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El amor matrimonial
El amor y su práctica es lo que nos hace profundamente humanos y el matrimonio es el ejercicio de esa práctica.


Por: Sheila Morataya | Fuente: Catholic.net



¿Cuál es el mejor consejo que te dieron antes de casarte? ¿Alguien te invitó a no casarte? En mi experiencia trabajando con parejas, he observado la poca o nula consciencia con la cual la mayoría de parejas contraen matrimonio. Hay que cambiar ésta realidad de las parejas.


Pero, ¿qué quiere decir casarse? ¿En qué piensas o pensabas cuando eras novia y preparabas tu fiesta? Y si eras novio, ¿cómo imaginabas que iba a ser o será tu vida? La verdad es que esto es algo en lo que fallamos no sólo los cristianos sino todos: vamos al matrimonio dormidos. Esta experiencia de vida va más allá del compromiso, las clases pre-matrimoniales, la unión por medio del sacramento, la fiesta, los regalos, la puesta de la casa y la luna de miel.


El vestido blanco, el arreglo con flores de la iglesia, lo nuevo y lo prestado, el traje del novio, el Mercedes Benz en el que llega la novia o la procesión por el pueblo, todo esto es ínfimo e inclusive es pura ilusión cuando una vez pasada la exaltación del momento, se empieza a caminar desierto adentro. Y digo desierto, porque si hay algo que han visto mis ojos y me ha impactado, es el desierto en Israel. Esto es el matrimonio. De la ciudad (que representan los preparativos, la ilusión, la fiesta, la luna de miel y el primer mes de convivencia) llegamos al umbral de lo desierto y si no se tiene una total claridad de por dónde se quiere caminar, los caminantes mueren. Lo mismo ocurre, si el cansancio arrasa y el tiempo corre, está el peligro de quedarse sin agua y alimentos y también morir. El desierto es impresionante, agobiante, maravilloso y misterioso, todo al mismo tiempo.


Así es como veo el matrimonio no sólo desde mi experiencia personal sino también desde la experiencia que me dado el asesorar a todo tipo de parejas. El matrimonio es el llamado hacia el perfeccionamiento de mí ser, la experiencia de posibilidad de ser que hay en mí, la propuesta de Dios exclusiva para los humanos: ser santo. Y, ¿quién es el santo? Es aquel o aquella que ha vivido o vive a un grado heroico las virtudes humanas. No busca placer, por lo que el sufrimiento estará presente en su vida y está empeñado en manifestar el amor con toda su luminosidad y fuerza. El amor y su práctica es lo que nos hace profundamente humanos y el matrimonio es el ejercicio de esa práctica.


El llamado a la santidad está siendo fuertemente enfatizado por nuestro actual Santo Padre Francisco, que ha asegurado que «hay que tener en cuenta que la santidad no es algo que nos proporcionamos a nosotros mismos, que obtenemos con nuestras cualidades y nuestras habilidades -ha dicho- La santidad es un don, es el regalo que nos hace el Señor Jesús, cuando nos lleva con Él, nos cubre de Él y nos hace como Él… La santidad es el rostro más bello de la Iglesia: es descubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y su amor… no es la prerrogativa de unos pocos: la santidad es un don que se ofrece a todos, sin excepción, por eso es el carácter distintivo de cada cristiano».
Tú y yo no somos ángeles, por lo que estaremos enfrentado a todo tipo de propuestas psicológicas, choque entre personalidades, pruebas de madurez y caprichos.



 

Como casados, este tipo de obstáculos psicológicos para nuestra felicidad han sido estudiados por el brillante Doctor John Gottman de la Universidad de Washington ,experto en parejas, creador del método “La casa de una relación sana” y de quién esta servidora es educadora certificada y nivel 3 clínico en dicho método. El Doctor John Gottman ha llamado a los enemigos de la relación “Los cuatro jinetes del apocalipsis” pues son los que predicen una separación o divorcio inminente. Estos son: la crítica, la actitud defensiva, el desprecio y el atrincheramiento.   Afortunadamente se combaten con un antídoto para cada uno: señalar suavemente los errores o faltas del otro; asumir la responsabilidad por nuestros errores y acciones; apreciar al otro por ser quién es y no permitir que las emociones nos inunden al momento de tener una discusión. Próximamente, en otro artículo, profundizaré en éstas cuatro figuras.


Por último, los casados deberán estar abiertos a la procreación pues es el principio de Dios para que los humanos sigamos habitando la tierra: “La vida es siempre un don inestimable; cada vez que surge, percibimos la potencia de la acción creadora de Dios, que se fía del hombre y, de este modo, lo llama a construir el futuro con la fuerza de la esperanza” ha dicho el Papa Benedicto VXI. Es en este momento, con la llegada de los hijos, cuando la pareja tiene la oportunidad para educar, formar, pulir y entregar una herencia de valores que los dos han decidido, como pareja, crear juntos para sus hijos.

 

Esta etapa es fascinante, pues como padres también vamos descubriendo nuestras carencias, limitaciones y no estaremos exentos de cometer errores. Sin embargo, si desde el principio se ha creado un sentido de auto-trascendencia juntos (el último piso de la casa de la relación sana) los esposos, ahora padres no se habrán detenido ahí en su perfeccionamiento humano, al contrario seguirán de la mano orando juntos y pidiendo a Dios perseverancia, fortaleza y sabiduría para terminar la tarea que El mismo les encomendó cuando unió su vidas como marido y mujer.




Ama hasta que duela (Madre Teresa).



 

 







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