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El Corazón De María: Afligido Por Los Sufrimientos Del Corazón De Jesús
El Corazón Admirable de la Madre de Dios, Libro XII, Capítulo 5


Por: San Juan Eudes | Fuente: Unidad de Espiritualidad Eudista



Los dolores que el Corazón adorable de nuestro Salvador soportó al ver a su santísima Madre sumergida en un mar de tribulaciones en el tiempo de su Pasión, son inexplicables e inconcebibles.Una vez que la bienaventurada Virgen fue Madre de nuestro Redentor, soportó incesantemente uncombate de amor en su Corazón. Porque conociendo que era la voluntad de Dios que su amado Hijosufriera y muriera por la salvación de las almas, el amor muy ardiente que tenía para con esta divinavoluntad y para con las almas la ponía en una entera sumisión a las órdenes de Dios; y el amorinconcebible de Madre a su queridísimo Hijo, le causaba dolores indecibles a vista de los tormentosque había de sufrir para rescatar el mundo.

Llegado el día de su Pasión, creen los Santos, que a juzgar por el amor y obediencia con quesiempre se conducía con su santísima Madre y conforme a la bondad que tiene de consolar a sus amigasen las aflicciones, antes de dar comienzo a sus sufrimientos, se despidió de esta Madre queridísima. Afin de hacerlo por obediencia tanto a la voluntad de su Padre como a la de su Madre, que era la misma, pidió licencia a ella para ejecutar la orden de su Padre. Le dijo que era voluntad de su Padre que leacompañase al pie de la cruz y envolviese su cuerpo, cuando muriera, en un lienzo para ponerle en elsepulcro; le dio orden de lo que tenía qué hacer y dónde había de estar hasta su Resurrección.

Es igualmente creíble que le dio a conocer lo que Él iba a sufrir para prepararla y disponerlaa que le acompañara espiritual y corporalmente en sus sufrimientos. Y como los dolores interiores deambos eran indecibles, no se los declararon con palabra: sus ojos y sus corazones se comprendían ycomunicaban recíprocamente. Pero el perfectísimo amor reciproco y la entera conformidad quetenían a la voluntad divina, no permitían que hubiese imperfección alguna en sus sentimientosnaturales. Siendo el Salvador el Hijo único de María, sentía mucho sus dolores, pero como era suDios, la fortificaba en la mayor desolación que jamás ha habido, la consolaba con divinas palabras queella escuchaba y conservaba cuidadosamente en su Corazón, con nuevas gracias que continuamentederramaba en su alma, a fin de que pudiese soportar y vencer los violentísimos dolores que le estabanpreparados. Eran tan grandes estos dolores, que, si le hubiera sido posible y conveniente sufrir enlugar de su Hijo, le hubiera sido más soportable que el verlo padecer y le hubiera sido más dulce darsu vida por El, que verle soportar suplicios tan atroces. Pero, no habiendo dispuesto Dios de otramanera, ofreció ella su Corazón y dio a Jesús su Cuerpo, a fin de que cada uno sufriese lo que Dios había ordenado. María había de sufrir todos los tormentos de su Hijo en la parte más sensible que es suCorazón y Jesús había de soportar en su Cuerpo sufrimientos inexplicables y en su Corazón los de susanta Madre que eran inconcebibles.

Se despidió el Salvador de su santísima Madre y fue a sumergirse en el océano inmenso de susdolores; y su desolada Madre en continua oración, lo acompañó interiormente, de suerte que en este triste día comenzaron para ella las plegarias, las lágrimas, las agonías interiores y, conperfectísima sumisión a la divina voluntad, repetía con su Hijo, en el fondo de su Corazón: «Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya.»[1]

La noche en que los judíos prendieron a nuestro Redentor en el Huerto de los Olivos, lecondujeron atado a casa de Anás y luego a la de Caifás, donde se hartaron de burlarse y ultrajarle demil maneras. Hasta el amanecer quedó Jesús en aquella prisión, después de que todos se hubieron ido acasa. También San Juan Evangelista marchó de allí sea por orden de Nuestro Señor, sea por divina inspiración y fue a dar cuenta a la Santísima Virgen de lo ocurrido. Dios mío, ¡qué lamentos, tristezas y dolores se cruzaronentre la Madre de Jesús y el discípulo amado, mientras éste contaba y ella escuchaba losacontecimientos! En verdad, los sentimientos y angustias de ambos fueron tales, que cuanto se diga esnada en comparación de la realidad. Más decían con el corazón que con los labios, más con sus lágrimasque con discursos, en especial la bendita Virgen, puesto que su grandísima modestia, impidiéndolepalabra alguna desconcertada, hacía sufrir su Corazón lo que nadie puede imaginar.



