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Lección 8 y 9 El Orden y la Obediencia
La virtud del orden ayuda a vivir las virtudes del respeto, la justicia, la obediencia, la austeridad, etc...


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: Catholic.net



Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 8 y 9 El Orden y la Obediencia

El Orden

La virtud del orden “se comporta de acuerdo a unas normas lógicas, necesarias para el logro de algún objetivo deseado y previsto, en la organización de las cosas, en la distribución del tiempo y en la realización de las actividades, por iniciativa propia, sin que sea necesario recordárselo”. (1)

Dicho en otras palabras, el orden es la recta disposición de las cosas y es la virtud que nos lleva a poner cada cosa en su lugar, a distribuir correctamente el tiempo y nuestras actividades.

El orden es además, reducir la multiplicidad a la unidad. Si tengo una cantidad de libros dispersos (multiplicidad) y los ordeno, tendré como fin y como resultado una biblioteca. Si hay muchos alumnos jugando en el patio del recreo y toco la campana formando una fila de menor a mayor según la altura (reduzco la multiplicidad a la unidad). Los alumnos podrán entrar en el aula como personas que son, sin golpearse y con el debido espacio que cada uno necesita. De ahí deducimos que esta virtud es un principio de orden natural que colabora al bien de todos. Toda buena organización tiene como principio y base el orden.

Para poder actuar de un modo ordenado hará falta cierta estructura mental ordenada que se reflejará en todos los aspectos de nuestras vidas.

En primer lugar el orden en las ideas y en los valores será imprescindible para poder sostener una línea de conducta en la vida. Empecemos por ordenar la cabeza. Saber qué es lo que habremos de sostener y defender a través de nuestras vidas exige claridad de principios. Para que nuestras decisiones sean las correctas, tendremos que saber qué es lo más importante para elegir bien. Si no tenemos una prioridad, nuestra cabeza será un caos y nos conduciremos como una hoja al viento. Primeramente debemos conocer lo que enseña la religión católica para poder defenderla y cumplir con el mandato de Dios: “Me amarás con tu mente”. Si somos católicos no podemos ser liberales, masones, racionalistas, relativistas, hedonistas, agnósticos, socialistas o comunistas porque sus principios se contradicen con la doctrina de la Iglesia. Lo malo en todas ellas es que se oponen al orden natural dado por Dios en la Creación. Únicamente la doctrina católica se apoya sobre ese orden natural, demostrando que es la válida para todas las personas.

De ahí que, de una cabeza ordenada “católicamente”, saldrá una argumentación en la conversación ordenada y clara, que nos iluminará en todos los temas. Esto demuestra la importancia de valorar el estudio con el lícito afán de saber y conocer lo nuestro. Si no conocemos no amaremos el esplendor de lo nuestro y nos dejaremos convencer por todas las teorías falsas que rondan por ahí.

El orden en la relación con las personas comienza con la familia. Según la importancia y jerarquía que tiene cada uno, será el lugar debido que habrá que darle dentro de la misma. El padre y la madre serán los primeros responsables de la educación de los hijos. Y es para eso que Dios les ha dado la autoridad para poder mandar sobre ellos y a los hijos la obligación moral de obedecerles. Los padres tendremos que rendir cuentas ante Dios de la educación transmitida a los hijos y de nuestros actos. De ahí que no debamos pretender jugar el papel de “amigos y cómplices” de los hijos con la misma inmadurez. Los niños tienen el derecho de saber y de ser enseñados y esta obligación corresponde primero a los padres y después a todos los adultos que los rodean, porque todos los adultos forman o deforman. El deber de los padres es “educar”, “dirigir” por el buen camino a los hijos, explicar con razones claras y objetivas, dar argumentos de peso para las obligaciones, señalarles la diferencia entre viajar por la ruta y andar por la banquina, Enseñarles a mirar las consecuencias de sus actos con luces largas y no con luces bajas. No “ganárselos” ni “comprárselos”.

El orden en el ámbito del trabajo significa que el empleado del banco no puede atender desde el despacho del gerente. El gerente no puede estar barriendo la vereda del banco porque no le corresponde y tendrá otras responsabilidades. El patrón de la empresa o el general de división no pueden salir de “farra” con los empleados o los soldados porque estas actitudes desordenadas erosionan y desmerecen la imagen de la autoridad.

La autoridad bien ejercida siempre implica pagar el precio de una cuota de soledad, porque habremos de asumir la responsabilidad de muchas decisiones y dar el ejemplo a otros. Muchas veces se deseará tal vez compartir y disfrutar con ellos distintos acontecimientos, pero en virtud de no olvidarnos del lugar que ocupamos tendremos que negárnoslo. Deberemos privarnos de algo que puede ser lícito, pero que no corresponde según el cargo que ocupemos o la jerarquía que tengamos y deberemos hacerlo para cumplir mejor con nuestra responsabilidad.
Si somos los padres no podremos salir a bailar con los amigos de los hijos o si somos los jefes de la oficina no podremos estar contando nuestros problemas familiares más íntimos a los empleados. Cada uno no sólo debe ocupar el lugar que le corresponde sino comportarse como corresponde a su cargo, a su posición o a su deber de estado. El sólo hecho de erosionar las jerarquías, confundir los roles o contar nuestras intimidades a todos, exponiendo muchas veces la de otros, ya es un grave desorden.

