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Hay que ponernos a la sombra de Dios mediante la oración diaria, personal, primero, y familiar

¡Por Dios! Comunícate en Familia
Comunicarse es amar de verdad, porque regala la propia intimidad, que es la riqueza de la persona, su originalidad. Sólo quien se comunica en profundidad, ama.


Por: P. Antonio Rivero, L.C. | Fuente: www.somosrc.mx



 La comunicación es muy diferente de la conversación; la comunicación es poner en común lo más valioso: es profunda, comprometedora, hace correr riesgos. Es fácil conversar, es muy difícil comunicarse de verdad. Pero la comunicación verdadera enriquece; la simple conversación sólo entretiene.

Esta es la diferencia fundamental si miramos el resultado: una cosa es hacer pasar el tiempo, y otra es hacer sentir más feliz a la persona, entregarle las propias riquezas interiores, alimentando su amor.

 

Un matrimonio es más feliz si es capaz de tener una verdadera comunicación. La comunicación alimenta el amor. Comunicarse es amar de verdad, porque regala la propia intimidad, que es la riqueza de la persona, su originalidad. Sólo quien se comunica en profundidad, ama.

¿Qué es la comunicación? Por comunicación entendemos poner en común lo “íntimo” de cada uno, lo que cada uno siente por dentro, en su intimidad personal que es siempre original, única, exclusiva, irrepetible, y que sólo uno mismo conoce y valora como algo personalísimo.



 

No hay recetas mágicas para las dificultades de la vida, pero sí hay maneras en que la carga puede ser más ligera. Día a día debemos ir construyendo el edificio del matrimonio.

 

I. PROBLEMAS

¿Cuál es la diferencia entre la comunicación y la conversación?



¿Qué requisitos se necesitan para comunicarse? ¿Y para conversar?

¿Qué impide la comunicación en familia, ya sea entre esposo y esposa, y entre padres e hijos?

¿Por qué no se llega a una comunicación profunda, constructiva?

¿Por qué en la comunicación entre esposos se llega a conflictos que podían haberse evitado?

¿Por qué los chicos no hablan con sus padres, no intiman con ellos? ¿Por qué no les tienen confianza? ¿Por qué gustan estar más fuera de casa que dentro?

 

II. DEFINAMOS TÉRMINOS

1. Comunicar: los contenidos de una verdadera comunicación son todas aquellas cosas que están dentro de nosotros, en nuestro mundo íntimo: sentimientos, emociones, penas, alegrías, tristezas, desconciertos, dudas, miedos. Cuando uno abre su interior a otro, debe tener conciencia de que corre el “riesgo” de no ser acogido como quisiera y, por lo tanto, una comunicación verdadera no se puede realizar con cualquiera, en cualquier momento. No puede exponerse imprudentemente al riesgo de sufrir un rechazo o una incomprensión.

 

2. Conversar: los contenidos, por el contrario, de una conversación son las cosas que nos suceden de fuera de nosotros. En la conversación expresamos ideas, relatos, juicios, razones, explicaciones. Una conversación puede ser muy interesante, puede durar horas, puede ser entretenidísima, pero no revela ni regala la propia intimidad, o si lo hace, lo hace fugazmente, como quien no quiere y se le escapa una emoción personal. Lo conversado es algo que otros también podrían relatar, explicar. Lo comunicado, por el contrario, es algo que sólo el interesado, el que lo experimenta puede revelar y transmitir. Es su “sentir”, su vivencia personalísima, original, irrepetible. Un matrimonio que sabe comunicarse, se enriquece. Un matrimonio que sólo conversa, seguramente se “entretiene”, pero entran muy poco en comunión. Por tanto, se comunican sentimientos íntimos; y se conversan ideas y opiniones. Las ideas no comprometen tanto, no identifican tanto como los sentimientos. Las ideas se pueden rebatir. Los sentimientos, por el contrario, son irrebatibles, me desnudan psicológicamente, muestran mi persona. Si no se aceptan mis ideas en una conversación, no se sufre nada; pero si en una comunicación no se me acoge mi sentimiento, se sufre mucho, es como una traición, una puñalada, e introduce la desconfianza, el temor de quedar herido, y esa persona se cierra. Cuando uno oye estas expresiones: “ya no tenemos nada que decirnos...me da miedo salir solo con mi pareja...yo siento que lo/la quiero, pero es una lata estar juntos...se casaron los hijos, el nido está vacío, para qué seguir juntos...” estas expresiones son revelación de un lento pero inexorable fracaso en la comunicación.

