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Los grandes desafios de la nueva evangelizacion en el siglo XXI
La Iglesia en America ha de hacer frente a un triple derrumbe: de una estructura sociocultural, de una estructu­ra moral y de una estructura religioso-­eclesial.


Por: P. Garcia, catedratico en la Pontificia Universidad Gregoriana y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma, Italia | Fuente: Tiempos de Fe, Anio 2 No. 11, Julio - Agosto 2000



En el mes de octubre de 1999, el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, Relator generalis del Sínodo de Europa, presentó un amplio panorama sobre el cristianismo de la Europa de fines del siglo XX, cuya conclusión fue la siguiente: el perfil de la sociedad europea de fin de milenio es el de un humanisno inmanentista y el de un «achatamiento» cultural y político de doctrinas e ideologías, el de una resignación ante la imposibilidad práctica de ofrecer un proyecto de renovación para el futuro de Europa». «¿Sobre qué valores construir hoy la vida y el hombre?», se preguntaba. «¿Sobre qué verdades, sobre qué motivaciones vitales?» Y respondía: sobre ninguna verdad, pues ya no se cree en la verdad del hombre; sobre ningún valor estable, pues se piensa que ya no existan valores permanentes; sobre ningún ideal, fuera del goce inmediato que la vida pueda ofrecer». «El humanismo inmanente lleva a la crisis de la ideología del progreso indefinido y, por lo mismo, a la resignación dentro del horizonte efímero del placer cotidiano».

Es un diagnóstico duro, pero certero, de las sociedades desarrolladas de Europa. Todavía no es aplicable a México ni a América Latina, pero hay el riesgo real que en poco tiempo pueda llegar a serlo. Para prevenirlo, aquí estamos estudiando en estas Jornadas las exigencias de la nueva evangelización en México y en todo el continente americano.

Voy a hablar de los campos de la nueva evangelización, pero no en un sentido y con un planteamiento tradicional -que doy por supuesto y que considero válido -, sino en una aproximación a las nuevas realidades de la sociedad mexicana y americana con las que tiene que vérselas la Nueva Evangelización. Mi lectura de estas nuevas situaciones la organizo en torno a tres grandes desafíos que la comunidad eclesial ha de afrontar en este inicio de milenio.

Introducción

La Iglesia en América ha de hacer frente a un triple derrumbe: de una es­tructura sociocultural, de una estructu­ra moral y de una estructura religioso-­eclesial.



  1. Derrumbe de una estructura sociocultural.

El paso de una sociedad agrícola a una sociedad urbana está suponiendo el cambio de una mentalidad cristiana tradicional a una mentalidad laica y pragmática. En efecto, en la sociedad agrícola todo ayudaba al cristiano a vivir su propia fe religiosa: el ambiente familiar y social, las tradiciones, la reli­giosidad, los valores, todo llevaba el sello cristiano. En la sociedad urbana predomina la lucha por mejorar el pro­pio nivel económico, el dinero y el te­ner se convierte en el primer valor, la sed de disfrute inmediato arrastra inconteniblemente. La ciudad, con sus ritmos de trabajo y de ocio, con su ofer­ta de bienestar, con el bombardeo de los mass media va creando en el hom­bre una actitud pragmática, racionalis­ta, hedonista y subjetivista.

2. Derrumbe de una estructura moral:

De una visión moral unitaria, inspi­rada en los valores evangélicos esta­mos pasando a una visión pluralista, subjetivista, relativista, inspirada en una nueva escala de «valores»: el di­nero, el tener, la libertad desgajada de la verdad; y por nuevos modelos de vida: el éxito, el culto al cuerpo, el disfrute inmediato. Es decir, una moral guiada por «consensos mayoritarios» y hecha a la medida de cada cual.

3. Derrumbe de una estructura religiosa y eclesial:

El paso de un ambiente cristiano único y unitario a un «pluralismo reli­gioso» con una miríada de ofertas reli­giosas. El hombre de hoy de México y de América se encuentra ante una suerte de «supermercado religioso», en el que aplica el expeditivo «méto­do» del «sírvase Ud. mismo», termi­nando por construirse un credo religio­so a su gusto y medida al estilo de la «New age». Causa y efecto a la vez es la crónica ignorancia religiosa de nuestro pueblo, el constante debilita­miento en su fe católica, los nuevos «mentores o maestros de su fe» ya no son el párroco, los padres de familia, los maestros de la escuela, la Iglesia, sino los mass media, los intelectuales del momento, la gente del espectácu­lo y del deporte, el partido, los políti­cos y los legisladores. Por otro lado, la escuela, el deporte, la TV, el trabajo, la discoteca ya no dejan espacio para ir a la parroquia y para profundizar en el conocimiento y vivencia de su fe cris­tiana.