En el orden de la sociedad es la función propia del Estado, quien debe velar para que se respete el orden natural establecido por Dios a todos los ciudadanos. Desde el derecho a nacer, a poder formar una familia y mantenerla dignamente, a tener un trabajo y sueldo digno que nos permita vivir, a tener la seguridad jurídica y poder transitar tranquilamente por las calles sin temor a que nos roben o nos maten, etc. Es función propia del Estado el asegurar el orden y el impedir la anarquía dentro de la sociedad, que es cuando se transmite que falta gobierno y reina el caos y la confusión dentro de la sociedad. La razón de ser del Estado es la de ser el activo promotor del Bien común, que es el bien de todos, y no de algunos.

Una sociedad ordenada, a su vez, se notará por los valores que reconocerá. La ciencia, el estudio, el conocimiento, la maternidad, debieran ser valores a defender de primer orden. Grecia y Roma entronaban dentro de la sociedad, dándoles un lugar destacado, a las madres de familia. Podríamos hasta decir que el pulso de una sociedad puede medirse según el valor que ella le dé a la maternidad. En una sociedad ordenada, una vocación científica debiera tener más facilidades y reconocimientos que un deportista, ya que el conocimiento es superior a la habilidad física, por más que ésta sea buena. Un profesor experimentado y sabio debiera tener privilegios acorde a sus conocimientos y una paga superior a una modelo de publicidad que promociona un champú. Pero hoy constatamos que es totalmente al revés, lo cual indica el desorden de la nuestra.

El orden en las cosas materiales tiene varias finalidades: guardar bien las cosas para que no se estropeen y se conserven bien. Por respeto a quien nos las dio y por gratitud de tener lo que otros no tienen. Para poder encontrarlas cuando las necesitamos y, (como siempre nos está mandado), por pensar en el otro, para que también las encuentre en buen estado cuando las necesite. El maltrato hacia las cosas implica desprecio hacia el trabajo ajeno. Si trabajo en un taller, es importante que guarde bien las herramientas porque si no se estropearán, se perderán y tampoco las encontraré cuando las busque porque las necesite. No las encontraré yo pero, lo que es peor, tampoco mi compañero de trabajo. Si me prestan un libro o un buzo, la actitud ordenada y justa es devolverlo en el mismo estado en que me lo prestaron, o mejor si es posible (lavado y planchado).
Para ser ordenados no sólo hace falta poner las cosas en su lugar sino que hay que utilizar bien las cosas. Si un adolescente guarda la campera húmeda en el ropero no puede decir que sea ordenado, porque aunque la cuelgue en el armario, la campera se estropeará. Si abre una lata rompiendo la hoja del cuchillo, por más que tire la lata prolijamente a la basura no actuará ordenadamente, porque habrá estropeado la hoja del cuchillo. Si no superviso con cuidado los alimentos de mi heladera algunos se echarán a perder y habrá que tirarlos (lo cual es un desorden) generando un desperdicio que es anticristiano porque hay muchas personas que nada tienen para comer.

Como todos los hábitos serán mejor empezar en la niñez, o cuanto antes, ya que un niño de 3 años tiene capacidad para comprender que cada cosa debe tener su lugar. Desde la infancia el orden se inculcará con los horarios, las comidas, los hábitos de higiene, las diversiones medidas y sus propias cosas personales.

La batalla del orden habría que ganarla antes de la adolescencia con infinidad de hábitos como apagar las luces si dejamos el cuarto, cerrar con cuidado los cajones, tapar el dentífrico para que no se seque y el que viene lo pueda usar. Utilizar agenda para distribuir mejor nuestro tiempo, planificar el tiempo libre. Incorporar hábitos básicos de higiene personal, (como lavarse la cara y los dientes al levantarse y no después que se ha circulado por toda la casa). Tener puntualidad en los horarios. Fijarse que lo que se tira no sirva para nada ni para nadie. Dejar la ropa doblada para que no se arrugue y se estropee de tanto lavado y planchado, etc. El orden está muy emparentado con otras virtudes y especialmente con el respeto al prójimo, la justicia, con lo que es debido al otro, con la austeridad y la gratitud.

Dejar bien apoyada la bicicleta en su lugar para que no se caiga y se estropee o cuidar los útiles del colegio implicará, además de orden, respeto por quien trabajó para comprárnosla. No dejar la ropa hecha un bollo en el piso implicará, además de orden, respeto por quien acaba de limpiar nuestro cuarto y por quien se supone que tendrá que agacharse a levantarla del suelo. Doblar bien el diario después de haberlo leído o dejar el baño como nos gustaría encontrarlo implicará no sólo orden, sino respeto por quien vendrá después que nosotros.

Escribir claro y bien (para que no sea un verdadero sacrificio para los demás entender nuestra letra) es no sólo un principio de orden, sino de justicia hacia quien lee. Comprar lo que nos hace falta, pensándolo y con criterio (ya sea en la ropa, los alimentos, o la música) es no sólo orden sino austeridad, respeto y gratitud hacia quien nos proporciona los medios para hacerlo.

El orden en la administración y el uso del dinero y en la administración de los bienes propios y ajenos toca muy de cerca el mundo de la justicia. Irme a veranear si no he pagado mis cuentas al verdulero o poner el cable en vez de pagar la cuota del colegio es un gran acto de injusticia hacia ambos porque les estoy robando el dinero que de hecho les pertenece. Si cambio la moto antes de pagarle a mi amigo el dinero que le debo es un acto de injusticia porque estoy utilizando (en algo superfluo) un dinero que ya no me pertenece.