 

III. CAUSAS DE LA FALTA DE COMUNICACIÓN

Diversos factores dificultan la comunicación de la pareja.

1. Egocentrismo y narcisismo: me creo el ombligo del mundo. No sólo me creo el ombligo, sino que me enamoro de mí mismo, como le sucedió al personaje mitológico, Narciso.

 

2. Superficialidad: la superficialidad da como resultado diálogos insulsos, intrascendentes, sosos. Uno de los mayores peligros en un matrimonio es la superficialidad, ofrecer al otro la cáscara de la propia persona, y guardar para sí –generalmente por miedo- la propia riqueza interior, la intimidad personal, lo que uno “es” por dentro. El miedo surge ante el posible peligro de sentirse descalificado, menospreciado, incomprendido al momento de revelar la propia intimidad, que es lo que más apreciamos de nosotros mismos.

 

3. Cansancio: llego muy cansado de mi trabajo, no tengo ganas de hablar; sólo de sentarme y ver televisión. La televisión se convierte en el intruso que obstaculiza la comunicación familiar y matrimonial. Una mujer acumula ganas de hablar durante el día mientras que el hombre parece gastarlas en el trabajo. Para el hombre, la pequeña pantalla puede ser un medio para relajarse de las tensiones del día, pero si no se regula bien su uso, puede afectar la convivencia conyugal. “Durante el día sentía muchas ganas de ver a mi esposo. No vino a comer y cuando llegó a las 10.00 de la noche me saludó con “estoy muerto, sólo tengo ganas de ver la televisión; además juega mi equipo preferido”. Esta gota derramó el vaso, porque yo tenía muchas ganas de estar con él, de charlar y él ni caso me hizo”. El cansancio es el desafío que la comunicación debe superar.

 

4. Dedo acusador: ese creerme que yo soy el inocente y el otro es el culpable. Esto se demuestra en frases como éstas: “nunca me tomas en cuenta...jamás me haces caso...siempre me haces lo mismo...todo es igual contigo...nada te satisface...siempre me espías...siempre sales con la tuya...siempre quieres tener la razón...”

 

5. Piedra en el zapato: tu mal humor, impaciencia, tu manía de juzgar mal, de controlarle al otro. Esta piedra pone a prueba la resistencia psíquica. Es la que te molesta durante tu convivencia diaria. O la sacas o aguántatela.

 

6. Dejar meterse a la familia política: suegros, hermanos... “Mi esposo es el que carga con todos los problemas de la casa de sus padres. En muchas ocasiones cuando yo lo he necesitado más, él está en casa de sus padres tomando un papel que no le corresponde. Esto es un gran problema, especialmente cuando hay necesidad y uno no cuenta con su compañero y esposo”.

 

7. Ausentismo del papá: como siempre, papá no está.

 

8. La caída del héroe: sea por infidelidad, alcoholismo. Cuando descubren que su padre o su madre no son como ellos habían idealizado, entonces tomarán una pica para dedicarse no sólo a derrumbar el pedestal en que estaba el héroe, sino también para destruir al propio héroe. No quiere que de su padre quede nada. Ni el recuerdo. Porque el recuerdo lo haría sufrir. Es cuando se comporta severo con sus padres, cuando brota la crítica y aun la burla, cuando la oposición a cuanto huela a padre y madre se torna sistemática y feroz. Así empezará lo que el hijo cree que es el camino de la independencia y de la libertad. Si el hijo fracasa, achacará el fracaso a sus padres. Si triunfa, el triunfo lo considerará exclusivamente suyo para mayor desprestigio de sus padres. El fracaso es por ellos. El éxito es a pesar de ellos. Trágico final de los padres que un día fueron estatuas y después ruinas.

 

9. El no tener una meta, un objetivo grande en el matrimonio: no sé qué estamos construyendo, a dónde vamos, qué pretendemos. No tener cimientos, ni columnas, ni argamasa...ni los planos de la casa que queremos construir.

 

III. SOLUCIONES

 

El clima de intimidad para una comunicación se forma, se construye, no se improvisa. Menos aún se puede imponer. Toda presión asusta. Ningún caracol sale de su concha protectora si lo golpeamos o lo molestamos para que salga. Sólo sacará su cabeza si capta que no hay peligro ni amenaza de peligro. Así también la comunicación.

