Aprender a leer el pasado de modo sereno y equilibrado es todo un reto.
Diferentes miradas hacia el pasado: nacionalismos discriminatorios
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
Frecuentemente los seres humanos analizamos el pasado. Lo hacemos desde perspectivas diferentes, con mayor o menor competencia, según prejuicios deformantes o desde angulaciones aparentemente serias.
Al analizar el pasado, resulta fácil incurrir en una de entre dos posibles miradas opuestas. La primera reconoce sobre todo elementos positivos en las épocas anteriores. La segunda señala y denuncia especialmente elementos negativos, errores y comportamientos dañinos.
Entre la primera mirada y la segunda se dan análisis más cercanos a la una o a la otra. No faltan quienes reconocen que casi siempre están mezclados, como en todo lo humano, aspectos positivos y aspectos negativos.
Mirar correctamente al pasado resulta difícil. En parte, porque faltan datos. En parte, porque existen muchas interpretaciones distorsionadas. En parte, porque uno mismo puede estar marcado por prejuicios de diverso tipo.
Parece casi imposible superar esas dificultades. En cambio, siempre podemos reconocer esas dificultades y fomentar una actitud abierta hacia aspectos buenos o malos que aparezcan ante nuestros ojos de investigadores.
En un mundo en el que abundan las simplificaciones reductivas, aprender a leer el pasado de modo sereno y equilibrado es todo un reto. Un reto que, bien asumido, evitará los riesgos de miradas distorsionadas, y permitirá estudios mejor orientados.
Dos miradas reductivas hacia el pasado se oponen radicalmente. Lo que hagamos por separarnos de ambas y por alcanzar un punto de vista objetivo y desapasionado permitirá una lectura más completa de los hechos que nos han precedido, y ayudará a comprender mejor la herencia que nos ha legado el pasado, con sus sombras y con sus luces.
Afrontar, por ejemplo, el tema del nacionalismo no resulta fácil, porque la misma idea de nación es compleja, y porque con la palabra nacionalismo unos y otros llegan a entender cosas bastante diferentes, incluso contrapuestas.
Para delimitar estas notas, vamos a fijarnos en un tipo de nacionalismo, que se caracteriza por exaltar todo lo que se considera propio de la propia “nación”, y por fomentar juicios negativos respecto de otras “naciones”. Se trataría, si el nombre parece adecuado, de un nacionalismo discriminatorio.
El nacionalismo discriminatorio se construye sobre alabanzas hacia “lo nuestro” y sobre reproches hacia “lo ajeno”; sobre una fuerte adhesión a la propia identidad y sobre el desprecio hacia otras realidades.
Ese nacionalismo encierra graves peligros, porque se construye según una mentalidad discriminatoria, que lleva fácilmente al error o a la mentira. Por ello fácilmente busca ocultar sistemáticamente lo que pueda ser visto como negativo en el pasado o en el presente propio, y ensalza, a veces incluso inventa, todo aquello que pueda ser presentado como positivo.
El nacionalismo discriminatorio se caracteriza, así, por una premisa equivocada e injusta. Porque ni las personas ni los hechos se convierten en positivos por surgir en la propia nación; y porque lo ajeno no merece ser tachado como inferior y negativo simplemente por tener su origen en lo extranjero y diferente.
Frente al nacionalismo discriminatorio, existen caminos positivos y maduros de evaluar a la propia nación. Por ejemplo, cuando se analiza el pasado de modo objetivo y sereno, sin manipulaciones. O cuando se miran otras realidades culturales y nacionales con el equilibrio de quien respeta lo bueno que haya en cualquier grupo.
La historia humana está teñida de páginas oscuras surgidas por nacionalismos discriminatorios que han llevado al desprecio y al odio hacia millones de seres humanos simplemente por no pertenecer a la propia nación.
Al revés, la historia humana escribe sus mejores páginas allí donde, más allá de los rasgos que distinguen a la propia nación, las personas tienen un corazón y una mente abiertos hacia cualquier ser humano, sea de donde sea, hable la lengua que hable, simplemente porque es parte de la misma familia de los pueblos.