Así como la transparencia en el manejo del dinero ajeno, no sólo me quita responsabilidad ante el prójimo, sino que es un derecho que tiene el prójimo de saber cómo se maneja su dinero (aunque sea un simple vuelto de una entrada al cine). Administrar bien nuestros gastos (independientemente de que sean grandes o chicos según nuestro estado) siempre implicará no sólo el respeto debido a quien ha trabajado por nosotros, sino a quienes carecen hasta de lo elemental para vivir. El orden en la administración de los alimentos es fundamental, porque la comida es un don de Dios que debemos agradecer, y hay quienes, por carecer de ella se mueren de hambre.

En todos los órdenes el desperdicio es anticristiano. Debemos usar de las cosas en actitud de gratitud por poder tenerlas y conscientes de que la gran mayoría de las personas carece hasta de lo necesario para subsistir no sólo en comida sino medicamentos, electricidad, calefacción, etc. En toda administración pública o privada la transparencia en el manejo de los fondos no sólo nos está moralmente exigida porque nos quita responsabilidad, sino que es un acto de justicia hacia los demás, ya que el dinero a administrar es producto del trabajo, el esfuerzo y las privaciones de muchos. No es verdad que los fondos públicos no son de nadie en especial. Los fondos públicos son productos de las privaciones de millones con nombre y apellido y deberían ser administrados con esa conciencia.

El orden en el uso del tiempo merece una consideración. Dios nos ha dado un tiempo limitado de vida en esta tierra y, aunque no sepamos cuando será el día y la hora, sabemos que no somos inmortales. El tiempo que nos fue dado debe ser utilizado como un tesoro a administrar para salvarnos y debiera ser utilizado según la parábola de los talentos. Algún día deberemos rendir cuenta de cómo lo hemos invertido. Levantarnos todos los días a cualquier hora, pasarnos horas delante del televisor, hablar pavadas de manera desmedida por teléfono, mandar y recibir innumerables mensajitos en el celular (que quitan el sabor del encuentro y la expectativa de contarse las cosas personalmente, invadiendo continuamente la intimidad ajena para informar al otro no solo que “estamos comiendo en lo de la abuela” sino que volvemos a mandar otro a los cinco minutos para decirle que “estamos comiendo pollo”…) Elegir durante días un par de zapatillas, quedarse gastando tontamente el tiempo al salir del colegio sin tener el día planificado para nada, pasar horas interminables delante del espejo mirándonos las cejas, navegando por internet o chateando, no son actitudes de provecho que nos harán sentir bien el día que nos presentemos ante Dios para rendir cuentas sobre nuestras vidas. Este desorden del tiempo tampoco nos hará sentir bien al final del día. Esa insatisfacción que nos irrita, que nos deja disconformes con nosotros mismos y los demás, tiene mucho que ver con constatar al final del día que no hemos hecho nada de provecho en la jornada, ni para nosotros mismos, ni para el prójimo.

Todos tendemos a tener algunas áreas ordenadas y otras en las cuales aflojamos. Podemos ser muy ordenados en los gastos y no en los horarios, o muy ordenados en las ideas y no en los horarios ni en los placares. Pero el orden nos ayudará a tener más tiempo libre y, si lo tenemos, a utilizarlo mejor. Nos dará tranquilidad, nos evitará disgustos y contratiempos y le sacaremos mayor fruto a nuestros días. Si dejamos nuestro auto a la sombra se estropeará menos, si no lo conducimos a máxima velocidad el motor nos rendirá más tiempo. Los horarios, el uso correcto del tiempo, los presupuestos familiares, las diversiones, la convivencia con los demás, el cuidado de las cosas materiales (que a alguien habrá costado comprar) en todas las facetas de la vida, necesitamos poner cada cosa en su lugar.

Fruto del orden en las prioridades respecto al manejo del tiempo, en el ser parejo en los afectos, en el trato cálido, en la capacidad de escucharnos, en el no interrumpir continuamente las conversaciones, debiera convertirse la convivencia familiar en más pacífica y agradable. Lo importante es generar y fructificar en un ambiente donde se vuelva a cultivar el trato personal y nos interese lo que le pasa al prójimo (empezando por los de nuestra familia). Un oasis de armonía y buen gusto, que convoque a estar en él, ya que naturalmente el orden, la agradable convivencia y la calidez atraen y el desorden expulsa y genera rechazo. Nunca será tarde para empezar a ordenarnos si contamos con la voluntad de hacerlo. El orden se encuentra prácticamente en la base de todos los valores cristianos a quienes sirve de apoyo, ya que el mismo pecado es un desorden que alteró el plan original de Dios.

Pensemos simplemente que a Dios le gusta el orden. Basta con mirar la Creación para entender que es así. La armonía de la naturaleza entera, el cuerpo humano y su maravilloso funcionamiento, el instinto dado a los animales para que se condujeran ordenadamente y los 10 Mandamientos dados al hombre para su bien nos hablan de una composición total de orden. La naturaleza entera desde el microcosmos al macrocosmos es un canto al orden del creador.

Los vicios contrarios al orden por lo tanto, son: el desorden por un lado (que si es muy acentuado dentro de la sociedad pueden degenerar hasta en la anarquía) y el exceso de orden o la manía del orden por el otro (que parecerá virtud pero no lo es, y que siempre tendrá como origen desviaciones psicológicas o espirituales).

El exceso de orden, lo sabemos, será convertir a nuestras casas en museos de exposición. Ya no serán hogares en donde nos dará placer vivir sino fríos muestrarios de decoración para los demás o para nuestra propia desordenada satisfacción estética. Así no se podrá vivir ni disfrutar porque habrá que cuidar las cosas desordenadamente. Esto ya no será virtud sino lo contrario, es un desorden, porque los valores estarán invertidos. Las cosas son para el hombre y no el hombre para las cosas.