 

Nadie se abre ni puede abrirse porque el otro le dice “ábrete”. Uno quiere estar seguro de ser bien acogido al comunicar la propia intimidad. La única manera segura de invitar al otro a abrirse es abrirse primero uno mismo, abriendo la puerta de la propia intimidad, expresando lo que siente en ese momento. Al mostrarse indefenso, inofensivo, lejos de toda agresividad y acusación, es posible...o es más fácil que el otro se atreva a abrirse o a expresar lo que siente por dentro.

 

Si el otro, en cambio, le discute y él o ella se siente acusado (a), y se defiende, la comunicación aborta enseguida y surge la discusión: cada uno quiere ganar y tener la razón, y esto exactamente se debe evitar, porque no sólo se pierde la ocasión para comunicarse, sino que se abre una herida más, lo que aumenta las defensas ante cualquier nuevo ensayo. Por estas razones, dijimos que no es fácil la comunicación, pero su buen resultado es maravilloso.

Es una gran ventaja para los novios que empiezan su vida en común, tener estas ideas claras y hacer pequeños ejercicios para adquirir hábitos de verdadera comunicación y rectificar conductas a tiempo, antes de que se formen heridas y hábitos perversos.

Les pongo un ejemplo.

La niña tiene 13 años. Termina de hablar por teléfono y la mamá nota luego, cuando ésta se va a encerrarse sin decir palabra en su pieza que algo grave ha pasado. La sigue y le encuentra llorando a la hija.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?
- Nada mamá...
- Cómo nada...estás llorando y no te pasa nada...¿No tienes confianza en tu madre?

La niña llora más desconsolada y se de vuelta de espaldas, tapándose la cara, sollozando más angustiada.

¿Qué hacer? Analicemos el caso. La mamá tiene la mejor intención, pero no le es útil, porque “hay amores que matan”. La buena intención es necesaria, es indispensable, pero no es suficiente. Se requiere “acertar” en la conducta.

La niña expresaba claramente una emoción fuerte, una desilusión que la hacía sufrir. Con su actitud comunicaba un sentimiento: “sufro”. La mamá no acogió en sentimiento. Podría haberle dicho: “te veo sufrir, ¿te duele mucho? ¿te puedo ayudar?”. Se habría mostrado desarmada, inofensiva, dispuesta a empatizar sin peligro de enjuiciamiento, y la niña, con más probabilidad, se habría abierto. La madre actuó en frecuencia AM, con ideas: “¿qué te pasa”, como insinuando “veamos si lo que te pasa justifica ese llanto o si lloras por una tontería...”. Todo esto no lo dijo la madre, pero a la niña le llega de esa forma.; para ella es una amenaza de peligro, de nuevo sufrimiento, porque no está segura de ser bien acogida en su realidad, corre peligro de ser juzgada (si es bueno o malo, válido o no válido lo que le pasa) y contesta con razón “nada” (nada para ti, porque representan un peligro para mí, de sentirme reprochada o ridiculizada por lo que me pasa, y no quiero aumentar mi sufrimiento).

Si la mamá se hubiera acercada en actitud claramente “inofensiva”, abierta, desnudándose ella primero: “Te veo sufrir, me da pena...quisiera ayudarte, no sé cómo hacerlo...me duele no poder ayudarte...sabes que mamacita está para ayudarte, para aliviarte la pena...Créeme...” y si la acaricia respetuosamente, respetando su llanto todavía inexplicable, y se aleja dejándola libre, sin la presión emocional materna, que complica la situación, más fácilmente la niña habría podido abrirse y confiar su problema.

 

Por tanto, no confundamos ideas y sentimientos. El sentimiento expresa sólo “algo de uno”. La idea expresa algo del otro. Un ejemplo típico de autoengaño es éste: “siento que estás enojado...”. ¡No! No se puede sentir interiormente algo que está fuera de uno; está en ti el enojo, no en mí. Es algo tuyo, no lo puedo sentir yo, sólo lo veo, lo constato.

No es que “siento”, sino que “veo” que estás enojado. ¿Y qué siento (en mi interior) al verte enojado? Siento rabia, pena, miedo, preocupación...Esto es mío, nace en mí. Por tanto, hay que tener cuidado de no confundir “siento” con “me doy cuenta”. Hay que pasar de ser un observador como esa mamá, un posible juez, para meterme en el ánimo del otro. Tengo que comunicar y no conversar.

