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El milagro que abrió la canonización de Daniel Comboni
El milagro ocurrió en 1997 y fue concedido a una musulmana practicante


Por: n/a | Fuente: Zenit.org



Fue una musulmana observante quien abrió el camino a la canonización de Daniel Comboni, el apóstol de África.

Se llama Lubna Abdel Aziz. Tenía 38 años (cuando Don Comboni fue canonizado en el 2003), cinco hijos y vive en Jartum. Desde 1986 está unida a Khedir El Mubarak, funcionario del régimen de Omar al Bashir y general del ejército gubernamental de Sudán, uno de los Estados africanos donde actualmente está en vigor la sharía, la ley islámica. Una ley que ha contribuido a que se desencadenaran sangrientas guerras civiles y que ha marcado profundamente las laceraciones existentes entre el norte arabizado y el sur de este martirizado país. Pero Jartum, la capital de Sudán, es también el centro de la obra de uno de los más grandes misioneros de la historia reciente de la Iglesia. Aquí, la noche del 10 de octubre de 1881, expiró, abatido por las fiebres y las penalidades, tras una vida totalmente entregada a los pueblos africanos, Daniel Comboni, el mutran es sudan, “padre de los negros”, como todos lo llamaban, el primer obispo de Jartum. El primero que fundó, en estas tierras lejanas y difíciles, puntos estables de misión, abriendo las puertas a la evangelización del continente. El primero también que, con mucha audacia para aquella época, consiguió que entraran mujeres consagradas en África central. Y no sólo tuvo el valor de denunciar duramente ante los poderosos de media Europa el innoble tráfico de esclavos, luchando para rescatarlos y darles una formación, sino que ni siquiera dudó un instante, demostrando inteligente realismo, en entablar amistad con los jefes turcos, los grandes pachás y los muftís de estos lugares. Sus restos mortales siguen esparcidos bajo el edificio que hoy es la sede del gobierno de Jartum, donde antiguamente surgía la antigua misión católica que él fundó. Su imagen, con el turbante árabe a la cabeza, campea hoy en las escuelas de los misioneros combonianos, a las que asisten en su mayoría musulmanes, así como también en el hospital de Jartum, administrado por las hermanas combonianas pías madres de la negritud: el Saint Mary’s Hospital.

 

Crónica del milagro

El 11 de noviembre de 1997, ingresó en el «Saint Mary’s Hospital» de Jartum –dirigido por las misioneras combonianas– Lubna Abdel Aziz a fin de someterse a una cesárea para el nacimiento de su quinto hijo.



La intervención tuvo lugar a las 7.30 horas. El niño nació, pero la mujer, en la tarde del mismo día, se encontraba al borde de la muerte. El parte médico constató «gravísimas hemorragias ocasionadas por placenta previa». Por ello la mujer fue intervenida dos veces más en un intento de contener las pérdidas.

Tras la segunda operación, los médicos se percataron de que la sangre no se coagulaba y de que las transfusiones no servían de nada.

Los informes clínicos que estudió la Congregación para la Causa de los Santos muestran que «se había verificado una “coagulación intravasal diseminada” y fibrinolisis con el consiguiente shock hipovolémico irreversible, colapso cardíaco y edema pulmonar». En resumen, no había nada que hacer.

Sor Maria Bianca Benatelli, responsable de la sección de maternidad del hospital relata: «A las dos de la tarde, la mujer entró nuevamente en quirófano para detener la hemorragia (…). Ya no coagulaba».

«¿Cómo y cuándo comenzó a orar por la curación de la paciente?», se le preguntó en el curso del proceso de canonización de Daniel Comboni.



«La mujer repetía: “Ayudadme”. Experimenté entonces una gran compasión por aquella madre que se moría dejando cinco niños –afirmó la religiosa–. Si se hubiera tratado de una cristiana, habría llamado a un sacerdote para que le administra los sacramentos, habría rezado junto a ella sugiriéndole que se encomendara al Corazón de Jesús, que pidiera ayuda a algún santo… pero era musulmana».