A llegar el tiempo de buscar y acompañar a su Hijo en los tormentos, sale de su casa al apuntarel día, silenciosa como el Cordero divino, muda como oveja; va regando el camino con sus lágrimas y de su Corazón se elevan al cielo ardientes suspiros. Acompáñenla en adelante susdevotos en sus dolores, caminando por la vía del dolor.

En medio de ultrajes e ignominias los judíos conducen al Salvador a casa de Pilato y deHerodes, pero a causa de la multitud y del alboroto del pueblo, su Madre no logra verlo hasta que esmostrado a la muchedumbre flagelado y coronado de espinas. Entonces es cuando su Corazón sufrió dolores inmensos y «sus ojos derramaron torrentes de lágrimas»[2] al oír las voces del populacho,el tumulto de la ciudad, las injurias que los judíos vomitaban contra su Hijo, las afrentas que lehacían, las blasfemias que proferían contra Él. Más como había puesto todo su amor en Él, aunque supresencia fuese lo que más la debía afligir, era no obstante, lo que deseaba por encima de todo: el amortiene estos extremos, soporta menos la ausencia del amado que el dolor, por grande que sea, que supresencia le hace sufrir.

Entre tales amarguras e inimaginables angustias, esta santa Oveja suspira por la vista del divino Cordero. Al fin le vio todo desgarrado por los azotes, su cabeza atravesada porcrueles espinas, su adorable rostro amoratado, hinchado, cubierto de sangre y de salivazos, con unacuerda al cuello, las manos atadas, un cetro de caña en la mano y vestido con túnica de burla. Sabe Él que allí está su Madre dolorosa; conoce ella que su divina Majestad ve los sentimientos de su Corazóntraspasado por dolores no menores a los soportados por Él en su Cuerpo. Oye los falsos testimonios contra Él y cómo es pospuesto a Barrabás, ladrón y homicida. Oye miles de voces clamar llenas de furor[3].

Escucha la cruel e injusta sentencia de muerte contra elAutor de la vida. Ve la cruz en la que se le va a crucificar y cómo marcha hacia el Calvario cargándolasobre sus espaldas. Siguiendo las huellas de su Jesús, lava con lágrimas el camino ensangrentado porsu Hijo. También soportaba en su Corazón cruz tan dolorosa como la que llevaba Él sobre sushombros.

En el Calvario las santas mujeres se esfuerzan por consolarla. A imitación de su dulceCordero, enmudece y sufre inconcebibles dolores: oye los martillazos que los verdugos descargansobre los clavos con los cuales sujetan a su Hijo en la cruz. Al ver al que amaba infinitamente más que a sí misma, pendiente de la cruz entre tantos y tan crueles dolores, sin poder prestarle el menoralivio, cae en brazos de los que la acompañan. Era tanta su debilidad después de velar toda la noche, haber llorado tanto y sin tomar alimento alguno que pudiera sostenerla. Entonces, se le secaron las lágrimas, perdió el color, estremecida de dolor, no tiene más reactivo que las lágrimas de suscompañeros, hasta que su Hijo le da de nuevo fuerzas para que le acompañe hasta la muerte[4].



De nuevo bañada por ríos de lágrimas, sufre martirios de dolores a la vista de su Hijo y suDios pendiente de la cruz. Sin embargo, en su alma, hace ante Dios oficio de medianera por lospecadores, coopera con el Redentor a su salvación y ofrece por ellos al Eterno Padre, su sangre,sufrimientos y muerte, con deseo ardentísimo de su eterna felicidad. El indecible amor que tiene a suquerido Hijo, le hace temer verle expirar y morir, pero a la vez le llena de dolor el que sustormentos duren tanto que sólo con la muerte van a terminar. Desea que el Eterno Padre mitigue elrigor de sus tormentos, pero quiere conformarse enteramente a todas sus órdenes. Y así, el amordivino hace nacer en su Corazón contrarios deseos y sentimientos, que le hacen sufrir inexplicablesdolores.