 

Les doy unas posibles pistas para mejorar la comunicación.

 

1. Hacer del matrimonio nuestro mejor negocio: si fallamos en este negocio, fallamos en lo principal. Es un negocio en el que todos en la familia tienen que invertir para ganar y salir adelante.

 

2. La imagen del alpinismo: formamos un equipo todos en la casa: padre e hijos. Lo que importa es llegar a la cima todo el equipo, y no sólo un individuo. No importa cuál de los dos sea el que llega y plante la bandera. Es el equipo quien la logra plantar.

 

3. Para papás:

 

a) Agradece y reconoce lo lindo que te ha dado el otro en estas 48 horas. Te ha preparado el desayuno...te ha llamado desde el trabajo...se ha interesado por los niños...te ha traído una rosa...te ha besado al llegar del trabajo...le tuviste todo preparado al llegar del trabajo...se puso a cocinar en la noche, aunque estaba cansado...rezaron juntos...”

 

b) Informa al otro (no reprochándole, ni acusándole, ni reclamándole), de cuanto hizo, que a ti te hizo sentir mal en las 24 horas últimas. Así no nos guardaremos nuestros malestares, que a la larga serán una explosión. Expresa en sentido positivo esos sentimientos: “Me sentí mal...me sentí enojado...me sentí a disgusto”; nunca digas así: “Eres un desconsiderado, un miserable, desagradecido...”. No buscar culpables, sino responsables. Señalar con el dedo las culpas del otro sería aumentar las dificultades. No vivir del pasado acusando. La acusación está ligada al pasado. Si nos centramos en quién tiene la culpa nos atoramos en el pasado. Por eso hay que pasar del concepto de culpa al concepto de responsabilidad. En vez de decir: “Eres un desgraciado...”, mejor decir: “Me siento muy mal, estoy muy enojado con lo que sucedió anoche...no entendí tu postura”.

 

c) Hagamos algo en estas 72 horas que nos haga sentir bien a los dos. Los otros puntos eran en primera persona del singular: “Me siento muy mal...estoy muy enojado”; aquí es la primera persona del plural: “hagamos algo...veamos cómo podemos superar tal punto...qué te parece si hacemos tal cosa”.

 

d) Busca la delicadeza en el amor, estando atento al mundo interior de los sentimientos. Así se evitan problemas y la felicidad crece y se consolida. La comunicación es comunicación de sentimientos, de intimidades. Uno no siente inmediatamente lo que siente el otro, sino que uno “acoge” el sentimiento expresado por el otro y lo “hace suyo”, “empatiza”, vibra con lo que el otro vibra en su intimidad, entran en sintonía emocional, se “comprenden” y se sienten unidos, se aman, especialmente cuando sufren juntos. No hay mayor alivio que un dolor compartido. Si tu esposa te dice: “me dolió lo que dijiste”, no le contestes nunca con una disculpa como, por ejemplo, “pero si yo lo dije en broma”, porque la harás sufrir dos veces; la primera, porque le dolió (con razón o sin razón, “le dolió”, es sagrado su dolor), y la segunda, porque al darle explicación de que ella se equivocó, por interpretar mal, sufre otra vez por pasar por tonta, por incapaz de comprender la situación como debía ser. La reacción deseable debería ser: “siento que te haya dolido...comprendo que sufriste...estoy contigo”. Al decirle “pero si lo dije en broma”, le estás diciendo, sin decirlo, “yo no quise herirte, si tú te sientes herida es problema tuyo. Eres tú quien te complicas”. Pero así el dolor queda y la incomprensión aumenta. Uno habló en FM y el otro en AM. Nunca se van a entender. ¡usan frecuencias distintas!

 

