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Reflexión para el 2o domingo de Adviento

Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los cielos
Adviento se traduce en salir al encuentro, en enderezar el camino, en abrir el corazón.


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diocesis de San Cristobal de la Casas | Fuente: Diocesis de San Cristóbal de Las Casas



II DOMINGO DE ADVIENTO

Isaías 11, 1-10: “Les hará justicia a los pobres”

Salmo 71: “Ven, rey de justicia y de paz”

Romanos 15, 4-9: “Cristo salvó a todos los hombres”

San Mateo 3, 1-12: “Conviértanse porque ya está cerca el Reino de los cielos”



 

 

Me llega una invitación de esas que animan y alegran el corazón: “El próximo 18 de diciembre, ‘Día del Migrante’, se llevará a cabo la bendición de la Cocina-comedor de los hermanos migrantes, para con su presencia solidaria abrir nuestras fronteras a los hermanos migrantes centroamericanos porque ‘ningún ser humano es ilegal’, ‘Ser migrante no es delito’”. Es uno de tantos esfuerzos que hace la gente sencilla que abre su corazón a la necesidad de los migrantes que aparecen ahora como desplazados y buscan refugio. Así, mientras a nivel nacional e internacional se escuchan reproches, insultos xenofóbicos y discriminatorios, y se pretende construir muros, alambradas y vallados…  los pobres construyen puentes, abren puertas y enderezan caminos: hacen Adviento. ¡Qué diferentes actitudes!

Juan Bautista llega como una aparición fantasmal con pelos en su túnica de camello, pero sin pelos en la lengua. El desierto en la Biblia tiene un significado profundo. Al desierto se va a hacer oración, a encontrarse con Dios. Pero ahora desde el desierto nos llega una voz exigente: “Conviértanse… preparen… enderecen”. El llamado de urgencia a velar que recordábamos el domingo anterior, ahora se transforma en acciones concretas. La voz de Juan es como un aguijón que quiere lanzarnos al encuentro del Señor que ya llega. Adviento se traduce en salir al encuentro, en enderezar el camino, en abrir el corazón. Hemos vivido nosotros la experiencia dura del aislamiento, del que se queda solo, sin comunicación, abandonado. Así no se puede salvar. Nuestro mundo, a pesar de tantas comunicaciones, va encerrando al hombre en sus prisiones de aislamiento y soledad, de individualismo y egoísmo. Buscando la propia seguridad y bienestar  rompe la relación con los demás, rompe con la naturaleza, rompe consigo mismo y rompe con Dios. Solamente acepta relaciones superficiales. Es cierto, llena su corazón de naderías, ocupa su mente en banalidades, pero no establece verdaderas relaciones con nadie.

La crítica demoledora de Juan el Bautista alcanza nuestros tiempos y nuestras situaciones. Sus tronantes acusaciones no quedan en el pasado. Exigir la justicia y la verdad, denunciar las falsas seguridades, enderezar los caminos, son temas de todos los tiempos y de toda la humanidad. Ciertamente lastima y ofende a quienes se sienten aludidos, a quienes se han montado en las estructuras del poder. Desenmascara y denuncia las hipocresías. Con sus verdades hiere y hace sufrir a los fariseos, pero en realidad si la verdad hace sufrir no es culpa del quien la dice, sino de quien la distorsiona. Y muestra el camino para el  cambio del corazón: “Hagan ver con obras su conversión”.



Tiempo de Adviento es tiempo de tender lazos, de romper muros, de abrir corazones. Nuestro camino en el desierto, aquel que lleva al encuentro con Dios que se hace hombre, debe llamarse “conversión”: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. La única manera de celebrar verdaderamente la Navidad será posible cuando nos hayamos convertido, cuando el hombre se descubra necesitado y abra su corazón. El Papa, nos invita a no dobleglarnos ante los muros, a no tener miedo: “Porque la misericordia es el mejor antídoto contra el miedo. Mucho más eficaz que los muros, las rejas, las alarmas y las armas. Y es gratis: es un don de Dios. No nos dejemos engañar: todos los muros caen. Sigamos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación. Enfrentemos el Terror con Amor”.

Muy cercana a esas exigencias del Bautista, pero en un tono optimista y soñador se nos presenta la visión de Isaías  en la Primera Lectura de este domingo. A algunos les sonará a utopía pura, idealismo y sueño de locos, pero no debe ser así. Exigir la justicia para los pobres, preocuparse realmente por los oprimidos, hablar con valentía sin acomodarse a los propios intereses o a los caprichos de los poderosos, no caer en la complicidad de corrupción y engaño, son tareas esenciales del creyente que todos podemos y debemos realizar. No juzgar según las apariencias ni amarrarse a posiciones o partidos antes que a la verdad, son principios elementales que pueden traducirse en acciones en nuestra realidad cotidiana.

Ciertamente el día en que el lobo habite con el cordero, que la pantera se eche junto al novillo o que el niño juegue tranquilamente con la víbora, está todavía lejano. Pero mientras tanto podríamos ir comenzando por reconocernos como hermanos, construyendo una fraternidad creíble; se podría intentar vivir y convivir juntos sin hacer discriminaciones, se podría compartir el pan y el vestido, se podrían realizar tantas pequeñas acciones de cercanía, de compasión y de fraternidad… Tantas cosas que parecería que estamos alcanzando la utopía.

El canto de Isaías y las palabras de Juan son una interpelación y al mismo tiempo una buena noticia. Interpelación a la conversión, como insiste Juan Bautista. Conversión desde lo más profundo. ¡Qué exigente es con los fariseos y saduceos que pretendían recibir el bautismo pero seguir con su misma vida! Los llama raza de víboras y los amenaza con la imagen del hacha que está cortando las raíces. Pero al mismo tiempo es una buena noticia porque la promesa de Dios es para todos. Si aprendemos a vivir en solidaridad, si hacemos lo posible porque la justicia y la verdad lleguen a todos los pobres, si, como dice San Pablo, vivimos en armonía y nos acogemos los unos a los otros, ciertamente se va haciendo realidad la promesa de Dios hecha a su pueblo. Si construimos puentes en lugar de muros, si abrimos el corazón en lugar de rechazos… estará más cerca la Navidad.

¿Es posible romper nuestra caparazón de individualismo y egoísmo para abrirnos a los demás? ¿Estamos dispuestos a construir un mundo nuevo? ¿Qué necesitamos para restablecer relación con Dios, con los demás, con la naturaleza?

 

Padre bueno que nos has llamado a la unidad y al amor, al prepararnos al nacimiento de tu Hijo Jesús, concédenos construir los caminos de justicia y de paz que hagan posible el mundo de fraternidad anunciado por los profetas. Amén.







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