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Busca en tu interior lo que te falta
La cuaresma es tiempo de recogimiento y reflexión, que nos remite al Santuario Interior para profundizar en cuestiones trascendentales


Por: Ángel Gutiérrez Sanz | Fuente: Catholic.net



Todos en algún momento tenemos la necesidad de desengancharnos de nuestras prácticas habituales y darnos una tregua en el duro caminar de la vida. Del mismo modo que el cuerpo agotado nos pide descanso para poder recuperarse del duro bregar, después de una fatigosa jornada, así también el espíritu, atribulado por tantas preocupaciones y problemas, necesita encontrar la calma en el desierto de la soledad y del silencio.

 

Siempre se nos ha dicho que la cuaresma es tiempo de recogimiento y reflexión, que nos remite al Santuario Interior para profundizar en cuestiones tan trascendentales como pueden ser el sentido de nuestras vidas y el destino final de nuestro existir; también para poder encontrarnos cara a cara con nosotros mismos y con Dios, pero esto la gente ya lo ve como una antigualla de otros tiempos.

 

Los hombres de la posmodernidad hemos apostado por la dispersión, nos hemos olvidado de la interioridad para volcarnos hacia el exterior, rehuimos los silencios, tenemos miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos y nos da repelús mirarnos al espejo; preferimos refugiarnos en el ruido y la muchedumbre, caminar aturdidos sin rumbo, nos contentamos con disfrutar a tope del momento presente, evitando cualquier tipo de compromiso, nada de complicarnos la vida y si un día tenemos que olvidarnos de algo que nos molesta o nos atormenta, ahí tenemos el alcohol que nos ayudará a ahogar nuestras penas y si un día nos invaden los miedos y la fobias echamos mano de los ansiolíticos y si un día ya no podemos aguantarnos más, nos quitamos de en medio y ya está. Hemos aprendido a ser felices en el sentido más biológico que pudiera imaginarse, una pobre y ramplona felicidad que hemos fabricado a nuestra medida pensando que no hay otra, pero en esto nos equivocamos.



 

Sólo hace falta recordar a aquel joven disoluto de Hipona llamado Agustín, que cuando más decepcionado se sentía de la vida vivida a ras de tierra, tuvo el coraje de adentrarse en su interior, tratando de hallar respuesta a sus angustiosas preguntas y buceando en lo más profundo de su ser, allí encontró lo que no había podido encontrar fuera; allí pudo comprobar por propia experiencia que la única felicidad posible en este mundo está dentro de nosotros mismos. Las sacudidas profundas, las conversiones súbitas, las llamadas misteriosas, suelen tener como escenario esas regiones silenciosas y arcanas del espíritu; es allí donde a lo largo de la historia se han ido fraguando los sentimientos más nobles y profundos, las decisiones más trascendentales y las genialidades más sublimes.

 

Todo ello en la mayoría de los casos ha sido fruto de reflexiones íntimas y secretas, incluso las expresiones y palabras más elocuentes brotan del silencio. Si tratáramos de hacer un recuento nos encontraríamos con que las gestas más sublimes de la historia de la Humanidad se han ido amasando silenciosamente, en lo más profundo y recóndito del ser humano, allí donde el corazón se encuentra a salvo de palabras huecas, de ruidos perturbadores y de vanas pretensiones, allí donde no llegan los sentimientos de venganza y de odio, espacios limpios de envidias y egoísmos, libres de miedos y de prejuicios.

 



Aunque no vaya con los tiempos seguirá siendo oportuno mantener vivo el espíritu cuaresmal, que nos invita a reflexionar sobre nuestra condición de seres humanos y nos trae a la memoria que sólo somos viandantes que estamos de paso para madurar, aprender, amar y volver a casa. Bastaría este solo pensamiento para llenar muchas horas de íntima reflexión, que acabaría llevándonos a la conclusión de que casi todo en nuestra vida es relativo e irrelevante, que aquello por lo que tanto peleamos acaba como flor de un día, siendo contados los asuntos verdaderamente esenciales que merecen la pena, pero como son tantas las prisas y la vida que llevamos es tan ajetreada ni siquiera podemos reparar en estas pocas cosas importantes. En algún momento tendremos que comenzar a derribar muros, a remover todos los obstáculos que impiden que la voz del espíritu se haga oír en nuestras vidas; necesitamos espacios purificados, vacíos de todo lo superfluo y lo nocivo, en los que podamos asentar nuestra morada. Es por aquí por donde debiéramos comenzar si queremos llenarnos un día de esencialidades trascendentes y ser sujetos con capacidad de amar indiscriminadamente, rebosantes de autenticidad y comprensión, de entrega y generosidad.

 

Aparte de que la cuaresma pueda ser interpretada como una invitación a adentrarnos en los espacios donde encuentran aposento las ultimidades del ser, también está ahí para recordarnos que todos necesitamos de una conversión. Yo entiendo que el cambio de perspectiva bien pudiera ser en sí mismo ya una forma de conversión o cuando menos nos la facilita en la medida que nos permite ver la vida con ojos del espíritu y nos coloca en situación de conocernos mejor a nosotros mismos. Cuando esto sucede es fácil darse cuenta que es bien poco lo que necesitamos para sentirnos plenamente satisfechos.

 

Nos basta con vivir en paz, saborear el sentimiento gozoso del amor universal, alegrarnos con nuestro propio perdón y el de los demás, sentirnos libres en y por la verdad, fuertes a pesar de nuestra debilidad, confiados en que no nos faltarán las fuerzas para levantarnos cuando caigamos, conscientes de nuestra fragilidad e impotencia frente a los avatares de la vida que nos sacuden sin piedad, pero sabedores también de que Dios está de nuestra parte y que teniéndole a Él lo tenemos todo, sin que nada ni nadie pueda inquietarnos. ¿No son estos motivos más que suficientes para poder vivir dichosamente?

 

Hay realidades que son difíciles de explicar, porque están hechas para ser vividas y ésta de la que estamos hablando es una de ellas, pero en la medida que nos sumergimos en la vida del espíritu vamos comprendiendo que la filosofía del “perderlo todo para ganarlo todo” encierra una verdad absoluta y profunda, que puede ser fácilmente constatada por cualquiera que esté dispuesto a vivenciarla. Hasta puede que sea suficiente con prestar oídos tan sólo a la propia conciencia, que quiere hablarnos desde el fondo de nuestro ser. En el silencio de la noche, cuando nos quedamos a solas y cesa toda actividad, cuando cerramos los ojos y nos disponemos a dormir sin saber siquiera si vamos a despertar al día siguiente, basta con unos intensos momentos de escucha. Y a veces ni siquiera eso, simplemente lo que tenemos que hacer es dejarnos llevar por la acción de Dios, quien sale a nuestro encuentro cuando menos lo pensamos, nos toca el corazón y ahí se acabó todo para comenzar una nueva vida.

 

Esto sucede con más frecuencia de lo que nosotros nos imaginamos. El Dios silencioso oculto entre las sombras siempre está cerca de nosotros y nos habla; otra cosa es que nosotros sepamos descifrar sus mensajes e interpretar sus silencios “Yo estoy a la puerta y llamo, nos dice, si alguno oye mi voz y abre la puerta entraré a él”; lo que pasa es que con frecuencia estamos fuera de casa o si estamos dentro hay demasiado ruido para poder escucharle.

 

El problema que tenemos los hombres de hoy es que nos hemos volcado hacia el exterior, hemos ido perdiendo la capacidad de interiorización hasta convertirnos en unos extraños a nosotros mismos. Nos hemos ido empobreciendo y ya sólo sabemos vivir de puertas afuera.

 







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