«Entonces pensé en monseñor Comboni –recuerda–. Era el único que podía mencionar a la mujer. Aquí, en Sudán, es conocido por todos, también por los islámicos. Me dirigí a él: “Ahora sólo tú puedes hacer algo… no hay nada que hacer, ya no podemos nada… Pero tú puedes… ¡ayúdala! Es una sudanesa, una de tu tierra, una musulmana. Les hiciste mucho bien. ¿No les amaste tanto?… ¿No tienen un lugar especial en tu corazón? ¡Sálvala! ¡No la dejes morir!».

«Junto a mí estaba sor Orlanda –prosigue la religiosa–. Me volví y le dije: “¿Tienes fe? Oremos a Comboni para que salve a esta pobre madre”. Fui entonces rápidamente a por su imagen y mientras regresaba a la habitación pedía también a Comboni las palabras oportunas para dirigirme a la mujer».

«Me acerqué a ella. Le dije: “Lubna, los médicos dicen que tus condiciones desgraciadamente son graves… Lubna, tu probablemente conoces a Comboni… Si no te molesta, querríamos encomendarle tu caso”. Ella respondió: “¿Comboni no es el que hizo todas las escuelas de Jartum?”. “Sí”, le contesté, “pero es también amigo de Dios y estando cerca de Él puede hacer más que todos nosotros. ¿Quieres que te deje aquí su foto?”. “Sí”, afirmó ella».

«A los pies de la cama estaba su madre, también musulmana, y dio su consentimiento. Puse la imagen de Comboni bajo su almohada», relata la misionera.

Sor Silvana Orlanda La Marra, otra de las enfermeras presentes, declaró en el proceso: «La mujer perdió el conocimiento. El latido cardíaco se hizo imperceptible. Entró su marido con uno de sus hijos de la mano. Los médicos le habían explicado las condiciones desesperadas de la mujer. Se quedó en silencio, tomó al niño, se me acercó y dijo: “Hermana, rece también usted a su Dios por la madre de este niño”».

La religiosa le contestó: «Si usted lo aprueba, tendríamos la intención de hacerlo por la intercesión de Comboni». «El marido sabía de quién se trataba, y no hubo necesidad de añadir más –prosigue Sor Silvana—. Dijo sólo: “Sí. Fue un gran hombre aquí”».

Oración y curación

Todas las misioneras comenzaron entonces un triduo de oración para pedir la curación de la mujer a través de la intercesión de Daniel Comboni. También el médico católico que había operado a la señora Lubna y tres médicos obstetras coptos acompañaron a las religiosas a la capilla del hospital.

A pesar de que se esperaba el inevitable desenlace, la mujer superó la noche. Por la mañana, los médicos se asombraron de encontrarla aún con vida. Es más, bajo los ojos de los especialistas la mujer recobró la conciencia y en un plazo de tiempo muy breve se restableció, tanto que en pocos días fue dada de alta completamente curada. El proceso de canonización también cuenta con los exámenes de dos médicos musulmanes.

Sor Bianca Garascia, la superiora, recuerda: «Todos decían: “¿Cómo es posible que aquella mujer, ya muerta, haya vuelto a la vida?”. Todos comentaban que se trataba de un caso inexplicable y prodigioso».

«Cuando vi que Lubna se había restablecido completamente le dije: “Dios te ama, Comboni te ha ayudado. Hemos orado mucho por ti, porque eres madre de cinco niños y nadie mejor que tú puede cuidarles», concluyó Sor Maria Bianca Benatelli.

El postulador de la causa de canonización de Daniel Comboni, el padre Arnaldo Baritussio, explicó que durante el proceso, en la investigación diocesana realizada en Jartum en mayo de 2001, «el tribunal no consideró oportuno llamar [a Lubna y a su marido], tanto porque los textos técnicos y la documentación relativa al caso eran más que suficientes como porque, al ser musulmanes observantes, se prefirió evitar su convocatoria por motivos de delicadeza y prudencia».

«Sabemos que tras el acontecimiento peregrinaron a la Meca –continúa el postulador— y que mantienen aún óptimas relaciones con las religiosas, hacia las cuales se han mostrado muy agradecidos».

 







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