Poco a poco nos encaminamos ha­cia un tipo de hombre cristiano que acepta pacíficamente el divorcio entre su vida real, privada, familiar y profe­sional, y su fe cristiana. El hombre ac­tual, religiosamente hablando, está a la intemperie; ya no lo arropa un clima de cultura cristiana. Está expuesto al bombardeo cruzado de múltiples pro­puestas de confesiones religiosas, substitutos y lenitivos de su concien­cia. Nunca como hoy proliferan y se multiplican las sectas o las religiones tradicionales no cristianas; nunca como hoy ha sido tan intenso el proselitismo de las confesiones cristianas no cató­licas.

Ante este terremoto cultural, moral y religioso, nos preguntamos desde la responsabilidad del Evangelio de Je­sucristo que hemos de anunciar: ¿qué debemos hacer? La respuestas la or­ganizamos en tres grandes desafíos: frente al debilitamiento de la fe católi­ca, el desafío de la nueva evangelización; frente a la persistente pobreza y a situaciones de injusticias en Améri­ca, el desafío de la justicia y a solidari­dad; frente a una cultura secularista y a un humanismo inmanentista, el de­safío de una cultura cristiana.

I. Frente al debilitamiento de la fe católica, EL DESAFÍO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.

Hace unos años, a mitad de los años 80, Mons. Boaventura Kloppenburg, 0.M.F., teólogo de prestigio en América, al ser nombrado obis­po de Novo Hamburgo, en Brasil, em­pezó por hacer una encues­ta entre sus fieles para plan­tear su programa pastoral con realismo y eficacia. De 110.000 habitantes, se decla­raron bautizados católicos el 80%. De estos 98.000 cató­licos, solamente el 10% se declaraba practicante - es decir, iba a misa los domin­gos, se acercaba a los sacra­mentos de modo regular, vi­vía según los valores del Evangelio -. El resto, es decir, el 90% de los bautizados, no practicaba su religión católica. Concluía, pues, Mons. Kloppenburg, que se las tenía que ver con una diócesis prácticamente paga­na.

           1. Hacia un neopaganismo

La primera constatación a que nos lleva el realismo pastoral evangé­lico es que también México, como el resto de América, va hacia un neopaganismo. Para respaldar esta afirmación, no sería difícil hacer en México una encuesta análoga a la he­cha en la diócesis de Novo Hamburgo. Yo he tomado un botón de muestra en las situaciones y ambientes reales que he conocido. Veamos el proceso que se da en tres generaciones de familias de emigrados de Estados de la Repú­blica de fuerte tradición católica a la Ciudad de México, en un arco que va de los años 40 al año 2000.

1915-1940: los padres, de pro­funda vida cristiana: práctica dominical y festiva, sacramentos participados con regularidad, rosario en familia. Valores familiares impregnados de sen­tido evangélico: fidelidad, trabajo, fru­galidad de vida, honestidad, apertura a la vida, con 10 hijos, de los que so­brevivieron 7; cuidadosa educación cristiana a los hijos.

           1945-1970: los 7 hijos sobrevi­vientes, nacidos parte en los Estados del interior, parte en la ciudad de Méxi­co, educados en principios cristianos, con una buena base de catequesis y práctica cristiana, conservaron su vida de fe y su práctica religiosa mientras vivieron con sus padres. Cuando llegó el momento de formar la propia fami­lia, su vida cristiana empezó a debili­tarse. Uno de ellos siguió cercano a la Iglesia, manteniendo una vida cristia­na intensa; los demás, conservando los valores cristianos, empezaron a debi­litarse en su vida cristiana; sólo esporádicamente acuden a misa y a los sacramentos, con motivo del bau­tismo de un recién nacido, de la prime­ra comunión o del matrimonio; o de una gran festividad religiosa, como Navidad o Pascua.

           Su actitud ante el don de la «vida» está hecha de cálculo y de pragmatismo: razones económicas, de salud y de bienestar les llevan a espa­ciar los nacimientos de sus hijos y a no tener más de tres o cuatro. En el campo de moral conyugal, actúan de modo independiente de las enseñan­zas de la Iglesia. La educación de sus hijos es floja en cuanto a vida cristia­na.

1970-2000: los nietos o tercera generación, viven sin apenas práctica cristiana; la catequesis que recibieron es la de primera comunión, cada día más borrosa y fragmentaria. Conser­van la fe cristiana, pero sin profundi­dad. El primer valor es el dinero y el pasarlo bien, sin preocuparse de leyes y preceptos morales del Evangelio. Son fáciles a las relaciones prematrimoniales, no por «liberalismo moral», sino por contagio ambiental; son fáciles a la convivencia antes del matrimonio sacramental, aunque toda­vía sientan el peso de la autoridad moral de los padres, que no aprueban el hecho acuden normalmente a prác­ticas anticonceptivas. Su mundo es la diversión, la discoteca, el alcohol y gozar de la vida.

Ante el pluralismo de las «ofertas religiosas» a través de la TV, de amigos, de misioneros ambulantes, uno de ellos simpatiza con los testigos de Jehová, otro, se ha adherido a una confesión evangélica, en los Estados Unidos. El resto, conserva todavía la fe católica, pero sin una raigambre pro­funda.