La obediencia


La obediencia es una virtud moral “que hace pronta la voluntad para ejecutar los preceptos del superior” (1)

Dicho en otras palabras: obedecer es cumplir en primera instancia la voluntad del superior, pero en la concepción cristiana la autoridad viene de Dios. Quien manda es responsable ante Dios de lo mandado. Representa la voluntad de Dios que tiene derechos de autor por ser Quien nos hizo y por quién existimos.

De ahí que al analizar la virtud de la obediencia lo primero que debemos hacer sea restaurar el principio de autoridad. La autoridad es el poder que tiene una persona sobre la otra que le está subordinada, como el padre sobre los hijos, el maestro sobre los alumnos, el director del colegio sobre los profesores, el policía que es responsable de mantener el orden sobre los ciudadanos, el general sobre sus soldados, el superior de una comunidad religiosa sobre sus hermanos, el obispo sobre el clero de su diócesis, etc. Hay una razón de orden natural y otra de orden sobrenatural que exigen que uno mande y otro obedezca. Es de sentido común, por un principio de orden. La milenaria experiencia de la historia humana nos demuestra que siempre existió algún tipo de autoridad en la sociedad. Es un principio de orden natural. La voluntad de Dios se encarna en todo el orden social que El ha dispuesto al crear y se manifiesta en el orden natural. En otras palabras, la naturaleza social del hombre exige necesariamente que en la sociedad haya autoridad para decidir las normas de convivencia que faciliten la libertad de todos y cada uno y garanticen dicho cumplimiento. Y para que la libertad sea posible. Es evidente que todos los ciudadanos tienen derecho a cruzar la calle libremente o de circular en auto, pero alguien tiene que regular ese derecho para que se haga ordenadamente y todos puedan ejercerlo.

La razón sobrenatural es porque Dios quiso que, para nuestro bien y para dominar nuestras ansias de autonomía y rebeldía heredadas de Adán y Eva, nos acostumbráramos a tener siempre una voluntad ajena por encima de la nuestra, obligándonos a obedecer desde pequeños. Esto nos ejercitaría a mortificar nuestra voluntad propia para poder obedecerle más tarde, y de por vida, a Él. Para tratar de ser como Dios me pensó como una obra terminada y en plenitud, Dios dispuso que nos hiciera falta mortificar nuestra voluntad propia y obedecer desde pequeños.

La rebeldía tiene antecedentes. Se remonta al Paraíso. En nada somos originales. Ya hubo otros, anteriores a nosotros que se llamaron Adán y Eva que la encarnaron. Esta cadena de autoridad que exige obediencia en todos los ámbitos debe necesariamente llegar hasta Dios, fuente de toda autoridad, quien juzgará las acciones de los hombres sobre otros hombres con infinita justicia. Dios ha dispuesto las cosas de manera tal que toda autoridad humana deberá responder ante Él, el día del Juicio, de su ejercicio. Si se rompe esta cadena de autoridad y responsabilidad de responder ante Dios sobre nuestras acciones, la obediencia pierde sentido.

En realidad es a Dios a quien obedecemos en nuestros superiores, ya que todo poder viene de Él. Dios es la fuente y el origen de toda autoridad. Jesús se lo dijo a Pilatos: “No tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado desde lo alto; por eso quien me entregó a ti, tiene mayor pecado” (S. Juan XIX, 11) De ahí que, en la cadena de mando, los sumos sacerdotes tuvieran mayor pecado ante Dios que Pilatos. Desde ahí que el ejercer el poder y la autoridad negando este concepto y el fundar la autoridad sólo en mandar arbitrariamente deriva en autoritarismo, que es pretender la sumisión total y absoluta de los otros sin responder nosotros ante Dios.

Erróneamente se asocia el mando como algo “apetecible”, que todos ambicionamos, el hecho de poder mandar sobre otros cuando, al contrario, ejercer esta responsabilidad en todos los ámbitos es una pesada carga de la cual habremos de rendir cuentas el día del Juicio. De ahí que el ejercicio del mando tenga que asociarse con una “Carga” a cumplir en esta vida y a responder de su ejercicio en la otra, en la vida eterna. Ya dijimos que lo que existen en primer lugar son obligaciones, responsabilidades y deberes (el tener que hacer lo que debo y no lo que quiero). Es para cumplir con mis obligaciones que surgen mis derechos. Mis derechos son como el espacio necesario para que yo pueda cumplir con mis deberes que están en primer lugar. Dios le da en principio a la familia, la célula básica de la sociedad, una misión, un deber, una meta a alcanzar: traer hijos a la vida y conducirlos lo más cerca posible a lo que El espera de ellos en esta vida para alcanzar su salvación eterna.