La bendita Oveja y el divino Cordero, se miran y entienden y comunican sus dolores solamente comprendidos por estos dos Corazones de Hijo y Madre, que, amándose mutuamente en perfección,sufren a una estos crueles tormentos. Y siendo el mutuo amor la medida de sus dolores, los que losconsideran están tan lejos de poder comprenderlos cuanto de entender el amor de tal Hijo a tal Madrey recíprocamente.

Los dolores de la Santísima Virgen aumentan y se renuevan continuamente con los ultrajes ytormentos que los judíos ocasionan a su Hijo.

Qué dolor, al oírle decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»[5]¡Qué dolor al ver que le dan hiel y vinagre en su ardiente sed!Sobre todo, ¡qué dolor al verle morir en un patíbulo entre dos malhechores! ¡Qué dolor al ver traspasarsu Corazón con una lanza! ¡Qué dolor, cuando le recibe en susbrazos! ¡Con qué dolor se retira a su casa aesperar su resurrección! ¡De cuán buena gana hubiera sufrido esta divina Virgen todos los doloresde su Hijo, antes que vérselos sufrir a Él!

Efecto de la perfecta caridad, al obrar en los corazones de quienes se esfuerzan por imitar a sudivino Padre y a su bondadosísima, Madre, es hacerles soportar con gusto sus propias aflicciones ysentir vivamente las de los demás, de suerte que les es más fácil soportarlas ellos mismos que verlaspadecer por los demás.

Es lo que el Salvador hizo durante su vida terrena y especialmente en su Pasión. En efecto,sabiendo que Judas le había vendido, demostró mayor sentimiento por su condenación: «mejor le hubiera sido no haber nacido, si había de condenarse» que por los tormentos que por su traición teníaque sufrir.

De igual manera, a las mujeres que lloraban en pos de Él camino del Calvario, les hizo ver cuánto más sensibles le eran las tribulaciones de ellas y las de la ciudad de Jerusalén, que lo queestaba padeciendo con la cruz a cuestas. «Hijas de Jerusalén, les dice, no lloren por mí, lloren más bien ustedes y por sus hijos; porque tiempo vendrá en que se diga: dichosas las que son estériles y dichosos los senos que no han dado a luz y los pechos que no han alimentado».

Clavado en la cruz, olvidándose de sus propios tormentos, hace ver que las necesidades de lospecadores le son más sensibles que sus dolores, al decir a su Padre que les perdone. Es que el amor asus criaturas le hace sentir más los males de ellas que los propios.

De aquí que uno de los mayores tormentos de nuestro Salvador en la cruz, más sensible que losdolores corporales, es ver a su Madre sumergida en un mar de sufrimientos. A la que amaba más que atodas las criaturas juntas: la mejor de todas las madres, compañera, fidelísima de sus correrías ytrabajos y la que, inocentísima como era, no merecía sufrir en absoluto lo que padecía, por faltaalguna que hubiese cometido. Madre tan amante de su Hijo como no han sido ni serán jamás loscorazones todos de los Ángeles y Santos, sufre tormentos sin igual. ¡Qué aflicción para tal Madrever a tal Hijo tan injustamente atormentado y abismado en un océano de dolores, sin poderlo aliviar lomás mínimo!

Ciertamente, tan grande y tan pesada es esta cruz, que no hay inteligencia capaz decomprenderla. Cruz que estaba reservada a la gracia, al amor y virtudes heroicas de la Madre de Dios.

De nada le valía ser inocentísima y Madre de Dios para librarse de tan terrible tormento. Alcontrario, deseando su Hijo asemejarla a Él, quiso que el amor causa primera y principal de sussufrimientos y de su muerte que como a su Madre le tenía, y el que ella le profesaba como a su Hijo,fuese la causa del martirio de su Corazón al fin de su vida, como había sido al principio el origen desus gozos y satisfacciones.

Desde la cruz vela el Hijo de Dios las angustias y desolaciones del sagrado Corazón de susantísima Madre, oía sus suspiros y veía las lágrimas y el abandono en que estaba y en el que había dequedar después de su muerte: todo esto era un nuevo tormento y martirio para el divino Corazón deJesús. No faltaba, pues, nada de cuanto podía afligir y crucificar los amabilísimos corazones del Hijoy de la Madre.

