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Matrimonio Celestial
Así como Jesús es el novio de la Iglesia, y por ella dio su vida, así los sacerdotes son íconos de Cristo.


Por: María Verónica Vernaza | Fuente: Capsulas de Verdad



El matrimonio espiritual es el beso del alma a Dios”. Esta es una frase de San Juan de la Cruz, y es a esto a lo que todos estamos llamados. Todo hombre tiene deseo de lo eterno. La gran mayoría ansía poder desposar en esta tierra a una persona para compartir alegrías y santificarse a lo largo de la vida. Pero existen otros, un grupo minúsculo, que entrega su celibato a algo superior. En la religión católica tenemos muchas formas de ofrecer la virginidad -o la castidad- a Dios, pero la más elevada, es sin duda alguna la vocación sacerdotal.

Es interesante reflexionar sobre el capítulo 19 de Mateo. Los fariseos se acercan a Jesús y le preguntan si es lícito repudiar a la mujer, a lo que él contesta haciendo referencia al Génesis “…lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Pero quisiera detenerme en el versículo 12: “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismo por el Reino de los Cielo. Quien pueda entender, que entienda.”

Primeramente tenemos que recordar que para los judíos el matrimonio era el estado ordinario y mandato supremo que Dios había indicado al hombre cuando lo bendijo y le dijo: “creced y multiplicaos”. Así que esta frase seguramente causó gran consternación a sus oyentes, aunque Mateo no lo narra.

Solo los esenios, movimiento judío de ascetas que vivían aislados, eran considerados célibes. Incluso el mismo Jesús era célibe, había dedicado sus últimos años de vida a predicar y a sanar enfermos; y aunque no tenemos referencias históricas, seguramente no era bien visto que un hombre judío no haya tomado esposa.

En el Antiguo Testamento la descendencia era sinónimo de bendiciones, lo contrario era una maldición. Solo recordemos las palabras de la hija de Jefté, cuando éste la ofrece en holocausto: “…déjame dos meses para ir a vagar a las montañas y llorar con mis compañeras mi virginidad (Jueces 11, 37)”.



Pero regresemos a Jesús. Él lanza esta frase que de alguna manera trasluce lo que vendrían a ser los sacerdotes, hombres totalmente consagrados a Dios -como lo fue Jesús- para anunciar el Reino de los Cielos. Al parecer contrapone el mandato de Dios de ser “…los dos una sola carne”, por la de vivir en aparente soledad.

San Juan Pablo II, en sus catequesis sobre la Teología del Cuerpo, comenta que Jesús no quiere de ninguna manera despreciar a aquellas personas que tienen como vocación la llamada al matrimonio, pero sin embargo, al parecer, hay algo mejor. Si el matrimonio es el estado ordinario, el celibato (eunucos) es un estado extraordinario.

San Juan Pablo II, en la audiencia general del 7 de abril de 1982, dice lo siguiente: “Del contexto del evangelio de Mateo se deduce de manera suficientemente clara que aquí no se trata de disminuir el valor del matrimonio en beneficio de la continencia… ¿Pone acaso de relieve Cristo, en su enunciado, la superioridad de la continencia por el Reino de los Cielos sobre el matrimonio? Ciertamente dice que ésta es una vocación «excepcional», no «ordinaria». Además, afirma que es muy importante y necesaria para el Reino de los Cielos. Si entendemos la superioridad sobre el matrimonio en este sentido, debemos admitir que Cristo la señala implícitamente; sin embargo, no la expresa de modo directo”.

Así como Jesús es el novio de la Iglesia, y por ella dio su vida, así los sacerdotes son íconos de Cristo, cuya novia también es la Iglesia. Con ella se casan y dan la vida -la desgastan- y todos nosotros somos hijos espirituales del sacerdote de nuestra parroquia, por eso los llamamos «padre». Como somos humanos, estamos limitados a experimentar este mundo en base a nuestros sentidos. Los sacerdotes, en su cuerpo, en su vestimenta, en su actitud de padres, son testimonios vivientes de lo que nos espera en el cielo, el matrimonio místico con Cristo.









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