Primero existen por lo tanto para los padres los deberes, las obligaciones, las responsabilidades de la misión que les ha sido encargada. Pero para cumplir con esta misión Dios les da a los padres la autoridad de mando sobre sus hijos. Todo aprendizaje sujeta al que no sabe respecto del que sabe. En todos los órdenes. Si los hijos no son enseñados no podrán conocer a Dios ni Sus leyes. De ahí la obligación de los padres de educar y la de los hijos de aprender obedeciendo como Nuestro Señor, Quien, aún siendo Dios, obedecía a sus padres y les “estaba sujeto” Después constataremos que en todos los ámbitos no se aprende si primero no se aprende a obedecer.
Puede ocurrir que los padres tengan que establecer límites en un determinado momento y no por ello será autoritario, sino que estarán haciendo lo que deben. Quienes comparten el mando, en este caso, los padres, a su vez, no deben desautorizarse entre sí enfrente a los hijos que están llamados a obedecer. En primer lugar, por respeto a la misión encomendada y compartida, y en segundo lugar por el respeto que se deben entre sí. Además porque el medio adecuado para educar a un hijo implica “mostrar un frente cerrado”, un acuerdo profundo entre los padres, y no contradicciones y fisuras, que debilitan la orden dada por cualquiera de los dos.

En el caso del 4to mandamiento que manda “Honrar padre y madre”, no condiciona a que éstos sean buenos o los mejores. Aunque sean muy imperfectos, se falta al cuarto mandamiento si no lo hacemos. Si los padres no cumplen con sus hijos, si los abandonan, si no los cuidan, si se emborrachan o tienen vicios, esos serán pecados de ellos de los cuales tendrán que responder ante Dios el día del Juicio. En ese caso se degradan a sí mismos y pierden autoridad ante sus hijos, pero no nos liberan a nosotros los hijos de obedecerles y de cumplir con lo mandado en el 4to mandamiento. Para estos casos difíciles y dolorosos hay que acudir al consejo de los buenos sacerdotes y de las personas sabias y experimentadas quienes nos orientarán en cómo manejar las distintas situaciones.

La obediencia obliga a los hijos para con sus padres, a las mujeres para con sus maridos, a los alumnos para con sus maestros y profesores, a los empleados para con sus jefes, a los soldados para con sus superiores, a los ciudadanos para con sus gobernantes, a los sacerdotes para con los obispos, y a los obispos para con el Papa. Y al Papa para con Dios (a Quien representa) porque ni aún el Papa puede hacer lo que tiene ganas. Mejor dicho, el Papa menos que nadie, ya que representa a Dios sobre la tierra y tiene una misión sobrenatural bien pesada de cumplir.

Lo ideal es llegar a obedecer por amor. Obedecer a los padres y superiores porque los amamos, les queremos hacer el gusto y confiamos en que saben más que nosotros. Esa sería la razón por la cual un niño cruza una enorme avenida tranquilamente y sin mirar porque va fuertemente agarrado de la mano de su padre, o comerá lo que su madre le sirva sin temer que le haga mal. Porque confía que, quienes están a su cuidado y lo aman saben protegerlo. Cuando una madre le dice a su hijo que deje el cuchillo no está “atentando contra su libertad” sino que lo está defendiendo del peligro que él (como niño) no ve, pero ella (que sabe más) conoce. Así constatamos que, el que no sabe está sujeto al que sabe, al menos hasta que aprenda.

También puede pasar que el que ocupa el lugar de mando lo ejerza de manera inadecuada, errónea y/ o abusiva, ya sea en el hogar, en el trabajo, en un colegio, organismo del Estado o institución. Por ejemplo en un hogar en donde ambos padres trabajan afuera debiera compartirse el trabajo de adentro. Si el varón no hace más que dar órdenes y pretender solamente que obedezcan sus órdenes y sólo ser servido desde que llega, no estará ejerciendo la autoridad de una manera noble sino que estará abusando de ella. Si en la oficina el jefe es autoritario, injusto, llega siempre tarde y no hace prácticamente nada porque se escuda en su cargo, tampoco estará ejerciendo su autoridad debidamente, porque el ejercicio de la autoridad debería ser ejemplar. El que no da ejemplo se desautoriza solo.

Pero a un nivel de vida cotidiana, este cumplimiento de las órdenes dadas por quien tiene legítima autoridad para darlas, genera paz individual, familiar y social porque es descanso saber que uno está cumpliendo, en el fondo con la voluntad de Dios. Es un descanso saber que la responsabilidad es “del otro”. Es un principio del orden, el superior mandando y el súbdito obedeciendo. El resultado es paz y libertad, porque nada esclaviza tanto a la persona como el apego a la propia voluntad. Modelo de obediencia fue, entre otros, una Santa Teresita, quien, cuando sentía la campana, dejaba la palabra aún a medio escribir y acudía a donde debía.

La obediencia será correcta siempre y cuando estas órdenes no traspasen el campo que les corresponde en donde será legítimo ante Dios desobedecer. La obediencia ciega no es católica, uno no está exento de responsabilidad si obedece a los hombres antes que a Dios. A los padres que obligan a sus hijos a estudiar una carrera que va en contra de su natural vocación, que les impiden seguir su vocación religiosa. A los directores de un hospital que coaccionan a los médicos y enfermeras a practicar un aborto o una eutanasia es lícito desobedecerles porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Sirva como uno de los ejemplos más gloriosos en nombre de la libertad y la soberanía de la recta conciencia contra las leyes civiles injustas el de Santo Tomás Moro, Canciller de Inglaterra. Fue decapitado en 1535 por Enrique VIII al no querer firmar el Acta de Supremacía que reconocía al rey como cabeza de la Iglesia, lo que ponía en juego su alma. Sus últimas palabras fueron: “Muero como buen súbdito del rey, pero antes, de Dios”.