Es decir, en el año 2000 estamos ante una tercera generación de cristianos que, aceptando en principio la fe cristiana de sus padres y de sus abuelos, en la práctica ha abrazado el indiferentismo y va hacia el neopaganismo.

2. Necesidad de una Nueva Evangelización:

He aquí el ambiente en el que tiene que vivir el nuevo ciudadano de la ciudad secularista de inicios del si­glo XXI. He aquí por qué se requiere una Nueva Evangelización: porque el clima social en que actualmente vive el pueblo de América es un clima de creciente secularismo y neopaganismo, o, con una imagen ecológica, cada día avanza más la «descertificación» de la cultura cristia­na. Se hace, pues, indispensable y ur­gente una Nueva Evangelización para afrontar el reto gigantesco de volver a dar un alma cristiana a la sociedad postmoderna.

¿En qué consiste la nueva evan­gelización? La respuesta se ha venido dando en estas Jornadas. Yo sólo me fijaré en algunos campos y realidades nuevas a las que tiene que llegar el mensaje de Cristo. Entre los campos de nueva evangelización que señalaron los padres sinodales, están:

* La religiosidad popular renovada: el retorno a la oración y a la contemplación, el retorno a las peregrinaciones masivas, emotivas o motivaciones, a nivel juvenil, familia o de diversas categorías eclesiales y sociales, al modo como lo ha venido haciendo Juan Pablo II. Me ha tocado participar en Roma, en fechas relativamente recientes, en encuentros de movimientos eclesiales y familiares, en encuentros de jóvenes, en el jubileo de los niños, de 6,600 sacerdotes con motivo de los 80 años del Papa, al jubileo de científicos, de universitarios, de religiosos y consagrados. Han tenido su jubileo los dentistas, los caballeros de Colón, los banqueros, los militares, con participación de miles de personas.

* Nuevos modos de compromiso cristiano, como movimientos, ministerios, carismas laicales, voluntarios, juventud misionera, familia misionera, catequistas de tiempo completo, servidores de la palabra, etc. En este campo asistimos a la inagotable riqueza del Espíritu Santo  que suscita nuevos carismas en correspondencia a las nuevas situaciones de la Iglesia y del mundo.

* Nuevos modos de compromiso social con los drogadictos, los enfermos de SIDA, los discapacitados, los refugiados, los extranjeros, los migrantes, los dañados por terremotos y ciclones; o al modo de los jóvenes profesionistas que promueven el apoyo económico y ético a la microempresa. Aquí también asistimos a la prodigiosa creatividad de los laicos cuando toman en serio su compromiso bautismal.

* y sobre todo, los «modernos areópagos» donde está naciendo una nueva humanidad y donde se deciden los nuevos rumbos de la sociedad. Me refiero a los medios de comunicación social, a la economía, a la ciencia, al arte y a la cultura; a la lucha por los derechos humanos, por la promoción del niño y de la mujer, por la ecología; a la promoción de la paz, el desarrollo y la liberación integral de los diversos grupos humanos. De estos areópagos modernos hablaremos más adelante.

* y está el vasto campo de la nueva evangelización frente al empuje de las sectas. Llama la atención su proselitismo compulsivo, que no siempre respeta la libertad de juicio y de conciencia de las personas y que no sigue un «fair play» en relación al pueblo católico sencillo: aprovechándose de su ignorancia religiosa, le pone «trampas» a su fe, o aprovecha de su pobreza y miseria extrema para hacer un trato innoble de ayuda material a cambio del abandono de su fe católica y de su adhesión al nuevo credo.

Esto no nos oculta el hecho de que las sectas vienen a cubrir ciertos va­cíos pastorales por parte nuestra, como la atención religiosa en parroquias a veces masiva y despersonalizada, las débiles estructuras de comunión y mi­sión, la religiosidad popular no suficien­temente evangelizada, la pastoral orientada en las últimas dos décadas casi exclusivamente, en algunos ca­sos, hacia logros materiales y sociales a costa del anuncio pascual de con­versión y resurrección, la falta de un anuncio kerigmático de la fe gozoso y de un testimonio que haga creíble la evangelización. De aquí la necesidad de pasar de una fe consuetudinaria y de tradición a una fe consciente, aco­gida y vivida personalmente.

II. Frente a la persistencia de la pobreza y de situaciones de injusti­cia en América, el RETO DE LA JUSTICIA Y LA SOLIDARIDAD

Cuando el Papa anunció el Sínodo de América, en Santo Domingo (12 de octubre de 1992) y en la Carta apostó­lica Tedio Millennio Adveniente (TMA) (10 de noviembre de 1994, n.38), daba como motivo de la convocación, ade­más de la nueva evangelización, el «hacer frente a los problemas que se refieren a la justicia y a la solidaridad entre las naciones de América» (Dis­curso inaugural de Santo Domingo, 17), considerando las tremendas des­igualdades entre el Norte y el Sur del Continente» (TMA, n.38).

