¿Para siempre? ¡Si!
Por: Ma. Isabel Lanzagorta | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 5, No. 25, Enero - Febrero 2003

En estos tiempos en que vivimos, que todo a nuestro alrededor, es instantáneo, soluble, desechable o "light", valores como la perseverancia, la paciencia, el sacrificio y la fidelidad, han caído en desuso.
Con mayor frecuencia vemos a nuestro alrededor y dentro de nuestros mismos círculos sociales e incluso entre nuestros familiares y amigos un mayor número de matrimonios que fracasan luego de meses, unos pocos años e incluso después de muchos años y es que hoy más que nunca, la familia esta siendo atacada en su médula central que es el amor.
Dios es amor y a través del sacramento del matrimonio acompaña y sustenta la vocación que nos dio de ser cocreadores con Él. Pero un día sin saber ni cómo, sacamos a Dios de nuestras vidas y con Él sacamos el amor y al Amor mismo dejando entrar al egoísmo, y es entonces cuando cualquier dificultad por sencilla que sea se convierte en algo invencible, ya que por nuestras propias fuerzas nada podemos, y claudicamos.
Por otro lado vemos matrimonios que permanecen fieles a su promesa hecha un día ante Dios a pesar de haber vivido dificultades, tristezas y problemas aparentemente infranqueables a los ojos de los hombres pero que con la ayuda de Dios y el amor mutuo han sabido afrontar y salir airosos; a esos matrimonios de 40, 50, o más años de casados se les suele preguntar cuál ha sido su secreto. La respuesta es siempre el amor, la comprensión, la comunicación, la fidelidad, el respeto, la oración.
Por eso, hoy más que nunca, los matrimonios debemos acudir a nuestra madre la Santísima Virgen en todas nuestras necesidades a lo largo de nuestra vocación matrimonial y decirle, "Madre, ya no tenemos vino"; para que ella interceda por nosotros ante su Hijo y nos dé el vino mejor, que nos cambie el agua de nuestras pasiones y nuestro egoísmo por el vino de la caridad, que es ese amor que se guarda para el final, cuando ha pasado el enamoramiento del noviazgo y los primeros años de matrimonio, cuando ya la apariencia física se ha visto deteriorada por el paso de los años, cuando la rutina y el cansancio, amenazan con hacernos fracasar.
¡La familia que ora unida permanece unida!
Puede parecer difícil, incluso imposible atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos de amor fiel de Dios.

















