Creó Dios al ser humano a imagen suya...”(Gn 1,26-27). Es una creación continua pues nos mantiene en la existencia. El hombre sin Dios es un absurdo. Él nos concede una dignidad por encima de todo el resto de creación: “El cielo no fue creado a imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni la belleza de las estrellas, ni ninguna de las otras cosas que se observan en la naturaleza. Sólo tú. Aquel que es tan grande que contiene toda la creación en una palma de la mano, está enteramente comprendido en ti. Habita en tu naturaleza” (San Gregorio de Nisa, Comm. In Cant., nº2)

Imago Dei caída, por el pecado. El pecado original hirió nuestra naturaleza desfigurando la imagen divina grabada en nuestro ser y dejando en ella cuatro heridas: la ignorancia (que afecta a la inteligencia), la malicia (a la voluntad), la fragilidad (al apetito irascible) y la concupiscencia (al apetito concupiscible). La herida del pecado la experimentamos cada día, en la dificultad que encontramos para obrar el bien y en la fuerte tendencia hacia el mal que sentimos.

Imago Dei restaurada por Cristo, que se hizo hombre para redimirnos del pecado, para devolvernos nuestro valor y dignidad y presentarse a sí mismo como modelo del hombre perfecto. La obra realizada por nuestro Salvador, no ha eliminado todos los efectos y huellas del pecado, por lo que constantemente debemos luchar por despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo (cf. Col. 3, 9-10), hasta que Cristo tome forma definitiva en nosotros (cf. Gal. 4, 19).


b. Realismo pedagógico.

En la labor formativa, no basta sin embargo un conocimiento general del ser humano, que nos permita partir de una base de realismo antropológico. Es evidente que el proceso formativo y los medio que se emplean varían mucho dependiendo de las personas concretas que se busca formar. No se actúa igual con un hombre que con una mujer, con una joven de 16 años que con una mujer adulta. Aún más allá del sexo y la edad, no será idéntico en ciertos aspectos - no esenciales - el camino a seguir en esta cultura y en esta otra, en este país y en aquel. Se impone, pues, la necesidad de un conocimiento más específico.

Para trabajar con realismo en la formación de religiosas, hay que llegar incluso a un profundo conocimiento de cada persona. Pues, aun dentro de un grupo homogéneo en cuanto a sexo, edad, cultura, etc., cada una tiene una serie de rasgos particulares, que hacen de ella una persona única e irrepetible.

Es oportuno recordar aquí que es éste el modo en que Dios ha actuado con nosotros. Él no creó a “la humanidad”, no creó hombres y mujeres en serie, en cadena. Como Padre bueno, con amor y dedicación exclusiva creó a cada una y la dotó de un modo de ser propio, con ciertas cualidades y ciertas limitaciones, con un temperamento, con unas características físicas, etc. A cada una la colocó en unas circunstancias específicas: una ciudad, unos padres, una familia, unas amistades, una escuela, etc. Para cada una, trazó un plan concreto y le encomendó una misión personal e intransferible y le preparó las gracias necesarias para poder realizarla eficazmente.

Partiendo de esta realidad, que se concreta en el día a día en que Dios va manifestando su amor a cada persona, llegamos a este punto de capital importancia, que un famoso predicador expresaría diciendo: “Cada uno es cada uno, con sus cadaunadas”. Por lo tanto, aunque haya una unidad de programas y métodos, las formadoras deben estar siempre atentas a la voz del Espíritu Santo para saber aplicarlos a cada una de sus almas encomendadas con tino y oportunidad. Dios tiene su hora para cada una de sus elegidas. A veces, habrá que saber esperar con paciencia la llegada de esta hora. Habrá que tener fe en que Dios creó y llamó a esta mujer a ser su esposa. Será necesario descubrir en cada una las enormes potencialidades con que ha sido dotada por Dios y ayudarles a desarrollarlas. Así como habrá que ayudarles a descubrir sus limitaciones, sus defectos y tendencias negativas, para que sepan superarlas y encauzarlas debidamente.

c. Realismo sociológico.

Todos somos hijos de nuestro tiempo: vivimos su cultura, sus tensiones, compartimos sus adelantos, sufrimos sus contraindicaciones. La nuestra pueda definirse como una cultura de la fragmentación, de los subjetivo y de lo imaginario.

La cultura de la fragmentación nace de la crisis de los principios, de los fundamentos, de las causas primeras. Es el resultado del hundimiento de la metafísica, de la caída de las ideologías, del pensamiento débil. Una cultura de este tipo, en el que se acepta al hombre como es sin proponerle ningún cambio y ningún proyecto válido absoluto, poco ayuda para que asumamos compromisos duraderos, válidos para siempre, a vivir y luchar por un ideal. Los más generosos llegarán a un compromiso temporal, para de este modo, tener la posibilidad de adquirir de nuevo la propia libertad y poder comprometerse en otras aventuras, hacer suyos otros proyectos.

La cultura de lo subjetivo o subjetivismo nace estrechamente unida a la pérdida de los ideales y consiste en buscar satisfacer las necesidades concretas e inmediatas de cada uno. La visión de la vida no es ya colectiva o comunitaria, sino subjetiva. Es importante lo que es útil para mí, lo que me agrada. Resulta claro que una cultura de este tipo poco ayuda a formarse en el sacrificio por los demás, antes al contrario, le carga de gran inseguridad, porque le hace sentirse solo, desarraigado de la familia, no integrado en la sociedad.

La cultura de lo imaginario, es en la que vivimos rodeados de imágenes y mensajes prefabricados, y en la que perdemos el sentido de la realidad. Todo es tan gratificante en la cultura de la imagen que la gente no se toma la molestia de construir su historia real.

Estas subculturas, la fragmentación, lo subjetivo y lo imaginario, son las causas principales, no únicas, de la gran fragilidad de muchos jóvenes. Son seres sin muchos ideales, replegados sobre sí mismos, encerrados en el mundo fantástico de la imagen, poco capacitados para el esfuerzo, la renuncia, el sacrificio, para establecer relaciones profundas y estables con los demás. En el apartado sobre los protagonistas de la formación, mencionamos otros rasgos - no sólo negativos sino también positivos - que caracterizan generalmente a las jóvenes que se acercan a la vida religiosa o consagrada. Es, por así decirlo, la materia prima con la que contamos para empezar la ardua labor de la transformación en Cristo. Es importante tener en cuenta estos aspectos para trabajar con serenidad y realismo en la formación de mujeres nuevas, para el Reino de Cristo.

 

 

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