De aquí deducimos un dato chocan­te: la tremenda desigualdad económi­ca entre el Norte rico y el Sur pobre en un continente de mayoría cristiana. Y un juicio ético: esta desigualdad es contra el designio de Dios. Entre los temas que al respecto tocaron los pa­dres sinodales, están la pobreza y el amor preferencial por los pobres, la globalización, la deuda externa, la anticultura de la muerte, la corrupción pública, el narcotráfico y los migrantes, la Doctrina Social de la Iglesia como fuente de inspiración para responder a estos problemas. Aludimos breve­mente a cada problema, y sobre todo, nos fijamos en cómo actuar la nueva evangelización a cada uno de estos campos.

1. Pecados que claman al cielo:

Están ante todo los pecados que claman al cielo: a los «clásicos» y conocidos del Antiguo Testamento, como oprimir a los pobres, viudas y huérfa­nos, los padres sinodales añaden otros: el comercio de drogas, el lava­do de las ganancias ilícitas, la corrup­ción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la dis­criminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazona­ble destrucción de la naturaleza» (Ecclesia in America no. 56). Son pe­cados que «manifiestan una profunda crisis debida a la pérdida del sentido de Dios y la ausencia de los principios morales que deben guiar la vida de todo hombre» (ibid.).

Aquí la Nueva Evangelización ten­dría que ir en la línea de promover la solidaridad y la paz con miras a la rea­lización de la justicia, de animar a cuan­tos ofrecen ejemplo de honestidad en la administración de las finanzas pú­blicas y de la justicia; de apoyar el pro­ceso de democratización puesto que en un sistema democrático hay mayo­res posibilidades de control que per­miten evitar los abusos; de formar las conciencias y preparar los dirigentes sociales para la vida pública a todos los niveles, promover la educación cí­vica, formar la conciencia ética de la clase política.

Creo que es superflua cualquier alu­sión a la vida pública de nuestro Méxi­co actual, pues cae de su peso.

2. La pobreza y el amor preferen­cial por los pobres:

Dada la persistente realidad de po­breza y desigualdad social entre el Norte rico y el Sur pobre, y, dentro de cada país, entre regiones y regiones, clase y clase, la Ecclesia in America confirma el amor preferencial por los pobres y por los más débiles y margi­nados.

Aquí el anuncio nuevo del evange­lio tendría que partir del ejemplo de Cristo, «que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2Cor 8,9) y que en su vida terrena salió al encuentro de las necesidades ma­teriales y espirituales de las personas. Y tendría que traducirse en favorecer la asistencia, la promoción, la libera­ción y la acogida fraterna de los más necesitados.

3. La globalización:

«Homo sum et humani nihil a me alienum puto», « vivo entre los seres humanos y nada de cuanto es huma­no me es ajeno», podría decir la Igle­sia parafraseando la sentencia del ro­mano Terencio. Por ello, no le es ex­traña la globalización ni puede per­manecer indiferente ante ella. Hay globalización de la economía y globalización de la comunicación y la información, globalización de la ecología y de la tecnología, globalización del turismo y de las cul­turas.

Las causas de la globalización son varias y complejas: una es la interdependencia económica y política que se vive a nivel de naciones; otra, la infor­mación instantánea a nivel planetario. Vivimos de hecho ya en la «aldea glo­bal».

El juicio ético sobre la globalización no puede ser un simplista estar a favor o en con­tra; hace falta un dis­cernimiento previo para analizar aspectos y casos, pues la globalización contiene valores y antivalores. Valores, como la am­plia oportunidad de crecimiento y desarro­llo, de instrucción, de formación e informa­ción para muchos pue­blos, de crecimiento y comunicación de las culturas, el impulso a un mayor cono­cimiento e integración de regiones, de naciones, de continentes. Antivalores: la idolatría y absolutización de la eco­nomía y el mercado, los costos socia­les altos para los más débiles, la des­ocupación creciente, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el crecien­te foso entre naciones ricas y nacio­nes pobres, la homogeneización de la cultura, etc.

La nueva evangelización aplicada a la «aldea global» tendría que valorar la grandiosa oportunidad de hacer re­sonar el Evangelio literalmente en todo el mundo en tiempo real - ya es un hecho, aunque solo en momentos aislados, vgr. la transmisión televisiva de la apertura de la puerta santa, el Via Crucis del Viernes Santo presidido por el Papa, el viaje del Papa a Israel: pensemos en la realidad de Internet, con su libre acceso para los usuarios de todo el mundo.

Otra línea de aplicación del Evangelio a la globalización va por la vertiente social: aquí el papa Juan Pablo II invita a «la globalización de la solidaridad» (EA 55), a apoyar la regulación ética del mercado para que actúe al servicio del hombre; y a «colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los más débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales en favor de una mal entendida homogeneización» (EA 55).

