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Sin perdón no hay amor y sin amor no hay vida.

Aprender a perdonar.
Una sociedad que no perdona se condena a sí misma, el resentimiento y el odio siempre carcomen el corazón humano, lo aísla de su entorno, lo convierten en un ser solitario


Por: Marce Miranda Loayza | Fuente: Catholic.net



Pedro se acercó entonces y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?»
Dícele Jesús: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.» (Mateo 18: 21,22)

Nuestra capacidad de perdonar está severamente condicionada por situaciones externas que influyen directamente en nuestro comportamiento, los medios de comunicación y las redes sociales han llegado a influenciar de tal manera nuestro pensamiento que resulta casi impensable generar una opinión sin la ayuda de estos medios.

Las redes sociales y los medios de comunicación por lo general son implacables a la hora de generar juicios de valor, la mayoría de las veces sin ningún fundamento, pero al ser su alcance casi ilimitado generan en la población destinataria una opinión pre formada y moldeada a gusto y placer de los medios mencionados.

Una sociedad que no perdona se condena a sí misma, el resentimiento y el odio siempre carcomen el corazón humano, lo aísla de su entorno, lo convierten en un ser solitario y temeroso del prójimo, de este modo el perdonar no es una opción válida dónde todos condenan.

Los preceptos divinos sobre el perdón deben ser extraídos del baúl de los recuerdos, la conjunción entre arrepentimiento y perdón deben ser enseñados y aplicados nuevamente en muestra maltrecha sociedad dónde el abuso y la avaricia se han convertido en una constante.



Sólo un corazón dispuesto a perdonar es capaz de recibir perdón, es necesario recordar que la soledad y el rencor siempre van de la mano, construyen una cárcel alrededor del corazón humano para que esté se sienta aislado y desconectado del prójimo, por ende, el juzgar se convierte en prioridad mientras que perdonar pasa a formar parte del mundo de la ficción.

Para perdonar es necesario ser perdonado y viceversa, la práctica de la misericordia en nuestro diario vivir no sólo nos alejaría de la soledad y el rencor, también nos enseñaría a vivir en plenitud.

El hijo pródigo tiene que tener real sentido en nuestras vidas, no como el hermano celoso que se siente relegado por su progenitor, sino como aquél padre que recibe con los brazos abiertos al hijo arrepentido.

No podemos dejar que el rencor domine nuestras vidas, el odio desemboca en miedo y el miedo en violencia, una sociedad agresiva resulta más fácil de manipular, es por ello que el perdón y el amor no generan noticia.

Sin perdón no hay amor y sin amor no hay vida.



 







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