e) Presta atención a los conflictos para resolverlos cuando se llega a enojos. Cuando hablan los esposos de sus dificultades matrimoniales es muy común oír una expresión como ésta: “lo que provocó la crisis fue una tontería”. Sin embargo, están preocupados porque sienten que esa tontería les está haciendo daño o, en casos más graves, destruyendo la relación. Veamos unos casos: “Yo soy una persona que practico mucho deporte. El domingo pasado jugaba la semifinal del campeonato. Mi esposa me informó dos días antes que su sobrino iba a hacer la primera comunión. El vaso se derramó cuando le dije que no asistiría porque...”. Otro ejemplo: “Mi esposa no pidió mi opinión sobre un mueble que iba a comprar a pesar de que sabía que yo estaba preocupado por unos pagos que teníamos que hacer. Cuando me enteré, me enojé muchísimo porque creo que manifiesta inmadurez e irresponsabilidad” ¿Qué decir de los conflictos? Algunos son inevitables en cuanto que el matrimonio es la convivencia de dos personas muy diferentes entre sí por la educación y formación, historia y sensibilidad. El secreto de un buen matrimonio está en saber resolver bien los conflictos que surgen –sean éstos graves o no-. Es importante el amor. Ese amor estará atento a lo que sucede dentro de la otra persona. Tener oídos no sólo para las palabras que se dicen, sino para los sentimientos que están detrás. ¡Esto es comunicación! Por tanto, atención a los sentimientos y estados emocionales del otro; esto es parte esencial del amor. El amor busca hacer feliz al otro y una parte de esta felicidad es el hacer que se sienta comprendido y aceptado en todo su ser, en su modo de pensar y de actuar, en su sensibilidad y en sus gustos. Mucha comprensión, pues los sentimientos no tienen su lógica. “La última gota fue que yo estaba muy alterada porque había tenido un día muy difícil con los niños y él, en vez de ayudarme o comprenderme, se puso furioso y encima me regañó porque dijo que suficiente tiene con el trabajo para tener más problemas en casa”. “Me duele el hecho de que él no me llame por teléfono cuando es muy tarde y no sé dónde está...” “Suele provocar una explosión la intervención de mi familia política en algo en lo que nosotros no estamos de acuerdo. Basta que venga de allá para que se derrame el vaso”.

Fíjate cómo el otro reacciona a tus palabras, acciones y omisiones. Hay que saber tener un manejo constructivo de las situaciones conflictivas: en clima de confianza. Actitud de escucha de los sentimientos del otro en un clima de verdadera comprensión; luego, un análisis de la situación con el afán de eliminar lo que molesta. De nuevo el problema no es la montaña que hay que escalar sino la piedrita del zapato, que tengo yo que sacar.

 

f) Cultiva el milagro del diálogo: no basta quererse, hay que decirlo. El diálogo es para el amor lo que la sangre es para el cuerpo. Cuando el flujo de sangre se acaba, el cuerpo muere. Cuando el diálogo desaparece, muere el amor y nacen el resentimiento y el odio. Pero restablecer el diálogo puede devolver la vida a una relación muerta. Por eso se llama el milagro del diálogo. Tipos de conversación: la ordinaria (“buenos días”, ¿Cómo te va?, hace calor); noticias (“Fulana tuvo un bebé, hubo mucho tráfico hoy, cómo llovía), temas políticos o religiosos (Yo creo que no se hace lo suficiente para solucionar el problema del smog, el tratado de libre comercio nos va a beneficiar mucho); comunicar cosas más profundas: emociones: “me siento solo...tengo problemas...he fracasado y me duele mucho...me sentí muy feliz al ver jugar hoy a nuestro hijo...te admiro mucho...esa decisión tuya no me gustó porque fue precipitada...Me molestó mucho lo que dijiste delante de mis papás...”. Es verdad, que nos se puede estar todo el tiempo hablando de cosas íntimas y profundas, pero tampoco se debe pasar la vida en la superficialidad. Dialogar solos, una tarde cada mes; dialogar con gestos, posturas, muecas, conducta, e incluso con el silencio. “Recientemente, después de un día pesado, llegué a casa buscando paz y serenidad, y comencé a oír la letanía: que si el perro se escapó, que si se acabó el gas y no hay cena, que si le di un golpe a tu coche, que si el niño se peleó en el colegio....En ese momento exploté”.

Hay que saber acoger al esposo con serenidad y tranquilidad. El diálogo presupone madurez en los dos. “Yo creía tener una comunicación plena hasta que me di cuenta de que estaba en un extremo de la línea contestando “sí, qué bien, qué mal, de acuerdo, etc...), pero sin compartir ni participar verdaderamente en nada”. El diálogo implica el saber escuchar al otro. Es un verdadero arte saber escuchar a fondo. A veces oímos pero no escuchamos a las personas. El escuchar activamente supone involucrarnos y querer escuchar. Oigan este diálogo en la mesa, durante el desayuno:

Marido: (detrás de un periódico): ¿cómo va todo?
Esposa: bien.
Marido: ¿qué hay de nuevo?
Esposa: nada.
Marido: ¿te pasa algo?
Esposa: nada.
Marido: ¿saliste ayer?
Esposa: No, ¿por qué?
Marido: Solamente pregunto. ¿Qué te pasa?
Esposa: Ya te dije que nada.
Marido: (dejando el periódico): Oye, algo te pasa, ¿qué es?
Esposa: Nada. ¡Déjame en paz!