Piensan algunos que la causa por la que el Salvador no quiso darle este nombre cuando hablódesde la cruz a su dolorosa Madre fue precisamente el no querer afligirla; y desolarla más. Solo ledice palabras que le muestran que no la había olvidado y que, cumpliendo la voluntad de su Padre, lasocorría en su abandono dándole por hijo al discípulo amado[6]. En consecuencia, San Juan quedóobligado al servicio de la Reina del Cielo, la honró como a Madre suya y la sirvió como a su Señora,juzgando el servicio que le hacía como el mayor favor que podía recibir en este mundo de suamabilísimo Maestro.

Todos los pecadores tienen parte en esta gracia de San Juan: a todos los representa al pie de lacruz y nuestro Salvador a todos los mira en su persona, a todos y cada uno dice: He aquí a tu Madre[7]: te doy mi Madre por Madre tuya y te doy a ella para que seas tu hijo. ¡Precioso don! ¡Tesoro inestimable! ¡Gracia incomparable! ¡Cuán obligados estamos a la bondadinefable de nuestro Salvador! ¡Qué acciones de gracias debemos tributarle! Nos ha dado su divinoPadre porPadre nuestro y su santísima Madre por Madre nuestra, a fin de que no tengamos más que un Padre y una misma Madre con Él. No somos dignos de ser esclavos de esta gran Reina y nos hace hijos suyos.

¡Qué respeto y sumisión debemos tener a tal Madre, qué celo e interés por su servicio y quécuidado en imitar sus santas virtudes, a fin de que haya alguna semejanza entre la Madre y los hijos!

Esta bondadosísima Madre recibió gran consuelo al oír la voz de su querido Hijo: en la última hora,una palabra cualquiera de los hijos y verdaderos amigos conforta y es singular consuelo. Como los Sagrados Corazones de tal Hijo y de tal Madre se entendían tan bien entre sí, la bendita Virgen aceptógustosa a San Juan por hijo suyo y en él a todos los pecadores, sabiendo que tal era la voluntad de suJesús.

En efecto, muriendo Jesús por los pecadores y sabiendo que sus culpas eran la causa de sumuerte, quiso, en la última hora, quitarles toda desconfianza que pudieran tener al ver los grandestormentos, fruto de sus pecados, y por esto les dio lo que más estimaba y lo que más poder tenía sobre Él, a saber, su santísima Madre, a fin de que, por su protección y mediación, confiáramos ser acogidosy bien recibidos por su divina Majestad. No cabe dudar del amor inconcebible de esta bondadosa Madrea los pecadores, ya que, en el alumbramiento espiritual junto a la cruz, sufrió increíbles dolores losque no tuvo en el alumbramiento virginal de su Hijo y Dios.

De aquí se ve claramente que los dolores de la Madre y los tormentos del Hijo terminaron engracias y bendiciones e inmensos favores a los pecadores. ¡Qué obligados estamos, pues, a honrar, amar y alabar los amabilísimos Corazones de Jesús y María; a emplear toda nuestra vida ymás si tuviéramos, en servirles y glorificarles; a esforzarnos por imprimir en nuestros corazonesuna imagen perfecta de sus eminentísimas virtudes! Es imposible agradarles andando por caminosdiferentes a los suyos.

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[1] Lc 22, 42.

[2]«Deduc quasi torrentem lacrymas» (Thren, 2, 18).

[3]« ¡Tolle, tolle, crucifige, crucifige!» (Jn 19, 15).

[4] El hecho de que habla aquí san Juan Eudes, lo refieren varios autores, pero los teólogos más autorizados lo rechazan, porque lo encuentran en oposición con el perfecto dominio sobre todos los movimientos de la sensibilidad que unánimemente reconocen en María y con el papel de cuasi-sacerdote que tuvo que desempeñar durante la pasión de su divino Hijo. Cfr. Terrien, La Mère des hommes I, p. 200, nota 5.

[5]Mt 27, 46.

[6]«Mulier, ecce filius tuus» (Lc 19, 26.27).

[7]«Ecce Mater tua»

 







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