4. La deuda externa:

Sobre este tema, complejo en sus orígenes y en su solución, los padres sinodales dan un juicio sombrío: «la deuda es frecuentemente fruto de la corrupción y de la mala administración» (EA 22 y Prop 75); a esto se añaden los elevados intereses, la irresponsa­bilidad administrativa de ciertos políti­cos.

La evangelización tendrá que ir en la línea del libro del Levítico 25,8-12. Por otro lado, «los cristianos tendrán que hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas, en una considerable reducción, si no en una total condonación de la deuda internacional que grava sobre el destino de muchas naciones» (TMA 51, citada en EA 59).

Y en promover la intervención de expertos en economía y en cuestiones financieras que procedan a un análisis crítico del orden económico mundial para que se corrija el orden actual, y propongan un sistema y mecanismos capaces de promover el desarrollo in­tegral solidario de las personas y los pueblos» (EA 59 y Prop.75).

5. Anticultura de la muerte y socie­dad dominada por los poderosos (EA 63).

Existe en nuestras sociedades de México y de América una anticultura de la muerte y una sociedad frecuen­temente dominada por los poderosos, que margina a los más débiles, como los niños aún no nacidos, los ancianos, los enfermos terminales - allí está el aborto, la eutanasia, los secuestros de personas, la pedofilia y la violencia contra los niños de la calles, etc.-.

Aquí la nueva evangelización tiene que proclamar el evangelio de la vida y del amor, el evangelio de la familia en ámbito doméstico, social y legislati­vo, la solicitud y ayuda a las madres solteras, a los ancianos, a los enfer­mos incurables y discapacitados, la formación de la conciencia moral, no sólo de los laicos en general, sino específicamente de los políticos, legis­ladores, médicos, enfermeras, maes­tros y educadores.

6. Corrupción:

El fenómeno de la corrupción con­tamina a personas, estructuras públi­cas y privadas de poder, a clases diri­gentes; influye negativamente en la deuda externa, favorece la impunidad y la acumulación ilícita de dinero, la pérdida de confianza hacia las institu­ciones públicas justicia, legislaturas, inversiones públicas no siempre claras e iguales para todos -.

La nueva evangelización nos tiene que llevar, desde luego, a una denun­cia profética como lo hacía Cristo, re­cordando que no se puede servir a dos señores, a Dios y a la riquezas, pero también a una propuesta del Evangelio de la pobreza, o mejor, del Hijo de Dios que sien­do rico, se hizo pobre para enri­quecernos con su pobreza y que declara dichosos a los pobres y a quienes venden todo lo que tienen y van en seguimiento de aquel Cristo que no tenía dón­de reclinar la cabeza.

Nueva evangelización que ha de traducirse en la formación de la conciencia moral, social y profesional de los laicos, y en pro­curar una mayor presencia so­cial de esos mismos laicos cualificados para que promuevan la práctica de valores como la ver­dad y la transparencia, la honestidad, la laboriosidad y el servi­cio al bien común.

Es también un campo en el que el evangelio, en el momento en que se hace criterio de acción y estilo de vida, se transforma en Doctrina y en praxis Social.

7. El narcotráfico:

El, narcotráfico es calificado por la Ecciesia in America como «uno de los desafíos más urgentes con los que debe enfrentarse muchas naciones del mundo» (EA 24). Para algunas nacio­nes se ha convertido en verdadero cán­cer social que ya ha hecho metásta­sis, invadiendo los ganglios de todo el tejido social: individuos, familias, regiones, categorías sociales como políti­cos, militares, jueces, empresarios. Favorece la corrupción, la violencia e incluso destruye gobiernos y mina el clima de confianza de enteras socie­dades.

Aquí el nuevo anuncio de Cristo ha de proclamar una vez más el evange­lio de la vida y de la dignidad de la per­sona humana inviolable por ser ima­gen del Dios vivo. Los evangelizado­res han de denunciar con valentía y vigor el hedonismo, el materialismo y los estilos de vida que fácilmente inducen al consumo de la droga. Ya pro­poner a las nuevas generaciones el «justo sentido de la vida», ideales de trabajo, de sobriedad, de servicio y valores cristianos. Una razón por qué vivir, por qué luchar, por qué esperar. Y apoyar a cuantos trabajan por re­cuperar a las víctimas de la toxicodependencia. «Este trabajo de recuperación y rehabilitación social puede ser también una verdadera y propia tarea de evangelización]» (EA 61 y Propositio 38).

Al mismo tiempo, los evangelizadores han de estimular a los laicos a colaborar con los responsables de las naciones, dirigentes de empre­sas privadas y organizaciones no gubernamentales que desarrollen proyec­tos encaminados a abolir el comercio de las drogas; a colaborar asimismo con los órganos legislativos, apoyan­do iniciativas que impidan el «blanqueo de dinero sucio» y favorezcan el con­trol de los bienes de quienes están implicados en tal tráfico.