Pausa

Esposa: ¡Bien!
Marido: Bien, ¿qué?
Esposa: ¿Eso es todo lo que vas a hacer, leer ese maldito periódico?
Marido: Ya deja de jugar. ¿Qué te pasa? Si no te pasa nada voy a terminar de leer el periódico, apenas voy por la página 3.
Esposa: Bueno, sí hay algo que me molesta si quieres saber la verdad.
Marido: ¿Y qué es?
Esposa: ¿Por qué no quisiste ir a cenar a casa de mamá el domingo?
Marido: ¿El domingo? Yo no me acuerdo de lo que pasó ayer, mucho menos el domingo.
Esposa: Pero no fuiste.
Marido: ¿No dijiste que estaba bien si no quería ir?
Esposa: Sí, pero tú deberías saber que yo quería ir.
Marido: Entonces, ¿por qué no lo dijiste?
Esposa: Tú deberías saber que yo quería ir.
Marido: Yo no puedo leer tu mente.
Esposa: Bueno, pero deberías.
Marido: La próxima vez párate enfrente de un foco...

 

g) Atención a las interferencias en la comunicación. ¿Qué hacer ante los malos entendidos? Mi esposa se enojó mucho porque saludé a mi hermana antes que a ella. El señor en cuestión insistía después en que saludó a las personas en ese orden sólo por colocación de las mismas en la sala. No tenía ninguna otra intención. Muchos problemas comienzan así, sin darnos cuenta de las reacciones que causamos, y cuando se prolongan durante mucho tiempo los resentimientos provocan las explosiones. Está claro que las reacciones emocionales como la de esta mujer puedan deberse a muchas cosas: cansancio, acumulación, sensibilidad especial, actitudes negativas, problemas anteriores, etc...y para una solución del problema será necesario que ellas también pongan de su parte. ¿Y los maridos? Debes ser consciente de que tus palabras y/o acciones pueden provocar reacciones que nunca pretendiste y que nunca imaginaste. ¡Cuidado! Cuando tu mujer te acuse de algo, escúchala. Tú no debes sentir que se acaba el mundo sólo porque te dice algo así tu mujer.

 

h) Antes de casarte abre bien los ojos; después de casarte, ciérralos un poco. ¡Comprensión mutua! Antes de casarte, sí, estudia bien al novio o a la novia: su familia, sus gustos, sus inclinaciones, su pasado y presente, sus sentimientos religiosos...Pero después de casados, ya la aceptaste tal como es, con sus cualidades y defectos. Cada pareja tiene que aceptarse como es y no estar soñando. Esta es mi esposa y este es mi esposo. No debo estar comparando con mi cuñado, con mi vecino, con tal amistad.

 

i) Hacerse todas las semanas este examen: ¿cuáles son las cosas que me gustan de ti? ¿Cuáles son las cosas que no me gustan de ti y me molestan? ¿Qué es lo que creo que te gusta de mí? ¿qué es lo que creo que no te gusta de mí? ¿en qué cosas creo que te molesta? Sugiero que cada uno conteste por su parte, y, después, intercambien lo que han escrito. Así se evita la acumulación de “venenos”. Haciendo este ejercicio, tal vez podremos quitar ocho piedras de las diez que hay en el zapato. Las otras dos son inevitables, y hay que saber sufrir juntos esas dos piedrecitas.

 

j) Sobre todo, amar con amor generoso, sacrificado. No debemos quedarnos sólo en “no herir los sentimientos del otro”, pues aquí nos quedaríamos en el amor en su aspecto emotivo, amor emotivo. Es verdad que hay que atender a nuestros sentimientos íntimos, hay quedarles salida, darles un nombre, reconocerlos, para poder expresarlos: sentimientos de alegría o pena, temor o rabia, simpatía o antipatía, cercanía o rechazo, ternura o asco, hambre o frío...Hay que saber reconocerlos como “mensajes” que nos advierten que pasa algo en nosotros. Pero nuestro amor no puede quedarse en los sentimientos. Quedarse aquí sería hacer de esa pareja individuos susceptibles. Hay que ahondar en el amor generoso, donde hay olvido de sí y entrega sacrificada. Es curioso: el día de la boda, en el rito y palabras de entrega de ambos, hay una palabra que disuena en medio de tanta alegría, júbilo, fotos, sonrisas y fiestas: “adversidad”. El día de la boda no es un día para las fotos o el video. Es más bien el día donde se ratifica el amor generoso, fiel y sacrificado.