La familia es, a su vez, una institución natural con un orden jerárquico funcional que exige una cabeza. La función exige una cabeza. Porque el matrimonio hace de la unión entre el varón y la mujer una nueva realidad, “una sola carne”. Y en el orden natural todo cuerpo lleva una cabeza y no dos. Por eso decimos que es “funcional”, para funcionar como uno solo. Lo vemos en la Sagrada Familia. San José no era ni el más importante ni el más santo, pero su jerarquía de cabeza de familia fue siempre respetada y el ángel se dirige a él, y no a la Santísima Virgen para decirle que debía huir a Egipto. La obediencia de la Santísima Virgen a San José, a su vez, restablece la nobleza de la condición de la mujer.

La revolución anticristiana, en esta fase final, para destruir a la familia ha puesto su objetivo subversivo en la mujer, quien estaba, desde el Génesis, subordinada al varón, creada por Dios como su “ayuda y compañera, guardiana de la vida física y espiritual.

Al varón, a su vez, Dios le había mandado custodiarla, cuidarla, protegerla y sostenerla, para que ésta, a su vez, defendiera la vida. El cristianismo liberó a la mujer de la esclavitud a la que estaba sometida desde el principio de los tiempos. Desde el fondo de la historia la condición de la mujer era la esclavitud. Se la trataba como una cosa. Tenía muy poco espacio. Estaba para el placer del hombre y limitada al ámbito del hogar como sucede hoy en día en gran parte del mundo o en todo el mundo islámico en donde el cristianismo no ha llegado y no ha modificado las costumbres. En el mundo griego y romano, si bien se les daban consideraciones de respeto en el orden social, no se le confiaba la educación de los hijos. Para el cristianismo, la mujer es capaz de ser la madre de Dios, es el signo de la fidelidad al Verbo Encarnado, al seguimiento de Cristo Hombre a Quien no dejaron nunca solo ni en la Pasión. Es a las mujeres a quienes el Señor Resucitado las distingue con las primeras apariciones antes que a sus Apóstoles.

Y en la cristiandad no sólo va ser venerada la Virgen Santísima sino que la mujer será honrada con honores por el sólo hecho de serlo. Ella es reconocida como la mediadora natural, la que tiene la misión de hacer la Verdad dulce tierna y accesible, entendible. La que hace las costumbres, la que civiliza. La presencia de la mujer femenina en la sociedad siempre fue un límite para la rusticidad del varón, que no está mal que sea rústico “entre varones”.
Existen cantidad de documentos que prueban la vastedad de la cultura de la mujer durante los siglos V al XII. Es inmensa la cantidad de cartas y documentos manuscritos por la mujer culta. La mujer aldeana era propietaria de sus bienes, capaz ante la ley para administrarlos. Es en los siglos XVIII y XIX del liberalismo y romanticismo donde se excluye a la mujer de la vida pública y se limita su espacio sólo al hogar y a la casa. El mundo liberal y burgués no quiere la presencia del “corazón de la sociedad”, que es la mujer, mediadora natural y defensora de todo lo que es pequeño y reclama atención. Su presencia es un reproche en conciencia ante sus abusos.

La mujer es la portadora de la vida, es la que es capaz de engendrar las generaciones futuras. Por la educación engarza una generación con otra porque enseña a venerar “las canas” de los abuelos. Ella es la que une, la que liga, es la portadora del símbolo religioso, “re-ligio” (reunir la creatura con el Creador a través de la educación) la que transmite la religión en la familia porque no sólo concibe un hijo sino que está llamada a transmitirle el sentido profundo de su vida, su razón de ser. Y para eso tiene que tener las respuestas. Es la que trasmite el sentido del amor a la tierra. La mujer es la que “arraiga” al varón, el que la hace “echar raíces” para establecer el “hogar” donde criar a los hijos que ella le da, si no naturalmente el varón tiende a dar vueltas de un lugar a otro.

Aquellas a las que Dios no les da hijos biológicos están igualmente llamadas a proyectar su “se madres” en la educación y maternidad espiritual (maestras, profesoras, enfermeras y todo el voluntariado de organizaciones que se cuentan por miles de mujeres que se dedican a auxiliar los grupos sociales necesitados y marginados). Porque ella tiene un natural sentido de justicia y no le es indiferente la necesidad del otro.

El diablo, que odia la vida, sabia donde apuntaba, y ha logrado que el común de las mujeres no quiera tener hijos ni sientan que tener un hijo o desarrollar su maternidad espiritual sea lo más grande que puedan hacer en la vida. Porque ser una brillante médica, abogada, o científica no nos realiza como mujer, o no le agrega nada a nuestro “ser mujer”. Nuestro mundo es seco y violento por la ausencia de la maternidad espiritual, por la ausencia de la mujer en el orden social ocupándose del otro. Hoy la mujer (que no es femenina) está “en todos lados” pero ocupada de sí misma, realizándose “a lo varón”, porque es lo que la revolución nos impuso. Hoy, al inicio del siglo XXI, en lugar de restaurar las heridas cometidas por errores pasados, la revolución impuso venderle a la mujer la idea de que (por los abusos reales del poder masculino) debí rebelarse contra el varón, dando un portazo al hogar. Ser autónoma, independiente, autosuficiente, manejando libremente su propio cuerpo a través de la liberación sexual e incluso tener el manejo de la reproducción. Venderle que la maternidad era lo peor que le podía pasar. Como siglos atrás en el Paraíso, Satán le susurró al oído que hasta podría elegir si quisiese un varón para engendrar un hijo. Si no, lo haría comprando el semen y llevándolo a una fría y esterilizada probeta de laboratorio. Cabe preguntarse: ¿Por qué la revolución le vende todo esto a la mujer y la mujer se lo “compra”?

