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Cuando Dios Toca mi Corazón



Por: P. Dennis Doren, LC | Fuente: Catholic.Net



 

 

    «El hombre moderno parece seguro de sí mismo, y sin embargo, especialmente en ocasiones cruciales, tiene que vérselas con su impotencia, experimenta la incapacidad para intervenir y, por consiguiente, vive en la incertidumbre y en el miedo». «En la oración, hecha de fe, está el secreto para afrontar no sólo las emergencias sino día tras día los cansancios y problemas personales y sociales». «Quien reza no se desalienta ni siquiera ante las dificultades más graves, pues siente a Dios a su lado y encuentra refugio, serenidad, y paz en sus brazos abiertos».

    «Después, al abrir el corazón al amor de Dios, se abre también al amor de los hermanos, y le hace capaz de construir la historia según el designio divino». Con estas palabras tan claras y llenas de valor, el Papa Juan Pablo II nos instaba a orar, a ponernos en un contacto espontáneo y constante con Dios, a no desfallecer aunque el cansancio y los pocos resultados de nuestra oración no siempre estén acompañadas de la realización de nuestras propias expectativas y proyectos.

    Siendo joven era un revolucionario y mi oración a Dios era: - "Señor, dame la energía para cambiar al mundo".



    Al llegar a los cuarenta y darme cuenta de que la mitad de mi vida se había ido sin que yo hubiese cambiado una sola alma, modifiqué mi oración:     - "Señor, dame la gracia para cambiar a todos aquellos con quienes tengo contacto, solamente mi familia y mis amigos y estaré satisfecho".

    Ahora, que ya soy un anciano y mis días están contados, mi única oración es: - "Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo".

    ¡Si hubiera orado de esta forma desde el principio, no hubiese desperdiciado mi vida!

 

    Para aprender a orar no hace falta aprenderse o inventar complicadas fórmulas. Si comenzamos por meditar el Padre Nuestro y hacer un pequeño propósito, no sólo estaremos haciendo oración, sino que cada día daremos un paso más para vivir como verdaderos hijos de Dios:



    - Di Padre. Si cada día te portas como hijo y tratas a los demás como hermanos.

    - Di Nuestro. Si no te aíslas con tu egoísmo-

    - Di que estás en los cielos. Cuando seas espiritual y no pienses sólo en lo material.

    - Di santificado sea tu nombre. Si amas a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas tus fuerzas.

    - Di venga a nosotros tu reino. Si de verdad Dios es tu rey y trabajas para que Él reine en todas partes.

    - Di hágase tu voluntad. Si la aceptas y no quieres que sólo se haga la tuya.

    - Di danos hoy nuestro pan. Si sabes compartir con los pobres y con los que sufren.

    - Di perdona nuestras ofensas. Si quieres cambiar y perdonar de corazón.

    - Di no nos dejes caer en tentación. Si de verdad estás decidido a alejarte del mal.

    - Di líbranos del mal. Si tu compromiso es por el bien.

    Camina con la seguridad de que Dios te escucha y no tardará en responder a tu oración.  La oración es la fuente de luz para mi alma; es generadora de amor, es vigorosa promotora de la acción, fuerza para salir victorioso de las asechanzas y tentaciones del mundo y del demonio. En la oración se robustecen las certezas de mi fe, donde mi voluntad se identifica con el querer santísimo de Dios, donde lleno mi corazón de celo apasionado por las almas. La oración es ese encuentro de mi voluntad humana con la voluntad eterna y amorosa de Dios. Oración como entrega de esa voluntad humana a la voluntad divina: "No se haga mi voluntad".







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