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Si la sal se vuelve insipida
Todo es valido en una sociedad que ha perdido voluntariamente la referencia etica de una fuente externa a la docil conciencia


Por: Colaboracion de Fernando Martinez, Alumno de la Escuela de la Fe | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 3 No. 15, Marzo - Abril 2001



¿Qué está pasando en Ho­landa? se pregunta mucha gente estos días ante el sucederse de acontecimientos a cual más grave. Tras la eutanasia vino la homo­sexualidad con adopción incluida y ahora se dice que la batalla de los progresistas va a ir dirigida hacia la legalización del incesto.

Para entender algo de lo que su­cede en ese hermoso y rico país hay que remontarse algunos años atrás. Todavía recuerdo la polvareda que armó el famoso "Catecismo Holandés", intento tan bien intencio­nado como nefasto de aplicar el mensaje del Vaticano II. La Santa Sede tuvo que enmendar la plana al Episcopado de aquel país y obligó -cosa inaudita en aquel clima de diálogo que se parecía mucho a una suicida tolerancia- a introducir una separata en la que se recogían los matices que impedía que el Ca­tecismo fuese declarado abier­tamente herético. También recuerdo las ofensas que le fueron infligidas a Juan Pablo II durante su visita a Holanda, con una campaña soez contra él. Alentada en buena medi­da por la famosa "Iglesia progre­siva".

De Holanda vinieron no sólo los renovadores aires conciliares, sino sobre todo los furibundos ataques contra el Papado, así como esa moral que ahora reina y que sólo puede calificarse de "moral de actitudes". Nada es bueno o malo.

Todo depende de tantas cosas que, al final, siempre hay excusas para justificarlo. Por si fuera poco, no sólo no tenemos derecho a imponer nuestros conceptos morales -ya de por sí desvanecidos-, sino que, en aras de la tolerancia, tenemos que aceptar que los otros puedan hacer lo que quieran. Legalización de las drogas, del aborto, de la prostitución, de la eutanasia: todo eso es válido en una sociedad que ha perdido voluntariamente toda referencia ética que proceda de una fuente externa a la dócil conciencia.

Lo que pasa en Holanda es, pues, consecuencia de lo que le pasó a la Iglesia católica. Primero se co­rrompió ésta y luego, como fruto inevitable, se pudrió la sociedad. "Si la sal se vuelve insípida, ¿quién la salará?", había advertido Jesús. Los católicos holandeses lo olvida­ron y ahora no sólo está moribunda su Iglesia sino también su sociedad. Lo peor es que la exportación del modelo holandés no ha terminado. ¿Cuándo, en la Iglesia, incluso en altos cargos, están contagiados por el permisivismo, el progresis­mo, la suicida relativización de todo? ¿Cuántos siguen sin aceptar, 22 años después, a Juan Pablo II?



Lo que sucede en Holanda debería de servirles -cosa que dudo- para comprobar que el nuevo "catecismo holandés" -droga, eutanasia...- no es más que consecuencia de un modelo de iglesia que no es ni siquiera herética. Es, simplemente, esperpéntica.







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