8. Migrantes:

La emigración es un fenómeno americano del Sur al Norte, de fuera hacia dentro del Continente, de dentro del mismo Continente y de dentro de cada país. En la emigración, junto con el equipaje, se lleva el propio patrimo­nio religioso y cultural.

Las causas son muchas, históricas, sociales, económicas, culturales o co­yunturales. Entre otras está la violen­cia y la guerrilla, la pobreza, la espe­ranza de un futuro mejor, la globalización, etc. Emigraciones internas del campo a la ciudad, de zonas deprimi­das a otras más desarrolladas, de nación a nación - piénsese en la emigra­ción de Centroamérica a México, del de México y Sudamérica a USA y Ca­nadá -.

La nueva evangelización tiene aquí un «campo abonado»: ante todo, ve a los emigrantes como imagen del pue­blo de Dios en marcha hacia la patria definitiva y afirma la primera verdad del cristianismo de que todo hombre es mi hermano al que debo amar, y que en Cristo ya no hay judío ni gentil, griego ni bárbaro, hombre ni mujer, libre ni esclavo, pues todos somos uno en Cristo Jesús. De aquí que el compor­tamiento cristiano sea de acogida cor­dial y hospitalaria del migrante, ayudán­dolo a insertarse en la nueva comuni­dad eclesial y social. Defiende la «liber­tad de movimiento y de residencia» como uno de los derechos del hombre» (Pacem in terris 10, EA 65). Y a pro­mover una justa legislación nacional e internacional.

Para salvaguardar el patrimonio cultural y religioso de los emigrantes católicos, la nueva evangelización está llevando a los pastores a promover una cooperación solidaria entre el Norte y el Sur del Continente, entre la diócesis de origen y la de destino, a cooperar pastoral y misionalmente, pero también en campo asistencial, educativo y de promoción humana.

He aquí nuevos y variados campos que hoy se abren a la nueva evangeli­zación en el terreno de la justicia y la solidaridad.

III. Frente a un humanismo inma­nente y una cultura secularista, el DESAFÍO DE UNA CULTURA CRISTIANA.

Dos paradojas de América:

Cuando de cultura cristiana se ha­bla, saltan a la vista dos paradojas: una, la realidad de un continente mayoritariamente cristiano, que vive de hecho inmerso o camina hacia una cultura secularista no cristiana. Pablo VI decía que «la ruptura entre Evan­gelio y cultura era sin duda el drama de nuestra época» (EN 20). Hoy po­dríamos decir que «el indiferentismo y el secularismo es el drama de nuestra época que corre el riesgo de llegar a ser tragedia».

Otra gran paradoja de América es el hecho de que. sociedades mayoritariamente católicas estén go­bernadas y dirigidas por élites políticas e intelectuales, laicistas y anticatólicas. Las causas son complejas, varias de ellas históricas, como el poder de la masonería borbónica en las nuevas repúblicas hispanoamericanas des­pués de su independencia; el positivis­mo iluminista y jacobino en las univer­sidades a partir de la segunda mitad del siglo XIX, que durante el siglo XX se ha venido aliando con ideologías de cuño anticatólico, como el liberalismo racionalista y radical, el marxismo; otras, políticas, como el predominio político y económico norteamericano, de cuño protestante anglosajón que ha venido minando la unidad cultural ca­tólica de los pueblos hispanoamerica­nos; otras, coyunturales, como el ad­venimiento de la sociedad postmoderna, hedonista, pragmática y relativista.

El caso de México es emblemáti­co: un pueblo de absoluta mayoría católica, dirigido desde hace siglo y medio por una minoría de políticos e intelectuales anticatólicos, bombar­deado por unos medios de informa­ción secularistas que proponen valo­res y modelos de vida no evangéli­cos.

Ante esta situación solo cabe una alternativa: la capitulación o el com­promiso por una cultura que se ins­pire en los valores del Evangelio. He aquí el gran desafío.

Los signos de esa cultura no cris­tiana y no evangélica en América son la sociedad urbana a expensas de la agrícola, que está llevando a cabo una profunda revolución cultural, cu­yos frutos, entre otros, son: el adve­nimiento de la postmodernidad, el secularismo y el predominio de un humanismo inmanentista y ateo; el antropocentrismo absoluto; el subjetivismo y el racionalismo; el re­chazo de la ontología con su conste­lación de escepticismo gnoseológico - incapacidad de la mente humana de conocer la verdad -, el relativismo éti­co y religioso; el' hedonismo, el ma­terialismo y el pragmatismo como estilo de vida.

No me detengo sobre la definición y exigencias de una cultura cristiana. Sólo aludo a cómo la Nueva Evange­lización podría abordar los amplios campos de la cultura.

1. Principios que fundan y legitiman la evangelización de las culturas:

Enuncio solamente los principios que legitiman la proclamación del Evangelio a las culturas - frente a ciertas tesis que a veces se oyen de que el respeto de las culturas debería llevarnos a renunciar a la presentación del Evangelio de Jesucristo o de que el Evangelio destruye las culturas -:

* La encarnación del Hijo de Dios en nuestra condición humana, con unas coordinadas históricas y culturales, asumiendo todo lo humano, pero trascendiéndolo a la vez.