El amor no puede ser sólo amor concupiscente, es decir, interesado de su propio placer, sino también amor benevolente, que busca que el bien del otro. No puede ser sólo afectivo, de sentimientos y simpatía, romántico...Este amor es muy endeble, sentimental, emocional...Debemos amar, sobre todo, con amor de voluntad. La voluntad es la facultad con la cual buscamos lo que es bueno y hacemos lo que es bueno, cuando esa voluntad está bien formada. El amor de voluntad dice: “Quiero tu felicidad; lo que te hará feliz”. ¿Qué es la felicidad? Debemos distinguir la felicidad de momentos de felicidad: “un vestido, un viaje, una fiesta...” constituyen momentos de felicidad. La felicidad con mayúscula no la tiene ni uno ni otro, pues es Dios. Ambos buscan esa felicidad. Ambos son mendigos de esa felicidad. Así deberían decirse los esposos: “Dado que yo no tengo la felicidad en mis manos, me comprometo a acompañarte en el camino y en la búsqueda de esa felicidad que nada ni nadie nos podrán quitar”. No puede ser sólo amor sexual, desligado del amor espiritual. Hay que saber integrar todas las facetas o riquezas del amor. Esto garantizará la fidelidad, esa palabra mágica y difícil de conseguir, sin el amor. La fidelidad es sentir la frescura del primer amor.

 

4. Para papá e hijos: Tengo aquí una carta que le escribió un hijo a su papá.

 

Papá: me cuesta mucho trabajo poder escribirte esta carta, pero en fin...Me gustaría poder decirte lo que yo siento, pero la verdad no me atrevo. No tengo mucha confianza y es lo que más me duele.

No existe nadie en este mundo a quien más quiera. Pero te siento tan lejos. Nos llevamos bien, compartimos algunas actividades juntos y sé que tú tratas de hacernos felices, pero...nos falta, no sé cómo expresarlo “intimar, ser más amigos, en fin, carias cosas, para llevarnos y conocernos mejor.

Veo el tiempo y el esfuerzo que tú dedicas a tu trabajo y te admiro por eso, pero creo sinceramente que lo haces más por tu orgullo y prestigio personal que por darnos lo necesario. Siento, papá, que la vida pasa tan rápido y me duele pensar el poco tiempo que hemos pasado juntos. Mi infancia ya pasó, papá. Y tú, ¿dónde estuviste? Estuviste tan poco en ella. Por eso me da tanto coraje. ¿Dónde estabas tú cuando aprendí a conocer el mundo? ¿Dónde estaba tu mano cuando tuve miedo? ¿Dónde tu sonrisa cuando estaba feliz?

Todo era tu trabajo, tus problemas...”no me molestes...ahora estoy muy ocupado”. Y es aquí cuando no entiendo para qué quieren tener hijos. ¿Para satisfacer sus ilusiones de tener hijos? ¿La continuación de tu apellido? ¿Para tener algo más que les pertenece? No sé, papá, no sé.

Si tú supieras cuánto necesita un hijo tener un padre ; y por tener me refiero a unos brazos que te aprieten fuerte y te digan “te quiero”, para saber que cuento contigo para todo, en las buenas y en las malas, que compartas mis éxitos y fracasos, que sea un amigo al que puedo contarle todo.

Cuando me siento inseguro con mis amigos, cuando no sé tratar a las niñas y finjo ser un super reventado. Y no lo soy. Que tengo miedo a mi primera relación con una niña...en fin, papá tantas y tantas cosas que quisiera que tú fueras el que me las explicaras y me guiaras.

Lo que quiero es a ti, papá, y no un buen cheque. Sé que no me falta nada y tratas de darme gusto en todo. Pero yo cambiaría todo esto con tal de que fueras mi amigo. Un verdadero amigo, que me hagas sentir que soy “lo máximo”. Pero sé que esto no te lo puedo decir porque sé que esto es demasiado cursi para el hijo de un padre tan importante como tú.

Tu hijo que te quiere,

Hay que dar a los hijos calidad de tiempo.

