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Dime quién eres y te diré cómo te valoras
El hombre no debe medirse por lo que tiene sino por lo que es. La persona es más importante a los ojos de Dios que el oro.


Por: P. Dennis Doren, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx



"Los derechos y la dignidad del hombre están fundamentados en última instancia en Dios creador, que nos ha hecho a su imagen y semejanza y que ha dado a cada uno la inteligencia y la libertad.  Si el hombre prescinde de este modo de fundamentar su vida, la dignidad y los derechos del hombre se debilitan, pues pierden su fundamento sólido".

Vivimos en una sociedad de consumo, relativista, convenenciera, que camina según sus caprichos, gusto e intereses. Aceptar esta jerarquía de valores nos obliga a buscar en todo momento el poseer como única meta de la vida. El hombre no debe medirse por lo que tiene sino por lo que es. La persona es más importante a los ojos de Dios que el oro.


Lo que da valor al hombre es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. El creador ha dado capacidad a los mortales de conocer el bien y amarlo. La persona es feliz cuando ama y es amado porque “el hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Redemptor hominis, 10).

¿Cómo te defines? , Esta ha sido la pregunta de los filósofos durante miles de años. La respuesta es vital, porqué los seres humanos tenemos una necesidad básica de comportarnos según la opinión que tengamos de nosotros mismos, por eso dime como te valoras y te diré quien eres.

Les voy a contar un cuento. Había un alacrán que debía cruzar un río, pero como los arácnidos no saben nadar, se le acercó a una rana y le propuso: “Tú que sabes nadar muy bien, ¿Me puedes llevar al otro lado? El batracio lo miró con recelo.” ¡Jamás! Los alacranes pican a las ranas, no me voy a exponer a un peligro letal”. El alacrán argumento: “¿Cómo crees que te voy a picar en medio del río? si fuera así, tú morirías y yo también porque no sé nadar. Prometo no lastimarte y estar eternamente agradecido.”



Después de meditarlo un poco, la rana aceptó la petición del alacrán permitiéndole subir a su espalda mientras avanzaba por el agua. Pero exactamente a la mitad del trayecto, sintió un piquete en el cuello y gritó: “¿Qué has hecho? ¡Me picaste, ahora los dos moriremos! Él tranquilamente le contestó: “Yo soy un alacrán, y esto es lo que hacen los de mi especie, pican a las ranas.”

El hombre es el centro de todo lo creado y la creatura más amada por Dios; tanto amó Dios al hombre que hasta él mismo quiso hacerse hombre. “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et spes, 22).

“Hoy, con mucha frecuencia, el hombre no sabe qué lleva dentro, en la profundidad de su espíritu, de su corazón. Muchas veces se siente incierto sobre el sentido de su vida en esta tierra. Está dominado por la duda, que se convierte en desesperación. El hombre ha perdido su definición, y la perderá, siempre que saque a Dios de en medio… El alacrán tenía su identidad y la tenía clara, hoy el hombre está incierto y confuso; de ahí ese espectáculo triste que nos toca ver de muertes e violaciones a los derechos de las personas. Nosotros como cristianos tenemos el deber de llevar al mundo la antorcha de la dignidad, es decir, la luz de la vida, que Cristo ha depositado en nuestras manos.







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