* El don de la salvación destinado a todos los hombres, a todos los pueblos y a todas sus culturas.

* La acción misteriosa y constante del Espíritu Santo en todos los pueblos y en todos los pueblos y en todas las culturas. «Cuando hay de bueno, de recto y de honesto, venga de donde viniere, es obra del Espíritu Santo» (Santo Tomás de Aquino).

* La comunión trinitaria como meta de todos los pueblos y de todas las culturas.

La tarea principal de la evangelización en relación a la cultura es establecer adecuadamente el diálogo entre Evangelio y culturas. Es lo que hoy llamamos inculturación, la gran tarea de la Iglesia en el siglo XXI.

2. Inculturación:

La inculturación es un proceso cir­cular entre el Evangelio anunciado a las culturas y la expresión del mismo en la «lengua» de cada cultura evangelizada. La primera fase se lla­ma evangelización de la cultura, la se­gunda, inculturación del Evangelio. En la inculturación se aplican tres miste­rios cristológicos: la encarnación: Verbum caro factum est (Jn 1,14), «el Verbo se hizo carne», es decir, huma­nidad verdadera, hombre auténtico; y al encarnarse, se identifica de alguna manera con todo hombre, como dice el Vaticano II (GS 22). La Pascua: el pecado que pueda haber en las cultu­ras ha de ser purificado para que flo­rezca mejor, es la muerte y resurrec­ción de Cristo que irradia también en las culturas, obra del hombre; y Pen­tecostés, donde Cristo dona su Espíri­tu para que pueda ser comprendido el mensaje por todos los pueblos y pue­da ser expresado en todas las lenguas de las culturas. Unidad en la pluralidad, comunión de muchos hacia la Trinidad.

No podemos tocar ahora todos los campos de la cultura a los que tendría que llegar la nueva evangelización. Comentamos brevemente algunos de los que la Redemptoris missio llama «los modernos areópagos»: medios de comunicación social, ciencia, econo­mía, universidad, política, deporte, espectáculo, arte, foros de derechos humanos, de la ecología, de la paz, etc. Areópagos donde se decide la vida de la sociedad y las nuevas orientaciones culturales (Cfr. Lineamenta del Sínodo de América, n.12).

3. Areópagos modernos:

En los areópagos modernos «está naciendo una humanidad nueva» y donde se están gestando las ideas, los criterios de juicio, los estilos y modos de comportamiento de las sociedades modernas.

3.1 Medios de comunicación:

Hace unos años Marshall McLuhan, el gran teórico de los media, predijo el paso de la 'galaxia Gutemberg' a 'la galaxia electrónica'. En ese momento se refería a las ondas hertzianas de la radio y a las imágenes transmitidas por los tubos catódicos; actualmente ya estamos en la 'galaxia de la telemática', sobre todo de Internet y de telefonía celular que están transformando ritmos y modos de vida. Al horno sapiens si­guió el homo faber, a éste le ha segui­do el homo mediaticus, que se supondría es el homo comunicator, con una nueva «gramática» compuesta ya no de conceptos y términos abstractos, sino de imágenes, sonidos, ritmos y símbolos.

Fue el mismo McLuhan que habló de la familia humana como de «aldea global» por la comunicación. Asistimos cada día al desarrollo de la historia con­temporánea en tiempo real. Por ejem­plo, vemos en directo la guerra entre Etiopía y Eritrea, la pugna por la presidencia en Perú entre Fujimori y Toledo; la baja de la bolsa en Tokio que repercute instantáneamente en las bolsas de México y Sao Paulo. Hace poco más de ocho días, el 21 de mayo, co­mentaba yo la ca­nonización de los mártires mexica­nos en la Plaza de San Pedro y una hora después me telefoneaban des­de México diver­sas personas declarándose de acuer­do o mostrando su desacuerdo. Es la magia y el poder de los medios de co­municación, que circulan cada día por las venas y ganglios de nuestro orga­nismo social vivo, para bien o para mal.

Nosotros vemos estos medios como campos y, a la vez, como instrumen­tos preciosos para la nueva evangeli­zación. El evento de Cristo salvador del hombre es una perenne «alegre noti­cia» y su ámbito está justamente en el mundo de la comunicación o transmi­sión de noticias. A los hombres postmodernos, que viven de fe y de boletines informativos, hay que decir­les que entre tantas noticias, el evento de Cristo es LA NOTICIA que ellos, sin saberlo, anhelan conocer. Pablo dijo a los griegos en el areópago de Atenas: «lo que vosotros adoráis sin conocer -ignoto Deo - yo os lo vengo a anun­ciar». Nosotros hemos de decir al hom­bre del areópago de los mass media: «lo que tú anhelas escuchar, yo te lo vengo a anunciar: te traigo la «alegre noticia de que el Reino de Dios ya lle­gó en Jesucristo».