 

IV. DIOS Y LA COMUNICACIÓN

Dios no ha querido vivir en solitario. En Dios hay tres personas que viven en una comunidad de amor, armonía y unidad. Son tres personas pero forman una sola naturaleza divina. No hay entre esas tres personas competencia, rivalidad, celos, conflictos...pues las tres son una sola cosas: en poder, amor, perfección, etc.

El Padre se comunica al Hijo y con el Hijo en un diálogo amoroso y paterno. El Hijo se comunica con el Padre y al Padre, en un diálogo filial, cordial, amoroso. Y de este diálogo amoroso entre Padre e Hijo, brota el E.S. como corriente de amor, como fuerza de Amor, como Espíritu de amor del Padre y del Hijo.

Esa riqueza de comunicación entre las tres personas, quisieron compartirla con alguien, y por eso, hicieron la Creación. La Creación es la profusión del amor de las divinas personas, para compartirlo con nosotros, los humanos. Sólo nosotros podemos abrirnos al amor que él nos ofrece.

Esa comunicación de Dios se hizo Logos, Palabra, en la segunda persona, la del Hijo. Y mandó Dios a su Hijo para entablar esa conversación con nosotros. Y vino a la tierra y se encarnó, se hizo hombre, con ojos humanos, boca humana, gestos humanos, palabras humana, para así entrar en comunicación íntima y amorosa con cada uno de nosotros.

Y Jesús, Palabra del Padre, trajo su mensaje divino a la tierra.

¿Cómo podemos entrar en comunicación con Dios? ¿Cómo podemos captar el mensaje de Jesús y entrar en diálogo con Dios?

 

Aquí está mi invitación para el cambio total, radical en nuestra comunicación humana y matrimonial. Si queremos que nuestra comunicación familiar progrese, prospere y sea profunda y fecunda, hay que ponernos a la sombra de Dios mediante la oración diaria, personal, primero, y familiar, después. Sólo así nuestra comunicación tendrá la hondura y la profundidad que Dios quiere. Es en la oración donde Dios llenará de contenidos nuestra vida, y de peso interior y de virtudes. En la oración, el cónyuge dirige su mirada a Cristo y le pide ayuda: “quiero amar a mi pareja con un amor perfecto y tú me tienes que apoyar”. Y Cristo viene en su ayuda. No olvidemos que en el matrimonio son tres los protagonistas: el esposo, la esposa y Dios. En la oración decimos: “Señor, tú y yo amamos a la misma persona. Tú la amabas antes que yo. Además, tú la amas con el tipo de amor con que yo quisiera amarla, con un amor fuerte, eterno, fiel, paciente, lleno de perdón, probado en el crisol de la entrega, dispuesto a dar la vida por ella...Yo quiero unir mi pobre amor al tuyo, quiero que te sumes conmigo para que así también mi amor pueda ser fuerte y pleno, como el tuyo y en el tuyo”.

 

El sacramento del matrimonio realiza esta compenetración de amores. Cristo toma el amor humano, y sin quitarle nada de lo humano, lo reviste del suyo, lo fortalece con el suyo. Después de este momento, los esposos pueden decir: “Yo te amor con todo mi amor, como Dios te ama”. Por eso, cuando esa esposa espera a su esposo en la noche con la cena caliente, le está comunicando no sólo su amor de mujer, sino también Dios comunica su amor a través de la esposa; la esposa llega a ser vehículo del amor de Dios. Y cuando el esposo acompaña a la esposa al supermercado, igualmente.

 

Así como el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es un amor eterno y fiel, así también el amor de unos esposos, santificados con el sacramento del matrimonio,donde Dios une su amor al amor de estos esposos, también debe ser eterno y fiel, pues Cristo en el sacramento se compromete con ellos a la fidelidad hasta la muerte. Cristo no retracta su amor. Es como el sacerdote en la misa: cuando consagra la hostia, no puede desconsagrarla. Así sucede en el sacramento del matrimonio: no pueden desconsagrarse. La consagración que Cristo les hizo es para siempre y cuando dimos la palabra con sinceridad ese día en el altar, con total libertad...es para siempre.

Ser fiel es la nota que embellece el amor del matrimonio.

CONCLUSIÓN

Vivamos nuestra comunicación, siguiendo el ejemplo de Dios. Comuniquemos, no sólo conversemos. Y en la comunicación démonos totalmente, y enriquezcámonos con lo que la otra parte nos da.







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