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Sinceridad y Verdad
En cuanto una palabra se pone de moda (y pienso en la pasión actual por lo espontáneo y sincero) hay que preguntarse por lo que encubre más que por lo que significa. Y es, generalmente, su contrario. Una sinceridad emancipada de la verdad de uno mismo es


Por: Jorge Peña Vial | Fuente: arvo



Es sincero -precisa el diccionario- el que dice con verdad lo que siente y lo que piensa. De ahí se sigue la imposibilidad de una sinceridad absoluta. Quien se dedicara a exteriorizar todo lo que siente y piensa haría imposible la convivencia. Cuando se olvida lo complejo y multiforme de la vida interior, lo difícil que es la integración unitaria de las diversas dimensiones de la persona (biológicas, psíquicas, espirituales), y se interpreta al hombre de modo reduccionista, se compra la sinceridad al precio de la verdad.

¿Es sincero el soldado cuando se sobrepone al miedo que realmente invade todo su ser? ¿Es sincero el padre cuando apeteciendo ver un partido de fútbol saca a pasear a su mujer? ¿Y la esposa que le gustaría terminar de ver la teleserie pero atiende a lo que su marido le está contando? ¿Es insincero el niño que a toda costa desea jugar pero se somete a un horario de estudio posponiendo sus impulsos vitales? En todos estos casos escojo entre sinceridades de desigual calidad y valía; una de ellas me lleva a abandonarme a mis humores, caprichos e impulsos, la otra, a obedecer a una voluntad atenta a lo razonable.

Quizás soy menos sincero con respecto a mis emociones y gustos egoístas, pero lo soy más en relación con mis deberes y mi preocupación por los demás. Manifiesto menos lo que soy, pero me acerco más a lo que estoy llamado a ser y debo ser.

ero si se hace de la sinceridad un valor absoluto, a cualquier nivel y a cualquier precio, se corroen todas las demás virtudes: el dominio de sí, la disciplina interior y exterior, el pudor, la benevolencia. A esos promotores de la sinceridad total, les rogaría que precisaran sus ideales y la categoría de los mismos, porque vemos la frecuencia con que se confunden la profundidad con los bajos fondos. La sinceridad sin lucidez puede ser muy dañina. Además esa sinceridad sin discernimiento se hace al precio de la prostitución de los más nobles sentimientos.

La sinceridad con Dios se identifica con la sinceridad con uno mismo y permite la verdadera sinceridad con los demás. Porque se puede ser sincero sin ser verídico; sincero con los demás pero mentiroso consigo mismo. La persona llena de quimeras y espejismos suele creer en esos espejismos. Por eso la verdadera sinceridad no tiene valor más que si se une a un profundo conocimiento propio, y sólo se ejercita con aquellas personas que pueden ayudarnos a ese conocimiento y nos estimulan a ser mejores. La otra sinceridad, frente a las cámaras, es sospechosa. La confesión sacramental otorga la absolución sólo cuando el reconocimiento de la falta va unido al firme propósito de evitarlo. Pero para estos apóstoles de la falsa sinceridad, el simple reconocimiento de la falta entrañaría su absolución, y como si la exhibición de lo peor dispensara de la búsqueda de lo mejor. Se dirá que este culto a la sinceridad es una reacción ante la hipocresía de generaciones precedentes. Pero el remedio es peor que el propio mal.

Se salvaguarda la virtud de la sinceridad de sus deformaciones cuando la ejercitamos como fidelidad a lo mejor y más verdadero de nosotros mismos, que está igualmente distante tanto de la hipocresía como del exhibicionismo. Jorge Peña VialUniversidad de los AndesColumna de “Artes y Letras”, El MercurioArvo Net, 21 de noviembre de 2004.







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