Porque la revolución primero logró que todo lo que es propio de la naturaleza femenina: la virginidad (como símbolo de la pureza), la maternidad (como la que es capaz de engendrar la vida y alimentarla luego), la esposa (como símbolo de la entrega incondicional y de la fidelidad), la educación de los hijos ( y por ende la de los usos y las costumbres de la sociedad es decir la maternidad espiritual), la presencia en el hogar (que era el mejor lugar para refugiarse después de la jornada), todo esto se ha socialmente desprestigiado, des jerarquizado y despreciado…

Por todo lo cual es lógica y entendible la reacción en contra de la mujer en una sociedad en donde no tiene lugar su femineidad. Por lo contrario la revolución después le impone la inserción en la sociedad al exclusivo “modo masculino” (ejecutivo, empresario, profesional siempre exitoso). Le presenta la fama, el poder como un logro. Puede y está demostrado que puede hacerlo, y muy bien, pero no por eso se “realiza” como mujer.

Nadie duda que la mujer tenga la capacidad más que suficiente para ser una excelente arquitecta, médica, o para desarrollar una brillante carrera científica. Sólo que el trágico final de tanta autonomía e independencia de la mujer es una pendiente que termina yendo en contra del orden natural. Y como dijo Jean Marie Vaissière “desde que las mujeres hacen lo que los hombres hacían... ya nadie hace lo que sólo ellas sabían hacer, y se ve la educación de los hombres corromper”…

La autonomía femenina que parece a veces ser tan inofensiva, puede comenzar con el desorden de salir a bailar entre “mis” amigas por la noche, seguir por decidir ir a estudiar inglés a Londres y a mi novio ni le consulto porque es “mi” vida, son “mis” planes y “mis” proyectos y… y con el paso de los años la secuencia puede terminar en … “me hice un aborto sin consultarle a mi marido porque es “mi” cuerpo, “yo” decido y este tercer hijo “yo” no lo quería”…

Y este derrumbe en contra de lo mandado por Dios es lo que puede llevar a un hombre a quebrarse ante un sacerdote y decirle: “Padre, mi mujer acaba de matar a nuestro tercer hijo sin consultarme porque decidió que era “su” cuerpo y podía decidir por él. Mi mujer mató a mi tercer hijo tercer hijo manteniéndome al margen de su decisión... Es tal el rechazo que me genera que ya no puedo ni ponerle una mano encima”...

La ideología del “feminismo de género” (que propone negar el sexo que nos es impuesto por la naturaleza) se presenta como una “defensa de la mujer”, pero lo que busca en realidad es la transformación de toda la sociedad edificada sobre el orden natural y los 10 Mandamientos. Para eso hay que desquiciar a la mujer a quien Dios le ordenó la custodia de la vida física y espiritual.

Al varón a su vez le fue mandado por Dios amar “virilmente” y “varonilmente” a la mujer, cuidarla, protegerla y sostenerla con “fuerza”, con fortaleza, con señorío, como Cristo amó a su Iglesia (que se dejó matar por ella), para contrarrestar su natural egoísmo. Le fue mandado por Dios amarla como a sí mismo, porque le resulta naturalmente difícil al varón amar a otro más que a sí mismo. Por eso la fórmula del matrimonio le pide al varón que ame (que es lo que más le cuesta) y a la mujer que obedezca (que es lo que más le cuesta) porque amar... la mujer sabe… Está hecha para amar. Es natural en ella. Lo que hoy vivimos es todo antinatural.

Porque al mismo varón muchas veces tampoco le queda espacio, si quiere, para desplegar su masculinidad. ¿ A quién va salir a “conquistar” y a “proteger”?. .Si en general la mujer va “al frente” y no le deja ni tener la gentileza de abrirle una puerta sin burlarse, ni pagarle un café para mantener su autonomía e independencia.

En ambos casos es el fruto de años de revolución en contra de la naturaleza humana. Este desorden este enfrentamiento dialéctico, ya es un logro de la revolución. No queda otra que tratar de entenderlo y enfrentarlo. Algunas cosas tendremos que postergar por el ritmo de vida que se nos ha impuesto, pero sepamos el valor de lo que postergamos.

En cuanto a la autoridad ejercida por el poder político en la sociedad la Iglesia enseña que lo que hace legítima esta autoridad a los ojos de Dios es el objetivo de generar el Bien Común (que es el mayor bien de todos y no de algunos) como por ej: la justicia, generando un orden público justo según Dios lo ha establecido a través de Sus leyes. Dicho en otras palabras, para Dios, la única “razón de ser” del poder político es la de generar el Bien Común según las leyes que El ha establecido. Por eso la Iglesia siempre enseñó que las leyes, para ser legítimas a los ojos de Dios, no deben contradecir a las divinas, y deben permitir el progreso moral de todas las personas, generando las condiciones necesarias para la salvación de las almas.

No se trata de hacer lo que más nos conviene o más nos gusta para ganar las elecciones o un puesto determinado de gobierno, sino de obedecer a Dios quien sentenció “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (Mat.XXII, 21). Y esta es la doctrina de la Iglesia sobre los poderes, en donde el poder espiritual (el poder de Dios) debe ser superior al temporal (el de los hombres). En el caso actual de los programas de educación sexual integral obligatorios en los colegios sabemos por experiencia de lo que ha sucedido y sucede en el resto del mundo y por el temario, que lo que se enseñará irá en contra la ley divina. Ya no se educará a los jóvenes para la castidad y el dominio de sí hasta el matrimonio (como lo manda la ley de Dios) sino para tener relaciones sexuales hasta el hartazgo con toda la información de una batería de anticonceptivos para hacerlo. En el caso de que se produzcan embarazos, ahí estarán en un futuro cercano las leyes listas para asesinar dentro del vientre materno o la distribución gratuita de la píldora del “día después”.

