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El anio liturgico
Todos los anios volvemos a celebrar los mismos misterios (aniversario), pero los celebramos intentando vivirlos, vamos progresando hacia el final de los tiempo


Por: Olga Baroccio, educadora en la fe, Monterrey, N.L. | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 3 No. 14, Enero - Febrero 2001



Para el cristiano no hay tiempo sagrado y profano en sentido estricto, ya que "en todo tiempo y lugar" es "justo y necesario dar gracias a Dios".

Sin embargo, lo mismo que nuestra vida está marcada por los aniversarios, es natural que celebremos también de forma recurrente los misterios del Se­ñor. Necesitamos del domingo y del año litúrgico, que pertenecen a lo "sagrado pedagógico", que es el conjunto de sig­nos que expresan la relación religiosa que tenemos con Dios en Jesucristo.

Por otra parte, nuestro año litúrgico se vive de manera muy distinta de cómo se vivían los ciclos anuales que celebran los cultos paganos (y que hoy volvemos a encontrar en la seculariza­ción de las fiestas de Navidad en invierno y de Pascua en primavera).

En el culto pagano se trata de un ciclo cerrado sobre sí mismo, más o menos marcado de fatalismo y, en el fondo, estático, mientras que para el cristianismo la historia tiene un senti­do, va hacia alguna parte, hacia una consumación.

Todos los años volvemos a celebrar los mismos misterios (aniversario), pero los celebramos intentando vivirlos, vamos progresando hacia el final de los tiempos. La historia de la salvación es la de un pueblo en marcha; es un tiem­po que va de la creación a la nueva creación, y este mundo nuevo se construye en el presente del hombre, día a día y año tras año. Estamos situados entre dos polos: La venida del Señor entre nosotros y su pascua histórica, por una parte, y su retorno en su pascua definitiva, por otra.



a) El Misterio Pascual y el año litúrgico

El año litúrgico se ha ido constru­yendo poco a poco en varios ciclos:

1) El ciclo pascual tiene como nú­cleo original la vigilia pascual.

Se prolonga a lo largo de los 50 días que llegan hasta pentecostés (pente­costés significa "50"), es decir, 7 semanas de 7 días.

Como preparación, se va formando un período de 40 días, la cuaresma (del latín quadragesima = "40").



Al mismo tiempo, la vigilia pascual se planifica en tres días, el triduo pascual, que a continuación dio origen al domingo de ramos y por consiguiente a la semana santa.

2) El ciclo de Navidad. La fiesta de Navidad (nativitas o natividad) no nació hasta el siglo IV. De hecho, era una manera de recuperar las fiestas paganas del solsticio de invierno, ya que nada nos indica que Jesús nacie­ra el 25 de diciembre. Lo mismo ocurrió con la epifanía en oriente, donde se celebraba el solsticio el 6 de enero.

Hacia el siglo VI, lo mismo que ocu­rrió con la cuaresma antes de pascua, se empezó a celebrar el Adviento como preparación para la Navidad.

Incluso en Navidad, celebramos el misterio pascual: No hay que perder de vista la pascua semanal; tanto si es el primer domingo de adviento, como el día de epifanía o el domingo 27 del tiempo ordinario, celebramos siempre a Jesucristo muerto y resucitado. Cris­to resucitado es el astro que ilumina todo nuestro año, y es él el que hace brillar, a lo largo de los domingos y de las fiestas, cada una de las facetas del misterio de la fe.

El Año litúrgico es una anámnesis (recuerdo) perpetua. Todas las fiestas se celebran en las tres dimensiones del tiempo: ayer, hoy y mañana. Por ejem­plo, Navidad: vino hace 2.000 años, viene hoy a nosotros (por la Iglesia, por la conversión...), volverá algún día.

b) A lo largo del año

No tenemos tiempo para entrar de­talladamente en el estudio de cada fies­ta; remitimos al lector a su misal y a las introducciones que podrá leer allí, o a otras obras.

Queremos simplemente subrayar el espíritu de estas fiestas, a partir de los ritos esenciales.

1) El Adviento, del latín adventus (llegada), en griego parusia, que de­signaba el acto de sacar a la estatua divina del templo para que la contem­plase el pueblo. Este término de parusía designa en nuestro vocabula­rio cristiano la vuelta de Jesucristo al final de los tiempos. Esto ilumina el espíritu de adviento, que es una mira­da a la vez hacia la Navidad y hacia el regreso de Cristo: "Preparad los ca­minos del Señor". Tiempo de prepara­ción, el adviento ha sido siempre me­nos austero que la cuaresma.

2) Navidad, epifanía, el bautismo de Jesús. La primera es más importante en Oriente, la segunda en Occi­dente. Pero estas tres fiestas son sufi­cientes para explotar toda la riqueza del misterio de Dios hecho hombre.

Navidad insiste más en el nacimien­to humano de Cristo, en su manifesta­ción a los "pobres" (José, María, los pastores).

Epifanía insiste más en la manifes­tación de Jesús como Hijo de Dios a todas las naciones (los magos). Es la fiesta de la universalidad de la Iglesia.

El bautismo es la manifestación de Jesús como Hijo de Dios al comien­zo de su misión, que le llevará hasta pascua.

3) La cuaresma. En su origen, era el tiempo en que muchos cristianos ayunaban voluntariamente durante al­gunos días; así se convirtió en el tiem­po en que los catecúmenos se prepa­raban para el bautismo y los peniten­tes para la reconciliación. Pasó luego a ser para toda la Iglesia el tiempo de la conversión y de la meditación de la palabra de Dios, el tiempo en que vuel­ven a contemplarse los grandes sím­bolos del bautismo (evocados a menu­do por los Evangelios).

Tiempo fuerte de la Iglesia, especie de "retiro" colectivo, en el que vuelve a vivir su bautismo asociándose al combate de Cristo. La cuaresma dura cua­renta días: cuarenta, en la Biblia, es el tiempo de prueba (diluvio, el éxodo y luego Jesús en el desierto), el tiempo de una generación en que el hombre puede transformarse.

Comienza unos días antes con el rito de la ceniza, destinado antigua­mente a los penitentes que se veían durante algún tiempo excluidos de la asamblea, lo mismo que Adán se vio excluido del paraíso (de ahí la fórmu­la: "Recuerda que eres polvo..."). Esta puede ser hoy una de las más her­mosas celebraciones penitenciales.

4) La semana santa.

1. Comienza por el Domingo de Ra­mos. También aquí está presente el doble dato muerte-resurrección: se empieza por el triunfo de los ra­mos, anunciador de la pascua, para proseguir luego con la celebración de la pasión y terminar con la Eu­caristía.

2. El triduo pascual: jueves, viernes y sábado santos. Forman un todo que tiene su cima en la vigilia (y no en el domingo).







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