De estas reflexiones sólo se dedu­ce la necesidad, la urgencia que noso­tros, responsables de la nueva evan­gelización, llevemos a Cristo a los me­dios de comunicación. No entramos en el cómo, que es indudablemente com­plejo, tanto desde el punto de vista téc­nico (cada medio es un lenguaje diverso, tiene su propia gramática y la pri­mera exigencia para la nueva evangelización es conocerla, para no confundir el micrófono de la radio o de la pequeña pantalla con el púlpito), como desde el punto de vista econó­mico o moral.

He aquí un reto para el evangeliza­dor: conocer y aprender esta nueva «lengua» para traducir a ella el men­saje de Cristo. Cristo había dicho a sus discípulos. «lo que habéis oído en pri­vado, anunciadlo sobre los tejados», que nosotros asociamos al bosque de antenas de TV sobre las casas de nuestras ciudades. «Quizá se ha des­cuidado un poco éste areópago, nos dice el Papa en la Redemptoris missio, «generalmente se privilegian otros ins­trumentos para el anuncio evangélico y para la formación cristianas, mien­tras los medios de comunicación so­cial se dejan a la iniciativa de los indi­viduos o de pequeños grupos, y entra en la programación pastoral solo a ni­vel secundario» (n. 37). Los cristianos del siglo XX están aprendiendo a dar sus primeros pasos en el anuncio de Cristo a través de los media. Aquí está un reto formidable pará los evangelizadores del siglo XXI.

3.2 La ciencia y la investigación:

Está aludiendo el Papa a los científi­cos y profesores, a la escuela y la uni­versidad: «evangelizar los centros educativos, el mundo de la educación es un campo privilegiado para promo­ver la inculturación del Evangelio» (EA 71 ibid.). Las condiciones para reali­zarla, según la Ecclesia in America, son, entre otras, las siguientes:

* En la universidad: mantener ex­plícitamente la identidad confesional católica; no basta ya la sola «inspira­ción cristiana», es necesario conser­var con claridad su orientación católi­ca a todos los niveles, incluso el uni­versitario. Los contenidos del proyec­to educativo han de hacer referencia constante a Jesucristo y a su mensa­je, como lo presenta la Iglesia en su enseñanza (EA 71).

«Es esencial que la universidad católica sea, a la vez, verdadera y real­mente ambas cosas: universidad y ca­tólica. La índole católica es un elemen­to constitutivo de la universidad en cuanto institución y no una mera deci­sión de los individuos que dirigen la universidad en un tiempo concreto» (EA 71 y Prop.23).

Ha de haber una pastoral univer­sitaria adecuada para estudiantes y profesores. Se ha de favorecer la solidaridad, el intercambio, la cooperación entre las universidades católicas de América.

* En las escuelas secundarias ca­tólicas: se ha de reforzar la identidad católica. Para ello, el proyecto educa­tivo se ha de fundar en la persona de Cristo y su raíz se ha de nutrir de la doctrina del Evangelio. Se ha de bus­car una formación integral de la persona, no sólo una enseñanza cualificada desde el punto de vista téc­nico y profesional (EA 71, Propositio 24). Y se ha de procu­rar que la educación llegue a to­dos, también a los más pobres y desheredados.

3.3 Evangelizar también el mundo del arte favorece el diálo­go con los intelectuales y artistas. Allí está el espléndido libro abierto del arte latinoamericano, de excel­sa calidad artística y de rico conte­nido cristiano como mensaje evan­gélico: en pintura y escultura novohispana, quiteña o cuzqueña; en arquitectura conventual, plateresca o barroca; en teatro, poesía y literatura, en música barroca virreina]. La primera evangelización de América fue una evangelización inte­gral. Promover la creación de obras de arte en que se vuelva a dar la síntesis entre religiosidad popular, Evangelio cristiano y obras que irradien inteligen­cia y belleza.

He aquí tres grandes desafíos de la iglesia en América. El siglo XX ha señalado el fin de la cultura moderna. Los resultados inciertos de la postmodernidad se caracterizan por el indiferentismo, el escepticismo y el subjetivismo religioso, por la ambigua globalización económica que produce desigualdades sociales cada día más profundas. Expresión de la postmodernidad es la cultura laicista y neopagana hacia la que caminamos.

Juan Pablo II y los padres del Sí­nodo de América han entrevisto los gérmenes de una nueva civilización del amor, de la justicia y de la solidaridad, que florecerá en una nueva primavera de cultura cristiana. He aquí los tres grandes desafíos para la Iglesia y para todo cristiano de América en el siglo XXI: nueva evangelización, justicia y solidaridad, cultura cristiana. Quere­mos concluir con unas palabras de Juan Pablo II:

«el mensaje de Jesucristo abre un horizonte infinito y proporciona una energía incomparable, luz para la inte­ligencia, fuerza para la voluntad, amor para el corazón» (Discurso sobre la nueva cultura cristiana, 14 de enero de 1999).







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