Los conocimientos que debieran adquirir (pero tampoco adquieren) los alumnos sobre las distintas materias escolares debieran ser en el futuro para el bien del país, pero las almas de los mismos alumnos pertenecen a Dios, Quien los compró con su Sangre. Sobre ellas los gobernantes enemigos de Dios no tienen ningún derecho. Es por eso que envenenándolas, corrompiéndolas e impidiéndoles conocer la libertad que otorga el vivir en la virtud se avasallan sus derechos divinos. Y es por eso que los padres tenemos el derecho natural y el deber de reaccionar, defenderlos y llegar hasta la desobediencia civil si fuese necesario.

Tan importante es la obediencia y tanto orden genera en el interior de la persona que la revolución anticristiana, en su afán de subvertir todo (el orden individual, familiar, social y político) ha puesto sus cañones para destruir la virtud que permitió la Redención del género humano. La obediencia es el camino que eligió Cristo para redimirnos. Él infinitamente sabio, eligió obedecer.

La desobediencia de Luzbel había comenzado la batalla inicial contra Dios. La desobediencia de Adán y Eva dio origen al pecado original y la obediencia de Nuestro Señor hasta la cruz, restableció el orden... A nosotros nos tocará colaborar en reponer este orden como Dios quiso que fuese, obedeciendo con convencimiento (porque sabremos que estamos cumpliendo con la voluntad de Dios) por amor a Él (mortificando nuestra voluntad propia con prontitud porque a Cristo no se lo tiene esperando) con alegría (adivinando los deseos de nuestros padres y superiores y adelantándonos a ellos) con humildad (como si se tratara de la cosa más natural del mundo y experimentando que es descansado) con virilidad (con un corazón grande y con la energía a veces hasta de un héroe y la fortaleza de un mártir) y con perseverancia (siempre, con salud o enfermedad, con ánimo o sin él).

Notas
(1) “Teología de la perfección cristiana”. A. Royo Marín. Pág.578 Ed BAC



Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)

En relación al Orden

1. ¿Por qué esta virtud es un principio de orden natural que colabora al bien de todos?
2. Para poder actuar de un modo ordenado hace falta cierta estructura mental ordenada que se reflejará en todos los aspectos de nuestras vidas. Menciona estos aspectos o campos y explica brevemente cada uno de ellos…
3. ¿Cómo vives tú concretamente el orden en los campos antes explicados?
4. ¿Algún comentario o sugerencia?

En Relación a la Obediencia

1. ¿Qué es la autoridad? ¿Qué autoridad tienes y cómo la vives?
2. ¿Por qué tenemos que obedecer?
3. ¿Cuándo será correcto obedecer?
4. ¿Por qué y de qué manera la revolución anticristiana para destruir la familia atacó la subordinación, querida por Dios, de la mujer al varón?
5. ¿Algún comentario o sugerencia?



Para reflexión personal

En relación al Orden

1. ¿Soy amante de la sencillez? ¿O tiendo a la complicación?
2. ¿Me gusta ser ordenado en mis cosas? ¿Aún no he logrado mi descuido y mi incuria?
3. ¿Tengo el sentido del orden interior? ¿Jerarquizando los valores, he puesto a Dios como principio y eje de mi existencia? ¿Mi vida espiritual, mi trabajo se rigen en principios claves? ¿O estoy a merced del sentimentalismo?
4. ¿Estoy acostumbrado a ser ordenado en mis cosas externas? ¿Qué me mueve a ello, la pobreza, el amor e imitación de Cristo, la abnegación, la vanidad?
5. ¿Me esfuerzo por esquematizar mis ideas? ¿Dejo las cosas de un día para otro? ¿cambio constantemente mis horarios deliberadamente? ¿tengo espíritu de previsión o vivo según lo que salga al momento?

En Relación a la Obediencia

1. ¿Creo que la obediencia destruye mi personalidad? ¿La veo como medio para identificarme con Cristo? ¿Es sobrenatural, unida a la de Cristo o solo a la mía?
2. ¿Considero los mandamientos de Dios como un camino hacia mi realización? ¿Cómo una manifestación del amor delicado de Dios que busca protegerme de las tendencias negativas de mi naturaleza? ¿Con este mismo espíritu considero las disposiciones y leyes de la Iglesia?
3. ¿Veo en el cumplimiento de mis deberes de estado la manifestación precisa de la voluntad de Dios sobre mí?
4. ¿Me parece imposible prescindir de mi propio juicio? Cuando obedezco ¿cómo obedezco? ¿me someto a una disciplina porque no puedo hacer otra cosa? ¿Obedezco según me parece?
5. ¿Cuándo se me trata con energía, cuando no se me toma en cuenta, cuando me disgusta lo que se me pide, ¿Sé ofrecer a Dios una vivencia real de mi compromiso como católico de obediencia?
6. ¿Cuestiono la obediencia al Papa y a los obispos en comunión con él? ¿O ésta da firmeza y seguridad a mi vida?
7. ¿Enseño a mis hijos a vivir la obediencia? ¿Qué medios utilizo?
8. ¿Procuro siempre las leyes y disposiciones legítimas de la autoridad civil? ¿Soy un ciudadano ejemplar por un profundo sentido de obediencia a Dios?


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